Fueron pareja seis años, después se hicieron íntimos amigos. Ella lo acompañó hasta su lecho de muerte. Él la convirtió en albacea y confió en ella su legado artístico. Ahora, 32 años después del fallecimiento del mítico cantante, Mary Austin pondrá a la venta tesoros que habían pertenecido a Freddie Mercury. “Me di cuenta de que no era apropiado quedarme con cosas”, relató
La última obra de arte que Freddie Mercury compró es un retrato que el pintor francés James Jacques Tissot hizo de su musa Kathleen Newton en 1880. Le designó una posición privilegiada: enfrente del sofá, en su casa conocida como Garden Lodge, ubicada en el oeste de Londres. El lienzo está valuado en 500 mil dólares. Es uno de los 1.500 artículos que Mary Austin, su novia durante seis años y según su propio juicio “su única amiga verdadera”, subastará en la sede de Sotheby’s en la capital británica. Será una galería dedicada a sus treinta años de carrera, “una colección de objetos que te llevan a los más profundo del individuo famoso y el hombre que yo conocí”, tal como reveló Austin a la BBC.
La selección presume de piezas únicas. Hay un manuscrito de nueve páginas conserva la letra, los acordes y armonías de We Are The Champions que tiene un pronóstico de remate de 250 mil dólares. Hay un escrito a mano en una hoja de papel escrita con lapicero de la canción Killer Queen, el teléfono que estaba al lado de su cama, una peineta para bigote de color plateado marca Tiffany & Co, servilletas de cóctler con una F verde bordada, la mítica corona inspirada en que usará el rey Carlos en su próxima coronación, una capa de acompañamiento hecha de terciopelo rojo, piel sintética y pedrería que utilizó para la versión final de God Save the Queen, que puso fin a la última presentación en vivo de la banda en Knebworth en 1986, una lujosa chaqueta ceremonial de estilo militar con medallas de imitación, un kimono de manga larga y su chaleco favorito, el que usó en el último video que grabó, meses antes de su muerte, que pertenecía a la canción These are the Days of Our Lives. Pintados a mano se distinguen las siluetas de sus seis gatos: Lily, Romeo, Oscar, Goliat, Miko y Delilah. Otros artículos de la colección incluyen once acuarelas del artista art déco ruso Erté, la guitarra acústica Martin D-35 de Mercury de 1975 en su estuche original, un reloj de escritorio Fabergé con gemas engastadas, nefrita y esmalte, y un teléfono de disco antiguo de baquelita.
Austin dijo que es una colección “inteligente y sofisticada” en la que se puede advertir el espectro del gusto de Mercury. Lo recaudado, que se prevé superará los siete millones de dólares, será donado (en parte) a organizaciones benéficas como Mercury Phoenix Trust y Elton John Aids Foundation. “Estás mirando el proceso de un artista. Las frases, el repensar, el volver a empezar”, describió quien decidió poner a la venta la colección que había heredado porque, tal como explicó, “necesita poner sus asuntos en orden”. “El tiempo ha llegado para mí de tomar la difícil decisión de cerrar este capítulo tan especial de mi vida. Me di cuenta de que no era apropiado quedarme con cosas. Si iba a venderlas, tendría que ser lo suficientemente valiente de venderlo todo”, señaló.
Hay excepciones: conservará regalos personales y fotografías en las que están juntos. Se habían conocido a los 19 años. Hay quienes aseguran que la balada Love of my Life la escribió pensando en ella, su novia eterna. En su testamento, Mercury la designó como su albacea: en ella confió su patrimonio, su mansión y su legado. A su madre y a su hermana, en cambio, les cedió los derechos de sus canciones y su obra. Fue Mary Austin el gran amor y la gran amiga de Freddie Mercury.
Quería envejecer con ella. Mucho antes de saber que la potencia electrizante de su voz se apagaría apenas a los 45 años, prometió en una entrevista que iba a amar a Mary Austin “hasta el último suspiro”. Era 1985, y el cantante no dudó: “Si muero antes que ella –dijo–, le voy a dejar todo lo que tengo. Nadie más va a ver un centavo, salvo mis gatos”.
Por entonces estaba convencido de que sólo Austin –y tal vez Jerry, el gato que compartieron en sus seis años de convivencia, entre 1970 y 1976– lo habían correspondido por completo en el amor. Y lo explicaba sin vueltas: “Podés ser la persona más sola del mundo aunque seas amado por miles, y la frustración es aún más grande, porque es difícil para los demás entender tu soledad. Todos aman a la estrella pop, nadie ama al verdadero Freddie Mercury”.
