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Vie. Nov 22nd, 2024
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La BBC se ha estado comunicando durante meses en secreto con tres ciudadanos norcoreanos que viven en el país. Exponen por primera vez el desastre que se desarrolla dentro de las fronteras que el gobierno cerró hace más de tres años: hambre, represiones brutales y sin oportunidades de salir. Sus nombres han sido cambiados para proteger su identidad.

Myong Suk está encorvada sobre su teléfono, tratando de hacer otra venta desesperadamente. Negociante con experiencia, está vendiendo cantidades minúsculas de medicina de contrabando para las personas que las necesitan con urgencia, apenas lo suficiente para poder sobrevivir. Ya la pillaron una vez, y apenas pudo lograr reunir la cantidad del soborno para evitar la prisión.

No puede permitirse que la pillen otra vez. Pero en cualquier momento puede haber un golpe en la puerta. No solo le tiene miedo a la policía, sino también a sus vecinos.

Ya casi no queda nadie en quien pueda confiar. Las cosas no eran así antes, el negocio de medicamentos de Myong Suk solía prosperar.

Pero el 27 de enero de 2020, Corea del Norte clausuró su frontera en respuesta a la pandemia, impidiendo que la gente, los bienes y los servicios puedan entrar al país.

Los norcoreanos ya tenían prohibido salir del territorio, pero ahora están confinados a sus poblaciones. Los trabajadores de la salud y diplomáticos se han ido. Los guardias tienen la orden de dispararle a cualquier persona que siquiera se acerque a la frontera.

El país más aislado del mundo se ha vuelto un agujero negro informativo. Bajo el tiránico mandato de Kim Jong-un, a los norcoreanos se les impide comunicarse con el mundo exterior.

Con la ayuda de la organización Daily NK, que maneja una red de contactos dentro del país, la BBC se ha podido comunicar con tres personas comunes. Están ansiosas por contarle al mundo el impacto catastrófico que ha tenido el cierre de la frontera en sus vidas diarias.

Entienden que si el gobierno descubre que han estado hablando con nosotros, probablemente serán ejecutados.

Para protegerlos, solo podemos contar algunas de las cosas que nos han revelado, aunque sus experiencias nos ofrecen un fotograma único de la situación que se vive en Corea del Norte.

Myong Suk

Myong Suk

“Nuestra situación alimentaria nunca ha estado así de mal”, nos dice Myong Suk. Como la mayoría de las mujeres en Corea del Norte, ella es la principal generadora de ingresos de la familia.

Los míseros salarios que los hombres ganan en sus trabajos ponen a las mujeres en la situación de tener que buscar maneras creativas de hacer dinero para subsistir.

Antes del cierre de la frontera, Myong Suk se las ingeniaba para conseguir en China medicinas tan necesarias como antibióticos y las vendía en su mercado local.

Tenía que sobornar a los guardias de la frontera, con lo que perdía más de la mitad de sus ganancias, pero ella lo aceptaba como parte del juego. Le permitía tener una vida cómoda en su pueblo en el norte del país, cerca de la inmensa frontera con China.

La responsabilidad de proveer para su familia siempre le ha causado algo de estrés, pero ahora la está consumiendo. Se ha vuelto casi imposible conseguir productos para vender.

Alguna vez, en medio del desespero, trató de ingresar las medicinas de contrabando ella misma, pero la atraparon y ahora está bajo vigilancia constante. Ha intentado vender medicina norcoreana en su lugar, pero hasta eso es difícil de encontrar hoy en día, lo que quiere decir que sus ingresos se han reducido a la mitad.

Chan Ho

En otra ciudad cerca de la frontera, Chan Ho, un constructor testarudo, tiene una mañana frustrante: “Quiero que la gente sepa que me estoy arrepintiendo de haber nacido en este país“, se desahoga.

Chan Ho en su sitio de construcción.

Otra vez se ha levantado temprano para ayudar a su esposa a prepararse para llevarla al mercado, antes de irse a su trabajo, en el sitio de construcción.

