Baldasarre Cossa era un noble napolitano venido a menos que se acercó al poder eclesiástico y económico en la transición entre los siglos XIV y XV. Llegó a la máxima jerarquía católica durante la crisis de los tres papas y huyó de El Vaticano disfrazado de cartero antes de que se resolviera su destitución.
Se estaba quitando los piojos de la barba con experimentada parsimonia mientras a su alrededor pasaban sus compañeros por adelante y por detrás como si él no estuviera. Baldassarre no podía con ellos, con los piojos, claro, y despertó a su hermano que dormía sobre unas bolsas de cebollas a su lado para que lo ayudase.
Primero se echó hacia atrás para darle recorrido a su pierna y lo pateó; el otro se despertó maldiciendo y, con los ojos aún pegados por el sueño, escuchó la risa de su hermano y dedujo quién le había pegado. Escupió hacia adelante. Se incorporó con medio ojo abierto, lo que hacía aún más pavorosa su imagen por la enorme cicatriz que le atravesaba la cara de izquierda a derecha desde la frente, le cortaba una ceja, la nariz, casi la comisura de su boca y se perdía debajo de su mandíbula. Le pegó a su vez una patada que dio en una de las rodillas de Baldassarre.
Los hermanos Baldasarre
Los hermanos seguían jugando como cuando eran jóvenes y se peleaban a golpes. Se tenían un gran cariño. Las circunstancias, en el bajo cubierta de la nave, eran insoportables, un calor que se comía el aire y un olor del demonio, aunque tenían algo a favor, la nave ni se movía y estaban navegando a gran velocidad para alcanzar a su presa antes que pudiera fondear en Nápoles protegida por la artillería de la costa. De pronto, los otros piratas comenzaron a gritar y a correr. Baldassarre abandonó sus piojos, tomó su ballesta, igual que su hermano, y subió velozmente.
Su otro hermano, Cósimo, apenas los vio les gritó que fueran a proa. Era mediodía y no había forma de escapar del sol. Estaban al norte de Nápoles. De golpe, el bajel pirata viró. Tenía, en un codaste al que se fijaba por medio de bisagras, un timón que se manejaba por medio de una barra sobre la que el timonel realizaba un movimiento hacia babor o estribor según la dirección que quisiera tomar. En este caso, fue hacia babor. Tenían viento oblicuo pero llevaban velas latinas, triangulares, que se orientaban más fácilmente y que permitían navegar con viento de costado. Baldassarre y sus hermanos ya se habían agrupado en una especie de castillo de proa.
Cuando estuvieron a una distancia menor a los 2000 metros del barco que atacarían, se sintió la explosiòn de las bombardas o lombardas, un ancestro del cañón que lanzaba piedras de poco más de cinco kilos. Baldassarre estaba excitado cuando escucharon la orden y comenzó a lanzar flechas. El ya quería colocarse la ballesta en la espalda y lanzarse con su espada, sus dos puñales y su porra. Podía escuchar los gritos de espanto de la tripulación de la otra nave a la que en breve le vería la cara. Ya casi sin velocidad, el navío mercante florentino se detuvo. ¿Por qué un mercante florentino? Porque los de Florencia apoyaban a Ladislao de Anjou-Durazzo en Nápoles mientras Baldassarre y los demás a Luis de Anjou.
Los piratas se pusieron a la par. No hubo necesidad de trabarlo. Lanzaron los garfios metálicos, torcidos y agudos, que servían para prender y colgar. ¡Ya habían atrapado a su presa! Los gritos de salvaje excitación y de pavor se confundían. Baldassarre había volado hasta hacer pie en la cubierta del mercante. Atravesó a uno y le cortó el cuello a otro. Buscaba con avidez a las mujeres del buque. Se iba abriendo paso con su espada y uno de sus puñales, que clavó en el ojo del último hombre que mató. Las mujeres del navío eran siete. Los piratas se las llevaron para venderlas a los sarracenos. Antes, todas fueron violadas.¿
Baldasarre Cossa
En el Mare Nostrum o Mar Mediterráneo, la nevagación disminuía de noviembre a febrero a causa de las tempestades. Pero más que las tormentas el principal peligro del mar eran los piratas. Baldassarre y sus hermanos vieron el filón y el joven había abandonado la milicia para dedicarse primero a asaltar caminos en los alrededores de Nápoles y después, a la piratería.
