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Las últimas señales apuntan a que es el bloque del sur el más interesado en el entendimiento. Ojalá que la Unión Europea escuche a su Comisión, que lo impulsa.

El 28 de junio de 2019 se firmó un acuerdo “de principio” entre el Mercado Común del Sur (Mercosur) y sus Estados parte y la Unión Europea (UE) y sus Estados miembros, marcando el final de las negociaciones sobre los temas claves, las cuales se prolongaron por más de veinte años (todos los gobiernos durante ese período participaron de la negociación).

Se trata de un acuerdo estratégico para ambas regiones, especialmente en el contexto mundial actual.

Además, el acuerdo adquiere actualidad dado que, entre los días 17 y 18 de julio próximo, tendrá lugar la Cumbre de la Celac (países latinoamericanos) y la UE, y existe una posibilidad (por cierto, bastante remota) de que dicho pacto, finalmente, pueda suscribirse. Si ello no ocurriera, la cita presidencial sí serviría para “calibrar” las verdaderas chances de que se logre en el corto plazo.

El reloj político juega a favor y en contra; lo primero, porque en el segundo semestre del año el Mercosur será presidido por Brasil y la UE por España, dos países defensores del acuerdo. Y lo segundo, porque si no se lo firma en este período, el año que viene hay elección del Parlamento Europeo y se elegirá una nueva Comisión de la UE, lo cual implicará recomenzar el camino.

Aunque quedaron pendientes algunos detalles legales y la lista de indicaciones geográficas, se consideró un paso significativo hacia la conclusión del acuerdo, el cual se compone de tres pilares: el comercial, el del diálogo político y el de la cooperación.

El texto del acuerdo se hizo público casi en su totalidad de manera inmediata y fue dado a conocer por las cancillerías de los Estados parte del Mercosur y la UE. Para el Mercosur, tiene un valor fundamental debido a sus implicaciones tanto internas como externas; es casi “fundacional”. Y los beneficios están directamente relacionados con los desafíos que impone a los gobiernos y sindicatos, y al sector productivo.

Para la UE, no solo significa acceso a nuevas fuentes de energía y alimentos, sino también la expansión de sus criterios de desarrollo sostenible, que son ampliamente resistidos en algunas áreas del mundo.

El Mercosur se enfrenta a un mercado de 500 millones de habitantes con un PIB per cápita de US$ 34 mil y 27 Estados miembros. Por su parte, la UE se encuentra ante una región con 295 millones de habitantes y cuatro Estados miembros. Involucra una población de más de 800 millones de habitantes, representando casi una cuarta parte del PIB mundial, lo cual demuestra su gran alcance económico. Sin este acuerdo, el Mercosur solo tiene tratados comerciales con el 9% del PIB mundial, pero gracias a esta firma, esa cifra aumentaría al 30%. También significa la concreción casi automática de otros acuerdos con bloques como la AELC (Asociación Europea de Libre Comercio; EFTA, en su sigla en inglés) o con países como Singapur, Canadá, Corea del Sur y Japón, entre otros.

A pesar de todo, se ha observado un desacuerdo entre lo negociado por la Comisión Europea y las pretensiones de los Estados miembros de la UE, lo que generó obstáculos en el proceso. Por parte de la UE, por ejemplo, se ha acusado a Brasil de ser el principal responsable de la deforestación, aunque informes señalan que no ha habido diferencias significativas en las tasas de deforestación entre la (primera) presidencia de Lula y la de Bolsonaro. Estos obstáculos parecen más relacionados con disputas personales que con preocupaciones medioambientales fundamentadas.

Además de los debates sobre su impacto ambiental, la alianza Mercosur-UE también ha generado debates en términos de protección de derechos laborales. Por esta razón, la UE está exigiendo salvaguardias y garantías específicas en estos ámbitos (ver la reciente slide letter –nota complementaria– ambiental presentada por la UE al Mercosur).

El acuerdo ya incluye un capítulo dedicado al desarrollo sostenible, donde se establecen compromisos para promover la conservación ambiental, la gestión sostenible de los recursos naturales y el respeto de los derechos laborales. Además, se prevé la creación de un Comité de Desarrollo Sostenible que supervisará la implementación de estas disposiciones.

Además, la UE, posfirma del acuerdo “de principio”, ha avanzado en la aprobación del famoso Pacto Verde, que involucra –entre otras– cuestiones vinculadas a desforestación y emisión de gases de efecto invernadero, lo cual en cierta medida ha alterado el equilibrio de la negociación cerrada con el Mercosur en 2019.

Por ello, la efectividad de estas medidas y su cumplimiento aún son motivo de debate.

Algunos críticos argumentan que las disposiciones sobre desarrollo sostenible son insuficientes y carecen de mecanismos de cumplimiento adecuados. Es crucial que tanto el Mercosur como la UE se comprometan a garantizar que el acuerdo se implemente de manera responsable y se monitoreen de cerca sus impactos sociales y ambientales.

Además de los aspectos comerciales y ambientales, el acuerdo Mercosur-UE también busca fortalecer la cooperación política y estratégica entre ambas regiones. Esto incluye la promoción del diálogo político, la cooperación en temas de seguridad, la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo, así como la colaboración en áreas de interés mutuo: la educación, la cultura y la ciencia.

El acuerdo representa, definitivamente, un hito importante. Si se implementa de manera efectiva, podría generar beneficios económicos y fortalecer la cooperación entre ambas regiones.

Como ya se dijo, los aspectos positivos para el Mercosur, que no son solo comerciales, son ciertamente tangibles y recomendables.

Más que analizar qué se gana con la pronta firma y vigencia del acuerdo, lo mejor sería examinar qué se pierde si ello no ocurre, es decir ¿cuál es el costo del no acuerdo? Y desde esta perspectiva, el resultado inclina la balanza en favor de la suscripción del citado pacto.

Por lo demás, el fracaso del acuerdo sería el fracaso de la diplomacia, pues se perderían más de veinte años de negociaciones, sin olvidar que los acuerdos que la UE ya tiene firmados con países competidores del Mercosur quitan mercado a nuestras exportaciones.

Hoy por hoy no es arriesgado afirmar que el Mercosur, en los hechos, demuestra más interés de cerrar el acuerdo –o al menos ofrece mucha menos resistencia– si se lo compara con la actitud de la parte europea (dejando afuera a la Comisión de la UE).

Los días previos a las grandes cumbres se asemejan a las carreras de Fórmula 1, en las cuales la vuelta de prueba inicial –antes del comienzo– se caracteriza por un fuerte ruido de motores acelerándose como pretendiendo imponer una presencia mecánica que amedrente al resto de los conductores. Esperemos que los ruidos sobre el acuerdo Mercosur-UE que han aparecido actualmente sean solo eso, ruidos previos, y que la diplomacia y los presidentes de los 31 Estados involucrados, como pasa en las grandes cumbres, encuentren la forma para lograr la foto de la firma del acuerdo en la próxima Cumbre Celac-UE, o durante el segundo semestre de este año.

El Mercosur ha hecho un gran esfuerzo, ojalá la UE haga lo propio.

*Profesor de la Universidad Austral.

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