Los 4.000 won que gana al día -el equivalente a US$4- ya no le alcanzan para comprar un kilo de arroz, y ha pasado tanto tiempo desde que recibió una ración del gobierno, que ya ni siquiera las recuerda.

Dice que los mercados donde la mayoría de los norcoreanos consiguen sus alimentos están vacíos, y que los precios del arroz, el maíz y los condimentos se han disparado.

Corea del Norte depende de las importaciones debido a que no produce los suficientes alimentos para darle de comer a su población. Al sellar la frontera, el gobierno cortó suministros vitales de comida, al mismo tiempo que la entrada de los fertilizantes y las maquinarias necesarias para cultivar.

Al principio, Chan Ho tenía miedo de morir por covid, pero con el paso del tiempo, se empezó a preocupar más por morir de inanición, especialmente después de ver que personas a su alrededor empezaron a morirse.

La primera familia en su aldea en morir de inanición la formaban una madre y sus hijos. La mujer estaba demasiado enferma para trabajar. Sus hijos trataron de mantenerla viva lo más que pudieron pidiendo dinero en las calles, pero al final murieron los tres.

Después, se dio el caso de una madre a la que sentenciaron a trabajos forzados por violar las reglas de la cuarentena. Tanto ella como su hijo murieron de hambre.

Más recientemente, el hijo de un conocido de Chan Ho fue dado de baja del ejército por estar malnutrido. El constructor dice recordar cómo la cara se le hinchó de repente. En menos de una semana había muerto.

“No puedo dormir cuando pienso en mis hijos, en que tengan que vivir para siempre en este infierno sin esperanzas”, dice.

Ji Yeon

A cientos de kilómetros de distancia, dentro de la relativa afluencia de la capital, Pyongyang, donde bloques de apartamentos se alinean a lo largo del río de la ciudad, Ji Yeon usa el metro para ir al trabajo.

Está agotada después de una larga noche de desvelo.

Ji Yeon en su balcón.

Tiene dos hijos y un esposo que dependen de las monedas que ella hace trabajando en una venta de comida. Antes, lograba sacar frutas y verduras a escondidas de la tienda, para después venderlas en el mercado, al igual que los cigarrillos que su esposo recibía como sobornos de sus trabajadores.

Con esa plata compraba arroz. Ahora le revisan las bolsas detenidamente cuando sale de la tienda, y ya nadie soborna a su esposo porque a nadie le sobra nada.

“Han hecho imposible que tengas ingresos extra”, dice.

Ahora, Ji Yeon pasa el día fingiendo que ha comido tres veces, cuando en realidad ha comido una. Ella puede pasar hambre, es mejor eso a que la gente sepa que es pobre.

Todavía le atormenta la semana en la que le tocó comer puljuk -una mezcla de vegetales, plantas y pasto, que se tritura y queda como un puré.

Esa comida es sinónimo de uno de los momentos más oscuros de la corta historia de Corea del Norte, la hambruna que devastó el país en los años 90, quitándole la vida a más de tres millones de personas.

“Sobrevivimos pensando en los próximos 10 días, y después los 10 siguientes, con la idea de que si mi esposo y yo nos morimos, al menos podamos alimentar a nuestros hijos”, dice Ji Yeon.

“Es un desastre”, agrega. “Sin la llegada de suministros, las personas no saben cómo ganarse la vida”.

Dice que recientemente ha escuchado de personas que se suicidan en las casas, y de otras que desaparecen en las montañas para morir. Dice deplorar la mentalidad despiadada que cobija a la ciudad.

“No importa si se muere la persona que vive al lado, solo piensas en ti. Es desalmado”.

La hambruna de los 90

Ciudadanos con tapabocas en Phyongysong, Corea del Norte

FUENTE DE LA IMAGEN,NK NEWS

Pie de foto,Una foto de ciudadanos con tapabocas mientras esperan en un cruce de tren en Phyongysong, Corea del Norte, durante la pandemia.

Durante meses, ha habido rumores de personas que se mueren de hambre, lo que genera temores de que Corea del Norte pudiera estar al borde de una nueva hambruna.

