Fue en 1971 cuando el presidente estadounidense Richard Nixon, al recibir en Washington al entonces dictador brasileño Emilio Garrastazú Médici y con la asesoría de Henry Kissinger, afirmó: “sabemos que el resto de América Latina seguirá el curso que siga Brasil”.
Con el experimento populista —autoritario y desarrollista a la vez— de Getulio Vargas y su trágico final, con la industrialización tardía y el crecimiento de posguerra, y con la dictadura anticomunista que irrumpió en 1964, el ‘Gigante del Sur’ había marcado el ritmo del continente. Lo mismo sucedería a partir de entonces con la crisis de deuda y la hiperinflación, el desprestigio del sistema de partidos, la desindustrialización, el ascenso de la agroexportación, la llegada al poder de la izquierda y su posterior implosión en medio de un desenfreno de corrupción cuyo destape puso en jaque la legitimidad misma del Estado.
Hoy, Brasil nos advierte que, probablemente, la región tendrá que esperar mucho todavía para tener un respiro democrático y respetuoso de las instituciones. Nos encontramos ante una paralizante nueva era de extremos.
¿Qué puede hacer Ecuador para evitar caer en lo mismo y sortear los amargos capítulos del Cono Sur, como los hizo frente al terrorismo y las dictaduras durante la Guerra Fría? ¿Qué hacer ante el inevitable surgimiento de nuestros propios ‘Bolsonaros’ y el probable retorno del populismo?
Desde ya, los partidos deben fortalecer a sus cuadros más conciliadores y razonables, no a los intransigentes y vengativos. Aprender de los errores de nuestros vecinos nos evitaría caer en las mismas trampas.
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