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Sáb. Nov 2nd, 2024
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Angustiados y pesimistas ciudadanos de buena fe condenan el sistema democrático, pues consideran que no funciona y es el causante del atraso, corrupción e ineficiencia de los gobiernos elegidos libremente. En parte tienen razón porque otorga en veces el poder a quien no lo merece, a “hampones democráticos” como los califica Borges, pues roban, mienten y coartan las libertades. Lo hemos vivido los últimos años con Correa —hoy prófugo— y su corte de los milagros, ventajosamente enjuiciados muchos de ellos.

Los valores de la democracia moderna permiten y obligan las rectificaciones de equivocadas decisiones mayoritarias. En los Estados Unidos, mediante elecciones libres, Trump no fue reelegido, pues pronto demostró sus actitudes abusivas, prejuiciadas, plenamente antidemocráticas. Argentina lleva años tratando de ser una nación democrática; parece que el peronismo populista y sus  herederos llegan a su fin. Chile, por decisión mayoritaria, no se ha dejado imponer una carta política totalitaria.

Los valores de la democracia moderna —igualdad, libertad, justicia, solidaridad, pluralismo, decisión  mayoritaria del pueblo— son las aspiraciones de todos. Que no se los concreta es el reclamo general, pero la democracia y sus males se curan con más democracia. La democracia nunca será tan insensata como un golpe de Estado, evidente observación que enseña la historia. Los gobiernos totalitarios, militares o de  iluminados dictadores, han sido fatales para el Ecuador y América Latina. Hay observaciones agudas como la de Bernard Shaw: “La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección debida a una mayoría incompetente. La respuesta es: los pueblos maduran o madurarán. La comunicación hoy es amplia e impide la permanencia de esa vieja democracia”.

Frente a la democracia su rival es ‘nada’ ideológicamente, quienes han pretendido destruirla son dictadores como Hitler, Mussolini, Castro, Maduro, Ortega; antes: Trujillo, Somoza, Batista — que son parte de la triste historia política de América Latina—.

Lo cierto es que la democracia permite la esperanza.


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