El economista Peter Wart, experto en el país, describe los testimonios como “muy preocupantes”.

“Cuando las personas que se están muriendo de hambre están a tu alrededor implica que la situación alimentaría es bastante seria, mucho más seria de lo que pensábamos y peor de lo que ha sido desde la hambruna de los años 90”, expone.

La hambruna en Corea del Norte marcó un punto de inflexión en la historia relativamente corta del país y causó una ruptura en el rígido orden social.

El estado, incapaz de alimentar a su gente, les dio pedazos de libertad para que hicieran lo necesario para sobrevivir. Miles salieron del país y encontraron refugio en Corea del Sur, Europa o EE.UU.

Mientras tanto, los mercados privados florecieron a medida que las mujeres comenzaron a vender desde semillas de soya a ropa usada y artículos electrónicos chinos.

Nació una economía informal y, con ella, toda una generación de norcoreanos que ha aprendido a vivir con poca ayuda del estado: capitalistas sobreviviendo en un país comunista represivo.

Un niño norcoreano pidiendo comida

FUENTE DE LA IMAGEN,NK NEWS

Pie de foto,Un niño pide comida en las calles durante la hambruna de los años 90.

Mientras los mercados empiezan a quedar vacíos al final del día, Myong Suk cuenta sus reducidas ganancias y se preocupa de que las autoridades vengan a por ella y toda esta generación capitalista.

Ella cree que la pandemia simplemente les dio a las autoridades la excusa de volver a ejercer control sobre las vidas de las personas.

“Realmente han buscado atacar el contrabando e impedir que la gente se escape”, dice. “Ahora, así sea solo por acercarte a la frontera con China, te imponen un castigo brutal”.

Chan Ho, el constructor, también está cerca de alcanzar su límite. Dice que es el periodo más difícil que ha tenido que vivir porque aunque la hambruna fue difícil, no existían las represiones y los castigos.

“Si la gente quería escapar, no había mucho que el estado pudiera hacer”, señala. “Ahora, es cuestión de que des un paso mal y te ejecutan”.

El amigo de su hijo vio varias ejecuciones recientemente, llevadas a cabo por agentes del estado. En cada instancia, murieron entre tres y cuatro personas. Su crimen era tratar de escapar.

“Si vivo de acuerdo a las reglas, seguramente me moriré de hambre, pero por tratar de sobrevivir podrían arrestarme, considerarme un traidor y ejecutarme”, nos dijo Chan Ho. “Estamos atrapados aquí, esperando morir”.

Antes del cierre de la frontera en 2020, más de mil refugiados norcoreanos llegaban a Corea del Sur cada año, pero desde ese entonces, solo se conocen unos pocos casos de personas que hayan llegado a salvo al sur.

Imágenes satelitales, analizadas por la ONG Human Rights Watch, muestran que las autoridades han pasado gran parte de los últimos tres años construyendo múltiples murallas, vallas y puestos de guardia para fortificar la frontera, haciendo que escapar sea casi imposible.

Imágenes satelitales muestran cómo se ha fortificado la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur

Cada vez es más difícil siquiera contactar a alguien dentro del país.

Antes, residentes cerca de la frontera lograban hacer llamadas internacionales conectándose a redes móviles chinas con teléfonos chinos de contrabando.

Chan Ho dice que ahora, en todas las reuniones comunitarias, se le pide a cualquier persona que tenga un teléfono chino que se entregue.

A un conocido de Myong Suk, lo atraparon mientras hablaba con alguien en China y tuvo que irse a un campo de re-educación durante varios años.

Mediante la represión del contrabando y de las conexiones de la gente con el mundo exterior, el estado está quitándoles a los ciudadanos la habilidad de velar por sí mismos, dice Hanna Song, de la ONG North Korean Database Centre for Human Rights (NKDB).

“En un momento en el que la comida ya está escaseando, [el gobierno] tiene que ser completamente consciente del daño que esto va a causar”, dice la experta.

La llegada de la covid

Aún con estos controles extremos, Corea del Norte no pudo mantener por fuera el coronavirus.

