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Sáb. Nov 23rd, 2024
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El 23 de julio de 2011 Amy Winehouse fue encontrada muerta en su cama. Tenía 27 años y una inusitada cantidad de alcohol en sangre. Los señalamientos buscando culpables: el padre, la prensa, sus novios. Sus dos discos extraordinarios. la caída estrepitosa y a la vista del todo el mundo. La reunión de cada año de su familia ante la tumba.

Hoy, cerca del mediodía, una familia se reunirá frente a una tumba del cementerio de Edgware en Inglaterra. Habrá dos o tres canastas, un mantel sobre el césped, sándwiches, snacks, alguna fruta y seguramente más de una botella de vino. Harán una oración, después llorarán un rato pero terminarán riendo, recordando anécdotas divertidas, contestaciones filosas y algún escándalo que en algún momento provocó dolor pero que el tiempo transformó en comedia, en grata reminiscencia.

La mujer que yace en la tumba estaría por cumplir 40 años. Pero para ellos, para los que la quisieron, siempre va a tener 27. Imposible imaginarla creciendo. El recuerdo quedó congelado en su juventud, ese momento, esos años breves e intensos, en los que pasó todo demasiado rápido, en los que la gloria, el descontrol y el dolor se amontonaron.

Cada 23 de julio, cada nuevo aniversario de su muerte, la familia de Amy Winehouse se junta frente a la tumba de la cantante. Lamentan su muerte prematura y celebran su vida.

“Mataste a tu hija”, “Asesino”. Durante mucho tiempo, debió soportar que lo señalaran por la calle. Lo acusaban de ambicioso, aprovechador, negligente, filicida. A veces bajaba la cabeza para que no vieran las lágrimas, en otras se enfurecía y quería golpear al anónimo que había proferido el grito infamante.

Mitch Winehouse es un hombre corpulento y canoso. Se mueve con decisión, como si subestimara cada obstáculo que se le presenta. Es de esas personas demasiadas seguras de sí mismas. Sin embargo, sus gestos se ensombrecen cuando alguien menciona a su hija, la muerte de su hija.

Mitch Winehouse, el padre, se convirtió en un personaje mediático. Ama la notoriedad, aparecer en cámaras. La fascinación de la fama. Cada vez que divisa un periodista, su pecho se infla y la sonrisa, sin importar el ámbito ni las circunstancias, aparece en su cara. Una sonrisa natural, espontánea; la prueba de la satisfacción por un minuto más de fama.

Negador, no reconoció los problemas de su hija hasta bastante tarde. Ausente en gran parte de la vida de su hija hizo su aparición en el momento menos apropiado.

Mitch Winehouse fue señalado por muchos como uno de los grandes responsables. A Mitch lo traicionó su fascinación por la fama, por las cámaras
Mitch Winehouse fue señalado por muchos como uno de los grandes responsables. A Mitch lo traicionó su fascinación por la fama, por las cámaras.

A principios de este año comenzó el rodaje de Back to Black, la biopic de Amy. A Mitch lo interpreta Eddie Marsan. Cuando conoció la decisión, el señor Winehouse montó un pequeño escándalo. Le parecía que el intérprete no estaba a la altura de su propia leyenda. Estaba convencido que alguien tan notable como él mismo debía ser interpretado por una leyenda de Hollywood como George Clooney, alguien –según Mitch- con el prestigio y las canas necesarias para encarnarlo.

Esta vocación por figurar le jugó en contra al padre de Amy. Cuando la joven murió muchos señalaron a la familia. Así como muchos fans culpan a los padres, ellos señalan a la prensa sensacionalista británica que persiguió y hasta acosó a Amy mientras se deshacía en público.