Baldassarre era Baldasssarre Cossa, aunque no era Cossa. Su apellido era Coscia, que en italiano significa “pierna”. Lo que ocurrió es que el tal Coscia o Pierna se transformó en Cossa. Había nacido en 1370 en la isla de Prócida, frente a la costa de Nápoles, en el archipiélago formado por tres islas, Capri, Ischia y Prócida, que vendría a ser como la hermana menor de aquellas. El mar era su vida. No concebía un lugar en este mundo sin mar porque el único lugar en este mundo para él siempre había sido frente al mar.
La isla de Prócida tiene apenas unos cuatro kilómetros cuadrados. Era un centro vitivinícola en época de los romanos, luego estuvieron los godos hasta que fue invadida por los musulmanes pero ya en el siglo XI se estableció un monasterio benedictino y cien años después se convirtió en el feudo de la familia de Giovanni Prócida. Allí, en la parte alta de la isla (no tiene más de 90 metros sobre el nivel del mar) vivía la familia de Baldassarre, pertenecientes, en otra época, a la nobleza napolitana pero ahora venidos a menos.
Pertenecía a una familia numerosa, buscaron levantar cabeza por medio del contrabando, luego vendría el bandidaje en los caminos y aquí es cuando se suma Baldassarre, que había elegido primero probar fortuna en el ejército pero tanta disciplina lo había hartado. De salteador de caminos, pasó al robo en el mar para desgracia de Ladislao el Magnánimo, rey de Nápoles.
Baldassarre, acaso el más avispado de su familia, que ya había conseguido una buena fortuna que guardaba en su isla, comprendió que la vida de pirata si bien era apasionante no dejaba de ser a la vez muy corta y exigente. Sus hermanos no tenían otra ambición más que seguir haciendo riquezas con el robo y esperar no finalizar sus dìas decapitados, desmembrados o colgados.
Baldassarre tenía otros planes
La primera cosa que hizo, una vez tomada la decisiòn de dejar la piratería, fue afeitarse. Luego, se despidió de su familia y se marchó al continente convertido en Baldassarre Cossa (ya no Coscia) para realizar la carrera que le podría dar mucho más beneficios y sin arriesgar el pellejo, la eclesiástica. Lo había pensado bien y lo había visto bien en Nápoles. Ya no estaria por su cuenta y riesgo sino al amparo de una congregación que se ocuparia de él. Lo primero que debía hacer era hablar esa lengua que le había escuchado a los monjes, el latín, y mejorar sus modales.
Viajó por el continente hasta llegar la universidad de Bologna, la más antigua del mundo occidental, y allí se inscribió en el curso de derecho canónico. ¿Es posible que un personaje como Baldassarre se convirtiera en un santo de la noche a la mañana o, mejor, por la sola fuerza de su voluntad? Baldassarre no tenía mucha voluntad que digamos de abandonar los viejos hábitos. Lo que sí tenìa era un objetivo claro, pero como el estudio lleva tiempo, en el mientras tanto volvía a reunirse con sus hermanos y también con su ballesta, su espada y su encendido deseo de volar al abordaje para cercenar algunas gargantas.
Además, incorporó a sus mañas la de extorsionar a sus propios compañeros del curso de derecho canónico y lo hacía de una manera muy sencilla pues les exigía un pago a cambio de que no les rompiera la mandíbula a golpes. En Bologna, pronto fue conocido en los burdeles aunque también por su fama de galán. No había cosa que disfrutara más que ir a la cama con una prostituta y una mujer de la nobleza. La mezcla de clases lo encendía. Pero pronto se dio cuenta de que si pretendía trasladar a Bologna la vida que llevó en Nápoles estaría perdido. Debía moderarse, no con las mujeres pero sí con sus edades.