El 12 de mayo de 2022, más de dos años después del inicio de la pandemia, Corea del Norte confirmó el primer caso oficial del virus en su territorio.

Sin manera de hacerles pruebas a las personas, los que tuvieran fiebre tenían que quedarse en casa durante 10 días. Se les prohibía a los pacientes y a sus familias dar un paso fuera de la casa. A medida que el virus se expandía, se cerraron calles y poblaciones enteras, en algunas ocasiones durante dos semanas completas.

En Pyongyang, Ji Yeon vio desde su ventana cómo algunos de sus vecinos, que no tenían suficiente comida como para sobrevivir el encierro, recibía vegetales en la puerta día de por medio. Pero cerca de la frontera no hubo tal ayuda.

Animación de aves volando.

Según Ji Yeon, muchas personas mayores y niños murieron de covid-19.

Los expertos en salud dicen que, en un país en el que Naciones Unidas estima que el 40% de la población está malnutrida, tiene sentido que los niños se enfermaran a diferencia de lo que ocurrió en otros lugares.

Uno de los doctores de la ciudad le dijo a Ji Yeon que durante el punto álgido, una de cada 550 personas de cada barrio de Pyongyang perdió la vida.

Si se extrapola al resto del país, eso representaría 45.000 muertes, cientos de veces más que la cifra oficial de muertos de 74. Pero al resto se le dio una causa de muerte diferente, según le dijeron, ya fuera tuberculosis o cirrosis.

En agosto de 2022, tres meses después de esa subida, el gobierno declaró victoria sobre el virus, argumentando que había sido erradicado del país. Sin embargo, muchas de las medidas de la cuarentena se mantienen.

Cuando Kim Jong-un selló las fronteras de una manera tan extrema, sorprendió a la comunidad internacional.

Corea del Norte es uno de los países más sancionados del mundo, dado su interés en desarrollar armas nucleares. Se le tiene prohibido vender recursos en el exterior e importar el combustible que necesita para funcionar.

Muchos se preguntan por qué un país en la ruina económica se infringiría a sí mismo tal dolor, de manera consciente.

“Creo que los líderes decidieron que la covid-19 podría matar a muchas personas -o por lo menos a las personas equivocadas, aquellos que ellos no querían que murieran”, dice Peter Ward, refiriéndose a los militares y a la élite que mantiene a la familia Kim firme en el poder.

Era razonable asumir que muchos morirían, dado que tiene uno de los peores sistemas de salud en el mundo y una población desnutrida y sin vacunar.

Pero, según Hannah Song de NKDB, la covid también le brindó a Kim Jong-un la oportunidad perfecta para volver a ejercer control sobre las vidas de las personas.

“Esto es lo que ha querido hacer en secreto hace mucho tiempo”, opina. “Su prioridad siempre ha sido aislar y controlar a la gente lo más que pueda”.

Otras facetas

Animación de campanas de viento

Después de preparar y comer su reducida cena, Jin Yeon lava los platos y limpia su casa con una toalla húmeda. Se mete en la cama temprano, esperando tener una mejor noche.

Probablemente logrará tener más horas de sueño que Chan Ho, quien ha tenido que pasar noches en el sitio de construcción por lo ocupado que está.

Pero en la calma relativa de su ciudad fronteriza, Myong Suk se roba un momento para relajarse, y se sienta con su familia a ver televisión usando una batería que llevan cargando todo el día.

En particular, le gustan los dramas de televisión de Corea del Sur, aunque están prohibidos. Los programas llegan de contrabando a través de la frontera en tarjetas micro-SD que se venden en secreto.

El lanzamiento más reciente que vio Myong Suk fue uno sobre una estrella de K-pop que llega a la casa de una familia diciendo que es el hijo perdido.

Cuenta que desde que se cerró la frontera, prácticamente no han entrado programas nuevos. Además, la represión ha sido tan fuerte que las personas están siendo más cuidadosas.

Se refiere al Acta de Rechazo a la Ideología y Cultura Reaccionaria que se aprobó en diciembre de 2020. Bajo esta ley, aquellos que introduzcan videos extranjeros en el país y los distribuyan podrían ser ejecutados.