Parecía que los tabloides británicos procuraban quedarse con un pedazo más de ese cuerpo que se desintegraba a la vista de todos. La vulnerabilidad de la cantante no les provocaba compasión; muy por el contrario, alimentaba su voracidad. Los paparazzi, decenas, estaban permanentemente apostados en la puerta de su casa. Capturar una imagen con el maquillaje corrido, con sangre en la ropa, presenciar alguna pelea conyugal o, tal vez, un colapso físico, era una posibilidad siempre presente en la caótica vida de Amy. Y nadie estaba dispuesto a perdérselo. La banda de sonido de cada aparición pública de la cantante eran los clics de los flashes fotográficos. Amy se desmoronaba en tiempo real ante los nunca frugales paparazzi. Una nube de fotógrafos llegó a acompañarla hasta el ingreso de una de sus internaciones.

En la actualidad, Mitch Winehouse dice que en los últimos años algunas cosas cambiaron, que hay algo más de respeto, que tal vez si sucediera en la actualidad su hija no sería lapidada en la portada de los tabloides y los programas de chimentos, que no hubiera tenido que soportar esa presión extra. Una ucronía inconducente.

Lo que sí es cierto que la sociedad ha aprendido a ser más cuidadosa y comprensiva con todo lo referido a la salud mental.

¿Cuándo empezó su caída? Imposible afirmarlo con exactitud. Los señalamientos comenzaron el mismo día de su muerte. ¿Quiénes fueron los principales responsables? ¿Su padre, su ex novio, la prensa, la industria? Amy desde su primera juventud sufrió de depresión y bulimia. El trastorno alimenticio estuvo oculto durante mucho tiempo. Luego, llegaron el alcohol y las drogas. En cantidades industriales.

En 2021, la familia Winehouse dio a conocer a través de la BBC un documental llamado Reclaiming Amy (Recuperando a Amy/ Sanando a Amy serían traducciones posibles). La narradora es Janis, su madre. Entre otras cosas, el documental es una respuesta a Amy, la obra de Asif Kapadia que muestra la dolorosa caída de la cantante. La mirada de la familia es piadosa y tierna. Y rebalsa de dolor. Por la pérdida, por la manera en que son señalados y hasta juzgados, por todo aquello que no pueden entender.

En retrospectiva, las imágenes son impactantes. La familia reconoce que ellos cometieron errores. Aunque la situación se convirtió imposible de manejar para todos.

Antes de acusar a parejas, padres o la prensa se deben tener en cuenta los problemas mentales de Amy y sus decisiones. La familia intervino decenas de veces, la internó contra su voluntad, trató de levantar un cerco para que los dealers y los novios adictos no pudieran acercarse. Todo fracasó. Ella no quería ir a especialistas ni seguir tratamientos. En algún momento logró salir de las drogas duras pero otras adicciones la cercaban. El alcohol nunca salió de su vida.

Parece una obviedad pero su gran hit parece una declaración de principios. En Rehab aclara que ella no hará rehabilitación no no no.

23 de julio de 2011. A las diez de la mañana, el guardaespaldas se acercó a su puerta y no escuchó nada. No lo sorprendió. Tampoco cuando repitió el movimiento a las 12 del mediodía. Supuso que la joven dormía. La noche anterior se había quedado en su habitación despierta hasta tarde. Tres horas después, el hombre se preocupó. Fue a despertarla. Le habló despacio desde la puerta. No recibió respuesta. Se acercó y levantó el tono de voz. Otra vez no recibió respuesta. Agachado sobre la cama, sacudió a la joven de 27 años. Tampoco hubo respuesta. Recién en ese momento sintió el hedor del alcohol. Pegó un grito. Durante algunos segundos no supo qué hacer. Desesperado intentó, empujado por el reflejo más que por la razón, una maniobra de resucitación. Abandonó rápido y llamó a una ambulancia, aunque sin ninguna esperanza.

La carrera de Amy fue muy breve. Apenas dos discos y tres años. El resto fue una caída dolorosa, previsible y pública REUTERS/Luke MacGregor/File Photo
La carrera de Amy fue muy breve. Apenas dos discos y tres años. El resto fue una caída dolorosa, previsible y pública REUTERS/Luke MacGregor/File Photo

Eran las 4 de la tarde del 23 de julio de 2011. Amy Winehouse había muerto por una intoxicación etílica. Murió ahogada en alcohol. Al costado de la cama había tres botellas de vodka vacías. Los análisis toxicológicos demostraron que no había rastros de drogas en su sangre. Solo alcohol. Muchísimo. Una cantidad desmesurada. 4.16 gramos por litro de sangre. El límite antes del coma alcohólico es de 3.5.