Baldasarre, el papa Bonifacio IX y Giovanni di Bicci de Médici
Piero Tomacelli, consagrado papa Bonifacio IX, conoció a Baldassarre porque solía ir a Bologna, que estaba bajo el dominio de la Iglesia romana. Bonifacio IX y Baldassarre enseguida congeniaron y había una razón importante para ello, los dos eran napolitanos y el Papa se ponía nostálgico cuando hablaba la lengua de su ciudad. Bonifacio venía de una familia noble empobrecida y Baldassarre también. Los dos eran diplomáticos y prudentes, cuando querían, y los dos eran cabezas duras, casi siempre. Los separaba, además de la edad, la circunstancia de que Baldassarre era un delincuente y Bonifacio nunca lo había sido. Ironías de la vida, resultaba ser que Bonifacio IX había coronado rey de Nápoles a Ladislao, el monarca al cual Baldassarre le robaba en el mar. En fin, el papa Bonifacio se llevó a Baldassarre a Roma como chambelán privado.
El ahora clérigo Baldassarre tocó el cielo con las manos pues se estaba cumpliendo aquello por lo cual decidió cambiar de vida. En Roma, se encargó de las ventas de indulgencias y dispensas papales. Por supuesto que malversó parte de los fondos que manejaba, pero allí no estaba precisamente el quid de la cuestión sino en cómo invertir ese dinero para que hiciera más dinero. Y como anillo al dedo, encontró al hombre de su vida, quien comenzó a manejar los ingresos en negro de Baldassarre tomando la comisión acostumbrada del diez por ciento.
Ese hombre, banquero de profesión, se llamaba Giovanni di Bicci de Médici, era de Florencia, no tenía prosapia ni venía de familia de clérigos, al contrario, era un tipo del pueblo que sabìa manejar muy bien el dinero y creó un imperio financiero que trascendió su propia ciudad. Su regla de oro era jamás prestarles a los ricos o a la nobleza porque nunca devolvían el dinero. En cambio, daba pequeñas cantidades en préstamo a gente del común, artesanos y a las clases populares florentinas, y tomaba a su cargo los intereses relativos a los créditos otorgados a la Iglesia. Su tío Vieri se lo llevó un tiempo como aprendiz en la Banca Médici de Roma y fue entonces cuando conoció a Baldassarre.
Giovanni fue el primero de los Médici que unió la banca con el mecenazgo. ¿De dónde venía esta pasión por ayudar a los artistas y por el arte en sí mismo? De la Iglesia. La vida eterna era tan real como las transacciones de dinero y las Sagradas Escrituras decían con claridad que el préstamo por dinero era pecado mortal. Ninguno quería verse en el 7ª círculo del infierno, donde según el Dante estaban los prestamistas. Y Giovanni era un hombre devoto.
El cardenal que volvió a su andanzas
La Iglesia tenía solución para todo. El prestamista podía salvarse del fuego del demonio si patrocinaba grandes obras de arte o arquitectura y eso fue lo que hizo Giovanni. Se casó con una rica noble de Verona, Piccarda Bueri. Invirtió la dote de Piccarda y logró independizarse de su tío e incluso quedarse al frente de la Banca Médici de Roma. Allí, con Baldassarre, comenzó una amistad sin trampas y muy poderosa. Los dos se sabían pillos y entre ellos no hubo secretos. Ya el napolitano ascendía en la jerarquía eclesiástica cuando en 1402 el papa Bonifacio le ofreció nada menos que el puesto de cardenal (si lo podía pagar). Fue Giovanni Médici quien financió su precio de 10.000 ducados.
