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Vie. Ene 10th, 2025
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La calidad de poeta y político parece no ser incompatible. La de poeta y soldado parece más difícil de asumir. Pero hay poetas que se nutren de sus ideas políticas y nos hablan de la guerra. Algunos desde el frente de batalla y otros, como Neruda, desde una cómoda y segura retaguardia.

“¡Poetas, pintores, escultores y músicos futuristas de Italia! Mientras dure la guerra, dejemos de lado nuestros versos, nuestros pinceles, nuestros escalpelos y nuestras orquestas. ¡Han comenzado las fiestas rojas del genio! Hoy no nos queda nada que admirar, salvo las terribles sinfonías de la metralla y las esculturas locas que nuestra inspirada artillería modela entre las masas enemigas”, escribía Marinetti (1876-1944) en su famoso Manifiesto.

Para este poeta y escritor italiano, “la guerra es bella porque enriquece las praderas florecidas con las ígneas orquídeas de las ametralladoras”. Una visión difícilmente compartible, claro, pero se alistó para combatir en las dos guerras mundiales y en las dos fue herido en combate. De sus experiencias bélicas le quedaron, además de unas buenas cicatrices, varias medallas al valor.

Lo que no abona su opinión, pero sí lo convierte en persona de respeto. Su amigo D’Annunzio (1863-1938), otro apologista de la Primera Guerra Mundial, también probó su valor en combates navales y aéreos, ganó varias medallas y perdió un ojo. Y cuando se enroló en 1916, ¡había cumplido cincuenta y dos años!

Su poética recoge la temática guerrera, entre otras obras, en sus Cantos de la Guerra Latina publicados entre 1914 y 1918. Para él, la guerra era un camino para ascender a la dimensión heroica del superhombre nietzscheano. De ahí sus versos impregnados de ascetismo, que procuraban contagiar de ese espíritu a los morituri.

La estética dannunziana

En La Plegaria de Doberdó la escena transcurre en una iglesia destruida por los bombardeos. Allí se ha instalado un hospital de emergencia, yasí,dice de un soldado que yace sobre una camilla con ‘hombre, ten misericordia de mí’. Y he aquí que lleva colgada del cuello, con un trozo de cordel, la tablilla donde están escritos la lesión y el destino. / Pero, de pronto, entra por el desgarrón erizado de vigas rotas una golondrina extraviada, la última golondrina. Y en el silencio lanza un grito, dos gritos. Revolotea sobre el altar. Revolotea sobre los escombros, la paja, las heridas, la angustia, la espera. Produce una vibración luminosa. Lleva consigo la mañana. […] Y el ciego se incorpora sobre el codo, con el alma traspasa los vendajes, se tiende hacia el ala invisible que agita el aura del milagro, alrededor. Y oye descender de nuevo, en la Casa deshecha, al Señor.

El poeta sabe que no solo en el frente se combate y apunta a su lira a los otros. Así, en su poema Para los ciudadanos, imagina:

Cuando despunta el alba de los guerreros / sobre la ciudad de ceniza, donde el paso / de los primeros trabajadores / es como pisadas de vanguardia, / y tú jadeas en el mar / de los sueños con un ansia en el corazón, confusa, / y ante el alma entreabierta / te aparece de pronto / más cercana que los sueños / la lúgubre trinchera; la penosa sima, / entre los escombros y estacada, / el fango podrido, / las heridas sin vendar, / los muertos sin enterrar, / los lívidos rostros / de los vivos insomnes, / hundidos en el lodo hasta la ingle, / y te muerde el corazón la vergüenza, / y saltas en pie y tu alma está pronta / a todo suceso, / a toda prueba, / a toda ofrenda, y avanzas armado de dolor, / y entablas, en el día que tienes delante, / tu callado combate; / allí está el Dios veraz, / sea alabado.

