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Lun. Nov 25th, 2024
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En “Habitar como un pájaro”, la filósofa de la ciencia francesa Vinciane Despret parte de la observación de estos mamíferos alados y cantores en busca de nuevas formas de habitar el mundo basadas en la atención y la curiosidad.

Los pájaros han maravillado al ser humano desde el comienzo de los tiempos. Tomados como divinidades por tribus y pueblos alrededor del mundo, así como inspiraron a grandes inventores de la talla de Leonardo da Vinci que buscaban darle alas al hombre, estos pequeños mamíferos nunca perdieron su habilidad para cautivar tanto con su vuelo como con su canto.

Pero, ¿qué podemos aprender de las aves, más allá de la utópica idea de dejar atrás el suelo y aprender a volar? En su nuevo libro, Habitar como un pájaro, la filósofa de la ciencia francesa Vinciane Despret se corre de la rigurosidad científica -cuyas respuestas no siempre son tan universales como uno creería- para rastrear otros modos de existir y habitar los territorios en disputa.

“Hay, sin ninguna duda, gran cantidad de modos de ser del habitar, que multiplican los mundos. Estoy convencida de que multiplicar los mundos puede volver más habitable el nuestro. Crear mundos más habitables sería entonces buscar cómo honrar las maneras de habitar, inventariar lo que los territorios implican y crean como maneras de ser, como maneras de hacer. Esto es lo que pido a los investigadores”, escribe Despret, autora de libros como Autobiografía de un pulpo¿Qué dirían los animales…si les hiciéramos las preguntas correctas? Cuando el lobo viva con el cordero.

Editado por Cactus, Habitar como un pájaro no intenta convertir a las aves en modelos de moralidad o justicia para los humanos, ni de denunciar los prejuicios ideológicos de la ciencia “dura”. Más bien, se trata de un punto medio entre ciencia y poesía que busca rastrear los intersticios que abrieron, en esos hábitos de pensamiento empobrecidos, los ornitólogos que supieron cultivar la curiosidad y otros modos de atención, aliados a la exuberancia, la riqueza y la variabilidad que despliegan los pájaros.

Así empieza “Habitar como un pájaro”

"Habitar como un pájaro", de Vinciane Despret, editado por Cactus. “Habitar como un pájaro”, de Vinciane Despret, editado por Cactus.

Primero fue un mirlo. La ventana de mi habitación había quedado abierta por primera vez en meses, como un signo de victoria sobre el invierno. Su canto me despertó al alba. Cantaba con el corazón, con todas sus fuerzas, con todo su talento de mirlo. Otro le contestó un poco más lejos, seguramente desde alguna chimenea cercana. No pude volver a dormir.

Ese mirlo cantaba con el entusiasmo de su cuerpo –diría el filósofo Étienne Souriau–, como pueden hacerlo los animales totalmente absorbidos por el juego y por las simulaciones del hacer de cuenta. Pero no fue ese entusiasmo lo que me mantuvo despierta, ni lo que un biólogo gruñón podría haber llamado un éxito estridente de la evolución. Fue su atención sostenida en hacer variar cada serie de notas. Desde el segundo o el tercer llamado, me atrapó lo que se convirtió en una novela audiofónica cuyos episodios melódicos yo pedía con un”¿y qué mas?” mudo. Cada secuencia difería de la precedente, cada una se inventaba bajo la forma de un contrapunto inédito.

A partir de ese día, mi ventana quedó abierta todas las noches. Reanudé cada uno de los insomnios que siguieron a esa primera mañana con la misma alegría, la misma sorpresa, la misma expectativa que me impedía recuperar (o incluso querer recuperar) el sueño. El pájaro cantaba. Al mismo tiempo, el canto nunca me había parecido tan cercano al habla: son frases, uno puede reconocerlas, además tocan mi oído exactamente adonde llegan las palabras del lenguaje.

Por otro lado, el canto nunca había estado tan lejos del habla, en ese esfuerzo sostenido por una exigencia de no repetición. Es habla, pero en tensión de belleza y en la cual cada término importa. El silencio contenía la respiración, lo sentí temblar para concertarse con el canto. Tuve el sentimiento más intenso, más evidente, de que la suerte de la Tierra, o quizás la existencia de la belleza misma, en ese momento descansaba sobre los hombros de ese mirlo.

Étienne Souriau hablaba de entusiasmo del cuerpo. El compositor Bernard Fort me contó que, en referencia a la alondra común, algunos ornitólogos mencionan la exaltación. Para aquel mirlo, debería imponerse el término “importancia”. Algo importa, más que cualquier otra cosa, no importa nada más que el hecho de cantar. La importancia se había inventado en el canto de un mirlo, lo atravesaba, lo transportaba, lo enviaba a lo más lejano, a otros, al otro mirlo de allá, a mi cuerpo tensado para escucharlo, a los confines donde lo llevaba su potencia. Y seguramente, el sentimiento de un silencio total que yo había tenido, indudablemente imposible en el medio urbanizado sobre el que se abre mi ventana, daba testimonio de que esa importancia me había atrapado tanto que había borrado todo lo que no era ese canto. El canto me había dado el silencio. Lo importante me había tocado.