Tenía 27 años y una voz excepcional. A pesar de ser tan joven, nadie se asombró demasiado con la noticia. Su caída había sido previsible e inmensamente pública. Cada borrachera, cada exceso, cada incumplimiento contractual había sido a los ojos de todo el mundo.

Un ejemplo: tres años antes, en 2008, cuando Amy tenía 24, el Sunday Times publicó un artículo titulado: “¿Puede ser salvada Amy Winehouse? ¿Existe algo que pueda salvarla de ella misma?”.

Amy se había deshecho en público. Como había escrito en el tema que titulaba el disco que la consagró Back to black: “Morí cientos de veces”.

Ese 23 de julio fue la última y definitiva. Una muerte lenta, solitaria, previsible y precoz.

Apenas apareció Frank, su primer disco, un periodista le preguntó a Amy Winehouse:

—¿Cuán famosa vas a ser?

—Mi música no entra en esa escala. No creo que vaya a ser famosa. No creo, tampoco, poder soportarlo —contestó la joven cantante.

A la luz de los hechos, queda claro que Amy falló solo el 50% de sus predicciones. Fue una celebridad, impresionantemente famosa. La otra parte de la profecía se cumplió: no pudo resistirlo.

Amy Winehouse fue una cantante descomunal. Su voz era una fuerza de la naturaleza. Sus primeras grabaciones son sorprendentes. Una chica de veinte que canta con la profundidad de una veterana, con un color de voz único y un manejo técnico deslumbrante. En la plenitud de sus facultades se la notaba con un total control de su arte, una habilidad innata. Era algo real, emocional (y emocionante), auténtico. No había artificios. Había un dolor ancestral en su canto. Su voz salía de un lugar mucho más profunda que las cuerdas vocales. Amy cantaba con las tripas. Alguna vez reconoció que no se le había pasado por la cabeza ser cantante profesional porque el canto para ella era natural, cotidiano, algo que siempre estuvo a su lado. Sus primeras apariciones públicas mostraban a una chica de gran franqueza, con una naturalidad salvaje y una frontalidad desusada.

Apenas dos discos oficiales (luego de su muerte la discográfica editó algunos desparejos álbumes con tomas descartadas). Aunque se consideraba cantante de jazz se convirtió en la gran cantante de R&B, soul y pop del siglo XXI. Back to black es una pequeña obra maestra, la cumbre de su arte, de su legado escaso (desde lo material). Además de un éxito de crítica fue un descomunal suceso de ventas. Millones de copias en todo el mundo y premios de todo tipo. Cinco Grammys, Mercury Prize y varios Brits Awards.

Blake Fielder-Civil y Amy Winehouse en los MTV Europe Music Awards de 2007 en Munich, Alemania  (Photo by Jeff Kravitz/FilmMagic)
Blake Fielder-Civil y Amy Winehouse en los MTV Europe Music Awards de 2007 en Munich, Alemania (Photo by Jeff Kravitz/FilmMagic)

Franksu primer disco, tuvo una buena recepción, el impacto de lo inesperado. Una voz que parecía pertenecer a alguien mucho mayor. La búsqueda artística era permanente, deseaba ser auténtica. Las letras de sus canciones componen una autobiografía, una antología de pequeños fracasos, un catálogo de frustraciones amorosas. Ya en esos años los escándalos comenzaron a acecharla. Una conducta errática en varias apariciones públicas, algún concierto suspendido, recitales con performances vocales muy por debajo de sus posibilidades. Lo que no se sabía en ese momento era que los problemas con el alcohol y la droga eran severos. Había tenido colapsos e internaciones por sobredosis que la pusieron al borde de la muerte en varias ocasiones. En una de ellas encontraron en su sangre, aunque parezca mentira, rastros de alcohol, cocaína, crack y heroína. Eran los tiempos en que estaba de novia con Blake Fielder-Civil, un joven algo más grande que ella al que muchos del entorno de la cantante sindican como el responsable de haberla sumergido en las drogas. Parece difícil llegar a un veredicto tan contundente. Blake era, como Amy, una persona rota. Se saboteaban a sí mismos con igual eficacia. Y esas necesidades, esas carencias hicieron que se juntaran y que se reconocieran como pares y se enamoraran. Luego vendrían las separaciones y las reconciliaciones -siempre volvían- hasta que a Blake lo encarcelaron por casi dos años. Una de esas rupturas le proporcionó todo el contenido lírico a Back to black, la obra consagratoria de Amy.

