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Mar. Nov 5th, 2024
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La historia político económica de los últimos cuarenta años en la Argentina puede contarse a partir de frases de los presidentes, algunas de las cuales quedaron como marcas indelebles en el imaginario nacional. Se trata de cuarenta años de democracia ininterrumpida que comienzan el 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín asumió el gobierno de un país herido en su tejido social por casi diez años de terrorismo de estado, siete de dictadura cívico militar, y más de cincuenta de democracias interrumpidas. Cuarenta años de democracia que, frente a los fantasmas golpistas que se agitan, vale la pena recorrer para ver, entre otras cosas, el daño físico, psicológico y de una economía endeble que las dictaduras dejaron en un país siempre en llamas, inmerso en un contexto internacional, y que las complejidades de la política no logran llevar a flote.

Con estas palabras, el candidato por el radicalismo, Raúl Alfonsín (1927-2009), cerraba su campaña en un escenario montado junto al obelisco, con una multitud de personas que fuimos a escucharlo y a vivarlo, cuatro días antes de las elecciones presidenciales, que se llevaron a cabo el 30 de octubre de 1983 y lo dieron por ganador, con el 51,75% de los votos, sobre un 40,16% del Partido Justicialista, cuyo candidato era Ítalo Argentino Luder, constituyendo la primera derrota electoral del peronismo en su historia. Alfonsín asumió el 10 de diciembre de ese mismo año.

Que la dictadura se iba a acabar era algo que cantábamos en las calles, en marchas y en las plazas. Que no iba a volver a ocurrir un golpe de Estado era una expresión de deseo, que Alfonsín capitalizó. El discurso fue poderoso y la frase que la historia viralizó fue: “Con la Democracia se come, se cura y se educa”.

Sin embargo, la promesa no sería de fácil realización; la dictadura había dejado una pesada herencia en aspectos económicos, además de una herida muy profunda en el tejido social. La democracia volvía a nacer, pero trastabillaba en sus primeros pasos. La economía, tras una leve recuperación, se estancaba; el líder gremial Saúl Ubaldini iniciaba una serie de huelgas generales, en las que se coreaba: “Traigan al gorila de Alfonsín, para que vea, que este pueblo no cambia de idea, sigue las banderas de Evita y Perón”.

El “sueño” de Alfonsín, como lo describe Marcos Novaro, en su libro Historia Argentina: 1955-2010 (Siglo XXI), parecía incumplible: “Alfonsín creyó que la promesa de ‘democracia con justicia social’ con que había logrado derrotar a Luder lo habilitaba para recoger tanto el legado de sus predecesores en la intransigencia como el jefe ausente de los derrotados”.

El 22 de abril de 1985 comenzó el juicio a las juntas militares. Tras casi ocho meses de debates y testimonios de victimas del terrorismo de estado, el tribunal condenaba a nueve comandantes. El fiscal Julio Strassera, tomando el título de la CONADEP, terminó su discurso con una frase que hoy pertenece a todos los argentinos: “Nunca Más”.

Dos años después, en un clima de inestabilidad, las rémoras de los 70 volverían a acechar a la joven democracia, al producirse una serie de tres sublevaciones carapintadas, lideradas por el coronel Aldo Rico primero, y luego por Mohamed Alí Seineldín. Luego del levantamiento carapintada en la Semana Santa de 1987, Alfonsín dio un discurso frente a un pueblo ansioso de explicaciones, donde deseó Felices Pascuas y pronunció su célebre frase: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Aunque la casa no estaba tan ordenada, los levantamientos no desestabilizaron la democracia, pero lograron ejercer suficiente presión para que el gobierno decretara las leyes de Obediencia debida y Punto final.

La situación económica e institucional del gobierno era endeble. El Plan Austral de 1985, que significó un cambio de moneda temporario, fracasó. 1989 llegó con la hiperinflación bajo el brazo. Como relata Jennifer Adair en el libro 1983. Un proyecto inconcluso (FCE), una ciudadana le envió a Alfonsín el 1° de mayo de ese año convulsionado, una carta con la pregunta: “¿Por qué nos quitaste las esperanzas? ¿Por qué nos abandonaste?”. La autora analiza cómo la recesión, el endeudamiento y la desilusión de buena parte de la población precipitaron el fin de su gobierno. A mediados de año, un Alfonsín ya muy debilitado acordó una salida anticipada con un político riojano de larga militancia en el justicialismo: Carlos Saúl Menem (1930-2021).