Justo ese año, las viejas prácticas de soldado y pirata, esa sangre caliente que fluía a borbollones en sus venas frente a la batalla, que él pensaba ya extinguida, regresaron como en los viejos tiempos. Lo que había pasado era que el duque de Milán. Gian Galeazzo Visconti, le declaró la guerra a Florencia y a Bologna y capturó esta última ciudad. El Papa sin perder tiempo nombró a su flamante cardenal para que se ocupara del asunto. Debía reconquistar Bologna por la fuerza. Acaso para esas alturas el Papa ya supiera de los antecedentes de Baldassarre. Le dijo incluso que no hiciera ningún tipo de negociación con el duque.
Baldassarre estaba tan excitado que cuentan que la noche previa a la partida compartió la cama con tres señoras. Sus dotes militares estaban intactas y el duque milanés debió huir a toda prisa. Baldassarre no volvió inmediatamente a Roma sino que se instaló en la ciudad y la dirigió como si fuese su gobernador con la anuencia del Sumo Pontífice; sus actividades de gobierno fueron ejecutar a rivales políticos del papado, extorsionar a los mercaderes y visitar los conventos por razones obvias.
Al menos se acostó o violó, según las circunstancias, a más de cien monjas durante el lapso que estuvo como mandamás de Bologna (puede ser que esta cifra fuese un tanto exagerada) aparte de algunas viudas y señoras de la ciudad a las que no hizo más que cursarles una gentil invitación. Se convirtió en el gran proxeneta de la ciudad pues cada cliente que iba con una prostituta debía pagar, junto con el precio, un canon papal.
Tres papas
Bonifacio IX no sabía, no quería saber o sabía perfectamente todo lo que ocurría y hacía la vista gorda. Es decir que media Cristiandad estaba al tanto de lo ocurrido. La otra mitad lo sabía por lejanas fuentes. ¿Cómo es eso de “la otra mitad”? Desde hacía muchos años la Iglesia estaba dividida y había dos papas, el de Roma y el de Avignón. Algo andaba mal, o en el Cielo o en la Tierra.
Desde hacía menos de cien años, Europa era puro desorden. El sistema feudal se iba debilitando, las ciudades florecían gracias al comercio y a la burguesía pero todo ello en un ambiente de violencia política y social. Para colmo, cayó la peste negra que mató a uno de cada tres europeos. Frente a este panorama, la gente miraba esperanzada a la Iglesia, pero esta estaba partida al medio. El Papa Bonifacio VIII tenía una agria disputa con el rey de Francia, Felipe IV El Hermoso, y terminó abofeteado por un secuaz del rey francés y recluído en El Vaticano, donde murió.
Roma era puro desorden. Con el dominio de Francia, el papado se trasladó temporariamente a Avignon, pero ese cambio de sede duró décadas. El papa Gregorio XI, aunque francés, decidió que era hora de regresar a Roma. Sin embargo, murió poco después y los cardenales, tomaron partido según sus conveniencias. La facción italiana, presionada por el pueblo romano, revuelto y furioso, hizo Papa a Urbano VI. Pero en el cónclave que lo eligió faltaban seis cardenales que se encontraban en Avignon. Estos y otros prelados no italianos se reunieron y declararon nula la designación de Urbano VI y proclamaron Papa a Clemente VII. Así fue como se produjo el cisma de Occidente.
Dos sedes apostólicas, dos Papas. Cada uno enviaba emisarios a las regiones europeas para obtener apoyos. Se hablaba mucho de política y nada de religión. Clemente murió al poco tiempo y su sucesor fue Benedicto XIII. Ya era un lío tal de Papas y antipapas que pocos entendían lo que ocurría en cada sede. En la de Roma, por ejemplo, ya había un nuevo Papa, Gregorio XII.
