Tanto soñar, tanto ansiar y esperarla, después de muchas derrotas y de muchos desengaños, de desapariciones, torturas y asesinatos selectivos, de genocidios sistemáticos planeados y ejecutados con fría racionalidad desde las cumbres del poder, en exhaustivos conciliábulos de nuestros aristócratas en los amplios salones de sus clubes, en tenidas bulliciosas de vino y queso en las espaciosas salas de sus mansiones y la esquiva ilusión se pavoneaba frágil en el territorio de la utopía.
Algún día esto cambiará mascullábamos después de cada derrota, algún día ganaremos y no será un desencanto, nos prometíamos, mientras bostezamos viendo el jolgorio victorioso de aquellos que sabíamos eran un fraude.
De cualquier manera era evidente que, pese a la división, a la fragmentación, a la pelea de egos, de elección en elección se registraba un avance. Jugábamos como nunca, aunque perdíamos como siempre.
Las diferencias se hacían más exiguas, las coincidencias suscitaban uniones siempre demasiado débiles , pero cada vez más significativas.
En un país atormentado por la violencia, la inequidad, la miseria, era claro que en el fragor de la lucha política se fortalecía en las masas la certeza de que había necesidad de un cambio. Finalmente el triunfo , tanto tiempo esperado, llegó de la mano de un político audaz en su discurso, propositivo, que había formado parte en su juventud de un movimiento guerrillero.
Luego de cuatro años de un gobierno mediocre y corrupto que quiso “hacer trizas la paz” parcial y aún vulnerable conseguida luego de difíciles y largas negociaciones con la guerrilla más poderosa del país en el gobierno de Juan Manuel Santos, Iván Duque sistemáticamente aplazó el cumplimiento riguroso del acuerdo logrado por su antecesor y desvió sin rubor alguno la bolsa de recursos destinados a la implementación y fortalecimiento de la paz.
Duque, quien había llegado prometiendo el oro y el moro, con acusaciones de financiamiento ilegal de su campaña y compra de votos, no tardó mucho en hacerse el olvidadizo frente a sus promesas y desarrolló metódicamente un ejercicio neoliberal favoreciendo profusamente a los privilegiados y acentuando en sus nefastos 4 años la desigualdad, la polarización, la violencia de estado, la miseria, la desviación y apropiación corrupta de recursos así de frente, como si nadie se diera cuenta, a plena luz del día, con la seguridad de tener en los órganos de control y, en general, en la justicia amigos que lo encubría.
Luego de un proceso electoral salpicado de escándalos, chuzadas, espionaje que harían palidecer al famoso Watergate, se llegó a definir la presidencia entre Gustavo Petro Urrego y un empresario santandereano con graves cuestionamientos por corrupción y abuso del poder, el ingeniero Rodolfo Hernández.
La victoria de Petro, pese a la desinformación, la descontextualización, la crítica acerba y malintencionada y las calumnias difundidas profusamente en su contra por la poderosa prensa del establecimiento, generó poderosas reacciones: Un verdadero y masivo carnaval popular que la prensa ignoró y llamados a la discordia, la migración y el pánico económico por parte de los ahora derrotados.
Sin esperar a que el nuevo gobierno se instalara, los medios masivos, en manos de los grandes cacaos del país, se dedicaron a hacer y difundir vaticinios apocalípticos que constituían verdaderos llamados a la violencia en un país agobiado por ésta, donde, luego de tantas y diversas guerras, hemos aprendido lo fácil que es matarnos.
Esa tendencia desenfrenada, vil, sesgada, mezquina de desacreditar por cualquier causa al nuevo gobierno se ha mantenido a lo largo de los ya once meses y pico de esta administración y se complementa con la decisión de ignorar los cada vez mayores éxitos del nuevo gobierno en el terreno de la economía, las relaciones internacionales, la implementación de la paz, el control de la deforestación y muchos aspectos más.
Nunca como ahora las propuestas reformistas de un gobierno habían sido tan criticadas por tirios y troyanos, nada les satisface, huérfanos del poder se han dedicado a buscar los lunares e inconsistencias de algunos funcionarios, exagerarse al punto de convertirlos mediáticamente en delincuentes en el entendido de que con el descrédito y la ignominia pudieran convencernos de desandar el camino del cambio y entregar el sueño de empujar este país hacia uno más justo, equitativo, pacífico e incluyente y volver a entregarles el poder a los que nos llevaron a la terrible crisis humanitaria que hemos sufrido durante sus gobiernos.