El lema de campaña del carismático gobernador de La Rioja, cautivaba a las masas, que se habían llevado un gusto agridulce de la vuelta a la democracia. El muro de Berlín colapsaba, y con él, el orden bipolar; una Unión Soviética muy diezmada perdía control sobre el bloque del Este, y entraba en su fase final. La hegemonía del neoliberalismo, cocinado en EE.UU. y aceptado por el mundo occidental, avanzaba. Argentina no era ajena a este proceso; los principales candidatos adherían al nuevo esquema: Menem (PJ), el radical cordobés Eduardo César Angeloz (UCR) y Álvaro Alsogaray (UCeDé), que había sido ministro de Industria en el gobierno de facto de Pedro Eugenio Aramburu, y autor de la célebre frase “Hay que pasar el invierno”, en 1959, para justificar la falta de pago de salarios a trabajadores.

“Ahora es el turno de la economía” fue el argumento de campaña de Angeloz. Menem levantaba las banderas del “salariazo” y “la revolución productiva”, que devendrían promesas incumplidas. Menem arrasó en las elecciones, le sacó más de 10 puntos de ventaja al Angeloz. El 8 de julio de 1989, Alfonsín le puso la banda presidencial a Menem: el acercamiento entre el peronismo y radicalismo, que retrotraía al célebre abrazo entre Perón y Balbín, reafirmaba la transición democrática.

Menem, preso durante la dictadura, a los cuatro meses de haber asumido, firmó los indultos de los ex comandantes sancionados por la Guerra de Malvinas, 39 militares procesados por violación a los DDHH, y 64 ex integrantes de organizaciones guerrilleras, además de los militares procesados por participar de los levantamientos carapintada. A pesar de estas medidas “pacificadoras” (y que ponían sobre el tapete una vez más la discusión sobre la teoría de los dos demonios, o pretendían saldarla), el 3 de diciembre de 1990, el Coronel Seineldín lideraba otro levantamiento carapintada. El 29 de diciembre Menem indultó a los comandantes detenidos, Videla, Massera, y Viola, y al líder de Montoneros, Mario Firmenich.

Este intento de pacificación no era suficiente para calmar el malestar del pueblo; era necesario atender la cuestión económica. El presidente, visto con desconfianza por el empresariado, ponía en marcha el “achique del estado”, que se tradujo en un plan de privatizaciones, y el inicio de la convertibilidad ejecutada por Domingo Cavallo.

El 17 de marzo 1992, se produciría un nuevo hecho de violencia, pero esta vez no surgiría de un conflicto interno: una camioneta cargada con explosivos se estrelló contra la Embajada de Israel, en el barrio de Retiro, murieron 22 personas y 242 resultaron heridas. En 2004, Menem, en una entrevista al programa Fuego cruzado de Canal 9, lanzó algunas conjeturas al decir que había “sido el único presidente argentino que visitó Israel… Quizá esto haya ofendido a estas organizaciones terroristas… Lo otro que puede ser es el envío de las naves argentinas al Golfo con motivo de la invasión de Irak a Kuwait”. Dos años después, ocurrió el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en el barrio porteño de Once, que dejó un saldo de 85 personas muertas y 300 heridas. El Presidente sería acusado de encubrir a los autores intelectuales de un acontecimiento que tendría repercusiones en la política argentina hasta el día de hoy.

El 6 de abril de ese mismo año fue hallado el cuerpo del soldado conscripto Omar Carrasco en una dependencia del Ejército en Zapala, Neuquén, con signos de haber recibido una brutal golpiza. A raíz de este hallazgo, el 31 de agosto el gobierno puso fin al servicio militar obligatorio.

En noviembre, Menem y Alfonsín se encontraron en la quinta presidencial y establecieron un acuerdo que se conoció como el Pacto de Olivos, dando lugar a una reforma constitucional, que permitiría la reelección del riojano el año siguiente.

