
La exposición reúne cerca de doscientas obras de alrededor de cincuenta artistas de distintas generaciones, procedentes del arte moderno y contemporáneo. Aproximadamente la mitad de las piezas se muestran por primera vez en el MACBA, y un 15 % corresponde a adquisiciones recientes, lo que refuerza la idea de una colección en constante movimiento, nunca cerrada sobre sí misma. Comisariada por Clàudia Segura, jefa de la Colección MACBA, junto a Núria Montclús, curadora adjunta del museo, la propuesta se articula en cinco ámbitos conceptuales que no buscan ordenar el pasado, sino activar el presente de las obras y su capacidad de generar nuevos sentidos.

El punto de partida conceptual se inspira en el vuelo de los estorninos, esas formaciones cambiantes en las que cada ave conserva su singularidad al tiempo que se integra en un cuerpo colectivo en permanente transformación. Esta imagen sirve como metáfora central del proyecto: el individuo no se diluye en la comunidad, sino que encuentra en ella un espacio de amplificación. Del mismo modo, las obras de la Colección MACBA se reorganizan, dialogan entre sí y se reactivan en cada nueva presentación, generando mapas de sentido móviles y abiertos. La subjetividad aparece así como una entidad porosa, atravesada por experiencias compartidas, luchas sociales, contextos históricos y afectos comunes.

El recorrido se abre con una presencia contundente y casi cinematográfica: los retratos en blanco y negro del proyecto Fotomatón de Onofre Bachiller ocupan el pasillo de la segunda planta del edificio Meier. Realizadas entre 1986 y 2000, estas imágenes nacen de un dispositivo instalado en distintos espacios de la noche barcelonesa —bares del Raval, locales gays del Eixample, centros culturales del Born— y conforman un archivo de más de tres mil fotografías. En ellas se registra la eclosión del acid-house, las fiestas drag impulsadas por figuras como Susanne Bartsch, la diversidad sexual y la emergencia del movimiento gay. Más allá del documento sociológico, el trabajo de Bachiller funciona como una performance colectiva que captura las múltiples máscaras, gestos y deseos de una Barcelona nocturna, transgresora y desafiante, que se afirma en su derecho a existir al margen de la norma.

El primer ámbito conceptual, Habitar las fronteras, profundiza en esta idea de una subjetividad atravesada por múltiples capas. Desde la inquietante Flamenco Figure de Tony Oursler hasta las entrevistas a chaperos del Raval realizadas por Dias & Riedweg en Voracidad Máxima, las obras aquí reunidas cuestionan la noción de un yo estable y autosuficiente. Género, cuerpo, raza, clase social o sistemas de conocimiento se entrelazan para dar lugar a identidades múltiples, cambiantes y con capacidad de agencia propia. En este contexto, figuras como Ocaña reaparecen como emblemas de una existencia que se afirma a través de la performance, el disfraz y la exposición pública del deseo.
El segundo ámbito, Existir desde la carne, desplaza la reflexión hacia el cuerpo entendido como territorio político y herramienta de construcción del yo. Las prácticas performativas, especialmente desde los años setenta, han erosionado la separación tradicional entre arte y vida, otorgando valor a lo efímero, lo anecdótico y lo ordinario. Artistas pioneros como Vera Chaves, Dennis Oppenheim o Esther Ferrer, junto a otras creadoras como Alicia Fingerhut o Sara Gibert, abrieron un camino en el que el cuerpo se convierte en lugar de inscripción de la experiencia. Obras como Labyrinthe de Àngels Ribé confrontan al espectador con su propia corporalidad, recordándole que basta con transitar un espacio para transformarlo. En esta escucha atenta del cuerpo aparecen también dispositivos de protección y reparación: prótesis, corazas y artefactos como los Modelos de uso de Ramon Guillen-Balmes, que revelan la fragilidad y la potencia de la materia viva.
En Vibrar en la naturaleza, la subjetividad se desplaza hacia una concepción relacional y expandida. Lejos del ideal moderno del individuo autónomo, las obras plantean al sujeto como un entramado donde convergen lo biológico, lo tecnológico, lo simbólico y lo espiritual. Sonhos Yanomami de Claudia Andujar muestra cómo, para ciertas comunidades originarias, lo humano es inseparable de la naturaleza y de una visión animista del mundo. Las esculturas de Joan Miró evocan flujos energéticos entre organismos, mientras que Oruguismo de Rosario Zorraquín dialoga con Volcano Saga de Joan Jonas, donde Tilda Swinton encarna una fuerza femenina que se funde con el paisaje volcánico. Las esculturas de Silvia Gubern, cercanas a la idea de tótem, sugieren portales hacia otras dimensiones de lo real.
El cuarto ámbito, Otras formas de organizar el mundo, cuestiona las estructuras rígidas del pensamiento occidental: la primacía de la razón sobre el cuerpo, de la conciencia sobre el instinto, del sujeto sobre el entorno. Matt Mullican, con su extenso proyecto desarrollado en el M.I.T., propone sistemas alternativos para comprender la realidad, mientras que A. R. Penck y Zush exploran la vulnerabilidad de un ser que busca sentido en medio de la inmensidad. Aquí, la subjetividad no destruye el orden, sino que lo transforma desde la liminalidad, desde esos espacios donde consciente e inconsciente se rozan. En tiempos de crisis, los artistas formulan paradigmas utópicos que permiten imaginar otras formas de vida.

Este espíritu experimental se conecta con la intensa renovación artística vivida en Cataluña desde finales de los años cincuenta hasta los setenta. Nombres como Moisés Villèlia y Magda Bolumar, con su uso de materiales orgánicos, Tonet Amorós y sus instalaciones industriales, o la propia Silvia Gubern, dialogan con figuras de distintas generaciones como Josep Maria de Sucre y Modest Cuixart. Todos ellos compartieron una cultura de resistencia que apostaba por una modernidad construida desde el surrealismo, la experimentación automática y los estados alterados de conciencia. Más adelante, encuentros como los de Richard Hamilton, John Cage y Dieter Roth en Cadaqués dieron lugar a proyectos lúdicos y colaborativos que también están presentes en la exposición.

La exposición se completa con un espacio documental que recoge treinta años de historia de la Colección MACBA: carteles, publicaciones, fotografías, entrevistas audiovisuales y pódcasts que articulan un relato oral en primera persona. A ello se suma el programa Fuera de reservas, que deslocaliza obras del museo en centros educativos públicos de Barcelona, reforzando la idea de una colección viva, permeable y en diálogo constante con la ciudad.

En conjunto, Como una danza de estorninos no solo revisa el pasado de la Colección MACBA, sino que lo proyecta hacia el futuro, reivindicando la subjetividad como un proceso en movimiento, siempre en relación con los otros, con el mundo y con aquello que todavía está por venir.

Redacción
Fuente de esta noticia: https://urbanbeatcontenidos.es/macba-treinta-anos/
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