Chan Ho la llama la “ley que más miedo da de todas”. Simplemente ver los videos puede acarrear hasta 10 años de prisión. El propósito de la ley, según una copia del texto a la que tuvo acceso la organización Daily NK, es evitar que se esparza “una ideología podrida que vuelva a nuestra sociedad depravada”.

Se cree que lo que más teme Kim Jong-un es que su propio pueblo conozca sobre el libre y próspero mundo que existe afuera de sus fronteras, y que se despierten de las mentiras que se les venden.

Chan Ho dice que desde que la ley se aprobó, los videos extranjeros prácticamente desaparecieron. Solo la generación más joven se atreve a verlos, causándoles una preocupación inmensa a sus padres.

Ji Yeon recuerda un juicio público reciente en Pyongyang. Los líderes locales se reunieron para juzgar a un joven de 22 años que había estado compartiendo canciones y películas surcoreanas.

Lo sentenciaron a 10 años y tres meses en un campo de labores forzadas.

Jin Yeon dice que antes de 2020, este hubiera sido un juicio callado, a lo mejor con un año de prisión.

“Las personas estaban en shock viendo cómo el castigo era mucho más duro”, indica. “Da tanto miedo la manera en la que están apuntándole a la gente jóven”.

Ryu Hyun Woo, un exdiplomático que abandonó el gobierno en 2019, dice que la ley se introdujo para asegurar la lealtad de los jóvenes que han crecido con una actitud tan distinta a la de sus padres.

“Crecimos recibiendo regalos del estado, pero bajo Kim Jong-un, el país no le ha dado nada a su gente”, explica. “La gente joven ahora se cuestiona qué ha hecho su país por ellos”.

Erosión de la confianza

Para hacer cumplir la ley, el gobierno ha creado grupos que van por ahí reprimiendo “despiadadamente” cualquier cosa que consideren anti-socialista. “La gente no confía en los otros. El miedo es grande”.

A Ji Yeon la han interrogado bajo la nueva ley. Desde el interrogatorio, nunca le revela a los otros qué es lo que piensa en realidad. Le teme más a la gente ahora.

Esta erosión de la confianza le preocupa al profesor Andrei Lankov, que ha estudiado Corea del Norte por 40 años.

“Si las personas no confían los unos en los otros, no tiene sentido empezar una resistencia”, dice. “Lo que quiere decir es que Corea del Norte puede estabilizarse y durar así años, o incluso décadas”.

Ilustación de un arresto.

En enero de 2023, el gobierno aprobó otra ley que les prohíbe a las personas usar palabras asociadas con el dialecto surcoreano. Violar esta ley puede, en los casos más extremos, resultar en una ejecución también.

Ji Yeon dice que hay demasiadas leyes en este punto como para acordarse, y que a las personas se las están llevando sin que siquiera sepan cuál es la que supuestamente violaron.

Cuando les preguntan, los fiscales simplemente responden: “No tienes por qué saber la ley que rompiste”.

“Lo que estos tres ciudadanos norcoreanos compartieron da soporte a la idea de que Corea del Norte es incluso un país más represivo y totalitario de lo que alguna vez ha sido”, dice Sokeel Park, de la organización Libertad en Corea del Norte, que ayuda a los refugiados norcoreanos.

“Es una tragedia devastadora la que se desenvuelve”, lamenta.

Más recientemente, ha habido señales de que las autoridades se pudieran estar preparando para reabrir la frontera.

Myong Suk y Chan Ho -quienes viven sobre la frontera- dicen que la mayoría de estas poblaciones han sido ya vacunadas contra la covid-19 -presumen, con la vacuna china-, mientras que en Pyongyang, Ji Yeon cuenta que un buen número de personas ha recibido dos dosis.

Adicionalmente, información de aduanas revela que el país está permitiendo nuevamente algunas importaciones de granos y harina desde China, posiblemente en un intento por suavizar la escasez y evitar la muy temida hambruna.

