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Jue. Nov 21st, 2024
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Da ciudad de Uyuni, en Bolivia, es la puerta de entrada a la región que alberga el más grande desierto de sal del planeta, el Salar de Uyuni, con las mayores reservas de litio del mundo. La riqueza que podría generar su explotación sigue estando lejos de la población local, que vive con un alto índice de pobreza.

En el siglo XIX, la región de Uyuni fue un importante centro de transporte de minerales desde Chile y Bolivia hacia el Pacífico, ruta que cayó en desuso con el tiempo. Hoy, los trenes abandonados hacen las delicias de miles de turistas, en su mayoría europeos, que se hacen selfies encaramados sobre las viejas locomotoras.

A tres kilómetros del centro de Uyuni, un moderno aeropuerto recibe a los visitantes y a algunos profesionales extranjeros que acuden a la región para conocer el Salar. Situado a casi 4.000 metros de altitud, alberga en sus profundidades unos 23 millones de toneladas de litio.

La ciudad, de unos 40.000 habitantes, tiene calles de tierra, que generan excesivo polvo incluso con el bajo nivel de tráfico. Hay modestos edificios sin remozar y plazas en honor de los trenes de antaño, que demuestran que el futuro aún no ha llegado hasta aquí.

“Claro que hemos oído hablar del litio, pero todavía no es algo que vaya a cambiar nuestras vidas. Por aquí seguimos dependiendo de los extranjeros que vienen a visitar la belleza de este lugar, o de la agricultura y la pequeña ganadería”, dice Óscar Ramírez, un guía turístico.

El departamento de Potosí, donde vive un millón de bolivianos, es uno de los más pobres de Bolivia. Aquí, cerca de la mitad de la población no tiene acceso al agua corriente y el 60 por ciento de los habitantes vive en la pobreza, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Bolivia.

El acceso a la sanidad y al saneamiento también es limitado. En Bolivia, hay unos 34.000 habitantes por cada hospital. En la región de Potosí, la cifra asciende a 50.000. También aquí, alrededor del 35 por ciento de la población carece de acceso a retretes en sus casas, mientras que en el resto del país la cifra desciende al 7 por ciento.

“Dicen que la minería del litio es para el futuro. Por ahora, no nos ha convertido en una sociedad rica”, dice José Martínez, quien vende productos desde su garaje en la localidad de Colchani, de unos 1.000 habitantes y situada a 20 kilómetros de Uyuni.

Un intento de industrialización

A pesar de que el revuelo en torno al litio es reciente, la explotación de esta materia prima lleva años en el punto de mira del Gobierno boliviano. El Decreto 29.496, promulgado en 2008, declaró prioridad nacional la industrialización del Salar de Uyuni. Dos años después, el Gobierno creó la empresa estatal YLB (Yacimientos de Litio Bolivianos) para explotar el litio de la región.

En 2018, una empresa conjunta entre Berlín y La Paz debía poner en marcha la producción de litio, lo que hacía albergar grandes esperanzas a Alemania como país productor de automóviles. Sin embargo, la agitación política interna en Bolivia sepultó el proyecto, que ahora tiene como socias a empresas de Rusia y China que prometen invertir 450 millones de dólares y 1.400 millones de dólares, respectivamente.

Según Elaine Santos, socióloga con una maestría en Energía por la Universidad Federal de ABC, en Brasil, y miembro del Grupo de Estudios de Geopolítica y Recursos Naturales, que se centra en la exploración de litio en América Latina, la asociación con Alemania pretendía utilizar el litio como modelo de desarrollo para Bolivia, fomentando toda la cadena productiva dentro del país, algo que aún no se ha logrado.

“En su momento, la asociación con los alemanes generó una serie de protestas de movimientos sociales e indígenas, porque consideraban que se iba a repetir ese ciclo de exportación, de llevarse los recursos, y que estas comunidades del entorno, o incluso del país, no se beneficiarían de ello”, explica la experta.

“Por eso, Bolivia acabó llegando a un acuerdo con China y Rusia, con el objetivo de utilizar su experiencia para fabricar baterías. Al mismo tiempo, todavía no sabemos si esto realmente va a suceder y en qué momento, porque este acuerdo se firmó en 2021 y, hasta la fecha, no tenemos una batería de litio producida en el país”, agrega.

Además, para Santos, “en el caso boliviano, una cuestión central es que el litio se encuentra en comunidades tradicionales, que tienen un modo de vida y una forma específica de llevar la economía local. La otra cuestión es que la industria minera del litio tiene un trabajo muy técnico, en el que normalmente no participan las personas de estas comunidades, y que tampoco emplea a mucha gente”, afirma.

Para el economista Jaime Dunn De Avila, egresado de la Universidad Católica Boliviana, a pesar de que el presidente Luis Arce ha reafirmado su compromiso con el desarrollo de la industria del litio, se ha vuelto más difícil atraer inversiones extranjeras después de que el precio de la tonelada cayera de 80.000 dólares a unos 10.000 dólares.

“En Bolivia, esta caída de los precios ha agravado los desafíos existentes. Aunque los bajos precios afectan la rentabilidad, las cuestiones más cruciales van más allá del precio. No se sabe exactamente qué parte de las reservas de litio son comercialmente explotables, y la eficacia de la tecnología de extracción directa del litio, que aún está en fase experimental, sigue sin probarse”, afirma.

DW


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