Una “agresiva variante de la gripe” revoluciona el mundo. Un médico forense emprenderá una investigación para desentrañar el origen de esa patología, en la que se topará con una fascinante pero peligrosa ingeniería genética.
Una joven aparentemente sana se desmaya en el metro de Nueva York y muere antes de llegar al hospital. Antes de la autopsia, le atribuyen ese repentino colapso a una “agresiva variante de la gripe”, pero cuando el médico forense Jack Stapleton revisa el cuerpo, descubrirá algunos detalles extraños. La joven no solo había recibido un trasplante de corazón: también coincidía su ADN con el del nuevo órgano.
Cuando salen a la luz dos casos similares de personas que perdieron la vida después de desplomarse súbitamente, el forense Stapleton comenzará a preocuparse ante la posibilidad de que Nueva York se encuentre ante la génesis de una peligrosa pandemia. Pero el problema no tardará en cruzar las fronteras y, tras casos en Los Ángeles, Londres y Roma, el médico deberá iniciar una investigación a contrarreloj para averiguar qué clase de virus es capaz de ocasionar todos aquellos estragos y cómo combatirlo.
En esa vertiginosa investigación, sin embargo, Stapleton se topará con un “fascinante nuevo tipo de ingeniería genética que está haciendo soñar a la comunidad científica… y atrayendo la atención de sus miembros con menos escrúpulos”. Una vez más, el médico y escritor estadounidense Robin Cook vuelve con un adictivo thriller médico cuyo objetivo, más allá de atrapar al lector, es acercarlo a las novedades de la medicina y a los distintos problemas éticos que orbitan a su alrededor.
Cook, con más de 30 libros en su haber traducidos a más de 40 idiomas, ya había explorado otras innovaciones médicas que fueron surgiendo desde los comienzos de su carrera literaria en la década del 70, como donación de órganos, ingeniería genética, reproducción asistida, fecundación in vitro, negligencia médica, turismo de salud, y trasplantes. En sus casi 500 páginas, Pandemia desarrolla las posibilidades pero también las impensadas y catastróficas consecuencias de la ingeniería genética para complejizar un tema del que mucho se habla pero poco se sabe.
Así empieza “Pandemia”, de Robin Cook
Miércoles, 7 de abril, 1.45 p.m.
David Zhao, de veintiocho años, tomó la salida de la Interestatal 88 hacia la Carretera 661 de New Jersey, en dirección sur hacia una pequeña ciudad llamada Dover, situada en una zona relativamente rural del noroeste del estado. Conocía bien el camino porque lo había hecho cientos y cientos de veces durante los últimos años. Con el tráfico bastante fluido de un miércoles a mediodía era un desplazamiento rápido, de poco más de una hora. Como de costumbre, había tomado la interestatal justo después de atravesar el puente George Washington. Venía del Centro Médico de la Universidad de Columbia, en la parte alta de Manhattan, donde estaba estudiando el doctorado en genética y bioinformática en el Departamento de Biología de Sistemas de la Universidad de Columbia.
David viajaba solo, como solía hacer cuando iba a Dover. También como de costumbre, el desplazamiento obedecía al apremio de su padre, Wei, que, ciertamente, avergonzaba a David. Como muchos hombres de negocios chinos de éxito, su padre había tenido la oportunidad de subirse a la ola del milagro económico de la China moderna. Pero ahora que se había convertido en multimillonario, prefería vivir fuera de la República Popular China, porque se sentía mucho más cómodo con el liberalismo económico de Estados Unidos. Para David, esta actitud olía a traición y ofendía el orgullo que él sentía por el extraordinario progreso y la larga historia de su país.
