A Pablo Orué lo que más le gusta en la vida es subir montañas, pero es algo de lo que apenas se enteró a los 30 años, cuando salió de su país y llegó a Taiwán.
“Lo que pasa es que en Paraguay no hay pendientes -lo dice haciendo énfasis en que el pico más alto de su país apenas llega a los 500 metros- y acá está lleno de ellas”.
Esta mañana de martes ha subido los casi 200 escalones de la montaña Xiangshan, en el este de la capital, Taipei, ha trepado sobre una roca y observa el horizonte de la ciudad que está coronado por el imponente edificio Taipei 101, el número 11 en el ránking losrascacielos más altos del mundo.
Después de verter una generosa cantidad de agua helada en su tereré, marca el nombre de esta cima en un papel que tiene la lista de 100 montes que aspira trepar con la idea de entrenarse para lo que es su verdadero objetivo: hacer cumbre en el Yu Shan, en el corazón de la isla, que tiene cerca de 4.000 metros de altura.
Orué cruzó los 19.000 kilómetros que separan a Taipei de San Lorenzo, una ciudad ubicada sobre una planicie a unos 100 kilómetros de Asunción, para venir a estudiar.
Él hace parte de la creciente lista de paraguayos que han viajado en los últimos años para cursar aquí sus carreras de pregrado y posgrado, becados por el propio gobierno de Taiwán, un territorio en el ojo de la tensión geopolítica que involucra a China y Estados Unidos.
Y en cierto modo, a Paraguay.
El de Asunción es el único gobierno de Sudamérica -y uno de solo 13 países en el mundo- que mantiene relaciones diplomáticas con Taipei.
Esa opción le ha permitido enviar a cerca de 700 jóvenes en las últimas tres décadas para que no solo estudien mandarín, sino también la carrera universitaria que deseen.
De hecho, en el último año llegaron cerca de 140 estudiantes. Todo un récord.
Sin embargo, es algo que puede cambiar en cualquier momento, especialmente ahora que se aproximan las elecciones presidenciales en Paraguay.
O uno o el otro
Orué llegó a Taipei hace tres años para estudiar primero mandarín y después un posgrado en relaciones internacionales en la Universidad Nacional de Taiwán.
Además de su asombro por las montañas, se encontró con otra realidad que lo ha desconcertado desde el primer día: el enorme número de personas de la tercera edad que comparten su misma pasión por trepar el monte.
Esta mañana de martes no es diferente.
Mientras asciende a la cima del Xiangshan, una fila continua de jubilados sube las escaleras con una vitalidad de entrenador de gimnasio. Orué siente que esa es una de las características que mejor definen a esta nación: “Es un país donde los viejos caminan hasta el último día de su vida”.
Mientras los observa, el paraguayo recibe una notificación en su celular. Le cambia el semblante en lo que tarda en leerla.
“El gobierno de Taiwán acaba de llamar a consultas a su embajador en Honduras”, dice preocupado.
El pasado 15 de marzo la presidenta de ese país, Xiomara Castro, anunció en su cuenta de Twitter que había dado instrucciones a su canciller para que iniciara los contactos para entablar relaciones diplomáticas con la República Comunista de China, cuya sede de gobierno es Pekín.
Ese anunció alertó al gobierno de Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China: debido al conflicto geopolítico entre ambas naciones, si un país decide tener relaciones formales con Taiwán, no las puede tener con Pekín.
Y viceversa.
Pero además de esta traba diplomática, el gobierno de Pekín reclama que el territorio de la isla le pertenece en realidad a China y los locales viven bajo una constante amenaza de que, en cualquier momento, el segundo ejército más poderoso del planeta ponga la mira en Taiwán y la invada.
Aunque los temores de Orué están en otro lugar.
“Le tengo más miedo a que nos quedemos sin beca y sin embajada de un día para otro a que nos invada China”, explica tajante.
1. Acostumbrarse (a los aromas y a todo)
Aunque el calendario marca que apenas comienza la primavera, en Taipei se siente como si estuviera hirviendo el verano.
Cuando anochece, la gente aprovecha que el calor cede un poco para salir de sus casas e ir a los tradicionales mercados nocturnos para cenar.
