Desde el momento en el que un niño o una niña es adoptado, independientemente de la edad que tenga, comienza un proceso de adaptación psicológica (Getty)
Recientemente, estuvimos en Oro Verde, Entre Ríos, junto con Aralma, la asociación civil contra todo tipo de violencias que dirijo, a propósito de la filmación de un documental sobre la identidad de origen que estamos realizando.
Ese día los protagonistas eran una familia de seis integrantes. Se trataba de una pareja que había adoptado a cuatro hermanos, en diferentes años y a medida que fueron conociéndose, de acuerdo a los tiempos judiciales de cada uno.
El derecho a tener una familia es del niño y no al revés y en este caso se cumplió con el estándar internacional. Pero no siempre es así.
Niños, niñas y adolescentes privados de cuidados parentales es la denominación que reciben los que por diversas razones no viven con el padre o la madre y no están bajo el cuidado de estos, cualesquiera sean las circunstancias.
La construcción de lazos familiares en situaciones de adopción es un proceso que involucra múltiples etapas (Getty)
La categoría surge en los últimos años, buscando abarcar en una misma denominación una diversidad de situaciones que llevan a que bebés, niños, niñas y adolescentes ingresen al sistema de protección del Estado. Dentro de ella se ubican: la orfandad, que es la situación de aquellos cuyo padre o madre han fallecido, sean huérfanos simples (quienes han perdido al padre o a la madre) o dobles (quienes han perdido al padre y a la madre); el abandono, definido como aquella situación en la que se encuentran niños, niñas y adolescentes a quienes les faltan en forma temporal o permanente las personas que habrían de encargarse de su cuidado o existiendo, incumplen sus obligaciones y deberes.
También las situaciones debidas a cambios súbitos o circunstancias de emergencia, como ocurre en los desastres naturales y sociales que dan origen a situaciones de separación de niños, niñas y adolescentes no acompañados y una diversidad de circunstancias que impiden, de alguna manera, que tanto el padre como la madre estén temporal o definitivamente al cuidado de sus hijos e hijas (enfermedad, conflicto armado, desplazamiento, explotación económica, esclavitud, vida en las calles, delincuencia, conflictos con la ley penal, etc.).
Las condiciones estructurales de orden económico, social, cultural y político influyen en que se presenten las situaciones anteriores y en la capacidad de la familia para brindar el cuidado a sus hijos e hijas y crear ambientes que permitan un desarrollo y protección integral. La pobreza, inequidad y exclusión son factores que destruyen las capacidades de las familias para cuidar y proteger. Estas condiciones producen cambios en la cohesión y estructura familiar, que puede llevar a la desintegración de la familia, al debilitamiento de los vínculos que se deben establecer para asegurar la protección integral de niños, niñas y adolescentes.
La mayoría de las veces los profesionales de la salud que atendemos infancias privadas de cuidados parentales nos encontramos frente a la precariedad y el desamparo de los niños y niñas, sumados a la precarización de respuestas sociales para atender el derrumbe psíquico-social, una especie de naufragio que los determina, muchas veces, apenas comienzan sus vidas.
La adopción es el comienzo de un nuevo capítulo en la vida de los niños y niñas (iStock)
La construcción de una familia para niños cuyo lazo filiatorio ha sido arrasado por diversas razones es siempre conmovedor porque se trata de un ensamble especial. Ensamblar hace referencia a juntar, enlazar, afirmar o unir en especial algún fragmento de cualquier material y posteriormente encajar cada pieza hasta que quede afianzado de tal modo que se convierta en un producto o elemento, en este caso una familia.
Si bien el concepto de las familias ensambladas se ha utilizado para describir al núcleo familiar en el cual uno o ambos progenitores tienen descendientes fruto de una unión anterior, es decir, una familia formada por uno o dos padres divorciados, viudos o padres o madres que crían sin pareja, me parece valioso pensarlo también para el proceso adoptivo.
En él también hay un ensamble, pero es distinto. Los bebés, niños, niñas y adolescentes deben atravesar un proceso muy doloroso. El primero, la renuncia a su familia de origen, su filiación. La filiación designa el estatus derivado del vínculo que une al hijo y a su progenitor. Se trata de un estado civil que implica el despliegue de una serie de derechos y obligaciones estables en el tiempo.