A pesar de las denuncias de corrupción contra el gobierno y su entorno político y familiar, Menem obtuvo un aplastante triunfo en primera vuelta, sacándole más de veinte puntos al candidato del FREPASO (una alianza de partidos de centroizquierda), el mendocino José Octavio Bordón. La UCR, con Horacio Massaccesi a la cabeza, se ubicó en un lejano tercer puesto. El oficialismo triunfó en todas las provincias, con la excepción de la Ciudad de Buenos Aires: el talón de Aquiles del justicialismo, pero incluso allí perdió por menos de un punto.

Menem nunca dejó de alzar las banderas del justicialismo. Sin embargo, su primera gestión, con la liberalización del mercado, el alineamiento político con EE.UU. y la decadencia de la industria nacional,  poco tuvo que ver con el “peronismo de Perón”.

En su segundo mandato (1995-1999) subían los índices de pobreza, desempleo, indigencia, y trabajo no registrado. Las puebladas de Cutral Có y Plaza Huincul, que tuvieron su origen en los despidos masivos de YPF, vieron nacer al movimiento piquetero. Un PJ muy desgastado tuvo que enfrentarse en 1999 con la Alianza, la unión entre el FREPASO y la UCR. La fórmula elegida fue Fernando De La Rúa-Chacho Álvarez. El menemismo se presentó dividido: Domingo Cavallo, ex ministro de Economía, presentó lista propia, mientras que Eduardo Duhalde, vicepresidente y gobernador de la Provincia de Buenos Aires, representó el PJ.

Con una campaña publicitaria disruptiva, ideada por el publicista Ramiro Agulla (creador de “La llama que llama” para Telecom), la Alianza obtiene una victoria abrumadora en las elecciones, con un 48,5% de los votos, frente al 37,9% del PJ. Como Alfonsín en 1983, quien se convirtió en el primer presidente en vencer al justicialismo en elecciones, De La Rúa sería el primer radical en suceder al peronismo en la presidencia. Lejos de un parque de diversiones, heredó una situación económica gravísima, y tampoco fue capaz de revertir la situación. La convertibilidad menemista era una bomba imposible de desactivar; solo quedaba postergar su estallido. Como señala Ricardo Delgado en su libro La Herencia: Treinta años de economía argentina en democracia (FCE): “El destino de la convertibilidad estaba echado, y le tocó en suerte al gobierno aliancista ser el que convirtió, tortuosamente, con escasa imaginación y un uso equivocado de las herramientas, con su final.”

Aún faltaba para el “Que se vayan todos” de 2001, aunque esta expresión ya estaba latente. Para Delgado: “Era de suponer que el gobierno no heredaría el discurso menemista… no fue así. De La Rúa adhirió por completo a la idea de que la recesión se explicaba por el déficit fiscal y no por el dólar barato.” El gobierno iba a continuar con los ajustes y la “disciplina fiscal”. José Luis Machinea, ministro de Economía, fracasaba: con la macroeconomía desestabilizada, las clases medias y populares pagando el ajuste y las provincias gobernadas por el PJ desfinanciadas, nada podía augurar un final “divertido”.

Tras acusar a su propio gobierno de corrupción, Chacho Álvarez renunció a su cargo el 6 de octubre del 2000. Graciela Fernandez Meijide, ministra de Desarrollo, declaró años después en una entrevista para la TV Pública: “Yo creo que Chacho dio como excusa una presunta coima pagada en el senado… creo que se dio cuenta rápidamente que desde el punto de vista económico no íbamos a poder dar ninguna buena noticia a la gente”. La renuncia anticipada le había echado leña -o nafta- al fuego. En marzo del 2001, Machinea renuncia y asume Ricardo López Murphy, que recorta en Educación, jubilaciones, Salud, subsidios, mientras aumenta el IVA y las cooperativas comienzan a pagar ganancias. Tras su renuncia,  no queda más remedio que llamar al “padre de la criatura”. Así,Cavallo volvía al frente de la cartera clave, con un nuevo ajuste, en el que jubilados y funcionarios públicos serían las víctimas: un descuento del 13% a cargo de Patricia Bullrich, al frente del Ministerio de Trabajo. La economía acumulaba doce trimestres consecutivos de caída, la pobreza y el desempleo crecían, y los precios de las exportaciones se derrumbaban en un contexto internacional poco favorable.

