¿Cuándo ha visto usted a un abogado hablar de salud mental? ¿Cuántas veces ha escuchado a su amigo abogado reconocer que no puede más y que necesita tomarse un descanso? ¿Recuerda si en alguna ocasión un abogado le contó abiertamente que recibía ayuda profesional de un psicólogo o psiquiatra? ¿Se le viene a la mente algún momento en el que un abogado le haya confesado haber sufrido un ataque de pánico o tener problemas para manejar el estrés del día a día?
Se me hace muy difícil creer que la respuesta a cualquier de estas iniciales interrogantes tenga una respuesta afirmativa. Y así lo afirmo, convencido como estoy, mucho más siendo abogado, de lo difícil que puede llegar a ser reconocer abiertamente sufrir de fatiga, insomnio, depresión, entre otros, por miedo a perder un cliente, a demostrar ‘debilidad’ o a ser estigmatizados.
Gran parte de lo que nos pasa, empieza en las aulas universitarias y en las pasantías o prácticas que realizamos en estudios jurídicos, en especial aquellos de mayor tradición. Desde el primer día se nos programa de tal forma que empezamos a creernos impolutos, perfectos, como si tuviéramos la piel más gruesa que otros profesionales. Todo ese adoctrinamiento, más bien convierte a muchos en profesionales narcisistas, egocéntricos y poco empáticos. Y es que así crecemos, con esa manoseada idea de que el abogado es un ser proveniente de una raza especial, que no comete errores, que es inmaculado y que ha sido bendecido con dones que muy pocos pueden permitirse. Con todo esto, ¿le sorprende que mucha gente odie a los abogados o que crean que el mejor abogado es el que más grita y amenaza en una audiencia o ante un medio de comunicación?
Lo cierto es que detrás de esa corbata y sacos que nos esforzamos tanto por ajustar, se esconden una serie de desequilibrios emocionales que muchos abogados no comentan y que asumen como normales porque sencillamente ‘así es la profesión’. Las largas jornadas laborales, el estrés diario de lidiar con la resolución de conflictos ajenos, la mala alimentación, el abuso de la cafeína y el alcohol, no nos hace ver mejores, más bien hace que sigamos creando parches y acrecentando el ‘tabú’ que rodea a nuestro oficio, en cuanto al cuidado de nuestra salud mental.
¿Cuándo fue la última vez, estimado colega, que escuchó su respiración? ¿No le parece que quizás vive más acelerado y con una agitación que no es normal? ¿Le ocurre que tiene lagunas mentales u olvida con facilidad ciertos detalles de un caso? ¿Normalmente puede ir a dormir sin revisar y bosquejar en su mente las principales soluciones para un caso? ¿Vive tomando antiácidos o pastillas para el dolor de cabeza o migraña? ¿Se siente culpable si no deja lista y completa una demanda, una minuta o un escrito?
Si es así, piénselo, puede que esté llegando a un nivel de estrés y preocupación que pueden resultar patológicos. Tómese un respiro, comente con las personas que confía que necesita desacelerar y si así lo considera, hable con un psicólogo. Recuerde: siempre se puede dejar algo para mañana y compartir nuestras emociones no nos hace débiles o peores profesionales, sino más bien, un poco más humanos. La mejor versión de usted, complementada con su formación académica, lo hará mejor abogado, pero también mejor persona, ¿no cree? Inténtelo, ¡sí se puede!
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