Para el psicoanálisis la filiación es un concepto que se refiere a la relación entre un individuo y sus figuras parentales, y cómo esta relación influye en el desarrollo psicológico y emocional del individuo. Es una marca de origen que tiene dos tiempos, uno el de la inscripción, la imaginarización de ese niño en la familia que es mítica y formará parte de lo que Freud llamó la novela familiar, y un segundo tiempo, el de la entrada en la cultura, inscripción legal en el cuerpo social mediante los instrumentos jurídicos.
La interrupción de los lazos filiatorios de un niño tiene consecuencias en su desarrollo psicológico y emocional
Los niños y niñas que han sido separados de su familia de origen, según datos oficiales, son debido a causas (en la mayoría de las jurisdicciones) de violencia; la negligencia, es decir, la falta de responsabilidad parental; el abandono y el abuso sexual.
A estos niños, muchas veces les cuesta confiar en los adultos por la traumatización vivida. Cuando el Estado aparece para restituir derechos, y si no logran una nueva vinculación con su familia de origen, deben renunciar a su filiación. Esa renuncia tiene consecuencias psicológicas. He visto escapar a niñas de hogares convivenciales para regresar con sus familias con la vana esperanza de que algo hubiese cambiado y volver demasiado tristes para levantarse de la cama.
También he atendido niños que fueron devueltos por las personas aspirantes a guarda con fines adoptivos porque se arrepienten. Esta polivictimización es muy grave y tiene consecuencias duraderas.
Los niños y niñas al entrar al sistema son hablados y atravesados por múltiples discursos, institucionales, jurídicos, la protección social y la salud. Muchas veces su voz se va perdiendo dentro del paradigma de la protección. En los dispositivos de cuidados alternativos brindados por el Estado se comienza a forjar una nueva identidad que es producto y elaboración de esta primera pérdida.
“La mayoría de los aspirantes desean bebés o niños menores a dos años, y los niños más grandes, no tienen la oportunidad de vivir la vida que merecen como todo niño”, dijo la psicóloga Sonia Almada (iStock)
A veces se sobrevive al nombre y apellido propio aquel de la inscripción primaria y se asume un nuevo nombre que representa en este tránsito sin familia (y a aquellos que no tienen la suerte de encontrarla los acompañara quizá toda la vida) para forjar un sistema de nuevas identificaciones.
Desde el momento en el que un niño o una niña es adoptado, independientemente de la edad que tenga, comienza un proceso de adaptación psicológica. Dejar atrás para siempre el hogar de origen, la institución que los albergó durante años e ingresar a un nuevo mundo es emocionalmente desafiante. Sin embargo, es este proceso de adaptación el que les permite encontrar un sentido de pertenencia en su nuevo hogar.
John Bowlby, psicólogo, enfatizó la importancia del apego seguro en la infancia. Para los niños y niños adoptados, construir un vínculo seguro con sus nuevas familias es esencial para su bienestar emocional. A través de relaciones amorosas y estables, los niños podrán sanar heridas pasadas y comenzar a mirar el futuro.
Algunos niños enfrentan desafíos únicos. Estos desafíos requieren un amor constante y un apoyo continuo por parte de los adultos tanto de la nueva familia nuclear como de la extensa, me refiero a los abuelos, tíos, primos, etc.
“Cada niño tiene una historia única y merece el amor y el apoyo de todos. Al construir puentes hacia estos nuevos hogares, estamos construyendo un futuro mejor para todos”, dijo Almada iStock
La adopción es el comienzo de un nuevo capítulo en la vida de los niños y niñas. De alguna manera, esa vida es un viaje que en un momento naufraga y es muy doloroso. Con ayuda, logran retomar su camino, con zozobras, hacia un nuevo hogar y sobre todo con la esperanza renovada.
Los cuidados alternativos son brindados por el Estado. Ocurre cuando los bebés, niñas, niños y adolescentes que, por haber sufrido una vulneración grave de sus derechos deben separarse provisoriamente de su familia de origen para garantizar su protección.
Esta decisión solo puede tomarse como última opción, frente a situaciones donde se deba protegerlos y una vez que se hayan adoptado todas las medidas que sirvan de apoyo integral a las familias para evitar la separación con la familia de origen.