Dos españoles

Miguel Hernández (1910-1942), poeta y soldado, luchó en la Guerra en España del lado del gobierno del Frente Popular y murió en la cárcel. Un “poema de guerra”, puede ser escrito por cualquiera. Puede condenarse, divinizarse, justificarse… Pero el que tiene, no solo valor literario, sino testimonial, es el de quien lo haya vivido. Siempre que quien lo escriba sea un protagonista, vamos a encontrar en el texto lugares comunes. Así, el comisario político del 5º Regimiento, Miguel Hernández, con la insignia de comisario en la gorra rusa y una estrella roja de cinco puntas en la manga encerrada en un círculo, también rojo, ahora, en traje de poeta escribe:

Sentado sobre los muertos

Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.

Su calidad de enrolado en las filas comunistas no le impidió morir en la paz del Señor, confortado con los Santos Sacramentos y la Bendición Papal.

Hernández fue amigo de Ramón Sijé, un escritor, nada comunista, a quien él “tanto quería”. De la famosa elegía que escribió Hernández y se encargó de difundir Serrat, no surge que Sijé no fue ejecutado por los franquistas, sino que murió producto de una infección en 1935.

En el bando nacional estaba alistado otro de los grandes poetas españoles: Dionisio Ridruejo (1912-1975). Era difícil en los años treinta en España no involucrarse en política. No había lugar para los tibios. Ridruejo optó por adherir al discurso de José Antonio Primo de Rivera. A su muerte le escribirá: José Antonio, ¡Maestro!… ¿En qué lucero, / en qué sol, en qué estrella peregrina montas la guardia?

La facilidad de expresión del joven Ridruejo, lo puso, sin él pretenderlo, ante los micrófonos de los actos públicos. Más adelante fue nombrado por el generalísimo jefe nacional de Propaganda, y posteriormente miembro del Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las Jons, su tarea no consistía en empuñar el fusil. Así, el Boletín decenal del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional (del gobierno del Frente Popular) lo menciona como un “aventajado directivo de las juventudes falangistas, que rehúye el frente con tenacidad digna de mejor causa…”.

Desmintiendo al boletín, en 1941 se unirá como voluntario a la División Azul, para ir a combatir al comunismo en Rusia. De esa experiencia produjo un poemario titulado Cuadernos de Rusia, en algunas ediciones mencionado como Poesía en armas.

En tierra extraña, siente la ausencia de la patria lejana:

Vivimos en un círculo de nieve / ceñido por el bosque. Pobres muros / ametrallados, rotos, nos amparan. / El día es breve, apenas su llanura / es la sombra de un alba; / la noche repartida en sobresaltos, / truenos, vigilias, se consume larga. / soldados. Compañía. La pobreza / se nos desnuda en nitidez humana. / En la prisión de la costumbre, ardiente / de vez en vez, mortal, el tiempo mana / raudo en el ir -vivir-y remansado / si volvemos el rostro a la nostalgia.

Y el muerto omnipresente, ahora sepultado:

La tarde está en la nieve / y el día persevera, / mientras toda la sombra / foscamente se eleva. / Aún es figura y nombre / la carne que se llevan / hombros firmes y fieles / a la paz de la tierra. / Bajo los pasos lentos / todo el silencio suena; / cuando el cuerpo descansa / hasta el silencio cesa.

Y los muertos, invisibles, pero no ausentes:

Muertos míos de Rusia, si me alejo / de vuestro polvo, con dolor y angustia / de desterrado, acompañad mi rumbo / y pelead conmigo cada día.

¿Puede hospedar la sensibilidad del poeta la piel de un hombre de armas? Hay suficientes pruebas para dar una respuesta afirmativa, porque como bien dijo don Alonso Quijano, explicándole a su fiel escudero: “[…] caballero hubo en los siglos pasados, que así se paraba a hacer un sermón o plática en mitad de un camino, como si fuera graduado por la Universidad de París; de donde se infiere, que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza”.

Guillermo Silva Grucci
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/cultura/la-pluma-y-la-lanza/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=la-pluma-y-la-lanza

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