Mientras avanzamos hacia los puestos de calamares fritos o los famosos bao de chicharrón -un pan esponjoso cocido al vapor que inventaron en China, pero se hizo popular en la cocina taiwanesa-, una fragancia nauseabunda y amarga, como si todo el contenido de las alcantarillas de Taipei se hubieran desbordado en aquella esquina, se mezcla con el aire y se vuelve imposible respirar.
“Eso es olor a comida”, nos advierte Valentina González.
González explica que así huele la sopa de “tofu apestoso”, una preparación tradicional de los mercados taiwaneses que utilizan un tofu que llevan fermentando por meses.
En Taiwán todo es nuevo. Un aroma que parece que viene de la basura y resulta que es un plato típico. El idioma. “La gente. Eso es lo más difícil, adaptarse“, dice Valentina.
Ella llegó de Paraguay hace un año y medio a estudiar Relaciones Internacionales en la Universidad de Tamkang, en el norte de la ciudad.
Es una de las becadas del Ministerio de Relaciones Exteriores de Taiwán (MOFA, por sus siglas en inglés) que tiene como requisito que, antes de escoger cualquier carrera, los becarios pasen un año en una pequeña localidad montañosa cerca de Taipei aprendiendo mandarín.
A González le gusta destacar que a los 18 años ya habla tres idiomas (sabe también inglés) y vive en un país asiático estudiando una carrera universitaria. “Para mí en Paraguay eso hubiera sido imposible. Toda esta experiencia sencillamente no hubiera existido”, agrega.
Hoy acaba de salir de una pesada clase de comercio internacional con un profesor taiwanés que a través de una aplicación les enviaba preguntas a los estudiantes en un formato parecido al del programa “Quién quiere ser millonario”.
“En Paraguay lo que pasa es que los profesores se basan más en los libros. Acá hay mucha más interacción y mucha investigación”, compara.
Pero ella, como la mayoría de los paraguayos de Taiwán, no solo se dedica a estudiar.
Debido a la vocación internacional y tecnológica del país (es el principal productor de microprocesadores del mundo) hay una gran demanda para que los estudiantes becados den clases de inglés a los niños.
Valentina hace eso. Pablo Orué también dio clases de inglés y ambos creen que la popularidad de los profesores paraguayos puede tener que ver con sus apariencias.
“He conocido personas de Hong Kong que hablan inglés nativo y no los quieren porque son asiáticos. Lo mismo pasa con los indios, no los contratan”, señala Orué.
“Pero a nosotros los paraguayos, como tenemos cara de occidentales, de gringos, nos quieren a todos”.
En un pequeño apartamento ubicado en el distrito de Songshan, en el este de Taipei, Peppy Tang hunde sus dedos en una organeta Nord Stage roja y enorme de la que salen notas de una canción de la que no entiende mucho: Despacito, el exitazo de Luis Fonsi y Daddy Yankee que le dio la vuelta al mundo en 2016.
Al frente, las hermanas gemelas Montse y Pilar Argaña comienzan a entonar los primeros versos de la famosa canción.
“Nosotras además de las clases de inglés también actuamos en bares”, dice Pilar al terminar de cantar aquello de ‘pasito a pasito, suave, suavecito…’
“Y hemos trabajado de modelos”, remata.
Pilar muestra una sesión de fotos que le hicieron mientras filmaba un comercial de monopatines eléctricos. Montse, por su parte, ha hecho parte de comerciales como extra.
Las hermanas vienen de Arroyos y Esteros, una localidad del interior de Paraguay a unos 70 kilómetros de Asunción.
Tras estudiar un año de mandarín, Pilar se apuntó en ingeniería de sistemas y su hermana, en la carrera de química de la Universidad Nacional de Ciencias y Tecnología.
De eso hace ya tres años.
A diferencia de González y Orué, las hermanas Argaña tienen parte de sus clases en mandarín.
Antes de dirigirse al estudio de música, Pilar tuvo la última sesión del día junto su asesor de proyectos especiales en Electrónica General. Debe entregar un informe sobre la evolución de las redes que se utilizan en las telecomunicaciones desde el 2G hasta el revolucionario y polémico 5G.
La explicación es en mandarín. El maestro se esmera en ayudarla con los términos técnicos porque serán vitales para que su proyecto sea aprobado. A su lado, uno de sus compañeros le traduce al inglés -Porque gran parte de la población taiwanesa joven sabe inglés- cuando nota que Pilar se pierde.
