A Víctor Hugo lo conocen como Chinito Chonly. Vende aquel platillo en un kiosco. Trabajó en lujosos hoteles y restaurantes.
Víctor Hugo maneja el wok (sartén de acero) con gran destreza. Lleva 12 años preparando su propia receta del chaulafán, en una esquina del barrio La Cristianía, zona industrial, en el norte de Quito.
Le encanta la cocina. En la suya -un pequeño kiosco de latón con todos los permisos de ley- el olor de la salsa de soya y el jengibre se juntan en la paila china, que se llena unas 10 veces al día para complacer a los transeúntes.
Nadie se resiste a la sazón del quiteño, al que hace años sus ‘vecis’ bautizaron como Chinito Chonly. Y aunque el hombre inició su emprendimiento en la calle, prepara el chaulafán al más puro estilo de la alta cocina. No solo porque es un chef profesional, sino porque Chonly ha pasado por las cocinas de los más prestigiosos y elegantes hoteles y restaurantes de la capital.
“Llegué a ganar muy bien. Estaba en buenos lugares, pero no aproveché y lo despilfarré todo… el alcohol”, confiesa Víctor Hugo, a más de una década de esa mala experiencia.
Sin embargo, el Chinito es un as para reponerse a las adversidades, y después de levantar algunas cafeterías y asesorar en varios restaurantes, entendió que era tiempo de tener lo suyo. Y no encontró mejor forma que vendiendo chaulafán “de a dólar”, en la avenida Galo Plaza Lasso y calle De los Arupos.
Esa vía llena de moteles le ha dejado al ‘veci’ muchas historias que contar. Como aquel día en el que un buen amigo fue descubierto por su pareja cuando entraba a uno de esos sitios en moto. “Casi, casi que lo bajan de los pelos”, rememora.
“Muchos van llevando chaulafán para comer en el motel, otros vienen después de eso (tener intimidad)”.
La anécdota más loca que recuerda fue la ocasión en que una pareja disfrutaba de sus manjares. De repente, llegó un auto. “El señor se bajó y le vació el plato de chaulafán en la cabeza a la chica. Parece que era el esposo. Ella, con vergüenza, se sacaba los tallarines de la cabeza. Ambos se fueron ‘soplados’”.
Un chaufa familiar
Aunque las clientes coquetas no faltan, Víctor Hugo se encarga de aclarar que está casado y que el negocio logró levantarlo junto a su esposa.
Ambos se encargan de hacer la producción para el chaulafán: cocinan el pollo y el arroz, pican los vegetales, preparan el camarón y reparten cada uno de los elementos al vacío para que, en la caseta, Chonly los una en el wok.
“Mi plato es bueno porque está hecho con técnica y todo fresco”.
Su jornada comienza poco antes de las 09:00 y termina a las 16:00. Pero es al mediodía cuando más clientes recibe.
Gabriel Ramos conoce al Chinito hace cinco años y no pierde la oportunidad de un buen refrigerio cuando, por sus labores de mensajería, pasa por allí. “Es muy bueno. Uno sale bien comido”.
“El vecino tiene buena sazón, mejor que en cualquier chifa; y lo mejor es que son platos baratitos”, Gabriel Ramos
Cocinar en un crucero
En sus recorridos por hoteles y restaurantes, el Chinito aprendió inglés y francés. Su meta era abrir un restaurante 5 estrellas, pero cuando consiguió el dinero, lo estafaron. Después supo que el chaulafán tenía futuro y, aunque sus ayudantes de cocina estaban preocupados al verlo en la calle, Víctor Hugo siempre se sintió orgulloso de su emprendimiento. Su anhelo es, en algún momento, trabajar en un crucero internacional.
Pa’ todos hay
Desde autos Mercedes hasta carretillas paran frente a la caseta del vecino que -sonriente- ofrece platitos de $ 1, 1,50 y 2.
“Es la primera vez que vengo, pero está muy bueno, sobre todo porque toca trabajar lejos y no hay dónde comer”, Óscar Flores
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