“La Biblia no cayó del cielo”, dice el teólogo Thomas Römer, quien más que un libro en ella ve una biblioteca, cuya formación insumió alrededor de mil años. Los textos apócrifos, son los quedaron fuera por diversas razones y sorprendentemente están menos “escondidos” de lo que pensamos
Muchas veces hemos oído hablar de los “Evangelios apócrifos”. Pero no sólo son los evangelios quienes poseen esta calificación. Por ejemplo, el Antiguo Testamento también posee sus apócrifos. Según establece el diccionario de la RAE, este vocablo proviene del latín tardío apocry̆phus, y este del griego ἀπόκρυϕος apókrifos, ‘oculto’. Podríamos decir, en la terminología actual, que es “la historia no oficial” sobre la Biblia.
Los escritos apócrifos designan, en sentido amplio, los textos religiosos que no son reconocidos por la Iglesia, que no aparecen en la Biblia. Entonces, nada podría ser más simple… al menos en apariencia. Surge entonces una pregunta: ¿de qué Iglesia estamos hablando exactamente? La Iglesia católica y las diversas Iglesias ortodoxa, protestante y apostólica no conservan todos los mismos escritos en su canon: el canon designa todos los libros reconocidos por una Iglesia cristiana como pertenecientes a la Biblia.
Imposible abordar la cuestión de los apócrifos sin interesarse por saber cómo fue la formación del cuerpo de la Biblia. Porque este último, escribe el teólogo Thomas Römer: “(La Biblia) no cayó del cielo: es el resultado de un largo proceso que duró alrededor de mil años. El investigador ve en él no un libro, sino una “biblioteca”, incluso una antología que reúne textos de distintas épocas y trasfondos ideológicos”.
No obstante, lo que se considera apócrifo para unos no lo es para otros. Los límites que delimitan lo bíblico de lo apócrifo son específicos de cada comunidad. El libro de Enoc aparece así en un solo canon: el de la Iglesia de Etiopía. El Apocalipsis de Juan, por otro lado, se encuentra en casi todas las Biblias… excepto en las Biblias siríacas orientales.
Del mismo modo en Occidente, las diferentes tradiciones no se ponen de acuerdo sobre el canon bíblico: el Antiguo Testamento, de hecho, no agrupa los mismos libros según se consulte una versión católica, protestante u ortodoxa. Los libros “deuterocanónicos”, no forman parte del canon protestante establecido por los reformadores: son textos presentes en la versión griega de la Biblia hebrea, pero no en la Biblia judía.
Los escritos apócrifos también están menos “escondidos” de lo que pensamos. Porque estos últimos, aunque hayan sido excluidos de los cánones oficiales, en ocasiones han tenido una marcada influencia en la espiritualidad, la liturgia o la cultura popular cristiana. Un ejemplo son las historias de la natividad: no hay mención en la Biblia del nombre de los famosos “magos” ni siquiera de su número; la natividad de María santísima; la presentación de la Virgen María en el templo; lo mismo ocurre con la Asunción de María; los nombres de los padres de la Virgen María: Joaquín y Ana; la “varita de san José” que vemos que porta en cada imagen iconográfica del santo; la presencia del burro y el buey en el nacimiento de Jesús o muchas ideas actuales sobre el diablo. Estos detalles nos llegan en gran parte de la literatura apócrifa judía y cristiana. Estos textos muchas veces vienen a llenar los silencios del texto bíblico.
Queda una pregunta importante: ¿por qué se retuvieron ciertos textos en cambio aceptaron otros? El límite entre el texto canónico y el texto apócrifo es a veces bastante poroso. Una de las mayores dificultades es que se dispone de muy poca información sobre el proceso de formación del Nuevo Testamento. Sólo sabemos que el inicio del siglo II dC coincidió con una fase de selección, de confrontación entre las distintas comunidades cristianas en torno a los textos que abordaban la enseñanza de Jesús.
No fue hasta finales del siglo II que los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan se establecieron en el corpus cristiano. Todos, sin embargo, habían sido criticados por ciertos sectores del cristianismo. Pero eso no impidió que ganaran un estatus privilegiado.
