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Mié. Nov 6th, 2024
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Por:  Carlos Fajardo
Para PRENSA MERCOSUR

Nadie en sus cabales puede negar la importancia que, para todo el mundo, amigos y contradictores, tienen las elecciones que se escenificarán este año en la gran nación norteamericana.

Alguien alguna vez decía que, por su importancia para el mundo entero, esa elección debería implicarnos a todos los ciudadanos de este amenazado planeta, pero al igual que como sucedía en la cuna de la democracia, es una decisión que sólo pueden tomar los ciudadanos de ese inmenso país, el más poderoso del mundo. Los demás somos una clase de ilotas, para seguir con la analogía, que debemos aceptar sí o sí el veredicto de los 333.530.000 habitantes de los EEUU, una pequeña fracción de los ocho mil millones de personas que se supone vivían en la Tierra a comienzos de 2024 y que sufrirán las consecuencias de las decisiones de los estadounidenses.

Hace pocos días un lúcido y perspicaz opinador, el reconocido escritor, analista y activista político León Valencia, hacia patente su temor y su esperanza de que los estadounidenses no fueran a reelegir a un tipo como Donald Trump, tan cuestionado por sus posturas agresivas y amenazantes, supremacistas, beligerantes, en un mundo cada vez más cerca de la catástrofe en todos los sentidos: Nuclear, social, económica, ambiental.

¡Vana esperanza!

Las opciones que se barajan en EEUU no son para nada las más recomendables ni las menos ominosas, durante sus ya casi cuatro años al frente de la presidencia de la gran nación Joe Biden ha violado casi todas las reglas, ha apoyado abiertamente gobiernos criminales y genocidas, ha incendiado perversamente el mundo, ha discriminado y bloqueado y hoy nos tiene al borde del holocausto final.

La extinción nunca ha estado más cerca de nosotros, la vemos día a día retozando traviesa en las intervenciones de grandes líderes avalados por Biden, nos sonríe desdentada desde sus amenazas y propuestas, sus juegos de guerra, sus enfrentamientos.

La información es manipulada, la verdad se oculta y se imponen relatos contraevidentes a fuerza de insistir y eliminar físicamente al mensajero, jamás habían sido asesinados tantos periodistas en los teatros bélicos.

La economía trastabilla, se imponen sanciones, aranceles, tasas, impuestos, el mundo libre nunca ha sido menos libre…

Y entonces aparece Trump, un tipo obsesionado con el poder que ha demostrado que está dispuesto a todo con tal de obtenerlo, un incendiario, un embustero, un hegemonista, un macho cabrío, un charlatán, un populista ultranacionalista que pretende acabar las guerras de un disparo, la versión gringa del funesto personaje que gritaba en las calles bogotanas durante alguna de las manifestaciones de la ultraderecha, mientras hacía el ademán de disparar con sus manos, “Plomo es lo que quieren, plomo es lo que hay”.

Da miedo hacer comparaciones con el discurso de ese otro sociópata que incendió el mundo el siglo pasado y provocó la segunda guerra mundial.

¿Un país depredador, practicante del filibusterismo en todas sus formas y que pasa por alto su propia constitución cuando actúa por fuera de sus fronteras, un país que se arroga el rol de sheriff del mundo, el que pretende definir lo que es bueno y lo que es malo, el moralista, el que usa su inmenso poder para premiar o marchitar a quien le plazca, el que reinterpreta todos los principios, tal como sucede con los principios de libertad de prensa y libertad de opinión, según su conveniencia, presidido por un convicto?

¿Acaso fueron mejores los que lo han precedido?

El incendio deliberado e infame de Libia, la destrucción hasta los cimientos de Irak, el agobio a la economía de Venezuela, el bloqueo eterno a Cuba, la destrucción y fragmentación de Yugoslavia, en todo ello hay mucho que explicar y restañar.

Confiar en la decisión de los que han elegido seres que llenaron el mundo de cicatrices, arruinaron países, depredaron pueblos, desplazaron y despojaron a diestra y siniestra, no es buena opción. Tristemente solo podemos esperar lo peor, aunque es difícil definir cuál es peor.

La polarización y el odio no sólo hacen su nefasta tarea en Colombia, todo parece indicar que están de moda en todo el mundo.

Las elecciones del parlamento europeo mostraron un preocupante e implacable avance de la ultraderecha, el péndulo entre el odio y la justicia social se pone del lado de quienes basan su discurso en la discriminación, los privilegios, el supremacismo y el revisionismo histórico.

Es un ciclo: Es el eterno retorno del mal, la humanidad parece no aprender de las lecciones del pasado.

Como en los años 30, en medio de la crisis económica mundial, alto desempleo, hambre, necesidades apremiantes, las naciones eligieron posiciones ultranacionalistas que validaban odios y temores raciales, hoy Europa vuelve a empoderar a los charlatanes.

Suenan trompetas de guerra.

La socialdemocracia que tanto bienestar dio es descartada en favor de posturas ideológicas contrarias, el rencor se hace sólido y palpable, ahoga el raciocinio, los violentos acechan, los crímenes de odio al orden del día y se instala un ambiente explosivo heraldo de la guerra.

El dólar tambalea…

El alicaído dólar está cada día más cuestionado, es abandonado como patrón económico por cada vez más países. La confianza que lo sustentaba perdió su solidez. Naufragan los EEUU, pero nadie quiere hundirse con ellos…

El oro vuelve por sus fueros.

Nunca debió haberse ido. La economía está cimentada en suposiciones cada vez más vaporosas, en confianza cada vez más endeble, la gran estafa se hace evidente, el dólar sucumbe en su fragilidad mientras la economía de EEUU se desmorona, se acabó la fiesta, se desinfla la burbuja…

El reloj de día del juicio final avanza.


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