Se llama Marcela Ferreyra, vive en Bariloche y entre 1992 y 2022 identificó 550 especies nativas en cuatro provincias patagónicas. Cómo se dio cuenta que algunas están amenazadas y qué hace para compartir su asombro por las plantas.
“Amo caminar en las montañas, y a lo largo de los últimas décadas aproveché cada posibilidad que se presentó. Subí decenas de veces al Cerro Catedral, que está en Bariloche, y ¡aún me quedan tantas por recorrer!”, dice a Infobae la bióloga argentina Marcela Ferreyra. Su pasión por las montañas de la Patagonia no está sola. Logró encajarla perfectamente con su fascinación por el estudio de las plantas.
Con una libreta para anotar y una cámara de fotos, Ferreyra exploró 111 montañas de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz entre 1992 y 2022. Consiguió hacer y publicar el trabajo más profundo sobre las plantas de alta montaña de la Patagonia.
Allí registró todos los secretos de las plantas que encontró: de qué especie se trata, dónde vive exactamente, y con cuánta frecuencia se la puede encontrar. Además, se ocupó de advertir cuáles son las especies que son más vulnerables.
Detalló plantas conocidas como el cebollín de las nieves, la estrellita blanca -que se observa en laderas soleadas de varias montañas-, diferentes especies de yareta (como las que están en el Cerro Tronador y el Volcán Copahue), o la hierba del chancho, que se puede ver en los volcanes Domuyo y el Copahue, entre muchas otras. Por supuesto, Ferreyra registró tanto el nombre común de la planta como su nombre científico.
El tenaz relevamiento fue publicado en el último número de la revista de botánica Darwiniana, editada por el Instituto de Botánica Darwinion y patrocinada por la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ANCEFN), el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV), la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet de la Argentina.
¿Cómo empezó su interés por las plantas y las montañas?
Desde chica a ella le gustó la naturaleza. “Con mi familia, vivíamos en Río Cuarto, provincia de Córdoba. Era una zona muy tranquila, donde había muchos baldíos y muy cerca había campos de cultivo. Así que con mis amigas y mis primos, vivíamos jugando afuera, trepábamos los árboles, explorábamos los campos en busca de animales, corríamos y andábamos en bicicleta”, cuenta Ferreyra.
Y sigue: “Pero lo que más me marcó en mi vida fue el ejemplo y el estímulo de mi padre. Fue el primer gran naturalista que admiré. Él amaba la naturaleza y los domingos y nos llevaba a visitar el río o a cualquier lugar natural. Mirábamos peces, aves, y todo “bicho” que se cruzara en nuestro camino. Desde pequeña, la naturaleza fue mi mundo. También amaba leer, especialmente todo lo relacionado con animales”.
– ¿Animales?
– Sí. En ese momento, me fascinaban los animales. Ingresé a la universidad con la idea de estudiar biología y dedicarme a estudiar el comportamiento de los animales. Cursé Zoología y me anoté como ayudante de cátedra. Pero, en segundo año apareció un profesor, el gran botánico Milan Dimitri, que me abrió las puertas a un mundo increíble: el reino vegetal. De pronto, los que hasta entonces habían sido solo árboles y yuyos se convirtieron en una increíble colección de plantas con sus nombres. Así la botánica, y en especial la botánica sistemática, me apasionó tanto que desde ese momento supe que iba a dedicar mi vida a las plantas.
Flora de alta montaña
Las plantas se convirtieron en una obsesión para Ferreyra. Cuando aparecía un árbol o una flor en alguna película se preguntaba qué especie sería. Después de empezar biología en la Universidad Nacional de Río Cuarto, decidió terminarla en el Centro Regional Universitario Bariloche de la Universidad Nacional del Comahue en Bariloche.
Ya tenía empezada su tesis en Río Cuarto sobre las plantas de las sierras de Córdoba. Pero se dio cuenta que sobre flora de alta montaña en Patagonia sólo había 3 trabajos publicados. No había ni siquiera un sólo libro y cambió el tema de su tesis. Para ese entonces, “ya me había enamorado de las montañas y nada me gustaba más que recorrer sus cumbres”, cuenta.
– ¿Cómo hizo el relevamiento de las 111 montañas?