“Es muy difícil hacer una carrera técnica en un idioma que no tiene nada de parecido con el español o el inglés. Se trabaja en otra escala”, señala.
Una de las razones por las que Peppy Tang incorporó “Despacito” al repertorio que ensaya con las hermanas Argaña es el creciente número de estudiantes en la isla que tienen el español como primera lengua, especialmente por el crecimiento exponencial de la población paraguaya.
“La comunidad ha crecido mucho. Y eso se nota, por ejemplo vas caminando por la universidad y escuchas a la gente hablando en español. De hecho, hemos comenzado a hablar en un guaraní que conocemos nosotras dos cuando no queremos que nos entiendan”, indican las dos hermanas.
La estadía en la isla les ha abierto también otros caminos impensados.
“Mi hermana y yo representamos a Taiwán en un concurso de canto internacional en Egipto y sé de estudiantes paraguayos que han representado a este país en la Estación Espacial Internacional. Es algo que no hubiéramos hecho en Paraguay. Nunca”, afirma Pilar.
Tang termina el ensayo con una versión de “I don’t want to miss a thing” de Aerosmith, que las hermanas interpretan de forma impecable. Mientras descansan, Montse le comenta a Pilar la noticia de Honduras y el rompimiento de relaciones con Taiwán. A ambas les preocupa el “efecto contagio”: que pase lo mismo con Paraguay.
“¿Qué es lo prioritario: invertir en los jóvenes, en becas que son para el futuro del país, o en que los empresarios puedan vender sus cosas a China?” dice Montse.
“Yo estoy terminando la carrera, pero hay jóvenes que están por la mitad y si cambien las cosas tienen que comenzar de nuevo… o ni siquiera eso, se tienen que devolver a Paraguay a ver qué hacen”.
2. Las tensiones de “una sola China”
El Diplomatic Quarter es una mole de mármol rosa con ventanas verdosas, que está emplazado sobre una colina con buenas vistas sobre la ciudad.
La entrada está flanqueada por mástiles donde se izan las banderas de los países cuyas representaciones diplomáticas tienen su sede en ese edificio.
La mitad de ellos está vacía.
“Las banderas se han ido quitando a medida que los países han ido cortando relaciones con Taiwán”, le cuenta a BBC Mundo el embajador de Paraguay en la isla, Carlos José Fleitas.
La historia del Taiwán moderno comienza con una derrota: en 1949, tras una cruenta guerra civil, los insurgentes liderados por Mao Tse Tung lograron el control de la China continental y fundaron la República Popular de China, mientras que las tropas del Kuomintang lideradas por el generalísimo Chiang Kai-shek huyeron hacia Taiwán y establecieron un gobierno en el exilio en Taipei.
Ambos bandos reclamaron ser los verdaderos representantes de China.
“Paraguay fue uno de los primeros amigos de Taipei. Nosotros establecimos relaciones en 1957”, señala Fleitas y recuerda que su país fue uno de los pocos que votó en contra de la famosa resolución 2.758 de la ONU en 1971.
Ese fue el año en que cambió todo: 76 países votaron durante la Asamblea General de Naciones Unidas que el gobierno de Pekín, y no el de Taipei, era el verdadero representante de China y merecía ocupar un asiento en la organización.
Taiwán pasó de tener relaciones diplomáticas con 68 países en 1971 a apenas 13 en 2023.
Por su parte, la República Popular de China ha cosechado relaciones oficiales con 183 países en estas cinco décadas.
Ante la ruptura sistemática de relaciones de las demás naciones, Paraguay se mantuvo firme y eso lo puso en una relación cada vez más privilegiada.
Tanto que en 1991 iniciaron este programa de becas poco usual por parte de un gobierno hacia otro: no solo paga los estudios universitarios que el becario elija y los pasajes, sino que entrega un estipendio cercano a los US$1.000 mensuales para gastos personales.
Fleitas señala una de las fotos que tiene en su oficina: tres jóvenes, nerviosos y expectantes, en el aeropuerto de Taoyuán en agosto de 1991.
“Ellos fueron los primeros tres que vinieron a Taiwán. Hasta el momento han sido becados 670 jóvenes paraguayos en programas de pregrado y posgrado”, anota.
