Buenos días, autoridades, delegados del Gobierno de la comunidad de Castilla y León y Salamanca; funcionarios del Gobierno de la República de Colombia, autoridades civiles y militares, medios de comunicación.
Bueno, estar acá, indudablemente, sobre todo en este sitio, tiene un peso de la historia que quizás también es un peso que nos acongoja en los días que estamos viviendo, tiene mucho que ver con los días que estamos viviendo.
Personalmente pasé por tres universidades en diferentes estadios; la primera allá en Bogotá, el Externado, una universidad fundada hace mucho más de un siglo, en medio de una guerra civil en Colombia, una de tantas, enfrentaba en aquel entonces a Liberales y Conservadores, los Conservadores en el poder. Se creó con la intención de construir un espacio para el espíritu libre, se dedicó más al derecho, finalmente a la economía y otras materias. De allí surgió un contingente de seres humanos que se dedicó a luchar por la democracia a costa de sus propias vidas.
Muchos de mis profesores en el momento en que yo estudié mi carrera, economía, tanto de la facultad de Derecho, sobre todo, algunos de mi facultad, eran por el valor, por la calidad académica de la universidad, magistrados de las Altas Cortes del país. Los magistrados trabajaban cotidianamente en el Palacio de Justicia de Colombia, que quedaba en la Plaza de Bolívar, en el centro del poder de Colombia, del poder político, que hay un profesor, que es mi Secretario Jurídico que me acompaña de esa universidad, Vladimir Fernández.
En ese momento yo militaba en una organización insurgente, que también se había colocado como objetivo la construcción de un proyecto democrático en América Latina, en Colombia específicamente. En aquel entonces, América Latina se debatía en dictaduras, en el cono sur, en guerras revolucionarias en Centroamérica fundamentalmente y en Colombia.
Mi movimiento tomó el Palacio de Justicia para ponerle una demanda al Presidente porque se había violado un proceso de paz y la respuesta fue bombardear el Palacio con tanques, con la aviación, con la infantería; miles y miles, en ese entonces, de integrantes del Ejército del Estado colombiano contra otros hombres y mujeres armados dentro, todos murieron, incluidos mis profesores: muchos de mis profesores, decenas de magistrados, decenas de combatientes insurgentes, casi 100 personas en todo el corazón y el centro de la capital de Colombia, 1985.
Después se hizo la paz, pero quedó el hecho. De esa paz, 89, surgió la Constitución que hoy nos rige, una Constitución democrática que quizás hubiera podido haber sido escrita por los magistrados que murieron en el Palacio de Justicia. Allí hubo, de alguna manera, un choque entre la brutalidad armada, violenta y la inteligencia.
Un episodio que ningún colombiano olvida, sobre todo los que vivieron en aquel entonces. Yo era un estudiante, acababa de salir de mi universidad, por razones de mi militancia había caído preso, me habían torturado, como torturaron a tanta gente en toda América Latina y estaba en una cárcel que les enseñaba a los presos a leer y a escribir.
También la cárcel era una especie de choque entre la fuerza brutal y violenta y la inteligencia ─no les voy a contar mi historia, solo el hecho─.
Los profesores que murieron allí de mí universidad, el Externado, hoy son héroes que hay que recordar. Trabajaron siempre por impedir que el impulso en aquel entonces de dictaduras militares, de presencia de los cuerpos jerarquizados y armados, dirigiendo y controlando la vida de los seres humanos, pudiera tomar espacio en Colombia; no lo alcanzó a ser, Colombia nunca tuvo una dictadura militar en los años contemporáneos, desde 1957.
De allí salimos a vivir, a luchar. De la cárcel yo vivo, ninguno de mis compañeros sobrevivió en Palacio y muchos de mis profesores quedaron ahí.
Mi director de tesis ─economista él, de los mejores del país─, Chucho Bejarano, Jesús Alberto Bejarano, cayó asesinado unos años después también al interior de una universidad, la Universidad Nacional. Era Comisionado de Paz, tenía esa labor de parte del Gobierno de construir paz y cayó bajo las balas de las Farc.
Y se desarrolló una guerra que cuenta, dependiendo de la fecha en que comencemos a contar, porque la violencia es eterna: 200.000, 300.000, un millón de muertos.
