Con 12 o 13 años rindieron el examen de ingreso a la universidad en Estados Unidos y quedaron en el 1% superior. En diálogo con Infobae, uno de los directores del estudio explicó cómo los monitorearon a lo largo de su adultez y qué resultados obtuvieron tanto en el plano profesional como personal. El caso emblemático de un argentino que también fue un joven brillante.
Julian Stanley tenía demasiadas preguntas por responder. ¿Cuál es el potencial de los chicos superdotados? ¿De qué forma hay que educarlos para que expriman todo su talento? ¿Son exitosos en sus carreras profesionales? En el plano psicológico, ¿logran ser felices? ¿Se sienten orgullosos de ellos mismos?
Eran demasiadas las preguntas que tenía Stanley, reconocido psicólogo de la Universidad Johns Hopkins, y solo había una manera de responderlas: una investigación que siguiera a chicos con altas capacidades intelectuales a lo largo de su vida. Por eso, en 1971, lanzó el The Study of Mathematically Precocious Youth (SMPY) -Estudio de jóvenes matemáticamente precoces- y se propuso reunir a los estudiantes más sobresalientes de 12 y 13 años y monitorearlos durante su adultez. Para ello, pese a su corta edad, hizo que miles de alumnos rindieran el examen de ingreso a la universidad, el SAT; una práctica inédita hasta la fecha.
En total, en la primera cohorte, entre 1972 y 1974, logró reunir 2.188 chicos superdotados. Todos ellos se posicionaron en el 1% superior en el examen y recibieron distintas intervenciones pedagógica con el objetivo de desarrollar su potencial: Stanley propuso que saltearan cursos, que ingresaran antes a la universidad, que participaran de programas de enriquecimiento escolar avanzados. Eso hizo la diferencia. Por caso, un año entero de álgebra lo completaron en apenas tres semanas
Un par de años después, Camila Benbow tomó conocimiento de la investigación. Era estudiante de psicología de último año cuando tuvo como profesor a Stanley y quedó intrigada de inmediato al escuchar del estudio. Comenzó a ayudar a gestionar la búsqueda de chicos sobresalientes en la segunda y tercera tanda (en las que se sumaron 1.260 jóvenes), a realizar encuestas, recopilar datos, ordenar los puntajes en las pruebas y rastrear cómo funcionaban las primeras intervenciones educativas.
La idea original de Stanley era hacer un seguimiento durante un período no tan extenso. Una encuesta una vez finalizada la secundaria y quizás una más para indagar en los inicios de sus carreras profesionales. Pretendía medir, más que nada, los efectos de los experimentos que había propuesto en las aulas. Pero la visión de Benbow era mucho más ambiciosa: quería un estudio de más de 50 años, que siguiera a los adolescentes superdotados a lo largo de su vida hasta la jubilación.
Stanley la apoyó sin dudarlo y, una vez que decidió retirarse, le entregó las riendas del estudio. Benbow lo trasladó a la Universidad Estatal de Iowa, donde la habían contratado como profesora en el departamento de Psicología. A cuatro horas de allí, en la Universidad de Illinois, el becario postdoctoral David Lubinski también estaba estudiando el devenir de los niños superdotados.
Lubinski conocía cada detalle del SMPY. Cuando se abrió una vacante docente en Iowa, se postuló con la ilusión de formar parte del equipo de Benbow. Ambos se reunieron por primera vez en 1990, hablaron durante horas y al año siguiente serían directora y codirector del estudio. Ocho años después también serían marido y mujer.
“El estudio luego lo llevamos a la Universidad de Vanderbilt. Ya lleva 53 años y no tiene fecha de finalización a la vista”, dijo Lubinski en una entrevista con Infobae. “Incluso tenemos en mente un estudio de seguimiento cuando los participantes cumplan 65 años, que está programado para enero de 2027″.
De tanto en tanto, les hacen llegar a los participantes largas encuestas que contienen preguntas de todo tipo: datos personales (si están casados, cómo se compone su hogar, nivel educativo de sus familiares), preguntas respecto a su carrera profesional (qué rol ocupan, cuánto dinero ganan al año), hasta interrogantes sobre su estado emocional (cuán felices se consideran, qué vuelve significativa la vida para ellos, qué los hace orgullosos).
“Uno de los grandes descubrimientos del estudio es que hay muchas maneras de construir una vida satisfactoria y significativa. En general, no existe un camino correcto o incorrecto. Las personas deben responder a su individualidad”, señaló Lubinski.