30 años más tarde, ese acuerdo de cooperación ha hecho que la paraguaya sea la comunidad latina más grande en este país, dice Orué, que es presidente de la Asociación de Estudiantes Paraguayos en Taiwán (AEPT).
Sin embargo, el anuncio de la presidenta Castro en Honduras ha puesto a muchos en alerta, sobre todo por un hecho inminente: el próximo 30 de abril, Paraguay acudirá a las urnas para elegir a su nuevo presidente.
Y depende de quién gane, la maniobra hondureña se puede repetir.
De parte del candidato oficialista, Santiago Peña, la postura es la de seguir con las relaciones tal cual están.
Sin embargo, Efraín Alegre, el candidato de una coalición opositora al gobierno y segundo favorito en las encuestas, ha sido crítico de la relación de Paraguay con Taiwán y ha planteado que en su gobierno se podrían establecer lazos con Pekín.
“No se puede seguir perdiendo las oportunidades comerciales con China”, ha reclamado el candidato en su campaña.
El gobierno de Taiwán ha sido claro sobre la consecuencia que tendría esa decisión política:
“Si se da la ruptura de relaciones, las becas se terminan inmediatamente. Lo que han hecho algunas universidades es dejar que las personas acaben el semestre, pero la financiación por parte del gobierno acaba en ese momento”, le explica a BBC Mundo el embajador de Taiwán en Asunción, José Chih-Cheng Han.
“Este es un programa que tiene como objetivo principal fortalecer vínculos con nuestros países aliados”, agrega.
El temor de una suspensión repentina tiene otro antecedente reciente: el 10 de diciembre de 2021, el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua tomó la decisión de establecer relaciones diplomáticas con China y, por consiguiente, terminarlas con Taiwán.
Un año y medio antes, Christian Delgado había aterrizado en Taiwán proveniente de Managua para iniciar su pregrado en Economía, becado por el MOFA.
“Nosotros habíamos escuchado en las noticias de la decisión del gobierno, pero no había ninguna comunicación oficial, así que pensamos que las cosas seguían igual”, recuerda Delgado.
Esa misma semana, el nicaragüense tuvo que acudir a la embajada de su país en Taipei para realizar un trámite, cuando se encontró con que todo el personal estaba desocupando las oficinas porque tenían tres días de plazo para abandonar el país.
“Como era el único nicaragüense allí me pidieron que si podía ayudarles a limpiar la embajada, a botar algunos documentos y sacar los muebles”, recuerda.
“De un momento a otro nos quedamos sin embajada. Y sin becas”.
Delgado señala que desde Nicaragua le llegaron presiones para marcharse en silencio de Taiwán y empezar una nueva vida en China. Pero él decidió quedarse.
“He dormido en el piso, he trabajado de todas las cosas posibles, aprendí a vivir con el mínimo, pero con la idea de que una vez consiga mi diploma, tendré una vida mejor”.
3. La amenaza de la guerra
Eduardo Saguier conduce por las calles de Kaohsiung, la segunda ciudad de Taiwán, ubicada en el sur de la isla, con la idea de recoger a su hijo Lucas, de 2 años, en la guardería.
“Allí detrás de esos edificios hay un refugio -dice mientras señala un mapa con varias marcaciones de una aplicación en su teléfono celular-, allí hay un lugar para protegerse si China alguna vez nos invade”.
Saguier llegó hace 11 años a la isla, también como becado. Con alguna dificultad logró superar el aprendizaje del idioma el primer año, pero al escoger la carrera la dificultad se hizo insalvable.
“En la mayoría de las otras carreras hay compatriotas que le explican a los que vienen de qué trata cada semestre. Pero en Ciencias Políticas yo era el primero y todo estaba en mandarín. Yo no tenía el nivel para poder hacer la carrera”.
El acuerdo obliga a los becarios a tener un mínimo de calificaciones para renovar las cuotas de ayuda.
En el segundo semestre Saguier no pudo cumplir con lo pactado y tuvo que dejar la universidad. Pero no quiso dejar el país.
“Yo sabía que en Paraguay no iba a tener opciones. Dije, acá me quedó”.
Por entonces conoció a su esposa, Ban Yu Yun. Ella le mostró otra cara de Taiwán: pertenecía a una de las 18 tribus originarias que habitan el país desde hace siglos, mucho antes de la llegada de las tropas de Chiang.