De alguna manera, el origen de esa violencia allá atrás cuando nosotros no habíamos nacido, año 1936, se emparenta a la que había aquí. Está articulada sin que hubiera televisión, sin que hubiera redes. De alguna manera, las oleadas del sentir humano se interconectaban en continentes tan lejanos.
Mucho más atrás esta universidad ─habría que escribir una historia si es que no existe─, partió de aquí de estos espacios. Las dos corrientes ─digamos─ que después se enfrentaron: las juventudes revolucionarias de América Latina –muchos debieron haber pasado por aquí─, quizás leyeron libros clandestinos en aquel entonces, la mayoría en francés, porque eran prohibidos: (Jean-Jacques) Rousseau, la democracia como una palabra, la libertad como un concepto que no se estilaba discutir incluso, en estos sitios, sino de manera callada; seguro que en estas esquinas se reunían jóvenes ─no tan jóvenes─ a disertar y hablar cuchicheando sobre qué podrían significar esas palabras: democracia, libertad, justicia.
Unos vivieron aquí, seguro, otros se fueron a sus países allá en la Nueva Granada, Venezuela, México, el Perú y seguro que si se pudiera ver como en una película esa historia real, los que se fueron allá se levantaron en armas, lucharon, se estrellaron con brutalidad y violencia a los ejércitos, pero también creció la inteligencia, se liberó.
Vengo de recibir un título de Honoris Causa de la primera universidad fundada por (Simón) Bolívar y (Francisco de Paula) Santander, la Universidad de Cartagena. Cartagena la ciudad de la esclavitud, capital mundial de la esclavitud, pero también de la libertad.
Junto, y en medio de la construcción de la universidad en aquellos siglos hace dos más, deambulaban los esclavos y eran los esclavos los que construían la universidad. Qué paradoja: el encuentro siempre entre la brutalidad y la inteligencia.
La inteligencia como si se prendiera una vela, como si se prendiera un faro, como si creciera una luz en medio de la oscuridad, pero también no se puede definir la luz sin la oscuridad.
Aquí cuando estalló la violencia en Colombia que les narro, había otro enfrentamiento durísimo, trágico, trágico incluso para la humanidad toda por lo que sucedió.
Allá, los liberales eran masacrados por centenares de miles, desde un gobierno que decidió ser filofascista. Publicaba en su prensa de aquel entonces los discursos de (Benito) Mussolini, de (Adolf) Hitler y de (Francisco) Franco.
Y yo de joven me puse a leer esas historias y la que quedó aquí, en este sitio que todos sabemos cuál fue, la del general, la del filósofo, la de la inteligencia y la fuerza bruta, enfrentados en aquel entonces, a través de este hecho que sucedió en este sitio y que nos muestra la realidad del hoy.
La contemporaneidad que a nosotros nos acongoja, que ya no tiene que ver con las guerras del ayer, indudablemente, que ya no trata de cómo se exterminan socialistas y filocapitalistas, etcétera, que ya no habla de aquellos relatos, que ya no tiene que ver con lo que acontecía en Colombia en aquel 1985, aunque siempre hay raíces que van quedando como los anillos de un árbol concéntrico, que poco ─como un eco─, tiene que ver con esos muchachos que salieron de aquí, unos para un lado, otros para hablar de repúblicas y libertades y democracia.
Que hoy no tiene que ver incluso con enfrentamientos entre cuerpos armados, los unos del Estado, los otros insurgentes.
La lucha de la inteligencia hoy va atravesando por otros vericuetos distintos completamente. Ahora yo diría los generales están de este lado, ahora la humanidad está de este lado, al lado de la inteligencia porque no queda más faro en estos tiempos que vivimos porque lo que tenemos al frente, lo que se ha convertido en una fuerza brutal que intenta arrollarnos es, ni más ni menos, la muerte de la especie, la extinción.
La extinción dirigida por el poder todavía, por un poder brutal, por un poder ignorante, por un poder oscuro, que ha rendido las posibilidades de la vida a la codicia, porque al final es por la codicia que la especie humana está a punto de ser extinguida.