Pero ella lo conocía de verdad y lo quería. En el pico de popularidad de Queen, Mary era la única que se atrevía a decirle la verdad y hasta a mandonear a ese rockstar caprichoso y rodeado siempre de un entorno adulador en el que lo habían convertido la fama y los multitudinarios shows. Y para él era evidente: decía que sólo ella lo hacía realmente feliz. “Puedo tener todos los problemas del mundo –repetía–, pero si tengo a Mary, sé que puedo atravesarlos”.
Lo cuenta la escritora Lesley-Ann Jones, que participó de varias giras de la banda en los ochenta, cuando Mary ya era la asistente personal del músico. Fue la manera en que Freddie se aseguró de tenerla cerca cuando su noviazgo terminó. Esa y otra más, mucho más literal: se mudó a una casa en Stafford Terrace, desde donde podía ver su departamento por la ventana, como muestra Bohemian Rhapsody, la biopic de 2018 por la que Austin ganó más de 51 millones de dólares en regalías. La película, que echa luz sobre la historia de la lealtad inclaudicable entre músico y la mujer a la que le dedicó ese himno de los amantes que es Love of my life (1975), fue acusada de hacer straight-washing, es decir, de centrarse en esa relación heterosexual cuando, si bien Mercury nunca habló de su sexualidad, fue un ícono gay de su tiempo. De hecho, vivió hasta sus últimos días con su novio Jim Hutton, con quien mantuvo una relación desde 1985.
Ni eso ni los dos matrimonios de Mary –tuvo tres hijos, y Freddie fue el padrino del mayor– impidió que siguiera llamándola siempre su “esposa legal”. Se habían separado quince años antes y jamás llegaron a casarse, pero, hasta su último suspiro, el 24 de noviembre de 1991, él dejó en claro que nadie iba a ocupar nunca el lugar de Austin: “Todos mis amantes me preguntan por qué no pueden reemplazar a Mary, pero es simplemente imposible. Es la única amiga que tengo, y no quiero a nadie más. Para mí es mi esposa. Para mí fue un matrimonio. Creemos el uno en la otra, y eso es suficiente para mí.” Y esa confianza trascendió su muerte. Como había anticipado siempre, le dejó a la mujer de su vida toda su fortuna; también su mayor secreto póstumo: dónde sería enterrado.
Se habían conocido en 1969, cuando Austin tenía 19 años y era vendedora en la mítica boutique Biba, epicentro del Swinging London. Freddie tenía 24, y aún en ascenso, solía ir al local con el guitarrista Brian May, que salió un par de veces con Mary antes de que su compañero le confesara que se había enamorado de ella, y le pidiera permiso para invitarla. “Al principio, la mayoría de las veces venía con alguien. Sonreía, decía ‘hola’ y pasaba –cuenta ella en el documental Freddie Mercury -The untold story–. Pero sus visitas se hicieron cada vez más frecuentes. Habrán sido cinco o seis meses hasta que finalmente me preguntó si quería salir con él. Cinco meses después estábamos viviendo juntos y seguimos así durante unos seis años”.
Mary era de origen humilde y su vida cambió por completo cuando empezó su romance con el músico. Lo acompañó en los primeros años de éxito de su carrera: “Crecimos juntos”, dijo en una entrevista al Daily Mail en 2013. Eran días felices: ella lo acompañaba a las grabaciones y en las largas noches que pasaba componiendo. Una Navidad le propuso casamiento con un anillo de jade, y Mary aceptó. Pero pasaron los meses, y aunque ella se ilusionó con un vestido, la propuesta se diluyó. “Nunca lo cuestioné, pero él sí había empezado a cuestionarse a sí mismo. Probablemente quería casarse, pero empezó a preguntarse si eso iba a ser justo para mí”, contó Austin sobre el final del noviazgo, cuando Mercury le reveló que era bisexual. “No creo que seas bisexual. Creo que sos gay”, le dijo ella.
Fue el final de la convivencia, pero también el momento en el que se selló la confianza infinita y la certeza de que en ella iba a encontrar una voz capaz de hablarle con la verdad y de igual a igual, si era necesario como si no fuera un rockstar. No pensaba que ella iba a apoyarlo, pero se encontró con la forma del amor más sincera: “Mientras me lo decía, lo vi más feliz y relajado. Y me hacía feliz verlo feliz, porque ser gay también era parte de lo que yo amaba en él. No podía negarle eso porque el nuestro era amor en serio, y el verdadero amor entiende y acepta”.