El verdadero nombre de David era Daquan, pero se lo cambió nueve años atrás cuando su padre lo envió a Estados Unidos a estudiar biotecnología y microbiología en el MIT. Necesitaba un nombre occidentalizado, porque Zhao Daquan no iba a funcionar, sobre todo teniendo en cuenta el orden habitual chino de colocar delante el apellido. Necesitaba un nombre americano para no confundir a la gente o quedar marginado, ya que sabía que la discriminación en la sociedad americana era algo relevante. Para resolver el problema, buscó en Google nombres de chico populares en Estados Unidos. Y como David empezaba con las mismas dos primeras letras que Daquan y también tenía dos sílabas, lo eligió de que ya lo había asimilado, le gustaba. No obstante, soñaba con recuperar Zhao Daquan en cuanto regresara a China. La idea era volver allí el próximo año, cuando terminase su doctorado, y tomar las riendas de las empresas de biotecnología y farmacia de su padre, suponiendo que siguieran emplazadas allí. El mayor temor de David era que su padre consiguiera su objetivo de sacar la totalidad de sus empresas de la República Popular.
Una vez en la carretera secundaria, David aminoró la velocidad. Era consciente de que le gustaba apretar el acelerador, sobre todo con este coche que le había regalado su padre por su último cumpleaños: un Lexus LC 500 cupé negro mate. A David le gustaba, pero no era el coche que él quería. Le había pedido específicamente un Lamborghini como el que tenía otro estudiante chino de doctorado amigo suyo, pero como de costumbre, su padre había ignorado sus preferencias. Había sucedido algo muy similar con la decisión de que David fuera a la universidad en Estados Unidos. Él había dejado bien claro que prefería quedarse en Shanghái y estudiar en la Universidad Jiao Tong de la ciudad, en la que su padre había obtenido su licenciatura en biotecnología. Pero este había hecho caso omiso de las preferencias de David. Dudaba que su padre llegara a entender que él podía tener opiniones diferentes sobre cualquier asunto. En este sentido, su progenitor era un prototipo de la vieja escuela, que exigía absoluta adhesión filial.
Al salir de la NJ 661, David aminoró la velocidad todavía más. Ya le habían puesto un montón de multas por exceso de velocidad en New Jersey, tantas que su padre había amenazado con quitarle el coche. Y eso era lo último que quería David, porque le encantaba conducir. Era su modo de evadirse. Ahora avanzaba por una carretera local rodeada de campos que empezaban a brotar, intercalados con zonas boscosas de árboles todavía desnudos. Después de recorrer unos kilómetros, apareció el primer edificio del conglomerado empresarial fundado por su padre. El Hospital de Dover Valley era un impresionante hospital moderno que estaba a punto de abrir sus puertas tras un completo proceso de renovación. En su anterior etapa había sido un pequeño y decadente hospital local y residencia de ancianos que acabó entrando en bancarrota. El padre de David lo adquirió y en cuanto fue el nuevo propietario, empezó a invertir dinero en el edificio, para sorpresa y satisfacción de las poblaciones de los alrededores.
David pasó por delante del hospital ya terminado, que sabía que contaba con las salas de operaciones más punteras, entre otros elementos de última generación. Su padre pretendía convertir la institución en un centro para el tratamiento del cáncer, terapia génica, fertilización in vitro y trasplantes de prestigio mundial, con el fin de capitalizar las increíbles posibilidades económicas que abría la tecnología vinculada con la CRISPR/ CAS9.
Junto al Hospital de Dover Valley se alzaba otro moderno complejo arquitectónico, también propiedad de su padre. Era la sede de la empresa GeneRx, centro neurálgico de su desembarco en Estados Unidos y el equivalente estadounidense de una empresa de nombre similar con sede en Shanghái. El personal de GeneRx se componía fundamentalmente de ingenieros y técnicos chinos especializados en biotecnología que el padre de David se había encargado de contratar, incluyendo un considerable número de becarios seleccionados en todas las facultades de biotecnología de primer nivel de las universidades chinas. El espacioso complejo estaba rodeado por una alta verja metálica coronada con alambre de espino que se extendía hasta el bosque colindante a ambos lados y en cuyo centro había una garita de seguridad que cortaba el paso en la carretera de acceso, parcialmente oculto por los altos árboles de hoja perenne.
Habitualmente, en cuanto David se acercaba, el vigilante alzaba la valla, pero como el coche era bastante nuevo, se detuvo junto a la garita y bajó la ventanilla. Uno de los vigilantes lo reconoció de inmediato, lo saludó en mandarín y le dio la bienvenida de nuevo a GeneRx.
