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Columnista de Opinión

Ruben David Salas Arias

 

La visión del desarrollo económico por décadas se convirtió en un objetivo para muchos países. Varios entraron en el reto y, acompañado de un significativo crecimiento de sus economías, lo lograron con unas políticas económicas pertinentemente alineadas a dicha misión -de acuerdo con un análisis histórico de indicadores de crecimiento y desarrollo podemos pensar en los casos nórdicos (Noruega, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Suecia)  y asiáticos (Japón, Corea del Sur y Singapur)-. Ese camino siempre será un desafío, porque requiere de reformas estructurales sensatas, un análisis íntegro de la capacidad productiva de la economía y políticas redistributivas con sentido social. Lo bueno, es que la experiencia registrada por las ciencias económicas permite evaluar y repensar las estrategias para tener éxito en la tarea -claro está, si se quiere revisar esas experiencias y aprender de ellas-.

Ampliando el panorama para acrecentar el reto, aparece una nueva arista del desarrollo y es agregar la visión de sostenibilidad. El crecimiento económico debe ser equitativo y de largo plazo. En ese proceso, el papel del Estado está en formular políticas que orienten los resultados económicos con unas características de sustentabilidad, eficacia y equidad. Es decir, se anexa la visión de la protección del medio ambiente y que la intervención estatal debe ser lo más puntual y pertinentemente posible, corrigiendo las fallas de mercado que se presenten desde un amplio conocimiento de los propios mercados.

Las economías tienen que crecer para contar con recursos suficientes para solventar una visión de desarrollo. Esto se logra con la planeación de un país desde un ejercicio multidimensional que comprende un compromiso a largo plazo. Para ello, la participación de los actores sociales es crucial en la promoción y protección de acuerdos en los que subyace una alineación de incentivos en beneficio de toda la población.

En el proceso de la búsqueda del desarrollo, la semilla de la prosperidad está en la inversión tanto privada como pública. Esta funciona como el fuego de las posibilidades de producción, no sólo porque sirve para incentivar proyectos, sino para innovar -el núcleo para el crecimiento económico y la promoción de ingresos-. La inversión desde el desarrollo financiero funciona como un ejercicio de asignación de recursos de manera orgánica que viabiliza la transformación de medios para la producción. La innovación tecnológica es aquella estrategia que optimiza el uso de los recursos, reduce costos, amplía la capacidad productiva, abre nuevos mercados y favorece el bienestar de la población.

Para lograr una innovación tecnológica que fundamente el crecimiento y el desarrollo económico a largo plazo, hay un conjunto de ámbitos para invertir desde una visión de política social: la educación, el trabajo y la salud.

En el primero, el sector educativo es crucial para formar el futuro, porque es el lugar en el cual se prepara a la población para relacionarse con el mundo y las herramientas que les permiten transformarlo. Allí se diseminan los conocimientos de técnica así como de aprovechamiento de la tecnología para contar con un óptimo uso de los recursos y lograr ventajas en la oferta de bienes y servicios. Además de ello, en el marco de la sustentabilidad, pensar en estrategias para la producción consciente en la protección del medio ambiente. Si una sociedad no cuenta con un sistema educativo robusto, puntual, actualizado y en continuo cambio, el mundo la dejará atrás.

En el segundo, el mercado laboral es un reflejo de la capacidad para asignar el recurso del trabajo para ofertar bienes y servicios, a su vez, de la población para recibir ingresos como resultado de la producción. Una población en condición de desempleo implica el desaprovechamiento de mano de obra con potencial de empleo. También refleja un grupo que no recibe los ingresos para garantizar su bienestar. Esto está relacionado con la capacidad de la economía para crear empresas que demanden empleos, y también depende de la capacidad de la academia para formar trabajadores con los conocimientos necesarios para entrar en el mercado laboral. La salud del mercado laboral está atada a la del sector educativo, porque la academia es el insumo para el trabajo. Entonces, debemos conocer qué requiere el mercado laboral e invertir en esas demandas -capacitación-.

En este caso, démosle una mirada a los resultados de las evaluaciones internacionales en temas como: lectura, matemática y ciencias. La palabra funciona como un medio para comunicarnos y expresarnos, y la matemática junto con las ciencias como herramientas para comprender y transformar el mundo. El corazón de la innovación tecnológica está en la capacidad de desenvolvimiento en estas áreas del conocimiento, para repensar y reformar los medios de producción, así como saber comunicarlo al mundo e incluso estar a la vanguardia para no rezagarse en el ámbito productivo.

En ese sentido, también es necesario tener presente la capacidad de la población para conectarse con otros países a partir del dominio de idiomas, ampliando sus posibilidades de interacción, conocimiento y comercio. En ese aspecto se destaca el manejo del inglés como un idioma “universal” -e incluso para el caso colombiano del portugués, porque tenemos un vecino con una economía enorme y capacidades de levantamiento de capital interesantes, con el cual no sabemos hablar-.

En el tercero, el sector de salud garantiza que la población va a estar bien, ofrezca al máximo su potencial de vida y disfrute de la prosperidad resultante de la entrega. Si se protege la salud, esto implicaría una población sana y que no se necesiten altos recursos para recuperar lo perdido. Además, la ausencia de una salud plena es uno de los determinantes de la pobreza y la desigualdad, debido a que no permite una nutrición adecuada, un desarrollo cognitivo óptimo y, por tanto, resulta en una menor capacidad de recibir ingresos -trampa de pobreza-.

La búsqueda del desarrollo es un deseo de prosperidad social, una obra a múltiples manos que requiere del compromiso de una comunidad en la perseverancia por un futuro mejor. La semilla está en la asignación de recursos desde la inversión tanto privada como pública, con el objetivo de proteger los sectores productivos y fomentar la innovación tecnológica. Este será el fuego del crecimiento y el desarrollo económico. El núcleo estará en la inversión social en educación, salud y empleo, acompañado de una visión de sustentabilidad ambiental, un juicio fiscal que garantice sostenibilidad, así como una tarea en la reducción de la pobreza y la desigualdad, y otros ámbitos más. Los resultados tomarán tiempo porque es una visión a largo plazo, pero el resultado será el bienestar de la población.

Twitter: @RDSalasA

Correo: rdsalasopinion@outlook.com

 

Sergio David Pérez Montañez
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