Sin embargo son tantos y cada vez más numerosos y contundentes los logros de la nueva administración, es tanto el reconocimiento internacional de la misma que empiezan a aflorar tímida pero constantemente en los titulares de los diarios los éxitos de la administración de Gustavo Petro. Ayer fue la reducción de la inflación, hoy la de la deforestación.
Diariamente nuestras fuerzas armadas anuncian éxitos en la captura de alijos de drogas.
El cambio se muestra al punto que hasta sus mismos detractores no pueden negar sus logros. La constante reducción del precio del dólar ya no es noticia, la recepción entusiasta del pueblo a nuestro presidente y su equipo es pasada por alto.
Nunca un presidente fue tan popular…Su permanente aclamación masiva en los sitios que visita, su indudable poder de convocatoria, ponen en aprietos la credibilidad de las encuestas patrocinadas por la nada independiente prensa del país. en las que, con muestras diminutas y preguntas inductoras, pretenden mostrar el derrumbe de su popularidad y credibilidad.
La lucha mediàtica se complementa con el saboteo infame a sus propuestas no por la vía de la argumentación, sino a través de sucias triquiñuelas como ausentarse de las discusiones en el congreso para derribar el quórum decisorio y deliberatorio y bloquear el avance de las reformas.
Unido a lo anterior la participación descarada en política de funcionarios como el Fiscal General, el llamado al saboteo desde los directorios de los partidos tradicionales, la incoherencia y traición de algunos que llegaron arropados con las banderas del cambio y, últimamente, la resistencia cada vez más hosca, hirsuta, irracional de algunos componentes de la reserva de las fuerzas armadas que ahora salen a decir que no desfilarán el próximo 20 de julio para un “ex guerrillero”, como si ese desfile fuera para honrar al presidente y no para mostrar unidad orgánica y rendirle respeto al pueblo soberano por parte de las FFAA…
Entristece e indigna a la vez ese llamado a la discordia, esa pretensión de invalidar la decisión electoral de las actuales mayorías.
Son hijos de la guerra y rezagos del viejo país: Adoctrinados en el odio, vengadores adiestrados en la obediencia ciega para ser “una fuerza letal que entra a matar”, carentes del menor rastro de empatía, untadas sus manos de “litros de sangre” de inocentes, supuran rencor.
Tanto veneno que incrustaron en sus cabezas ahogó la sensatez, se creen justicieros pero son sólo gatilleros, renuentes a pensar en otra cosa que no sea la eliminación física del adversario, la anulación violenta de la discrepancia, sólo saben obedecer, son “máquinas de guerra”.
Son los custodios del privilegio y del abuso, vigilan con canina atención los feudos de sus dueños, saben matar, disparar primero pues lo de ellos no es preguntar ni cuestionar ni trascender del monosílabo estentóreo. Son parte del país que queremos cambiar.
Ellos no están para marchar con el país de la paz y los derechos, la nación de la inclusión y la equidad, nacieron en un campo de batalla y creen que su destino es cuidar un lodazal de sangre, no ven conciudadanos sino potenciales terroristas…
No comparten nuestro sueño, más están dispuestos a imponernos su pesadilla. No creen en un futuro distinto, un país de oportunidades y emprendimientos, son heraldos de la muerte, todo lo ven en negativo, son artífices del dolor y la tortura, verdugos de la ilusión y la esperanza.
Hay entre ellos víctimas, son parte de una ciudadanía secuestrada secularmente por la violencia, pero también muchos victimarios.
No quieren pasar la página del dolor, cautivos de la discordia, los une con ferocidad su rencor inducido y cultivado, eso que llaman “dolor de patria”, no el amor.
En ese contexto, empero, resulta insensato desconocer que muchas de las críticas al actual gobierno, que la prensa generosamente difunde y exagera, tienen su origen en actuaciones cuando menos imprudentes y no pocas reprochables de algunos funcionarios.
La mujer del césar debe ser casta, pero también parecerlo, dice el viejo aforismo. Por eso debemos estar atentos y ser fuertemente críticos con esos que abusan de la confianza depositada en ellos por el pueblo y por Gustavo Petro y quieren repetir conductas dolosas y abusivas de pasadas administraciones.
Criticar debe ser construir, señalar y corregir debilidades…Tan importante es la lucha contra la desinformación y el señalamiento mediático de la prensa de los cacaos, como la que se debe llevar al interior del gobierno para detectar y corregir inconsistencias, incoherencias, errores e imperdonables actos abusivos de corrupción.
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