Al poco tiempo ella le ofreció que se casaran para regularizar la situación migratoria, y le dio a escoger entre un matrimonio civil o uno tradicional.
“En el tradicional tenía que cazar un jabalí para demostrar que podía llevar la comida a mi casa e invitar no solo a la familia de mi esposa sino a toda su comunidad. Nos decidimos por el civil, por supuesto”, relata entre risas.
El nuevo estado civil le permitió conseguir trabajo e incluso montar una empresa propia. Pero con la llegada de su hijo, comenzó a tener a flor de piel un asunto que gravita sobre todos quienes habitan Taiwán: la posibilidad de una invasión china.
Desde que Xi Jinping llegó al poder en 2012, la amenaza de invasión a Taiwán ha ido cobrando fuerza. En repetidas ocasiones Xi ha dejado clara la intención de reunificar a Taiwán y China bajo la bandera de la República Popular.
Y no ha descartado ningún recurso para apoderarse no solo de la isla, sino también del estrecho de Taiwán, uno de los pasos marítimos más usados en el planeta.
“El Partido nunca prometería renunciar al uso de la fuerza como opción”, dijo en su discurso de posesión de un nuevo mandato en octubre de 2022.
De hecho, de acuerdo con Taipei, en ese año se contaron cerca de 1.700 incursiones de aviones del Ejército Popular de Liberación en el espacio aéreo taiwanés. Más del doble de las registradas el año anterior.
Saguier intenta enfrentarse a la amenaza con sabiduría: “Si los locales no entran en pánico, nosotros tampoco. Ellos llevan 70 años escuchando la misma historia y han aprendido a vivir con ella”.
“Están más preocupados los medios y la gente afuera de Taiwán”, asegura. Es una visión que comparten los otros paraguayos con que BBC Mundo habló.
Sin embargo, la responsabilidad de velar por una familia obliga a Saguier a tomar ciertos resguardos. Por eso sabe dónde hay que refugiarse en caso de un ataque súbito.
El gobierno de Taiwán tiene una filosofía similar, pero tampoco desestima la amenaza.
“Taipei ha aumentado de cuatro meses a un año la prestación del servicio militar obligatorio, donde hemos reforzado el tema de la instrucción”, explica el embajador Chih.
También hace énfasis en reforzar la alianza militar que existe con EE.UU. -país con el que no tienen relaciones diplomáticas desde 1979- para la protección del estrecho de Taiwán.
“Vivimos así desde hace siete décadas. Nuestro empeño siempre ha sido negociar y que este conflicto lo podamos resolver dialogando”, insiste.
El viernes, el calor que ha aplastado la ciudad durante la semana cede y da paso a una lluvia pesada que dura todo el día.
Wilches ha decidido que la reunión que organizó con otros estudiantes paraguayos se haga en el mercado de Shilin, un complejo de varias cuadras lleno locales de comida callejera, que tiene un lugar techado donde comer tranquilos sin preocuparnos por el aguacero.
La mesa está servida con las delicias locales: una sopa de wan tong, panqueques de ostras, dumplings de carne, arroz frito, cangrejos apanados.
La mayoría reconoce que vino a Taiwán con curiosidad por las diferencias: el idioma, la cultura, la comida.
Sin embargo, uno de ellos, Walter Ricardo, encuentra semejanzas en la distancia.
“Aquí se habla el taiwanés, que es un idioma muy distinto al mandarín, así como el guaraní de Paraguay es tan distinto del español. Y acá han desarrollado un estudio muy profundo de esa lengua y yo quiero aprender cómo lo hacen para poder estudiar profundamente”, compara.
“No sé cómo terminará toda esta situación con China, pero Taiwánal igual que Paraguay ha estado sitiado por países más grandes y poderosos y ambos han sobrevivido, con sus tradiciones y su lengua”.
La cena se termina con la evocación de los asados de domingo acompañados de mandioca, de la familia que se extraña y los partidos de Olimpia y Cerro Porteño.
Aunque la mayoría está casi segura de querer quedarse a vivir en Taiwán.
“Al menos a mí me quedan varias montañas que subir en este país”, dice Orué. “Y mucho por aprender”.
Alejandro Millán Valencia / BBC MUNDO
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