En 1992 -ya me había mudado a vivir en Bariloche- decidí que mi tesis trataría sobre la flora y vegetación de alta montaña. Empecé a anotar el nombre de las plantas. Caminé siempre con una libreta y una cámara fotográfica que tiene GPS. Antes no había cámaras digitales por lo que andaba con cámara común y GPS. Hice listas de especies a medida que subía y sacaba fotos de los ambientes y de las plantas. Tengo miles de fotos y una caja llena de libretas. Al subir, traté de cubrir los diferentes ambientes y de anotar y fotografiarlos.
Ferreyra cuenta que muchas veces se quedó a dormir en las cumbres para tener más tiempo. “Acampaba especialmente cuando tenía un tiempo acotado para hacer el relevamiento porque estaba visitando otra provincia. En las exploraciones en las montañas estuve acompañada de colegas, familiares o amigos, aunque los primeros años a veces iba sola. Hace 8 años adopté a una perrita, Chocolina, que también me acompaña en las montañas. Como ya está grande, a veces la cargo en mi mochila para que descanse”, relata.
“Por el trabajo de campo en los 111 cerros, identifiqué 550 especies nativas. Dentro de ese total, 69 especies son exclusivas de los ambientes de alta montaña, y 13 especies y 10 poblaciones están en situación de vulnerabilidad”, agrega la bióloga.
– ¿Cuáles son las plantas que más la sorprendieron?
– Mis amigos dicen que soy infiel a mis elecciones porque cada vez que veo una planta digo que “es mi favorita”. Pero la verdad es que siento que todas son increíbles. Si tuviera que elegir entre todas, creo que el grupo de las Violas rosuladas -que solo viven en los Andes sudamericanos-, es el que más me ha sorprendido. Son las que ha tomado gran parte de mi energía. Tuve que recorrer mucho para verlas, y necesité muchísimas horas de estudio para llegar a reconocerlas. Viene gente de todo el mundo a sacarle fotos. También me gustan mucho las especies del género Nassauvia porque viven en los sitios más desfavorables.
– ¿Cuántas nuevas especies describió por primera vez?
Encontré dos especies. A una la describimos junto a dos colegas. Se trata de un pequeño subarbusto que encontré en el cerro Carbón en Bariloche. Le pusimos Senecio carbonensis. A fines del 2020 encontré una especie que me resultó desconocida en el cerro Atravesada, cerca de Zapala, Neuquén. Se la mandé a una especialista en el Instituto Darwinion y efectivamente era una especie nueva. Ella la bautizó con mi nombre, y le puso Viola marcelaferreyrae.
– ¿Y esa especie de planta está bien?
– Viola marcelaferreyrae es una especie vulnerable. Sólo la hemos visto en los puntos más altos de dos cerros y ninguno de ellos está protegido. Uno de los cerros, que se llama Atravesada, recibe un alto número de visitantes durante el verano. Por lo que la especie está altamente amenazada. En el trabajo que publiqué, describí también otros ejemplos.
– ¿Cómo se da cuenta que las plantas están amenazadas?
– Por diferentes criterios: habitan en áreas geográficas reducidas o forman poblaciones con pocos individuos, requieren ambientes específicos, no están incluidas en áreas protegidas, habitan en territorios afectados por actividades humanas. El pisoteo del ganado, las caminatas de los turistas, y la construcción de centros de esquí son algunos de los factores que llevan a que algunas especies estén vulnerables.
Guía de la naturaleza
Además de hacer investigación científica y haber sido profesora en la Universidad Nacional de Río Negro, Ferreyra suele salir a las montañas como guía con grupos de viajeros y naturalistas que quieren conocer plantas con prácticas de bajo impacto.
Años atrás hizo también el curso de guía de turismo, y se especializó en educación ambiental. Publicó varios libros de divulgación. Todo lo sigue haciendo porque siente que “acompañar a las personas a la naturaleza y lograr que se asombren abre las puertas a la conservación del ambiente y a una fuente de disfrute personal”, señaló en la entrevista con Infobae.
¿Por qué hay más interés en los animales que en las plantas? Ferreyra dice que es porque a los niños se los contacta más con los animales que con las plantas. “Los animales naturalmente despiertan curiosidad y se sienten más cercanos”, reflexiona.
Y cierra: “En las escuelas tampoco se les dedica mucho tiempo a las plantas. Por eso no se forman lazos tan estrechos con ellas. Ahora estoy jubilada y me dedico a escribir libros para acercar el mundo vegetal a los lectores”.
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