Si bien los datos son confidenciales, los autores afirman que entre los participantes hay nombres rimbombantes: directores ejecutivos de grandes empresas, profesores titulares en universidades prestigiosas e investigadores de primer nivel, un ganador del Premio Pulitzer, jueces y abogados distinguidos, y periodistas galardonados.
“Lo más importante es que los niños con talento intelectual sean desafiados. Hay múltiples formas de hacerlo y muchas intervenciones son funcionalmente equivalentes. Así como existen muchas formas de hacer una dieta y un programa de entrenamiento óptimos, existen muchas formas de obtener una educación excelente. Hemos desarrollado el concepto de ‘dosis educativa’ para comunicar este concepto”, comentó el codirector del estudio.
Esas “dosis educativas”, dicen, llevaron a explotar el potencial de los chicos.
¿Cómo les fue profesional y personalmente?
La capacidad intelectual en la infancia, los altos puntajes matemáticos y verbales, son un predictor de éxito en la adultez. La conclusión del estudio, después de decenas de papers, es contundente. El éxito se traduce tanto en mejores resultados educativos como en carreras profesionales prósperas e incluso en bienestar emocional y social.
“Los niños que enfrentan desafíos y experimentan una ‘dosis educativa’ óptima (generalmente alguna forma de aceleración) obtienen mejores resultados educativos, ocupacionales y creativos. Además, eso no compromete su bienestar. Las personas que sobresalen en entornos académicos y en el mundo laboral están, en todo caso, en mejor situación psicológica”, remarcó Lebinski.
-La superdotación suele estar relacionada con dificultades para socializar y conectarse con el entorno. ¿No se evidenció eso en el estudio?
-Siempre hay excepciones para cualquier población pero, en general, a las poblaciones intelectualmente precoces les va un poco mejor psicológica e interpersonalmente en comparación con la norma.
-En general, ¿son personas más felices que la media?
-En general lo son.
En un corte hecho en 2014, cuando ya los participantes habían pasado los 40 años, detectaron que un tercio de ellos había conseguido un doctorado, cuando solo el 2% de la población general alcanza ese nivel de estudios. Dentro de la misma muestra, los que alguna vez habían sido niños sobresalientes ya habían registrado 678 patentes, escrito 85 libros y publicado más de 7500 papers. El 7,5% había logrado convertirse en profesores titulares de universidades y muchos eran líderes de empresas importantes.
Dentro de las personas con alto IQ, notaron, hay una tendencia a inclinarse por carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática). Tanto hombres como mujeres informaron un alto nivel de satisfacción con sus elecciones de vida, con los logros en sus carreras. Incluso, en términos de bienestar emocional, satisfacción con la vida y con sus relaciones, ambos obtuvieron puntuaciones universalmente altas.
En cambio, surgieron diferencias marcadas en otros aspectos. La brecha de género se replica también entre las mentes más brillantes y, quizás, con mayor énfasis. La mayoría de las mujeres habían elegido dedicar más tiempo a una amplia gama de intereses además de su carrera. Más tiempo a su familia, a los niños y a la participación comunitaria que los hombres, quienes priorizaban invertir más horas en su desarrollo profesional; más de 50 horas semanales.
En el estudio, los hombres tenían más probabilidades de ser directores ejecutivos de una empresa, a menudo asociada al área STEM. Las mujeres, por su parte, estaban empleadas con mayor frecuencia en negocios generales, eran docentes de primaria o secundaria o se dedicaban al hogar. Alrededor del 90% de los hombres trabajaba a tiempo completo en comparación con el 65% de las mujeres.
Esas diferencias se traducen en salarios disímiles. Los hombres, en promedio, ganaban 140 mil dólares al año cuando se hizo el estudio. Las mujeres alcanzaban los 80 mil dólares anuales. Pero en los ingresos de las parejas también surgían diferencias sorprendentes. Las mujeres tenían maridos cuyos sueldos superaban los 100 mil dólares, mientras que los hombres se habían casado con mujeres con salarios de 20 mil.
Al margen de la brecha de género, tantos hombres como mujeres coincidieron en gran medida en que la familia es el factor primordial a la hora de tener una vida significativa. Para unos como para otros es su motivo principal de orgullo.
Un caso representativo argentino
-Creo que pude desarrollar mi potencial, pero me hubiera sido mucho más fácil si mi educación hubiera estado a medida de mis necesidades -le dijo a Infobae Daniel Ricart-. Parte del desarrollo de talento tiene que ver con el impulso y la motivación que uno tiene adentro, que lo mueve a encontrar tutores, referentes, pero lógicamente que si me hubieran facilitado las herramientas que necesitaba todo hubiera sido más sencillo.