Gráfico que muestra las importaciones de arroz de Corea del Norte

Pero cuando Corea del Norte finalmente decida reabrir, no se espera que las libertades vuelvan, precisa Chad O’Carroll, quien dirige la plataforma de monitoreo NK Pro.

“Es probable que estos sistemas de control que han surgido con la pandemia echen raíces. Esto haría más difícil para nosotros entender el país y, tristemente, mucho más difícil para los norcoreanos entender qué está pasando más allá de lo que les dicen”.

Sin embargo, hay pequeñas señales de que el régimen quizá no salga inmune de las dificultades que le ha impuesto a su gente en los últimos tres años.

Chan Ho dice que durante la semana, la gente no piensa mucho en querer cambiar el sistema. Están tan enfocados en encontrar una comida al día, simplemente felices de tener comida en sus mesas.

Pero cuando llega el fin de semana, él, Myong Suk y Ji Yeon tienen tiempo para reflexionar.

Deben asistir a las sesiones de revisión semanal, obligatorias para cada ciudadano. En ellas admiten sus errores y fallos, y reportan los fallos de sus vecinos.

Sus sesiones están diseñadas para promover el buen comportamiento y encontrar disidentes. Nunca hubiera podido admitirlo abiertamente, pero Chan Ho dice que la gente ha dejado de creer en la propaganda de la televisión.

“El estado nos dice que estamos protegidos en los brazos de nuestra madre patria. Pero ¿qué tipo de madre ejecutaría a sus hijos en plena luz del día por querer correr a China porque se están muriendo de hambre?”, se pregunta.

“Antes de la covid, la gente veía a Kim Jong-un de manera positiva”, dice Myong Suk, “pero ahora, casi todos están llenos de descontento”.

Ji Yeon se acuerda de cuando Kim Jong-un se reunió en 2018 con el entonces presidente de EE.UU. Donald Trump para negociar entregar sus armas nucleares.

Recuerda haberse llenado de alegría y esperanza pensando que a lo mejor podría viajar a otros países. Pero las conversaciones fracasaron y, desde entonces, Kim ha seguido gastando los pocos recursos que tiene en su arsenal nuclear, rechazando todas las ofertas de diplomacia de la comunidad internacional.

En 2022 llevó a cabo un número récord de pruebas balísticas.

“Nos engañaron”, dice Ji. “Este cierre de la frontera nos ha regresado a 20 años atrás. Nos sentimos traicionados”.

“Las personas nunca quisieron este desarrollo sin fin de armas, que trae dificultades generación tras generación”, comenta.

Chan Ho culpa a la comunidad internacional.

“EE.UU. y Naciones Unidas parecen cortos de lógica”, dice, cuestionando por qué aún siguen ofreciéndose a negociar con Kim Jong-un cuando está tan claro que no quiere entregar sus armas.

Más bien, el trabajador de la construcción desearía que EE.UU. atacara a su país.

“Solo a través de una guerra, y liberándonos de todo el liderazgo, podremos sobrevivir”, subraya. “Terminemos esto de una u otra manera”.

Myong Suk coincide. “Si hubiera una guerra, las personas le darían la espalda al gobierno”, dice. “Es la realidad”.

Pero Ji Yeon quiere algo más simple. Quiere vivir en una sociedad en la que la gente no se muera de hambre, en la que sus vecinos estén vivos y en la que no tengan que espiarse los unos a los otros. Y quiere comer tres porciones de arroz al día.

La última vez que supimos de ella, no tenía suficiente para alimentar a su hijo.

Informamos al gobierno norcoreano de lo que descubrimos.

Un representante de su embajada en Londres dijo: “La información que han recolectado no está del todo sustentada en hechos, debido a que se basa en testimonios de fuerzas anti-República Democrática Popular de Corea. La República Democrática Popular de Corea siempre ha priorizado los intereses de la gente, incluso en los momentos difíciles, y ha tenido un compromiso inquebrantable con el bien de su gente.”

El bienestar de la gente es, ante todo, nuestra prioridad, incluso ante los ojos de las dificultades y los retos”.

 

  • Jean Mackenzie
  • Corresponsal de BBC News en Seúl, Corea del Sur

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