Ya no en la lucha de las ideologías de antaño, de las visiones, de las ilusiones, de las aspiraciones de antaño. Ahora tenemos una realidad mucho más dramática que en 1985, Bogotá, que los fines del siglo XVIII en esta universidad, cuando se construía el pensamiento revolucionario o en estos albores que fueron de la violencia en Colombia en 1936-48.
Hoy estamos enfrentados ante una nueva realidad. El enemigo se llama extinción y lo provoca la codicia. La codicia vista como un huracán de ganancias que, para poderse ampliar, decían los economistas del siglo XIX, para poder cobrar más velocidad y por tanto más volumen, volumen de ganancias, tiene que consumir más y más energía, tiene que vender más y más mercancías, tiene que prender el aparato productivo con tal potencia que pueda crecer más y más la ganancia.
Es un mundo económico, es una manera de producir, decían antaño, que por su lógica y su esencia tiene que devorar la naturaleza y el ser humano mismo. Devorarla hasta la última gota de ganancia, si fuese posible.
Devorarla cambiando la contextura química de la atmósfera, casi que la acumulación de capital tiene un espejo que se refleja en la atmósfera y que se convierte, automáticamente, en acumulación de gases de efecto invernadero, es decir, lo que los químicos llaman acumulados de CO2 equivalente.
Ya no es una fuerza brutal armada, es una fuerza brutal química que expresa la química de la codicia. No la produce todo el ser humano, no es el antropoceno, no es cierto. La produce un grupo de seres humanos con poder tal que pueden cambiar la química de la atmósfera.
No la producimos nosotros, no lo produce la universidad, no la producen los ejércitos, ya no tienen nada que ver las confrontaciones de antaño. Hoy la confrontación profunda está entre humanidad, entre vida y la extinción que provoca la codicia, a través del cambio químico de la atmósfera.
El cambio se impone. Son los científicos los que nos anuncian como faro lo que está pasando, no son los ideólogos, no somos los dirigentes políticos en realidad. Son biólogos, son físicos, son químicos miles y miles a lo largo y ancho de la tierra que le dicen a la humanidad: “oigan, si seguimos así, si no hay un cambio en diez años máximo, se acaba la especie humana en un siglo máximo dos”; nuestros hijos y nuestros nietos.
Y entonces es la ciencia la que está diciendo: paren. La ciencia nos está diciendo vamos a extinguirnos. La ciencia, es decir, la inteligencia, nos está diciendo: “se ha desatado una fuerza brutal desde el poder que puede acabar con la humanidad”. El paradigma del progreso que significaba que había una flecha ascendente que significaba que cada día sería mejor que el pasado, no existe. La flecha va hacia abajo.
Lo que nos dicen los científicos de hoy es que los hijos, nuestros hijos, vivirán peor que nosotros y que nuestros nietos vivirán peor que nuestros hijos, ni más ni menos, el comienzo de los tiempos de la extinción, una circunstancia intelectual, física, a la cual jamás se ha enfrentado un solo ser humano en toda su existencia.
Lo que aquí ocurrió, ahora ocurre en todo el mundo. La famosa anécdota que se cuenta, el pasaje que enfrentaba inteligencia y brutalidad, hoy está en todos los rincones del planeta. Hoy estamos viviendo las palabras de (Millán) Astrey y las palabras de (Miguel) Unamuno. Hoy partes de la sociedad, importantísimos líderes económicos y políticos, están con Astrey.
Hoy los pueblos aún no se mueven con un Unamuno, pero la única posibilidad de existir, la única posibilidad de la vida hoy, es que los pueblos estén con un Unamuno, como si en este salón pudiésemos votar y dividirnos como antaño, como si en este salón otra vez hubiese una especie de corazón del mundo que puede marcar, como un cronómetro, las horas de la existencia o las horas de la oscuridad.
Miren la importancia de este sitio, de esta universidad.
Agradezco, por tanto, la condecoración que me da la universidad, la llevaré cercana a mí. Ojalá aquí salgan las generaciones de jóvenes, muchachos y muchachas que, como hace un tiempo, salieron a cambiar el mundo, que creo que hoy es más que absolutamente necesario.
Gracias muy amables por haberme escuchado.
_(Fin/Mgm/Agp/Cafr/Jdg/Erv)_
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