Ricart, de 55 años, habla desde Londres, donde reside. Se crio en una familia de clase media-baja de Bella Vista. Sus padres no llegaron a terminar la primaria. Tenían una pollería en la que él colaboró desde los 12 años. Pese a la falta de estudios, su papá, sobre todo, tenía un interés ávido por la lectura, por las ciencias básicas y el funcionamiento de las cosas. Quizás sin darse cuenta, él absorbió la curiosidad.
El SMPY preserva la identidad de los participantes, pero el caso de Ricart bien podría funcionar como un ejemplo de cómo un joven brillante logró hacerse camino. Mientras cursaba en la escuela, buscaba pasar inadvertido aunque las diferencias con sus compañeros se hicieron evidentes con el correr de los años. Un test que hizo ya de más grande arrojó que su coeficiente intelectual era de 175, cuando la media se ubica en los 100 puntos. En todas las escalas se considera ese número como “muy superior” o, más bien, como superdotado.
“La superdotación es un predictor de buenos resultados educativos y éxito profesional, es cierto. Cuanto más tiene uno desarrollado los aspectos cognitivos en la primaria, secundaria y universidad tiene mayores chances de prosperar en el ámbito profesional. Está demostrado estadísticamente y, en mi caso, por suerte fue así”, indicó.
A diferencia de los estudiantes que participaron del estudio estadounidense, Ricart no recibió “dosis educativas” durante su primaria ni secundaria. Saltear un grado o pensar en estrategias de aceleración eran opciones que ni siquiera estaban contempladas por entonces. Recién en la universidad pudo avanzar a su ritmo. Se anotó para estudiar la carrera de Contador Público en la Universidad de Buenos Aires y la hizo en tiempo récord. Cursó materias en verano, asistió al doble de las cátedras habituales, rindió libre las asignaturas más sencillas. Llegó a dar 18 materias en un ciclo lectivo. Se recibió a fines de la década de los ‘80, al cabo de un año y diez meses; lo que hasta hoy es un registro histórico en la UBA.
El entonces decano de la Facultad de Ciencias Económicas lo propuso como “Joven sobresaliente de la Argentina”, un reconocimiento que en esos tiempos entregaba el presidente de la Nación. Un jurado de expertos, que sesionó durante la presidencia de Raúl Alfonsín, aprobó la propuesta y Ricart recibió la distinción en “Logros académicos”. La entrega, al final, fue de manos de Carlos Menem en 1989, después de que se adelantara el traspaso del poder.
Alfonsín le sugirió que se contactara con el doctor René Favaloro, ya consagrado como una eminencia de la medicina. Si bien ni uno ni otro habían estudiado ciencias de la educación, a ambos los unía la vocación por mejorar el sistema educativo. Ricart le contó lo que era una idea incipiente: generar un ecosistema que contuviera a los chicos con altas capacidades intelectuales (ACI), siempre marginados de la escuela; esa escuela que a él mismo le hubiera servido.
A Favoloro le interesó su iniciativa y lo adoptó casi como un discípulo. Le recomendó que se fuera a Estados Unidos a prepararse, lo ayudó a conseguir el financiamiento para estudiar en Harvard, pero le indicó: “Tenés que volver y volcar todo lo que aprendiste en la Argentina”.
Después de sus años en Harvard, se decidió a crear un proyecto destinado a los chicos con ACI. A chicos que, tal como le sucedió a él, no se sintieran a gusto en el sistema educativo. A los 21 años fundó en una casita antigua de Saavedra un jardín de infantes, con dos salas integradas, que creció con el tiempo. Por pedido del gobierno mendocino, en 1992, su fundación pasó a coordinar el primer sistema de educación pública que apuntaba a alumnos de alto rendimiento. Luego llegó el Colegio Norbridge en Pilar.
“Uno de los grandes fracasos de la escuela actual es que los chicos no tienen un puente para transferir lo que aprender a la vida cotidiana. Entonces, en el Norbridge trabajamos mucho con el método de casos, en el que buscamos trasladar los conocimientos a problemas reales. También diferenciamos las habilidades de cada alumno para motivarlos más en esas competencias o compensarlos en las áreas más débiles”, explicó el fundador del colegio.
En su escuela no siempre ocurre que los alumnos cursan con compañeros de la misma edad. Hay un “cross-grading” porque -dice- los niños más pequeños aprenden mucho de sus pares más grandes. Además de las clases magistrales, la idea es que el establecimientos funcione como un laboratorio, con participación activa de los estudiantes, con trabajo en equipo y por proyectos. En otras palabras, con “dosis educativas”.
infobae.com
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