Los cuidados alternativos son implementados a partir de lo que se denomina una medida de protección excepcional. El objetivo es la restitución de los derechos vulnerados.
En Argentina existen dos modalidades de cuidado alternativo formal: los dispositivos de cuidado residencial (también conocidos como hogares convivenciales o instituciones) y los dispositivos de cuidado familiar (familias externas/ ajenas sin vínculo previo con el niño, niña o adolescente). También, recientemente se ha empezado a registrar a las familias ampliadas.
A pesar de los desafíos, hay familias que eligen adoptar a niños mayores. La iniciativa “Adopten Niñes Grandes” está cambiando vidas y perspectivas (Getty)
De acuerdo a un relevamiento de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación (Senaf) y Unicef, en la Argentina hay 9.154 menores privados de cuidados parentales, de los cuales 2.199 tienen su situación de adoptabilidad decretada. Del total de chicos, el 88% (8.588) están en hogares u otras instituciones y el 12% (1.166) se encuentra en familias de acogimiento, solidarias o de tránsito (su nombre varía de acuerdo a cada jurisdicción).
Según los datos de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Dnrua), hay 2.354 legajos de personas y parejas inscriptas para adoptar en el país. De ellos, casi el 90% están dispuestas a ahijar a pequeños de hasta tres años.
Los primeros años de la vida de las dos niñas y del niñito que tenía frente a mí no habían sido sencillos. Los tres hermanitos estaban allí para que yo los conociera. Debía luego decidir si para ellos era más conveniente que una nueva familia los recibiese y les diese aquello que sus padres no habían podido. Tomaron los lápices de colores, las hojas de papel y se pusieron a dibujar. Los había traído la señora que desde hacía ya unos cuantos meses los alojaba en su casa dentro del Programa Familia Solidaria de la Dirección de Niñez.
La hermanita del medio, sin soltar su lápiz, levantó su mirada y me preguntó: “¿Vos sos la que nos va a buscar una mamá?“. Le contesté, “Quizá”, “Puede ser”. Sin despegar su mirada de mis ojos, me dijo: “Nosotros queremos vivir con una mamá, ¿cuánto falta?”. Un silencio me invadió, quizá no haya sido más que un segundo, pero pareció eterno. “Un tiempito”, respondí. “Y ¿cuánto es un tiempito?”, cuestionó desde sus seis añitos. Así comienza el libro “¿Cuánto tiempo es un tiempito?”, escrito por el juez de familia de los Tribunales de Rosario, Marcelo Molina.
El autor expuso en su libro pequeños relatos de experiencias que fue recopilando a lo largo de su carrera.
“Si bien el concepto de las familias ensambladas se ha utilizado para describir al núcleo familiar me parece valioso pensarlo también para el proceso adoptivo”, dijo la psicóloga Sonia Almada (Getty Images)
La inmensa mayoría de los niños, niñas y adolescentes, como la pequeña mencionada, que se encuentran bajo este régimen desean vivir en familias. Aunque no sea fácil. La mayoría de los aspirantes desean bebés o niños menores a dos años, y los niños más grandes, con hermanos o con diferentes problemáticas psíquicas o mentales no tienen la oportunidad de vivir la vida que merecen como todo niño.
El año pasado un grupo de “mapadres”, tal como se denominan, fundaron el colectivo “Adopten Niñes Grandes” y fue cobrando fuerza hasta volverse viral. Cada viernes comparten testimonios de quienes pudieron adoptar a niños no pequeños. Una gran iniciativa que trae la voz de quienes esperan.
Fui testigo del trabajo de ensamble de muchas familias donde todos han realizado enormes esfuerzos, especialmente los niños, niñas y adolescentes, como esta familia de seis integrantes de Oro Verde, que trabaja día a día en conocerse, y que cuando me contaron que los que más les gustaba es sentarse por la noche todos juntos en el sillón y mirar la tele, pensé “Lo lograron”.
Cada niño tiene una historia única y merece el amor y el apoyo de todos. Al construir puentes hacia estos nuevos hogares, estamos construyendo un futuro mejor para todos.
* Sonia Almada es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.
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