En “My brief story” cuenta que permitió que su esposa conviviera en su propia casa con otro hombre, pensando que moriría en poco tiempo. Pero no fue así, y terminó yéndose con una de sus enfermeras
El científico inglés publicó detalles de cómo su enfermedad motoneuronal, que le ha provocado una parálisis muy avanzada, lo llevó a reorganizar su vida sentimental para asegurar la crianza de sus hijos cuando creía que no viviría mucho tiempo.
Sin embargo, a la par del avance de su mal, su lucha y los progresos de la ciencia se combinaron para que se mantuviera con vida y trabajando. Pero su esposa Jane Wilde ya estaba en otro camino, y él tuvo que buscar uno nuevo. En este extracto de “Breve historia de mi vida” cuenta con sus propias palabras lo que sucedió entonces.
Cuando regresamos del Caltech (Instituto de Tecnología de California), en 1975, sabíamos que la escalera de nuestra casa sería una dificultad para mí. Entonces, en la facultad me tenían más aprecio, así que nos dejaron utilizar un apartamento en la planta baja de una gran casa victoriana de su propiedad. (La casa ha sido demolida y sustituida por una residencia para estudiantes que lleva mi nombre.) El apartamento se encontraba en unos jardines, de cuyo mantenimiento se encargaban los jardineros de la facultad y que estaban muy bien para los niños.
“JANE QUERÍA QUE ALGUIEN MANTUVIERA A ELLA Y A LOS NIÑOS CUANDO YO ME MURIERA”
Nuestro tercer hijo, Tim, nació en 1979, tras un viaje a Córcega, donde daba clases en un curso de verano. Después, Jane se deprimió aún más. La preocupaba que yo muriera pronto y quería que alguien los mantuviera a ella y a los niños y se casara con ella cuando yo no estuviera. Encontró a Jonathan Jones, músico y organista de la iglesia local, y le dio una habitación en nuestro apartamento. Me habría opuesto, pero yo también pensaba que iba a morir pronto y sentía la necesidad de que alguien se ocupara de los niños cuando yo no estuviera.
Seguí empeorando. Uno de los síntomas del avance de la enfermedad eran los prolongados ataques de asfixia. En 1985, en un viaje al CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), en Suiza, contraje una neumonía. Me llevaron corriendo al hospital del cantón y me conectaron a un respirador. Los médicos pensaron que estaba tan acabado que ofrecieron apagar el respirador y terminar con mi vida, pero Jane se negó y organizó mi regreso en transporte aéreo sanitario al Hospital Addenbrooke, en Cambridge. Los médicos intentaron por todos los medios que recuperara mi estado anterior, pero al final tuvieron que hacerme una traqueotomía.
Cuando salí del hospital necesitaba cuidados de tiempo completo. Al principio pensé que se había terminado mi carrera científica y que ya no me quedaba más que estar en casa y ver la televisión. Pero pronto descubrí que podía continuar con mi trabajo científico y escribir ecuaciones matemáticas utilizando un programa llamado Latex, que permite escribir símbolos matemáticos con caracteres comunes, como $/pi$ para pi.
Sin embargo, fui sintiéndome más infeliz por la relación cada vez más estrecha que existía entre Jane y Jonathan. Al final, no pude aguantar más la situación y en 1990 me mudé a un piso con una de mis enfermeras, Elaine Mason.
El piso resultaba pequeño para nosotros y los dos hijos de Elaine, que vivían en nuestra casa durante parte de la semana, así que decidimos mudarnos. En 1987, una fuerte tormenta había destrozado el techo de Newnham College, la única escuela universitaria femenina. (Para entonces las facultades masculinas ya admitían mujeres.
Elaine y yo nos casamos en 1995. Nueve meses después, Jane se casó con Jonathan Jones.
Mi matrimonio con Elaine fue apasionado y tempestuoso. Tuvimos nuestros altibajos, pero el hecho de que ella fuera enfermera me salvó la vida en varias ocasiones. Después de la traqueotomía llevaba un tubo de plástico en la tráquea que impedía que me entraran comida y saliva en los pulmones, y se sujetaba con un brazalete. Con el paso de los años, la presión en el brazalete me dañaba la tráquea y me hacía toser y ahogarme. Estaba tosiendo en un vuelo de regreso de Creta, a donde había asistido a un congreso, cuando David Howard, un cirujano que iba en el mismo avión, se acercó a Elaine y le dijo que podía ayudarme. Sugirió una laringectomía, que separaría del todo la tráquea de la garganta y eliminaría la necesidad de un tubo con un brazalete. Los médicos del hospital de Addenbrooke de Cambridge dijeron que eso era demasiado arriesgado, pero Elaine insistió y David Howard llevó a cabo la operación en un hospital de Londres. Aquella operación me salvó la vida: dos semanas más y el brazalete habría hecho un agujero entre la tráquea y la garganta que me habría llenado los pulmones de sangre.
“LAS CRISIS PASABAN SU FACTURA EMOCIONAL A ELAINE. NOS DIVORCIAMOS”
Al cabo de unos años tuve otra crisis de salud porque mis niveles de oxígeno descendían peligrosamente cuando el sueño era profundo. Me llevaron corriendo al hospital, donde estuve cuatro meses. Finalmente, me dieron de alta con un respirador, que utilizaba por la noche. Mi médico le dijo a Elaine que me iba a casa a morir. (Cambié de médico entonces.) Hace dos años empecé a utilizar el respirador veinticuatro horas al día. Creo que me da energía.
Un año después me reclutaron para ayudar en la campaña de captación de fondos de la universidad para celebrar sus ochocientos años. Me enviaron a San Francisco, donde di cinco conferencias en seis días y me cansé mucho. Una mañana me desmayé cuando me quitaron el respirador. La enfermera de turno pensó que estaba bien, pero habría muerto de no ser porque otra cuidadora llamó a Elaine, que me resucitó. Todas esas crisis pasaban su factura emocional a Elaine. Nos divorciamos en el 2007 y desde entonces vivo solo con un ama de llaves.
FUENTE INFOBAE
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