Entonces, vino el estallido: ante la corrida bancaria, Cavallo impuso el “corralito” que dejó cautivos los ahorros en los bancos, que generaron protestas frente a las entidades bancarias; el 13 de diciembre las centrales obreras declararon la huelga general, hubo saqueos a comercios, cacerolazos y piquetes y, en respuesta, una feroz represión. El acontecimiento, que se conoció como el Argentinazo (y que analizo en la Revista Cuaderno de la BN), se colocaba al frente de la larga serie de -azos que se sucedieron en el país, al menos desde el Cordobazo en 1969. El 19 de diciembre el gobierno declaró el Estado de sitio, las movilizaciones continuaron, y entre el 19 y 20 de diciembre, las fuerzas de seguridad dejaron un saldo de 39 muertos. El 20 de diciembre, un De la Rúa vencido huyó en helicóptero desde la terraza de la Casa Rosada.

El 20 de diciembre por la noche asume la presidencia el titular del Senado, Ramón Puerta, que convoca a una Asamblea Legislativa, en la cual se elige como presidente a Adolfo Rodríguez Saá, quien en una semana de mandato suspende el pago de la deuda externa, medida celebrada en el Congreso. Sin apoyo político, el puntano renuncia y es sucedido por Eduardo Camaño durante tres días. El 1° de enero de 2002, el bonaerense Eduardo Duhalde (1941) inauguró el nuevo año como presidente elegido por la Asamblea Legislativa.

El 6 de enero de 2002 se deroga la Ley de Convertibilidad, se devalúa la moneda, se pesifican los depósitos bancarios en moneda extranjera, se congelan las tarifas de servicio. Contra todos los pronósticos, la economía deja de caer en abril, y Argentina respira. Jorge Remes Lenicov, a cargo de estas medidas, por diferencias con el presidente, renuncia, y en abril, Roberto Lavagna se hace cargo del ministerio de Economía.

La explosión del 2001 estaba lejos de ser un asunto del pasado, las protestas sociales continuaban, y el 26 de junio, se produce la Masacre de Avellaneda. En el Puente Pueyrredón, que liga la Capital con la zona Sur del Gran Buenos Aires, los movimientos de desocupados (para entonces la desocupación era la más alta de la historia del país) se movilizan contra el Gobierno, que responde haciendo ostentación de un despliegue represivo notable, al enviar efectivos de la Policía Federal, la Bonaerense, Prefectura naval, y Gendarmería nacional. Las fuerzas de seguridad dejaron un saldo de 33 heridos por balas de plomo y dos muertos: Maximiliano Kosteki y Darío Santillan. Duhalde decidió adelantar las elecciones.

En los meses posteriores el gobierno empezaría dar vuelta la página de uno de los períodos más oscuros de la historia Argentina: la economía se reactivó, se consolidaron las condiciones de gobernabilidad, y el mundo empezaba a dar señales favorables al país. El mérito de la gestión de Duhalde fue hacer posible la salida de la convertibilidad y no morir en el intento. Un país que lentamente empezaba a enderezarse, tendría que elegir a un nuevo representante. Ya se habían ido todos.

Pero antes de continuar con la línea histórica, una pequeña observación:

Habían transcurrido el auge y la declinación del menemismo, las crisis inflacionarias y deflacionarias durante los períodos radicales, el “que se vayan todos”, las contradicciones del duhaldismo. No obstante, desde el regreso de la democracia, la izquierda ha mantenido un perfil electoral relativamente discreto. Jorge Marchini, académico, economista, investigador de CLACSO, arroja una mirada sobre este fenómeno: “La izquierda tiene un gran problema: el peronismo, que es el gran movimiento histórico”. Contra la idea ya abonada desde el PC, Marchini afirma: “El peronismo no es el fascismo, aunque tenga algunos elementos, pero tiene rasgos de participación popular y de expectativa popular enormes”. Si nos remontamos a la década del 70, luego de que Perón defraudara a la juventud militante, y no trajera en su retorno el “socialismo nacional”, los jóvenes de la resistencia optaron caminos distintos. Desde la vuelta a la democracia, el trotskismo ha conservado la hegemonía de la izquierda partidaria nacional, con una postura básicamente opuesta al peronismo.

