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Nadie mostró mejor lo cerca que está la locura del límite de lo que consideramos salud mental que ese monstruo de la actuación que perdía la razón ante su familia en el solitario hotel de El resplandor (1980), o daba saltitos en diagonal para no pisar las juntas de las baldosas en Mejor Imposible (1997), o pasaba de querer burlar a la Justicia a enfrentarse al autoritarismo de un psiquiátrico –y de la inefable enfermera Ratched– en Atrapado sin salida (1975).

Por las dos últimas películas Jack Nicholson se llevó el Oscar a Mejor Actor, pero el público y la Academia siempre supieron que cualquier premio era insuficiente para medir la trayectoria de un hombre cuya carrera rompió todos los moldes y que sin embargo nunca perdió la elegancia, justo ahora que toda esa imagen dorada y glamorosa del Hollywood de otra era parece haberse borrado de las alfombras rojas de una sola cachetada.

Tal vez es por eso que John Joseph Nicholson estuvo nominado exactamente una docena de veces al Oscar y lo ganó también como Actor de Reparto por La fuerza del cariño (1983), como el vecino astronauta que seducía a Shirley McLaine.

A sus 85 años, que cumple hoy, es el intérprete masculino con más nominaciones a la estatuilla, un récord sólo superado por Meryl Streep, su compañera en uno de los dramas más tristes y románticos que se filmaron sobre la historia de un matrimonio –cuatro décadas antes de Baumbach y de Levi–, y de las que abrieron la conversación sobre el divorcio en los años ochenta: El difícil arte de amar (1983). También fue la película que le hizo una indeleble fama de mujeriego, aunque claro que él jugó su parte.

En la vida real, Nicholson sólo se casó y se divorció una vez, de su primera mujer, la actriz Sandra Knight, con quien coprotagonizó El terror en 1963. Pero tuvo seis hijos, con cinco parejas distintas. La más consolidada fue la que formó junto a Anjelica Huston entre 1973 y 1990, desde que ella reinaba vestida por Halston en Club 54, tanto que en una escena de Annie Hall (1977), para convencer a la protagonista de que fuera a una fiesta, Paul Simon le asegura que van a estar “Jack y Anjelica”, que por entonces eran sinónimo de romance y glamour.

Durante su tormentosa relación, Nicholson fue tan infiel como su personaje de El difícil arte de amar –un título que parece casi escrito para dos que, al decir de Huston, “se hacían hervir la sangre”–, al punto de tener hijos con otras mujeres mientras estaba con la actriz con la que compartió casa y cartel en El cartero llama dos veces (1981) y El honor de los Prizzi (1985), dirigida nada menos que por el padre de ella, John Huston. Así y todo, el bueno de Jack siempre tuvo otros gestos por los que sus propias ex lo han perdonado y suelen recordarlo de la mejor manera. Incluso Anjelica.

El final fue cruel. Después de diecisiete años de idas y vueltas de tratamientos de fertilidad para “tener montones de hijos”, como soñaba ella casi tanto como “casarse y domesticar a la bestia” que era Jack, él le confesó que había dejado embarazada a una de sus amantes: una moza y actriz de 26 años, Rebecca Broussard, con quien se mudó y tuvo a Lorraine (1990) y a Ray (1992).

Para entonces ya tenía a Jennifer (1963) con Knight; a Caleb (1970) con su coprotagonista en Mi vida es mi vida (1970), Susan Anspach, y a Honey, con la modelo danesa Winnie Holman –tardó años en reconocer la paternidad de los dos últimos–. Según se confirmó en los últimos años, después de Lorraine y Ray, llegaría también Tessa Gourin, fruto de otro romance con una mesera, Jennine Gourin, en 1993.

Pero en esa época, mientras los tabloides estimaban sus conquistas en más de dos mil, Jack no se resignaba a perder a Anjelica. La consideraba suya, con un amor posesivo que por entonces nadie cuestionaba, y ella tampoco: al revés, hasta cuenta en sus memorias que disfrutaba “del breve destello de control” cuando la agarraba del brazo con fuerza para evitar sus arranques de celos en público. Ya estaban separados cuando en 1991 ella cumplió 40 y él le mandó de regalo el brazalete de diamantes que Sinatra le había dado antes a Ava Gardner con una nota tan seductora como honesta: “Tu cerdo, tu Jack”. Y ni siquiera era el regalo más exótico que le había hecho, ni el más polémico; en 1985, para sus 34, le había dado un bebé de elefante.

No había dejado de amarla cuando el cine los reencontró en 1995 para rodar Cruzando la oscuridad, con dirección de Sean Penn. Ella ya estaba casada con el escultor Robert Graham, pero fueron a comer. “Vos y yo somos como El amor en los tiempos de cólera”, le dijo él. “Me gustó que me lo dijera –narra Huston en sus autobiografía–, porque se trata de uno de mis libros favoritos, de uno de mis autores favoritos y de uno de mis temas favoritos: el amor sin esperanza, pero eterno”.

También Diane Keaton menciona a Nicholson en sus memorias: cuenta que le resultó imposible no olvidar que estaba en una película cuando lo besó en Alguien tiene que ceder (2003): “Jack encerraba muchas contradicciones e incoherencias. […] Besarlo con la seguridad de una historia que no era la mía, aunque no lo pareciera, era fantástico. No sé qué sentiría Jack, sólo sé que todo lo que salía de su boca me producía ese torbellino del primer amor una y otra vez. No era el guión. Era Jack. Y Jack no puede explicarse”, escribe la actriz en Ahora y Siempre.

