Regreso a clases: empieza el fin de una pesadilla
En junio, todos los colegios debían regresar al modelo presencial, “sin excusas”, había dicho el Gobierno. Para hacer eso posible decidió priorizar al sector educativo en el Plan de Vacunación. A la fecha, cerca del 70 % de esta población ya ha recibido al menos la primera dosis. Poco a poco, varios colegios públicos de Bogotá han empezado regresar a clases presenciales, sin embargo, otras regiones, como Magdalena, según lo anunció el gobernador Carlos Caicedo, se resisten a esta medida. ¿Cómo ha sido ese regreso a clases? ¿Qué se han encontrado los maestros? ¿Cuál ha sido la reacción de los menores tras un año sin ver a sus compañeros? Visitamos varios colegios que revelan los desafíos tras un año sin asistir a las aulas.
Como parte de la estrategia del regreso, Gil, en compañía de los profesores, organizaron recorridos con los padres. Conocieron los salones, las adecuaciones en los baños y cómo estaba señalizada cada parte de la institución. Los niños y niñas volvieron el 8 de julio. Sara, de 9 años, tiene retraso global del neurodesarrollo y forma parte de los 13 niños con alguna discapacidad que estudian en El Nogal. Ella fue una de las más emocionadas cuando reabrió el colegio o, por lo menos, así lo recuerda Gil.
“Salió corriendo y gritando por todos los pasillos. Estábamos feliz de verla, pero angustiaba que se cayera por su discapacidad física. Cuando vimos su reacción entendimos la importancia de que muchos niños regresaran”, añade. La mamá de Sara tenía miedo de que su hija regresara a clases porque el encierro provocó una serie de cambios en su conducta. “Nos dijo que hubo un punto en el que arañaba o manoteaba a su hermanito, con el que compartía cuarto. Le daba miedo de que eso fuera a pasar en el salón”.
Myriam cuenta que se inventaron actividades pedagógicas y hasta canciones para que los niños y niñas evitaran el contacto entre ellos, respetaran el distanciamiento a la hora del recreo, se pusieran bien el tapabocas o se lavaran constantemente las manos. “Se apropiaron tanto del tema del virus, que ahora están pendientes de que nosotras cumplamos los protocolos. Nos dicen “profe, no te has aplicado antibacterial” o “profe, pepito tiene la nariz fuera del tapabocas”, añade.
La franqueza de los niños también les ha permitido detectar casos de manera oportuna. Ana Gabriela, por ejemplo, estudiante de seis años, levantó la mano en su primera clase para explicarle a su profesora qué era el coronavirus. Entre su explicación confesó que su papá estaba contagiado. Las profesoras, angustiadas, la llevaron al centro de aislamiento, uno de los cuartos que ahora deben tener todos los colegios.
Allí deben contar con expertos en salud que puedan evaluar si los niños tienen síntomas y tomar la decisión de enviarlos a casa o no. Las directivas llamaron a la familia de Ana Gabriela para que la fueran a recoger a ella y a su hermano menor. “Fue el papá por ellos, que es quien está en casa, porque la mamá debe ir a trabajar mientras él se recupera. Esto pasa porque las familias no cuentan con más personas en la casa”, señala la rectora del colegio de Ana Gabriela, ubicado en el centro de Bogotá.
Luis es un estudiante de primero de primaria, del colegio Las Margaritas, en Kennedy. Es el único niño de los 525 que están matriculados, que va todos los días a estudiar. ¿La razón? Su madre, en medio del desespero de no contar con dinero suficiente, confesó que no podía hacerse cargo de él al tiempo que trabajaba. Incluso, en una oportunidad casi los desalojan de su vivienda por no poder pagar el arriendo. “En medio de su inocencia, él nos contó que una vez llegaron unos policías a sacarlos de la casa”, dice Mireya Triana, rectora del colegio.
Para evitar que se registraran más casos como el de Luis, el grupo de psicología del colegio priorizó a los niños y niñas con riesgos psicosociales. Luego, ajustó las instalaciones del colegio para que cumplieran los protocolos de bioseguridad y modificó sus planes de estudio para emplear el modelo de alternancia. Las clases las transmiten en vivo y los 29 profesores cuentan con micrófonos de diadema para que puedan atender a sus estudiantes que están en las aulas, que no son más de 10, y los que están detrás de la pantalla, que pueden llegar a ser cerca de 30.
Además de algunos cambios en el comportamiento o problemas psicosociales, los directivos encontraron que los alumnos tienen dificultades académicas. “Al empezar el año nos dimos cuenta de que había muchos estudiantes que no alcanzaron los conocimientos respectivos a cada grado”, señala Serafín Ordóñez, rector del colegio La Giralda., ubicado en Las Cruces. Una de las razones que encontraron fue que muchos de ellos se quedaron solos en el proceso de aprendizaje cuando sus padres regresaron a trabajar.