Un peronismo envalentonado con tres candidatos, una UCR completamente diezmada y dos ex-aliancistas, se iban a disputar la presidencia, en lo que fue casi que una elección de “quintos”. En los comicios de 2003, Menem obtendría el 24 por ciento de los votos, seguido por un tal Néstor Kirchner (1950-2010), con el 22%; Ricardo López Murphy, un 16%; Adolfo Rodríguez Saá, el 14,11% y Elisa Carrió, el 14,05%. Al bajarse Menem del balotaje, el Frente Para la Victoria, liderado por la fórmula Kirchner-Scioli, llega a la Casa Rosada.

Parafraseando a Marthin Luther King en su célebre discurso “Tengo un sueño”, el patagónico Néstor Kirchner se presentaba en sociedad sabiendo que tenía una difícil tarea: que la gente volviera a creer en la democracia. El ex-gobernador santacruceño analizó: “Era muy difícil ser candidato en esta elección, por la bronca de la gente con la política, había que jugarse…” El 25 de mayo asume esta tarea titánica;  se lo ve calmo: juega con el bastón presidencial en el Congreso ante las risas de su esposa, la abogada y senadora por Santa Cruz, Cristina Fernández, que devendría Primera Dama.

En una de sus primeras jugadas al frente del gran ajedrez nacional, Néstor mueve una pieza fundamental: mantiene a Lavagna en el Ministerio de Economía. En 2003, el PBI crecería un 8,8%; los números de desempleo empiezan a ceder, y el Banco Central, a recuperar reservas. El éxito económico le dio legitimidad al flamante presidente, quien supo establecer alianzas con distintos sectores de izquierda y centro-izquierda. La mejora económica coordinada en alianzas estratégicas con diversos sectores lo ayudaría a construir una gobernabilidad muy sólida.

El 21 de agosto del 2003 se anulan las leyes de Obediencia debida y Punto final, en un primer paso que abre la puerta a reivindicaciones por la Verdad, Memoria, y Justicia, y la reapertura de las causas por crímenes de lesa humanidad. El 24 de marzo de 2004, en un gesto más que simbólico, Kirchner ordena al jefe del Ejército descolgar los cuadros de los represores Videla y Bignone de una de las paredes del Colegio Militar de El Palomar. Hasta el día de hoy escuchamos en las marchas: “Cuando bajaste los cuadros, todo empezó a cambiar”. Toda acción genera una reacción: en 2006, desaparece por segunda vez Julio López, cuando iba a declarar en el juicio contra el represor Miguel Etchecolaz en La Plata. El gigante dormido parece despertar y los fantasmas se agitan. Ese año se funda La Cámpora, ala de la juventud K.

El gobierno de Néstor Kirchner tuvo un saldo positivo: la economía crecería de forma constante, y en paralelo descendían los niveles de pobreza y desempleo. En 2005 se estableció una quita del 76% de la deuda externa, y el 3 de enero del 2006 se abonó la deuda con el FMI. Un país que estaba en las ruinas parecía lograr la utopía: el Fondo Monetario ya no condicionaría los destinos del país. Claro, sabemos que nada es para siempre. Kirchner la tenía clara: “Para cambiar las estructuras sociales se necesitan 20 años de un plan continuo, cuatro o cinco mandatos, y eso son por lo menos dos presidentes diferentes. Tenés que gobernar, ser reemplazado, y volver después”. La cita figura en Néstor. El hombre que cambió todo, de Jorge “Topo” Devoto (Planeta). Pero Néstor no pudo volver.

Un país que había vuelto a cobrar vida, le agradecería en las urnas al peronismo. La victoria fue culminante: la candidata del FPV, la platense Cristina Fernández (1953), acompañada en la vicepresidencia por el radical mendocino Julio Cobos, ganó con el 45 % de los sufragios, convirtiéndose en la primera presidenta mujer electa por el voto popular, seguida por Elisa Carrió, quien arañó el 23 %.