—¿Va al edificio principal? —le preguntó el vigilante.
—No —respondió David—. Voy a la granja para una presentación.
El vigilante se rio, le dijo que iba a estar muy bien atendido y levantó la valla.
David pasó por delante de la entrada del aparcamiento de varias plantas, giró por la esquina derecha del edificio principal y entró en una zona arbolada. Después de unas cuantas curvas, la carretera llegaba a un nuevo claro donde había otro aparcamiento. Y detrás se levantaba otro edificio de tres plantas diseñado con tres alas en forma de T y tejados a cuatro aguas. En un cartel situado en la parte delantera se leía el nombre del edificio: GRANJA EXPERIMENTAL. Pero David sabía que nadie lo llamaba así. Todo el mundo se refería a él como «la granja» sin más.
David era consciente de que llegaba con retraso, de modo que aparcó rápidamente y se dirigió a la entrada principal a paso ligero. Cinco minutos después ya estaba en el ala central, poniéndose ropa limpia y colocándose una mascarilla y un gorro quirúrgicos, para después dirigirse a la zona de esterilización, que disponía de salida de aire en sentido único, similar a la de una habitación de aislamiento en un hospital. Cuando estuvo completamente ataviado y después de que un técnico certificara que iba convenientemente cubierto, David atravesó unas puertas automáticas y entró en la zona estéril. En esta parte de la granja tenían a los cerdos clonados y esterilizados, cuyos genomas habían sido modificados con la CRISPR/CAS9. Había en el complejo otras muchas zonas con diversos tipos de animales, como cabras, ovejas, vacas, monos, perros, ratones, ratas y hurones. La Granja Experimental pretendía forjar una nueva rama de la «farmacia», con fármacos creados a partir de grandes moléculas y proteínas manufacturadas por animales en lugar de mediante procesos químicos o en tanques de fermentación.
David atravesó un pasillo de un blanco inmaculado hasta una puerta en la que se leía SALA DE INSEMINACIÓN y entró. La sala era cuadrada y en la parte central, algo más hundida que los laterales, se hallaba el jefe de veterinarios, un tipo alto que David enseguida reconoció, acompañado por varios ayudantes, que inmovilizaban a una enorme cerda prácticamente albina en celo. En la sala había además otras veinte personas contemplando la escena. David solo reconoció a dos de ellas, ya que todas iban vestidas como él y resultaba difícil identificarlas con las mascarillas, los gorros y las batas. Las dos personas a las que reconoció eran su padre, Wei Zhao, y su asistente, Kang-Dae Ryang. Su padre era fácil de reconocer por su particular físico. En primer lugar, era alto e imponente, con su metro noventa y cuatro. El propio David no le iba muy a la zaga, con su metro ochenta y nueve. Pero era sobre todo la complexión de su padre lo que de verdad impactaba, especialmente la anchura de espalda y la estrecha cintura, que mantenía pese a su edad. Cuando Wei Zhao estudiaba en la universidad en los años setenta, Arnold Schwarzenegger era su ídolo y se interesó por el culturismo. Aunque la cosa empezó como una mera afición pasajera, se convirtió en una obsesión de por vida, y a sus sesenta años seguía practicándolo, aunque con mucha más moderación. Kang-Dae tenía una apariencia física completamente diferente, porque era delgado como un palillo. Su bata parecía pender de un colgador y sus ojos, pequeños y brillantes, hacían pensar en un ave de presa.
David avanzó hacia donde estaba su padre para asegurarse de que este se percataba de su presencia. Lo consiguió, pero se dio cuenta de inmediato de que a su padre no le había hecho ni pizca de gracia su retraso. Él lo había hecho a propósito, porque ese comportamiento pasivo-agresivo era un pequeño placer que se concedía.
El veterinario, que llevaba una linterna frontal, se incorporó e indicó con un movimiento de la jeringa dirigido a Wei que todo estaba listo. Uno de los asistentes había insertado un espéculo, de modo que probablemente se podía ver el cérvix.
Wei se aclaró la garganta y se dirigió a los presentes, primero en mandarín y después en inglés.