Las potencias europeas decidieron recurrir a los expertos de la Universidad de París que propusieron convocar un concilio en Pisa organizado por el expirata de los mares Baldassarre, y elegir allí un nuevo Papa. Así se hizo y el elegido fue el cardenal Filargi de Milán, un buen amigo de Baldassarre, que fue consagrado como Alejandro V. Pero los otros dos papas, Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Avignon se negaron a abdicar y se excomulgaron recíprocamente. Es decir que la Cristiandad tenía ahora a tres Papas.
Baldassarre decidió recurrir a lo que sabía hacer mejor. Reunió a un ejército con los florines que le suministraba Giuseppe de Médici y marchó a Roma, capturó El Vaticano en nombre de su amigo Alejandro V y mandó al exilio a Gregorio XII. Pero casi inmediatamente Alejandro murió. Parecìa una señal divina, de esas en las que Baldassarre no creía en absoluto. No faltaron los rumores de que Baldassare mandó envenenar a su amigo. A los siete dìas, el otrora pìrata, bandolero, violador y asesino llamado Baldassarre “Pierna” fue elegido en Pisa como Papa con el nombre de Juan XXIII. En su emblema papal, se puede ver una pierna solitaria, representación de lo que significa su apellido. Era el año 1410.
La situación quedaba con Juan XXIII reconocido por Francia, Inglaterra, Bohemia, Prusia, Portugal, partes del Sacro Imperio Romano Germánico y numerosas ciudades estado del norte de Italia, como Florencia y Venecia; Benedicto XIII de Avignon apoyado por Aragón, Castilla y Escocia; y Gregorio XII aún era reconocido por el rey Ladislao I de Nápoles, los príncipes de Baviera, y regiones de Alemania y Polonia.
Una de las primeras cosas que hizo Juan XXIII fue nombrar al banco de los Médici como el banco del papado, lo que significaba que todos los ingresos, cobranzas de deudas y desembolsos a nivel mundial serían manejados por la familia Médici, que se convirtió en los banqueros de Dios, con ganancias fabulosas.
El fin de la ruptura de la Iglesia
Por entonces ya todo el mundo sabía quién habìa sido el Papa Juan XXIII, natural de Prócida, y de lo que era capaz. Lo que también se sabía era que toda la situación había empeorado con los tres papas simultáneos. A iniciativa del emperador alemán, Segismundo, se organizó un concilio en Constanza para terminar de una vez con esta ruptura de la Iglesia.
Corría 1414. El concilio atrajo a clérigos y hasta laicos de todas partes. Para anular la preponderante influencia italiana, los demás cleros propusieron que el concilio votara por países y no por personas. De esta forma, los votantes fueron cinco: italianos, franceses, ingleses, españoles y alemanes, cada uno con derecho a un voto. Baldassarre, es decir Juan XXIII, se la vio venir y huyó disfrazado de cartero. Fue deslegitimado. Gregorio XII abdicó y Benedicto XIII se negó a renunciar, pero el Concilio lo depuso igual.
Finalmente, fue consagrado Martín V como nuevo y único Papa. Baldassarre fue arrestado por orden del emperador alemán y acusado de piratería, sodomía, asesinato, tortura e incesto. También fue borrado su nombre, Juan XXIII, de la lista oficial de papas (el nombre sería usado otra vez en 1958 cuando el cardenal Angelo Roncalli fue elegido Papa). Tras una penosa estancia en diversas cárceles, logró la libertad por el pago de una fortuna que fue cedida, como siempre, por la fiel familia Medici.
Con el perdón y el beneplácito del Papa Martin V, se reintegró al colegio cardenalicio y ejerció como cardenal obispo de Frascati (Tusculum). Murió poco despuès cuando estaba de visita en Florencia, el 22 de noviembre de 1419. Los Médici no se olvidaron de él ni siquiera en la muerte. Le hicieron construir una magnífica tumba en el Batisterio de San Juan en Florencia, que le encargaron nada menos que al escultor Donatello (que hoy dìa se puede visitar). Al Papa Martín V, no le gustó nada que la inscripción, que abrazan dos ángeles, dijera: “Juan el anterior Papa XXIII…”
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