En cuanto a los escritos que quedaron apócrifos, algunos fueron condenados por las autoridades eclesiásticas, quienes los consideraron nocivos o incoherentes. Otros pueden haber sido dejados de lado por ser olvidados, menos copiados, menos compartidos. Otros, finalmente, pueden haber sido ocultados deliberadamente porque estaban reservados para una “élite” de iniciados, particularmente dentro del gnosticismo, como explica Michael Langlois: “ciertas comunidades se enorgullecían de misteriosas revelaciones o conocimientos, como los esenios que, según Flavius Josefo, conocía los nombres de los ángeles.” Por lo tanto, no es de extrañar que ciertos apócrifos, como el Evangelio de Tomás, todavía sean apreciados por los círculos esotéricos en la actualidad.
Aquí hay algunas razones por las que los apócrifos, se cree, no están inspirados:
La Iglesia católica romana no canonizó oficialmente los libros deuterocanónicos (El Libro de Tobías o Tobit, el Libro de Judit, el Libro de la Sabiduría, el Libro del Eclesiástico, Sirácida o Sirácides, el Libro de Baruc, incluida la Carta de Jeremías (Baruc 6), libro I y II de los Macabeos) sino hasta después del Concilio de Trento (1546 dC) luego de la Reforma protestante. Los incorporó en respuesta a la reforma ya que el material contenido en los deuterocanónicos sirvió para apoyar ciertas doctrinas católicas, como la del purgatorio, la oración por los muertos y la salvación por obras, entre otras.
Ninguno de estos está en escrito en hebreo, que solo fue usado por escritores e historiadores inspirados del Antiguo Testamento.
Estos libros nunca fueron reconocidos como Sagrada Escritura por el pueblo judío y la Iglesia primitiva y, por lo tanto, nunca fueron aprobados por estas comunidades. No fueron considerados libros sagrados durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia cristiana y ni siquiera fueron discutidos.
Los deuterocanónicos enseñan doctrinas como la oración por los difuntos y la salvación por las obras y la perfección merecida por las obras, que rechazaba enfáticamente Martín Lutero en su reforma.
San Jerónimo resistió enérgicamente la inclusión de estos libros en su versión latina de la Vulgata (400 dC) pero acabaron siendo añadidos oficialmente tras la Reforma protestante.
Entre los apócrifos del Antiguo Testamento figuran: el Primer y Segundo libro de Adán y Eva, el libro de los Jubileos, la Asunción de Moisés, Primero, Segundo y Tercer libro de Enoc, el Martirio de Isaías; los Salmos de Salomón, el Testamento de los doce patriarcas, el Oráculo sibilino, etcétera. Asimismo, existe literatura apocalíptica apócrifa: Apocalipsis de Adán, de Abrahán, de Moisés, de Elías, de Daniel, de Baruc, de Zorobabel, de Esdras, de Sofonías, de Gabriel, de Lamec, de Ezequías, etc…
En 1945, en Nag Hammadi, localidad egipcia a unos 100 km de Luxor, en el Alto Egipto, se hallaron unos manuscritos en su mayor parte adscritos al cristianismo gnóstico primitivo, estos textos son considerados apócrifos y son: el Evangelio de Tomás, Apócrifo de Santiago, Primer y Segundo Apocalipsis de Santiago, Apocalipsis copto de Pablo, Segundo tratado del gran Set, Oración de Pablo, Apocalipsis de Adán, Evangelio de Felipe, carta de Pedro a Felipe y Evangelio de Valentín.
Los otros evangelios y textos apócrifos más conocidos son: Evangelio de la infancia de Jesús, Epístola de los apóstoles, Evangelio de los Ebionitas, Evangelio de los Hebreos, Evangelio de los Nazarenos, Evangelio de María Magdalena, Evangelio de Nicodemo, Evangelio de Pedro, Evangelio de Tomás, Evangelio del Salvador, Evangelio secreto de Marcos, Protoevangelio de Santiago.
También pueden incluirse apócrifos que nos relatan los hechos realizados por las primeras comunidades cristianas, como los Hechos de Juan, de Pablo, de Pedro, de Pilato, de Tecla, de Tomás. E incluso pseudo cartas dirigidas a diferentes comunidades o personas: carta de Pedro a Santiago y su respuesta., carta de Ptolomeo a Flora, correspondencia entre Pablo y Séneca, epístola a los Laodicenses, predicación de Pedro, pseudo Tito, tercera epístola a los Corintios, Tratado sobre la resurrección.
Más allá de su reputación, los escritos apócrifos son, en todo caso, un testimonio de la extraordinaria diversidad del cristianismo en los primeros siglos y merecen la pena ser leídos.
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