Ese día, Freddie la abrazó y le dijo que, sin importar lo que pasara, quería que fuera parte de su vida para siempre. “Creamos una rutina de una vida fuera de lo convencional. Si había una comida yo me sentaba junto a él, de un lado, y su último novio, del otro”, recordó Mary.
Austin fue la primera en saber que el cantante de Queen tenía VIH, el médico la llamó a ella para darle los resultados, porque Mercury, que sospechaba lo que tenía, se negaba a atender el teléfono. Mary fue un apoyo incondicional en sus últimos días, cuando se turnaba con Hutton y otros tres amigos cercanos para acostarse en su cama y acompañarlo. Una tarde, se despertó se despertó de un sueño de morfina y al verla sentada a su lado, sonrió: “Ahí estás, mi amiga más vieja e incondicional”. Por esos días fue cuando Mercury le reveló que tenía pensado dejarle el 50 por ciento de los derechos por las futuras ganancias de su imagen y sus discos, y la mansión Garden Lodge, en West Kensington –valuada en US$22 millones–, en la que Mary vive hasta hoy, a sus 72 años. “Si las cosas hubiesen sido distintas, vos serías mi esposa y todo esto sería tuyo de todas formas”, le aseguró cuando ella intentó convencerlo de que era demasiado. También le advirtió que no iba a ser fácil, y que los demás no iban a entenderlo. “Y me alegro de que lo hiciera, porque los celos y la envidia me golpearon como un tren bala japonés –dijo Mary en aquella entrevista de 2013–. Fue muy doloroso. Me había dejado tanto y, a la vez, ¡tanto de qué ocuparme! Llegué a pensar que no iba a poder”.
Tras la desaparición de Mercury, Hutton, un peluquero irlandés que solo recibió 600 mil dólares (un vuelto en comparación con la fortuna que el músico le legó a Mary), denunció que había sido echado de Garden Lodge aún pese a que el cantante quería que siguiera viviendo ahí. Usó la herencia para volver a Irlanda, donde escribió un libro sobre su relación con Freddie. Le había tocado compartir con el ídolo sus años más dolorosos y una viudez menos reconocida que la de aquella primera novia que Freddie eligió para que fuera el amor de su vida hasta después de su muerte. El mismo era seropositivo, aunque los avances en el tratamiento del virus evitaron que muriera de sida como Mercury: murió de cáncer de pulmón, en 2010.
Pero el desafío más grande para Mary fue ser la guardiana del destino final de las cenizas de su amigo. “No quería que nadie intentara desenterrarlo, como había sucedido con otras personas famosas. Los fanáticos pueden ser profundamente obsesivos. Él quería que fuera un secreto y seguirá siéndolo”, dijo Mary al Daily Mail.
Los dos primeros años, mantuvo el cofre con los restos de Freddie en su cuarto de la mansión de Kensington. “Fue difícil encontrar el momento. No quería que nadie sospechara que estaba haciendo algo fuera de lo normal. Una mañana simplemente me escabullí de la casa con la urna. Tenía que parecer un día normal para que nadie sospechara”, contó. Unos días antes había llamado a sus padres, Bomi y Jer Bulsara, a una ceremonia íntima en Garden Lodge en memoria de Mercury. Pero ni siquiera ellos supieron cuál sería el lugar en el que iba a descansar para siempre su hijo.
Se especuló con que habrían regresado a su Zanzibar natal, con que habrían sido enterradas bajo un cerezo en el jardín japonés de la misma Garden Lodge, y con que estaban en el cementerio de Kensal Green bajo otra identidad. Austin desmintió cada versión y se mantuvo fiel a su promesa: “Nadie nunca sabrá dónde están enterradas porque ese fue su deseo”. En la docuserie Freddie Mercury: A Life in Ten Pictures, que la BBC presentó para homenajear los treinta años de su muerte, le preguntan por él a Mary: “Me dejó mucho, pero perdí lo más importante, porque él era mi familia, mi vida. Aparte de mis hijos, Freddie era todo para mí. No se parece a nadie que haya conocido y a nadie que pueda llegar a conocer. Fue mi gran amor, hubiera preferido irme antes que él”.
infobae.com
- TravelgateX irrumpe en Latinoamérica con una propuesta de valor innovadora - 18 de julio de 2024
- INCOMUNICADOS: El Gobierno de Milei dió rienda suelta a los aumentos en internet, cable y celular. - 27 de junio de 2024
- Por qué las fuertes nevadas y lluvias podrían contribuir a generar terremotos, según expertos del MIT - 10 de mayo de 2024