RÍO DE JANEIRO – Una nueva ley para imponer la igualdad salarial entre hombres y mujeres que cumplen una misma función es impulsada por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva para combatir las desigualdades de género en el ámbito laboral, una vieja lucha frustrada en Brasil.
La Consolidación de las Leyes del Trabajo, vigente desde 1943, ya establece esa equiparación, reafirmada en otras leyes e incluso en la Constitución de 1988, cuyo artículo 7 impone “la prohibición de diferencia en salarios, ejercicio de funciones y criterios de admisión a causa del sexo, edad, color o estado civil”.
Esta vez, Lula, cuyo gobierno progresista empodera las mujeres, anunció una legislación que penalizará a las empresas infractoras, según su anuncio del 28 de febrero, que va a detallar este miércoles 8, con motivo del Día Internacional de la Mujer.
El promedio salarial de las mujeres brasileñas era 20,1 % inferior al de los hombres en 2022, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, en un país con 208 millones de habitantes, y donde las mujeres representan 45,5 % de la población económicamente activa.
“La ley no resuelve, porque no se cumple. La población reconoce la lejanía entre la ley escrita y la vida real”, observó Hildete Pereira de Melo, profesora de la Universidad Federal Fluminense y economista que investiga inequidades de género hace cuatro décadas.
“La desigualdad es un problema de múltiples dimensiones y demanda siglos para su superación”, sostuvo en entrevista con IPS.
La maternidad es el factor primordial, pero la forma de socializar a las niñas dicta el futuro femenino, incluyendo el laboral y su menor remuneración. “Cuando se pone una muñeca en las manos de una niña, se sella su destino”, sentenció la economista.
Casi 80 % de las mujeres empleadas trabajan en cuatro sectores, en ese orden de concentración: enseñanza básica, salud, asistencia social y servicios domésticos. “Hasta el censo demográfico de 2010, el trabajo doméstico era la mayor ocupación femenina en Brasil, ahora es la cuarta”, apuntó Melo.
Construcción histórica
Son todas actividades de cuidados y en general de baja remuneración, a excepción de los servicios de salud. Además las mujeres se concentran en áreas de menores sueldos, como enfermería, o ganan menos que los hombres en idénticas funciones.
Ocurre incluso en el trabajo doméstico, donde la mano de obra femenina alcanza 92 % del total, pero los hombres obtienen mejor remuneración, al operar como jardineros o conductores de vehículos, mientras las mujeres se dedican a la cocina, a cuidar los niños y la limpieza.
“La reproducción humana se pasa obligatoriamente en el cuerpo femenino, que cumple la tarea de la gestación y el parto. Pero los cuidados posteriores podrían ser divididos con los hombres”, comentó la profesora.
Con las mujeres socializadas para cuidar de los otros, se devaluó su trabajo. La idea inculcada incluso en las mujeres es que “cuidado es amor”, no una actividad a remunerar, acotó.
Eso viene desde la sociedad primitiva, con la mujer siempre dedicada a generar y sostener la vida, mientras los hombres se volcaron a acciones relacionadas con la muerte, como la caza, la pesca y la guerra, recordó.
Entre sus derivaciones, en la familia el padre se vincula afectivamente a la mujer y esta a los hijos. Al separarse, el hombre deja también a los hijos, agravando la sobrecarga de la madre.
Deriva también de toda esa construcción social de milenios, la menor remuneración incluso en funciones idénticas, la menor presencia femenina en la cumbre de la jerarquía laboral, el desempleo “históricamente más elevado” entre las mujeres.
“Ellas son siempre despedidas primero”, ganan menos incluso como jueces, con sus carreras entorpecidas por la posible maternidad, destacó Melo.
Escolaridad tampoco soluciona
Un factor usualmente apuntado como crucial para el ascenso profesional y salarial, el nivel de escolaridad, no vale para las mujeres. En ese rubro ellas superan los hombres desde 1991, aunque elijan carreras menos remuneradas y sean minoría en las ciencias exactas y economía, por ejemplo, producto de la “socialización para el cuidado”.
Pero incluso en la investigación científica de élite, ganan becas inferiores. En el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, las becas de productividad del más alto nivel, las investigadoras no alcanzan a 10 % de los contemplados.
“La carrera científica de las mujeres solo despega después de la menopausia”, lo que ocurre también con las juezas, acentuó Melo.
Para una superación efectiva de esa condición femenina cada día menos aceptable, no bastan leyes, será necesario un largo proceso educativo para cambiar la socialización, que no sea distinta para las niñas y los niños, opinó.
Por ejemplo, que en las guarderías sean compartidas las actividades relacionadas con la cocina, limpieza y lavandería de ropa.
Las desigualdades no se limitan al salario y la carrera. La representación de las mujeres el poder político en Brasil sigue una de las más bajas de América Latina. Las medidas legales para corregir el desequilibrio se revelaron poco eficaces.
Una cuota de 30 % de candidaturas femeninas a la Cámara de Diputados, en cada partido, fue adoptada en 1997, pero solo se hizo obligatoria en 2009. Medidas complementarias, como obligar a la destinación de un porcentaje de fondos partidarios a las candidatas, se sumaron en los últimos años.
Las cuotas lograron pequeños avances, considerados insuficientes. En Brasil no hay listas cerradas de candidatos por partido, como en Argentina, las postulaciones son individuales. Hoy las mujeres suman solo 17,7 % de los 513 diputados. En 1998 eran solo 5,5 %. En el Senado, ellas alcanzaron 12,3 %.
Desequilibrio político
La disparidad de poder político es otro de los factores que dificultan el combate a la desigualdad.
El escaso empoderamiento político de las mujeres hizo Brasil descender en la clasificación del Informe Global de Brecha de Género 2022, del Foro Económico Mundial, del 62º lugar en 2013 al 94º en ese año. La lista tiene 146 países en total.
La clasificación considera otros tres rubros: salud, educación y participación económica. Los indicadores brasileños no empeoraron, sino que avanzaron más lentamente que los demás. Entre los 22 países latinoamericanos evaluados, Brasil solo aventaja a Belice y Guatemala.
Las mujeres negras son las principales víctimas de la inequidad persistente.
Sus ingresos eran 26,98 % inferiores a los de los hombres blancos, mientras las mujeres blancas tenían una desventaja de 20,42 % y los hombres negros 7,55 %, siempre en comparación con hombres blancos, según un estudio de Janaína Feijó, economista de la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro.
El estudio se basa en datos estadísticos oficiales de 2019, es decir anteriores a la pandemia de covid-19 que alteró bruscamente las condiciones económicas de varios grupos.
Entre el décimo más pobre de la población brasileña con ocupación laboral, las mujeres negras son una gran mayoría de 37 %, mientras las mujeres blancas suman 16 %. Su participación en el total de trabajadores ocupados es de 23 % y 20,6 % respectivamente, lo que indica un gran desbalance a causa del color de la piel.
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