—¡Les doy a todos la bienvenida! Está aquí presente el equipo al completo, incluidos los biólogos moleculares de la CRISPR/ CAS9, los expertos en células madre, los genetistas, los embriólogos y los veterinarios. Estamos todos aquí para presenciar «un pequeño paso para un hombre, pero un paso de gigante para la humanidad».
La referencia a la llegada a la Luna de Estados Unidos produjo algunas risas forzadas.
—Como sabéis, GeneRx necesita de forma imperiosa un flujo de ingresos adicionales, ahora que mis planes de financiación para nuestras operaciones en Estados Unidos han sido bloqueados por Xi Jinping, el Politburó y el Banco Popular de China, en una conspiración conjunta para restringir la salida de capital del país. Estoy convencido de que lo que estamos haciendo hoy aquí minimizará este problema ayudando a GeneRx a tomar la delantera para monopolizar patentes cruciales y recoger los beneficios. Como bien sabéis todos, hoy vamos a implantar diez embriones clonados a medida y solo necesitamos que uno prospere para garantizarnos el éxito. La próxima semana llevaremos a cabo la segunda implantación para responder a la crucial pregunta de qué es mejor: un cerdo cruzado o un cerdo transgénico. Gracias a la CRISPR/CAS9 podemos elegir. Les doy las gracias a todos por haber trabajado con tanta diligencia para hacer posible que llegara este día. Vamos a obtener el primer cerdo inmunológicamente diseñado. Y estoy seguro de que este paso nos llevará pronto a poder realizar cientos y después miles de creaciones de este tipo.
Concluido su breve discurso, Wei bajó al «pozo» para observar de cerca la inseminación. Kang-Dae permaneció donde estaba y David se acercó a él. Lo miró por el rabillo del ojo sin perder de vista a Wei. No quería que su padre los viera hablar. Según las estimaciones de David, Kang-Dae no podía pesar más de ochenta libras, algo más de treinta y seis kilos. Atribuía su esquelética complexión al hecho de haber crecido en Corea del Norte, donde de niño pasó hambre. Aunque había logrado desertar y pasar a China hacía treinta y ocho años, no había ganado peso debido a esa malnutrición infantil. David conocía a Kang-Dae desde niño, cuando el Partido Comunista lo envió a trabajar con Wei en la primera empresa de biotecnología que este montó, y demostró ser un trabajador incansable y dedicado en cuerpo y alma al proyecto. Incluso aprendió por su cuenta biología y biotecnología. Como no tenía familia, acabó viviendo en una pequeña habitación en la casa de Wei, pese a que este sabía que el hombre era básicamente un espía. Debido a esa cercanía, David y Kang-Dae se habían hecho amigos y la relación había perdurado en el tiempo, sobre todo después de que ambos, de forma inesperada y sin desearlo, acabaran en Estados Unidos. Allí, en New Jersey, supieron que compartían el deseo de que la empresa americana de Wei fracasara y pudieran regresar a China.
David se inclinó hacia el coreano y le dijo en voz baja:
—¿Has hecho lo que te sugerí?
—Sí —respondió Kang-Dae. Era hombre de pocas palabras.
—¿Una vez o varias? —preguntó David. Como persona de confianza de Wei, Kang-Dae tenía fácil acceso a todo el complejo. Seguía viviendo con Wei, en la mansión que tenía cerca de allí. Más que un mero asistente, era la mano derecha del padre de David.
—Tres veces, como sugeriste —dijo Kang-Dae—. Lo he puesto en el agua potable. ¿Funcionará?
—Es imposible garantizarlo —dijo David—. Con este proyecto estamos adentrándonos en territorio desconocido. Pero desde luego en los cultivos celulares era tóxico para las células del riñón, de modo que, si tuviera que apostar, diría que va a funcionar muy bien…, ¡quizá demasiado bien!
Quién es Robin Cook
♦ Nació en Nueva York, Estados Unidos, en 1940.
♦ Es médico y novelista.
♦ Ha vendido más de 100 millones de libros en todo el mundo y varias de sus novelas han sido adaptadas al cine y la televisión.
♦ Es autor de libros como Contagio, Coma, Toxina, Shock, Virus, Pandemia y Viral, entre otros.
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