Cristina continuaba con el legado de Néstor: durante su mandato la pobreza disminuyó el 6% y la indigencia el 2%, la desocupación bajaba y se duplicaba el presupuesto en educación. Durante su gobierno, se extendió la cobertura del PAMI, se dictó la ley de Matrimonio igualitario y se otorgó por decreto la AUH (Asignación Universal por Hijo).En 2008, año de crisis internacional por el estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense, se detona “el conflicto del campo”: el 11 de marzo, la resolución 125, anunciada por Martín Lousteau, ministro de Economía, fijaba un sistema de retenciones móviles atado a la evolución de los precios internacionales. La reacción de estancieros y chacareros fue contundente. Las patronales agropecuarias darían meses de luchas, con cortes de ruta y otras medidas, que CFK bautizó “Piquetes de la abundancia”. Como resultado, Lousteau presentó su renuncia. La “125” fue aprobada en Diputados pero no pasó en Senadores. El vicepresidente Cobos se definió por la negativa: “Que la historia me juzgue, pido perdón si me equivoco, mi voto no es positivo”.

Un año después, el grupo Clarín “se le paraba de manos” a Cristina. La Ley de Medios Audiovisuales, que buscaba limitar la concentración de los medios de comunicación, sería rápidamente denunciado por Clarín, que se opuso fuertemente a esta ley, argumentando “persecución política” y “limitación de la libertad de prensa”. Esta rivalidad perduró en el tiempo. En 2023, luego del intento de asesinato a CFK, y en una doble referencia al atentado y al juzgamiento de la entonces vicepresidenta por presunto enriquecimiento ilícito, el diario titulaba: “La bala que no salió, la condena que va a salir”. En el libro Sinceramente (Sudamericana), Cristina escribió: “Néstor me lo dijo: ‘te van a proseguir a vos y a tus hijos’. No fue altisonante”. El 27 de octubre del 2010, mientras se realizaba el censo nacional, Néstor Kirchner murió. Tenía 60 años, los militantes y simpatizantes del expresidente inundaron las calles en señal de duelo, y presidentes de toda la región viajaron a la Argentina para despedirlo.

Las elecciones de 2011 le dieron a Cristina la segunda victoria más holgada de la historia argentina, por detrás del triunfo de Marcelo T. de Alvear en 1922. Con un 54,11% de los sufragios, la fórmula Fernández de Kirchner-Bodou le sacó más de 37 puntos a la segunda, Binner-Morandini, evidenciando algo que hasta hoy es cierto: la socialdemocracia no logra hacer pie en la Argentina.

Uno de los principales hitos del segundo mandato de Cristina fueron las estatizaciones de Aerolíneas Argentinas y de YPF, el avance en materia de DDHH con el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad y la sanción de leyes que protegen a mujeres y diversidades sexuales. En cambio, no prosperó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), que sería sancionada en 2020.

Entre 2011 y 2013, el PBI creció, la inflación se mantuvo controlada y la construcción de escuelas llegó a su récord histórico, con el gran mojón del plan “conectar igualdad”. Sin embargo, la pobreza no bajaba del 25/30%, un umbral que desde el retorno de la democracia no se pudo romper. En 2014, este ciclo virtuoso finalizó: la moneda se devaluó, la inflación creció de manera sustancial, cayeron las exportaciones y el PBI decreció. En este contexto económico el kirchnerismo empezó a recibir cada vez más críticas, la izquierda denunciaba la falta de justicia redistributiva en el contexto de un crecimiento económico sostenido, y crecían las denuncias por corrupción y por medidas “populistas”. Chiche Duhalde, ex senadora del PJ, y esposa de Eduardo Duhalde, decía que “…niñas de 12 o 13 años se embarazan para cobrar un plan social”. Salieron a la luz casos de corrupción vinculados a figuras del gobierno como Lázaro Baéz, y Julio De Vido, y el kirchnerismo perdió alianzas con agrupaciones sociales. Todo auguraba una derrota electoral.