En ese libro, Keaton también cuenta una anécdota inusual que lo pinta como un gran compañero, y que tal vez sea parte de sus muchas contradicciones. Aquel amante infiel y posesivo es el mismo que se preocupó y se ocupó en silencio y con perfil bajísimo, de que sus compañeras ganaran lo mismo que él, en una industria en la hasta muy pocos años, eso ni siquiera era un problema enunciado: “El último día de rodaje, Jack se despidió con un abrazo y dijo algo sobre una pequeña parte. Le devolví el abrazo y cada uno se fue por su lado. Dos años después me llegó por correo un cheque con muchos ceros, que correspondía a mi porcentaje de los beneficios por Alguien tiene que ceder. Yo no tenía ningún acuerdo por los beneficios. Debía tratarse de un error. Llamé a mi agente, que me dijo que me lo había enviado Jack Nicholson. ¿Jack? Entonces me acordé de lo que me había dicho cuando se despidió de mí con aquel abrazo. ¡Dios santo! Se refería a que iba a darme una parte de su porcentaje”.

En esa película, Nicholson, de entonces 65, hacía prácticamente de sí mismo: un mujeriego –rankeado en 2021 entre las diez leyendas sexuales vivas de Maxim y descrito por otro mito viviente del sexo, como Kim Basinger, como: “el individuo más sexual que conocí”– que se enamoraba, finalmente, de una mujer de su edad. La directora de la película, Nancy Meyers, también relató varias veces, sin embargo, que durante el rodaje, la buscó aterrado para decirle que temía que Keaton se hubiera enamorado de él. “Me dijo que me ama”, la encaró el actor, desencajado. “Te lo dijo su personaje, Jack”, le dijo ella, aunque Keaton confesaría con el tiempo que Nicholson y todo ese manojo de incoherencias suyas que tan seductoras le resultaban, fue de los pocos grandes de Hollywood que se le escaparon.

Esas contradicciones que también forjaron sus mejores personajes eran su sello de cuna. Nacido el 22 de abril de 1937 en Neptune City, Nueva Jersey, Jack creció convencido de que su madre, June, que lo tuvo con sólo 17 años, era su hermana, y sus abuelos, sus padres. También de que su tía Lorraine era su hermana. Fue criado bajo esa mentira primigenia con la moral y la culpa del cristianismo irlandés, y sólo supo la verdad cuando su madre y su abuela estaban muertas, pero nunca les guardó rencor, e intentó ocultarlo él también por todos los medios.

De su padre jamás tuvo referencias ciertas: cuando la revista Time reveló la noticia de su identidad tras una investigación en 1974, mientras él rodaba con Milos Forman la película que le daría su primer Oscar, ató cabos y supo también que probablemente su padre fuera el manager de June, que era bailarina. Cuando finalmente tuvo que hablar sobre el asunto, dijo: “Fue un evento dramático, pero no me traumó. Me educaron tres irlandesas fuertes, mi abuela, mi madre y mi tía Lorraine, y cuando me enteré de todo ya estaba psicológicamente armado”.

En el colegio era “Nick”, el más gracioso y también el más díscolo de la clase. Ya entonces quería ser actor y no cualquiera, sino Marlon Brando. Muchos años más tarde compararía su casa en lo más alto de Mulholland Drive, en Los Ángeles, para tener a su ídolo como vecino. No sólo lo compararon con el protagonista de El padrino desde el primer momento, fueron grandes amigos, y cuando “el santo patrono de los actores”, como lo llamaba, murió, en 2004, compró su propiedad para cuidar su legado.

A Hollywood llegó en 1954 tras los pasos de su hermana/tía Lorraine. Consiguió trabajo de administrativo part-time en el estudio de animación de William Hanna y Joseph Barbera, que le ofrecieron también entrar como ilustrador en MGM, pero él lo rechazó. Para él las horas en la oficina sólo eran un puente hacia la actuación. Arrancó con pequeños papeles en novelas y películas de clase B en la productora de Roger Corman. Con él protagonizó su primera película, The Cry Baby Killer (1958), y entró al estudio como un todo terreno: actuaba, producía y escribía, sobre todo en films de terror y westerns de bajísimo presupuesto.

Todo parecía ir hacia ningún lado, hasta que escribió un guión para Peter Fonda y Dennis Hopper. Fonda quedó impresionado y lo llamó para interpretar al abogado borracho de Easy Rider (1969): fue su primera nominación al Oscar. Y la primera comparación con Brando. Se transformó en una película de culto, y como suele suceder en estos casos, un fracaso comercial para el estudio. En el set, Jack no perdió el tiempo y conquistó a la novia de Hopper, la cantante de The Mamas and the Papas Michelle Philips. Lo siguiente fue un llamado de Stanley Kubrick para su inconclusa biopic sobre Napoleón. Aunque el proyecto nunca viera la luz, para Nicholson significaba un salto cualitativo: ya estaba en las grandes ligas de la industria.

La consagración total llegaría con Mi vida es mi vida (1970) –casi una declaración de principios–, junto a Karen Black, que también se iba a confesar enamorada de Jack. Es que, como dirían después muchas otras mujeres: “Jack tiene el poder de hacerle sentir a cada una en cada momento que hacen una verdadera diferencia en su vida”. Y eso enamora, claro.

Faye Dunaway, Louise Fletcher, Michelle Phillips –ex de Hopper que terminaría por ser íntima de Nicholson y de Huston–, Candice Bergen, Lara Flynn Boyle, y cientos de camareras como las que conquistó en sus películas con ese mismo don, hacerlas sentir especiales y ser siempre distinto, así como jamás temerle a los papeles de riesgo ni a los villanos, dan cuenta de su mayor máxima en el trabajo y en la vida hasta hoy: “Todavía logro que me crean”.

Infobae


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