Pero también puede ser que ese canto me haya tocado tanto solamente porque había leído hacía poco el Manifiesto de las especies de compañía de Donna Haraway. En ese hermoso libro, la filósofa menciona las relaciones que forjó con Cayenne, su perra. Cuenta cómo esas relaciones afectaron profundamente su manera de vincularse con otros seres, o más precisamente, con “otros-seres-que-cuentan”, cómo pudo aprender a volverse más presente en el mundo, más dispuesta a la escucha, más curiosa, y cómo espera que las historias que vive con Cayenne puedan provocar un apetito por nuevos compromisos con otros seres que lleguen a contar.

Vinciane Despret, filósofa de la ciencia francesa que se especializa en la historia de la etología y de las relaciones entre humanos y animales, escribió libros como "Habitar como un pájaro" y "¿Qué dirían los animales...si les hiciéramos las preguntas correctas?".
Vinciane Despret, filósofa de la ciencia francesa que se especializa en la historia de la etología y de las relaciones entre humanos y animales, escribió libros como “Habitar como un pájaro” y “¿Qué dirían los animales…si les hiciéramos las preguntas correctas?”.

Lo que hace el libro de Haraway, y yo descubrí su eficacia en esta experiencia, es suscitar, inducir, hacer existir, volver deseables otros modos de atención. E invitar a prestar atención a esos modos de atención. No volverse más sensibles (una bolsa de gatos demasiado cómoda y que puede además provocar alergias), sino aprender a volverse capaces de conceder atención. Aquí conceder asume el doble sentido de “prestar atención a” y de reconocer la manera en que otros seres son portadores de atenciones. Es otra manera de declarar importancias.

El etnólogo Daniel Fabre acostumbraba decir que su oficio consistía en interesarse en lo que le quita el sueño a la gente. El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro propone una definición de la antropología muy cercana: dice que es el estudio de las variaciones de importancia. Escribe en otra parte que”si hay algo que le corresponde por derecho a la antropología, no es la tarea de explicar el mundo del otro, sino más bien la de multiplicar nuestro mundo”.

Creo que algunos de los etólogos que observan y estudian animales, de la misma manera en que se lo habían tomado a pecho los naturalistas anteriores a ellos, nos proponen un proyecto semejante: dar cuenta, multiplicar las maneras de ser, es decir, ”las maneras de experimentar, de sentir, de darle sentido e importancia a las cosas”.

Cuando el etólogo Marc Bekoff dice que cada animal es una manera de conocer el mundo, dice lo mismo. Por supuesto que los científicos no pueden prescindir de las explicaciones. Pero explicar puede asumir formas muy diversas. Puede ser recomponer historias complicadas como otras tantas aventuras de la vida que se obstina y que experimenta todos los posibles, puede ser intentar elucidar el enigma de los problemas a los que responden las soluciones que han inventado tales o cuales animales, pero también puede consistir en pretender encontrar una teoría general todoterreno a la cual obedecerían todos. Resumiendo, hay explicaciones que multiplican los mundos y honran la emergencia de una infinidad de maneras de ser, otras que las disciplinan y les recuerdan algunos principios elementales.

El mirlo había comenzado a cantar. Algo le importaba, y en ese momento no existía nada más que el deber imperioso de hacer escuchar. ¿Saludaba el fin del invierno? ¿Cantaba su alegría de existir, de sentir que revivía? ¿Le dirigía una alabanza al cosmos? Seguramente los científicos no podrían enunciarlo de esta manera. Pero podrían afirmar que todas las fuerzas cósmicas de una primavera naciente le ofrecieron al mirlo las primeras condiciones de su metamorfosis. Pues, efectivamente, se trata de una metamorfosis.

Ese mirlo, que probablemente había vivido un invierno bastante apacible aunque hubiera sido difícil, marcado por algunos momentos de indignación apática respecto de sus congéneres, intentando permanecer discreto y llevar una vida sin inconvenientes, ahora canta a viva voz, posado en lo más alto y lo más visible que pudo encontrar. Y todo lo que el mirlo pudo experimentar, sentir en esos últimos meses, todo lo que hasta ese momento le daba sentido a las cosas y a los otros, se acomoda ahora a una importancia totalmente distinta, imperiosa, demandante, que modificará completamente su manera de ser: devino territorial.

Quién es Vinciane Despret

♦ Nació en Anderlecht, Bélgica, en 1959.

♦ Es filósofa de la ciencia.

♦ Se especializa en historia de la etología y de las relaciones entre humanos y animales.

♦ Escribió libros como Habitar como un pájaroA la salud de los muertosAutobiografía de un pulpo¿Qué dirían los animales…si les hiciéramos las preguntas correctas? Cuando el lobo viva con el cordero.


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