De cara a las elecciones de 2015, Mauricio Macri (1959), jefe de Gobierno porteño, exdiputado nacional y expresidente del Club Boca Juniors, se plantó con un discurso de “no cambiar las cosas que sí se hicieron bien”, de transparencia y republicanismo, que caló en el electorado antikirchnerista. El oficialismo llevaba como candidato a Daniel Scioli, vicepresidente de Kirchner y gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

El 25 de octubre, en las elecciones nacionales, María Eugenia Vidal sería la primera mujer en llegar a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, la más habitada del país y un bastión históricamente peronista. A nivel nacional hubo balotaje: el 22 de noviembre, con el triunfo de Macri, el presidente de la Argentina por primera vez en la historia de la democracia no fue radical ni peronista. Su gobierno se caracterizó por medidas de austeridad graduales, como el “sinceramiento” de las tarifas de servicios públicos. En su primer año de mandato la inflación fue del 40%, aumentó la pobreza y decreció el PBI, la salida del cepo cambiario en la que se depositaban tantas expectativas los sectores de la oposición tuvo malos resultados. La protesta social creció. La postura macrista en materia de DDHH le generó muchas críticas al mandatario, que reflotó la teoría de “los dos demonios”, con un funcionario como Darío Lopérfido, ministro de Cultura de CABA, discutiendo la cifra de 30.000 desaparecidos en 2017.

Ese año, el país volvió a crecer y la inflación le dio respiro al gobierno. Pero hechos como la desaparición del submarino ARA San Juan, el asesinato de Santiago Maldonado en la Patagonia, la reforma previsional y una feroz represión sobre los jubilados, provocaron una caída en la aprobación popular al gobierno continuara. Las organizaciones de izquierda y piqueteras pedían la renuncia anticipada de Macri. Los años siguientes, la economía se volvería a contraer y entraría en crisis. En 2018 Argentina renegoció su deuda con el FMI y recibió el mayor préstamo de la historia del organismo, que representaba un 11% del PBI del país. En las canchas de todos los equipos de fútbol se oían cánticos repudiando al presidente y las marchas en su contra eran reprimidas.

El macrismo tuvo que enfrentar las elecciones del 2019, contra un peronismo relativamente reconciliado, más movimientos sociales y sectores de la izquierda que se unían al nuevo Frente de Todos para enfrentar al oficialismo.

La fórmula Fernández-Fernández (Alberto y Cristina, en ese orden), se enfrentaba a un muy menguado Cambiemos, que mantenía a Mauricio Macri como cabeza de fórmula, y de vice al ex FPV, el peronista Miguel Ángel Pichetto. Con un 48.5% de votos, el Frente de Todos ganó en primera vuelta. Macri se convertía en el primer presidente en intentar la reelección y perder. El resultado sería aún más abultado en PBA: Axel Kicillof le sacó más de 14 puntos de ventaja a Vidal. El primer experimento por fuera del bipartidismo radicalismo-peronismo terminó en un fracaso y fue castigado en las urnas.

La figura de Alberto parecía tener respaldo político y ser sólida. Exjefe de ministros de Néstor y de Cristina, de larga data en la política, parecía la respuesta adecuada para el fallido experimento del outsider. Todo parecía ir viento en popa, pero a principios de 2020, el mundo enfrentaría una catástrofe sin precedentes.

Mientras se celebraba la llegada del nuevo año, las alarmas en la comunidad científica se encendían: en la ciudad de Wuhan, en China, comenzaron a registrarse múltiples casos de una enfermedad desconocida, un virus subestimado que llegó rápidamente a Argentina. El 7 de marzo se confirmó la primera muerte en el país y en Latinoamérica a causa del COVID-19; a partir de allí, se desataron una cadena de eventos que llevaron a una grandísima caída en la percepción popular de Alberto Fernandéz: al anunciar la cuarentena, y durante un breve período, creció su imagen positiva, pero rápidamente hubo resistencia a las medidas restrictivas, y la economía entró en caída libre en el marco de la pandemia, que según las estimaciones del Banco Mundial y el FMI causó la mayor recesión global desde la Gran Depresión en 1929.

Los dos años siguientes representaron un gran caos para el gobierno de Alberto, se lo acusó de tardar en levantar la cuarentena, y por la altísima inflación, además de la devaluación de la moneda. La inflación en 2022 llegó al 94%, y la pandemia dejó un saldo de 130.000 muertos. En un marco de fricciones internas, el ministro de Economía, Martin Guzmán, renunció a su cargo; en su lugar asumió Silvina Batakis, quien rápidamente fue reemplazada por Sergio Massa.