En ese disco, a la voz de Amy, a su fraseo único, se le sumó la producción de Mark Ronson. Este le dio a las canciones un aire soulero, mezcla de las producciones de Phil Spector con Motown, con todos los avances del nuevo siglo, que catapultó al disco y a su cantante a la cima de todos los charts. El álbum vendió, en todo el mundo, más de 20 millones de copias.

Amy Winehouse fue la última en conseguir el poco deseado ingreso al exclusivo Club de los 27. Así se conoce al listado de rockeros que han muerto a esa edad. Sus antecesores: Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix y hasta el blusero Robert Johnson. Se suele repetir la frase: “Vive rápido, muere joven y tendrás un cadáver que se vea bien”. Por más ingeniosa que parezca la frase -algunas se la atribuyen a James Dean, otros a Truman Capote- es absolutamente falsa. La mayoría de estos muertos célebres parecían de mayor edad al momento de su deceso. Llevaban en su cara la marca de los excesos, que suelen cobrar un alto precio. Los horadaba el dolor, la imposibilidad de detener la inercia de la autodestrucción. Amy no fue la excepción.

Su carrera musical terminó a los 23 años. Luego del segundo disco casi no hubo grabaciones en los cuatro años siguientes. Lo único destacable, un dueto con el recientemente fallecido Tony Bennett, el standard Body and soul. Sus recitales eran un albur. Nunca se sabía qué podía suceder en ellos. Si se presentaría, si finalizarían o siquiera si sería capaz de cantar una canción entera sin que los coristas tuvieran que salir en su rescate. En varios videos de esas actuaciones se ve a Amy, quien apenas cuatro años atrás, dominaba cada escenario con una presencia pocas veces vista y que cautivaba al público con cada una de sus notas, deambulando sin rumbo entre sus músicos, ausente la mirada, sin siquiera poder acercarse al micrófono, balbuceando incoherencias, al tiempo que la ovación inicial del público mutaba en silbidos y abucheos al descubrir cuál era su estado. Eso ocurrió en su último recital. Fue el 18 de junio de 2011 en Belgrado. Faltaba poco más de un mes para su muerte.

Los últimos días de Amy fueron muy similares a cualquiera de los días de los cuatro años anteriores, a todo lo que vino después de Back to black. El novio era otro, Reg Traviss, un ignoto y prolijo director de cine, sus problemas, los mismos. Sus afectos más cercanos se debatían, como ocurre siempre en este tipo de situaciones que se tornan crónicas, entre la conmiseración y el hastío. Los tratamientos fracasaban. Amy se alejaba de las drogas pero volvía al alcohol. En julio de 2011 estaba en esa etapa. El alcohol parecía más inofensivo que las drogas. Un mal menor.

Amy en ese tiempo se había acostumbrado a cierta soledad. Reg Traviss, el novio cineasta, la había dejado unos meses antes -aunque luego de su muerte fue otro de los que intentó aprovechar los focos para ganar protagonismo-; Blake, el amor eterno y tóxico de Amy, seguía preso; sus amigas de la infancia se habían alejado luego de varias peleas con su entorno por intentar que modificara su estilo de vida; sus padres parecían vivir en su mundo con la negación como bandera o vencidos por los intentos fallidos de mejorar a su hija.

Tan sola estaba que esa mañana del 23 de julio de 2011, ni siquiera estaban los paparazzi en la puerta de su casa de Camden.

 


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