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Columnista de Opinión.  DR. Carlos Fajardo

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La Historia de Colombia se ha escrito con sangre de combatientes, pero fundamentalmente de civiles cautivos de una guerra fratricida e inhumana en la cual el “todo vale” ha adquirido características monstruosas.

 La sevicia y crueldad de los “combatientes” tanto de los ejércitos irregulares, como de las fuerzas armadas del estado no tiene límites.

 Más de doscientos años de múltiples guerras donde las víctimas siempre las ponen los menos favorecidos, los más ignorantes y por lo tanto los más manipulables, han permitido que nuestro país se haya ganado la triste fama de ser uno de los territorios más violentos, inequitativos y corruptos del orbe. Uno de los países con mayor concentración de la riqueza, con mayor desplazamiento interno y despojo de tierras del mundo.

 Aun así, en determinados momentos han aparecido líderes que a costa de su prestigio e incluso de su tranquilidad y de su propia vida, han intentado promover procesos de reconciliación que, lamentablemente, siempre se han quedado cortos, en parte por la limitada visión de sus gestores, por la resistencia de los protagonistas de la brutal hemorragia, por la fatal indiferencia o el odioso fanatismo de los ciudadanos o por la perversidad, mediocridad, incoherencia, egoísmo y codicia de algunos de sus dirigentes, sus empresarios y latifundistas.

 Previo al advenimiento del gobierno de Gustavo Petro, uno de los más connotados líderes de la clase dirigente de este país, Juan Manuel Santos, se atrevió a comprometer su capital político en la búsqueda de una paz con los grupos violentos, a su llamado, a trancas y mochas respondieron las FARC, para ese entonces la guerrilla más numerosa y antigua del continente, surgida de los escombros de asentamientos campesinos bombardeados por el criminal GUILLERMO LEÓN VALENCIA, quien pasó a la historia como “EL CARNICERO”.

 No fue para nada fácil esa negociación, con tozuda paciencia Juan Manuel y su equipo negociador lograron, luego de largos años y tortuosas conversaciones, firmar un acuerdo de paz que el hábil político quiso revalidar a través de un referendo, pese a que el mandato popular había sido contundente.

 Enfrentaba la férrea oposición de su ex mentor ÁLVARO URIBE VÉLEZ, quien había llegado a comienzos del siglo XXI al poder con la promesa de aniquilar los grupos violentos y a fe que lo intentó hacer sin mayor éxito, llenando de sangre, como es habitual, los campos y veredas de Colombia con su fallida “Seguridad Democrática”.

 Acusado por el señalado líder de la ultraderecha guerrerista y corrupta de haber traicionado los “principios” del partido que lo avaló, enfrentó las críticas acerbas de la derecha y la ultraderecha y su prensa obsecuente, de tal manera que el famoso “Referendo por la Paz” fue ganado por quienes, con la mendaz cantilena “La paz si, pero no así” y con el mensaje de que Santos estaba “entregando el país a las FARC”, se oponían al texto acordado.

 Experto en responder a las trampas de la ultraderecha con sus recursos de avezado político, como un experimentado jugador de Póker, Juan Manuel Santos, logró sortear la crisis y, luego de una rápida renegociación de algunos apartes del acuerdo en los que se basaba la oposición para invalidar el acuerdo, puso sobre la palestra un acuerdo reformado que finalmente se aprobó en el Congreso y quedó listo para ser puesto en práctica.

 Lo sucedió, por desgracia, un limitado, inexperto y aún joven discípulo del arriba señalado líder de la ultraderecha, el señor IVAN DUQUE MARQUEZ, quien, durante los cuatro años de su mandato, aparte de hacerse el de la vista gorda ante la matanza de exguerrilleros firmantes del acuerdo, se dedicó a malgastar los dineros presupuestados para la implementación de la paz, muchos de ellos fruto de donaciones internacionales y a torpedear el proceso que difícilmente había logrado Santos.

 Sucedió al inepto mandatario el Dr. Gustavo Petro Urrego quien nuevamente priorizó la implementación del acuerdo y buscó ampliarlo al incluir a otras fuerzas tanto de ultraderecha como de ultraizquierda en el marco de un nuevo proceso al que llamó “Paz Total”.

 Nuevamente, como si se hubiera despertado la fiera sedienta de sangre de los cultores de la guerra, empezó a enfrentar las críticas y la maledicencia de la más hirsuta derecha y de algunos camaleónicos politiqueros que habían llegado proclamando un apoyo cosmético a las propuestas del hoy mandatario, mismo que se diluyó cuando empezaron a ejercer como congresistas y revelaron, sin rubor alguno, su verdadera cara.

 Como si no bastara con el coro de aullidos, calumnias, descontextualizaciones de la derecha en contra de la PAZ TOTAL, uno de los principales actores de la guerra que aún nos agobia, el ELN, convertido, luego del desmantelamiento de las FARC, en la guerrilla más longeva, se ha dedicado en forma recurrente a perpetrar acciones que ponen a tambalear el proceso y ponen a prueba la voluntad de paz del propio gobierno.

 La última de esas acciones, una que ha generado el rechazo contundente y masivo de la ciudadanía, fue el secuestro infame de los padres del jugador de fútbol LUCHO DIAZ, gloria del deporte colombiano…

 Cuesta trabajo entender el propósito de esa acción en el contexto de una negociación esperada y prometedora como no sea el de sabotearla al punto de hacer imposible su avance y condenarnos a muchos años más de enfrentamiento fratricida, debilitando al primer gobierno de izquierda democrática.

 ¿A quién favorece esa estúpida salida?

 Claramente favorece a las alas más guerreristas de los extremos ideológicos signados ambos por intereses ilícitos que podrían afectarse si se avanza hacia un acuerdo: El narcotráfico, el tráfico de armas, el despojo, el volteo de tierras, la deforestación, fuente de espurias riquezas para unos pocos tanto de un lado como del otro del espectro político.

Qué dura es la lucha por pacificar este país, qué difícil e ingrato es el camino hacia la paz, por la justicia y la equidad. Los actores armados siempre dispuestos a bañar el patrio suelo de sangre, de odio y de inquina. La derecha mendaz y vociferante se complementa con el ELN.

 Se firman ceses al fuego, pero siempre hay quienes están dispuestos a traicionar sus frágiles compromisos y no dudan en afectar a civiles inocentes. El gobierno ha comprometido su credibilidad y su prestigio en la búsqueda de la paz total, pero su lucha parece no dar frutos…

 El secuestro de los padres de Lucho Díaz, un hombre del pueblo que pudo capitalizar su inmenso talento y nos hace vibrar de orgullo con sus logros, no tiene justificación alguna ni explicación racional, como no sea la de un sucio entrampamiento a la Paz Total.

 ¿Hasta cuándo?

 Cualquier afrenta a ese proceso es un acto de traición repugnante a la voluntad mayoritaria de paz de los colombianos, lacera la esperanza de construir un país viable y mejor, obstaculiza el camino hacia un futuro brillante y promisorio, compromete el destino de nuestros jóvenes.

 Enarbolemos la bandera de la paz, salgamos todos a las calles en una expresión fraterna y masiva de nuestro anhelo de paz, que toda Colombia se una en un grito exigiendo el respeto al cese al fuego y al compromiso de acallar las armas y promover el diálogo y el entendimiento…


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