En ese marco de alienación social, un personaje verborrágico empezaba a tomar vuelo, manifestándose en contra del gobierno, el comunismo, el feminismo, el radicalismo y los movimientos de DDHH. Este discurso extremo penetró en varios sectores de la sociedad, sobre todo entre hombres jóvenes, acaso alejados de la racionalidad (los efectos de la pandemia en la salud mental de la población distan de haber sido analizados a fondo).

En 2023, la principal figura del oficialismo es Sergio Massa. La economía continúa con su reactivación post pandemia, pero se produce una profunda devaluación de la moneda, en el marco de la enorme deuda con el FMI, más una inflación que sobrepasa el 100% por primera vez desde 1989. Con las elecciones en la mira, JxC crece de la mano de las figuras de Larreta y Bullrich, y se agranda la figura del ultraderechista Javier Milei, un extravagante personaje que fue creciendo gracias a la televisión y luego a las redes, biografiado por el periodista Juan Luis González en el libro El loco (Planeta), con su flamante partido “anticasta”, La Libertad Avanza.

El oficialismo anuncia como candidato a Eduardo “Wado” de Pedro, hombre cercano a Cristina y con aval de los gobernadores del PJ, pero el panorama cambia repentinamente, y será el superministro Massa quien asuma el rol de precandidato a presidente por Unión por la Patria, compitiendo en la interna contra Juan Grabois, el nuevo representante de la izquierda peronista.

La interna en JxC sería entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de CABA, cuya imagen venía en picada debido a su discurso moderado, en un contexto tan polarizado. La nota la dará Milei, con sus exóticas propuestas de dolarización, libre portación de armas, venta de órganos y disolución de ministerios, y quien, tras una muy pobre performance a nivel federal, va a dar una gran sorpresa en las PASO.

El 13 de agosto, se realizan las elecciones primarias. Tuvimos miedo: la posibilidad del triunfo de Milei agitó las alas de un ave siniestra que creíamos que no echaría de nuevo a volar. El libertario obtiene casi el 30% de los votos, seguido por Bullrich con el 28%, y tercero Massa, con 27,3%. Fue un baldazo de agua fría para la “casta” de Milei, pero hizo despertar al peronismo. Massa anuncia una serie de medidas en favor de los trabajadores, los intendentes y gobernadores del PJ se involucran más en la campaña, y se activa cierto sentido de urgencia. Algo que anticipa un libro escrito por académicos al calor de la necesidad: Ensayos urgentes, que editorial Marea publicó y distribuye en forma gratuita online.

El 22 de octubre,Massa-Rossi se imponen con casi el 37% de los sufragios, Milei-Villaruel obtuvieron menos del 30%, y Bullrich-Petri no alcanzan 24%. Alivio fue una de las palabras más escuchadas, entre quienes apostamos a la continuidad del consenso democratico. El clima era de euforia en el oficialismo, con un Axel Kicillof que arrasó en la Provincia de Buenos Aires con el 45%. En CABA, el triunfo de Jorge Macri asegura la continuidad de años del macrismo en el poder, y Leandro Santoro (por UxP) se bajó de la contienda.

Pero el gran perdedor de las elecciones fue JxC. El 25 de octubre Bullrich y Macri le clavarían un puñal en la espalda de esa alianza, cuando en una rueda de prensa “Pato” anunció que apoyaría a la Libertad Avanza en el balotaje, luego de haber denunciado penalmente a Milei por difamación, al haberla acusado de “montonera” que ponía “bombas en jardínes de infantes”. La UCR, escandalizada, salió a repudiar la decisión de Bullrich. Hasta Gerardo Morales, gobernador de Jujuy y presidente del radicalismo, responsable de la prisión política de la líder indígena Milagro Sala, declaró: “Macri está feliz, es lo que quería, joderle la vida a JxC”. Y Lousteau, vicepresidente de la UCR, dijo: “Milei es un demagogo que afecta a la convivencia democrática”.

Estamos inmersos en un acontecimiento político sin precedentes, que seguramente marque nuestro porvenir. En palabras de Lenin: “Hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que pasan décadas”. En la Argentina, en cuarenta años pasó un siglo y en estos tres meses, está pasando otro.

GS/MG

Colaboró en la investigación y producción Lucas Durán

Fuente de esta noticia: https://www.eldiarioar.com/politica/pais-llamas_129_10639099.html


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