
La comunidad científica mira cada vez más hacia las “centrales bioquímicas” del organismo y su impacto en la enfermedad.
Las mitocondrias, esas diminutas centrales energéticas que sostienen todo lo que hacemos —respirar, pensar, movernos e incluso recuperarnos de una enfermedad— se han convertido en uno de los grandes temas de la salud moderna. Cada vez más expertos coinciden en que buena parte de nuestro bienestar comienza dentro de estas estructuras celulares. Uno de ellos es Íñigo San Millán, investigador, fisiólogo del ejercicio y asesor de deportistas de élite, que lo tiene claro: “No existe una pastilla para mejorar las mitocondrias. La única herramienta efectiva es el ejercicio”.
San Millán es conocido por algo poco habitual: ha logrado unir dos mundos que parecían incompatibles, el rendimiento deportivo más exigente y el estudio del metabolismo del cáncer. Ese cruce de caminos le ha permitido observar que los pacientes oncológicos, las personas con diabetes tipo 2 y los atletas de máximo nivel comparten un mismo talón de Aquiles: la disfunción mitocondrial.
Cada vez más expertos coinciden en que buena parte de nuestro bienestar comienza dentro de estas estructuras celulares. Uno de ellos es Íñigo San Millán, investigador, fisiólogo del ejercicio y asesor de deportistas de élite, que lo tiene claro: “No existe una pastilla para mejorar las mitocondrias. La única herramienta efectiva es el ejercicio”.
San Millán es conocido por algo poco habitual: ha logrado unir dos mundos que parecían incompatibles, el rendimiento deportivo más exigente y el estudio del metabolismo del cáncer. Ese cruce de caminos le ha permitido observar que los pacientes oncológicos, las personas con diabetes tipo 2 y los atletas de máximo nivel comparten un mismo talón de Aquiles: la disfunción mitocondrial.
Según explica, muchas enfermedades que hoy entendemos como crónicas —desde la resistencia a la insulina hasta ciertos tipos de cáncer— muestran un patrón común: las células tienen dificultades para producir energía de forma eficiente. “Lo que vemos tanto en laboratorio como en clínica es que, cuando la mitocondria funciona mal, aparece un desorden metabólico que afecta a todo el organismo”, señala.
Durante décadas, el lactato cargó con la fama de ser “el villano” del esfuerzo físico. Esa sensación de quemazón en los músculos, pensaban muchos, era culpa suya. Hoy sabemos que no.
San Millán lo explica con claridad: el lactato es un combustible de primera categoría, una molécula señalizadora clave y un reflejo directo del estado de nuestras mitocondrias.
“Si el músculo está sano, ese lactato se reutiliza como energía. Si aparece en exceso en sangre es porque la célula no es capaz de gestionarlo dentro de la mitocondria”, detalla.
Y lo más llamativo: el exceso de lactato mal oxidado está hoy en el centro de nuevas hipótesis sobre el comportamiento del cáncer, que lo utiliza para crecer dentro de un ambiente metabólico deteriorado.
El investigador recuerda que en pacientes críticos, como quienes ingresan en una UCI, la cantidad de músculo y la capacidad energética celular pueden marcar la diferencia entre sobrevivir o no. Lo mismo ocurre con la caquexia asociada al cáncer: “Cuando el cuerpo se queda sin glucógeno, empieza a recurrir al músculo como fuente de energía. Y ahí es donde la masa muscular se vuelve un órgano protector”.
Ese mismo principio se aplica fuera del hospital. Quien tiene un músculo activo y funcional tolera mejor tratamientos oncológicos, responde mejor al ejercicio y mantiene durante más tiempo la salud metabólica.
El ejercicio como medicina… y sin sustituto posible
San Millán insiste en que ningún suplemento ha demostrado mejorar la función mitocondrial. Ninguno. La mejora real proviene de algo mucho más básico y accesible: moverse con sentido.
El experto popularizó el concepto de zona 2, ese rango de entrenamiento aeróbico moderado que maximiza la oxidación de grasas y estimula a las mitocondrias como ninguna otra intensidad. No hace falta ser atleta ni vivir en el gimnasio: tres o cuatro sesiones semanales de 45 a 90 minutos son suficientes para transformar la salud energética del cuerpo.
Además, recalca que obsesionarse con entrenar “duro todos los días” es un error habitual. Los deportistas más avanzados del planeta —incluidos aquellos con los que él trabaja— dedican gran parte del tiempo a intensidades suaves y sostenidas para construir un motor metabólico sólido.
Cuando se le pregunta si mejorar el rendimiento significa vivir más y mejor, San Millán matiza: no se trata de entrenar como un profesional, sino de estimular el metabolismo con la dosis adecuada.
Los estudios más recientes apuntan a que entre 300 y 400 minutos semanales de actividad física moderada se asocian con un envejecimiento más saludable, una menor inflamación crónica y una mejor calidad de vida.
“He visto a muchas personas sobreentrenadas sin saberlo. Hacen demasiado, comen poco, duermen mal y terminan agotadas. El ejercicio debe sumar, no restar”, advierte.
TITANIA COMPAÑÍA EDITORIAL, S.L