Por eso, desde octubre del año pasado, habilitaron salones de cómputo para que los estudiantes pudieran regresar. Ahora, después de las clases, los profesores se encargan de dictar talleres de refuerzo para nivelar a los estudiantes que lo necesitan. Pero así como algunos colegios cuentan con las herramientas y los espacios suficientes para transmitir las clases, hay instituciones más pequeñas que tienen que hacer más esfuerzos. Como el colegio Jaime Pardo, en el barrio Policarpa, ubicado en el centro de la ciudad.
La entrada es una calle estrecha del barrio, un reto adicional, pues deben garantizar el distanciamiento entre los padres al dejar a sus hijos, y la infraestructura completa de la institución es solo un edificio y una cancha de cemento. Cuenta con 1400 estudiantes inscritos, pero con las nuevas medidas del Ministerio solo puede albergar a 360. “Decidimos hacer la alternancia por días y por horarios”, asegura Sandra Albarracín, rectora de la institución. “Los niños de primaria vienen en la mañana y los de bachillerato tienen la jornada en la tarde”, añade.
Los profesores también se han enfrentado a rutinas más extensas y agotadoras. Sus días empiezan una hora antes de que inicien las clases. Se forman a la entrada y en sus dispositivos llenan una encuesta con los datos de los estudiantes, como su estado de salud. Otros profesores están pendientes de que se laven bien las manos y entren a los salones. “¡Sin aglomeraciones!”, repiten una y otra vez. En los salones, mientras dictan clases, deben percatarse de que los que están conectados entiendan las indicaciones y de que en el salón todos cumplan las medidas de bioseguridad, como no quitarse el tapabocas.
Si en algo coinciden los 10 profesores que fueron entrevistados para esta nota, es que el momento más complicado es el recreo. En los patios hay recuadros pintados con cintas que indican dos metros de distancia. En cada uno se sientan los niños, se quitan los tapabocas y lo guardan en una bolsa, para luego comer. Tienen 15 minutos para hacerlo y, a veces, les ponen música o prenden el televisor para evitar que hablen. Una vez terminan sus onces, vuelven a ponerse el tapabocas y, en fila, respetando los dos metros, se lavan las manos para regresar al salón.
“Evitamos que se practiquen en grupo los deportes con pelota, como fútbol o basquetbol. Los cambiamos por otros juegos, como ponchados”, comenta uno de los profesores de educación física. Lo mismo pasa con la clase de danzas. Las coreografías en pareja y las presentaciones grupales se acabaron. Al finalizar la jornada los profesores, nuevamente como guardias vigilando que las normas se cumplan, están pendientes de que los niños se laven una vez más las manos y se vayan con sus padres o acudientes.
Al finalizar la jornada deben seguir pendientes de sus alumnos y evitar que estén en aglomeraciones. “Tradicionalmente, a las afueras siempre ha habido vendedores ambulantes. Sin embargo, en esta condición de pandemia no podemos permitir que pase”, dice uno de los profesores del colegio Jaime Pardo. La Policía y la Alcaldía les brindan un apoyo diario para controlar este posible foco de contagio. Pero Triana admite con frustración que “no sirve de nada hablar con los niños sobre este riesgo si al salir son los mismos papás los que les compran dulces en estos puestos y terminan quitándose el tapabocas”.
A todos los niños y niñas les han recalcado a lo largo de sus vidas que el estudio lo es todo y que les brinda las herramientas necesarias para construir un mejor futuro. Pero, en medio de esta pandemia, la educación no se ha priorizado. Muestra de ello es, por ejemplo, una serie de acciones judiciales registradas en varias regiones del país en las que se ha pedido la suspensión temporalmente del retorno a los salones de clase. La mayoría de ellas han sido interpuestas por asociaciones regionales de institutores y educadores.
Fecode, por su parte, aseguró hace pocos días que sí regresará a las aulas, pero bajo algunas condiciones. “Luego de muchas discusiones, consolidamos un acuerdo en este aspecto. Es pertinente aclarar y precisar que no fue posible concretar todos los requerimientos y exigencias para el retorno gradual y seguro a la escuela de la presencialidad. Nos vimos obligados, independientemente del acuerdo establecido, a dejar una constancia como federación”, expresó el sindicato en un comunicado, en el que no señalaron la fecha en la que retomarán labores.
En la última semana se ha dado el retorno a las aulas en Bogotá, Medellín, Armenia, Caldas, Quibdó, Antioquia, Bogotá, Risaralda, Quindío, Guaviare y Putumayo. Y mientras sigue la discusión de si todos los colegios regresarán o no a la presencialidad, muchos de los niños y niñas del país se han reencontrado con sus compañeros y profesores. Estas semanas en las que retornaron a sus clases las han sentido como “un nuevo comienzo”, uno en el que sus derechos han sido lo más importante. Cortesía EE- NATALIA PEDRAZA BRAVO
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