
Vivimos en una sociedad obsesionada con satisfacer el deseo individual. «Sueña en grande», «lucha por lo que quieres» y «sigue tu corazón» son los eslóganes vacíos que recibimos constantemente. La visión de la felicidad en nuestra cultura se encuentra en la autorrealización y en una libertad individual a ultranza.
Tenemos la sensación continua de que la felicidad está a la vuelta de la esquina: en nuestras próximas vacaciones, en un nuevo trabajo, en un nuevo apartamento. Pero cuando alcanzamos estas metas, descubrimos que esa felicidad se desvanece con demasiada rapidez y nos deja un vacío existencial.
La infelicidad de nuestras vidas es causada por amores desordenados en nuestros corazones, pues no todos los deseos nos llevan a la felicidad
Esta búsqueda es tan vieja como la humanidad. Gracias a Dios, hay experiencias que nos ayudan a entender el problema y cuál es la solución a nuestra búsqueda de la felicidad.
Agustín y los afectos mal orientados
Agustín de Hipona tal vez sea el teólogo, filósofo y pensador más influyente en la historia occidental. Su vida también estuvo marcada por una búsqueda de la felicidad, la cual relata en su manuscrito Confesiones. Allí narra —en oración a Dios— su vida antes de su conversión, cuando vivía centrado en sí mismo y yendo tras los placeres que el mundo le ofrecía:
Hubo un tiempo de mi adolescencia en que ardí en deseos de hartarme de las cosas más bajas, y osé ensilvecerme con varios y sombríos amores, y se marchitó mi hermosura, y me volví podredumbre ante Tus ojos por agradarme a mí y desear agradar a los ojos de los hombres (II.1)
Durante su juventud temprana fue tras placeres y lujurias, pero no se sintió satisfecho. Luego intentó encontrar la felicidad en el conocimiento y se convirtió en maestro de retórica, pero su confusión existencial continuaba. Por largos años fue un peregrino en búsqueda del significado de su vida, pero nada pudo llenar su vacío.
La vida de Agustín ilustra una realidad universal: el ser humano tiene anhelos profundos que buscan ser satisfechos. El corazón siempre buscará un lugar donde descansar. Agustín intentó buscar esa satisfacción en todo lo que el mundo le podía ofrecer, pero descubrió que solo una cosa satisface realmente el corazón humano: «Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (I.1).
Agustín argumentó que en lo más profundo del alma humana se libra una guerra silenciosa pero decisiva, un combate sin armas ni ejércitos, sino con deseos, afectos y anhelos (Stg 4:1-4). Esta batalla define nuestra vida, porque lo que ama nuestro corazón nos moldea más que nuestras creencias.
El desorden de nuestro corazón se encuentra con una amplia oferta de placeres, y nos hace creer que la felicidad podría estar fuera de Dios
Pero algo importante que comprendió Agustín es que el problema no es desear o amar, pues esto es parte de lo que significa ser humano. El problema es amar lo que no deberíamos. El problema es el desorden de nuestros afectos: «Mi pecado fue este, que busqué por placer, belleza y verdad no en Dios, pero en mí mismo y lo creado, y mi búsqueda me llevó al dolor, confusión y al error» (I.20).
Él observó que los afectos del corazón tienen un orden y a menudo amamos más las cosas menos importantes, y a las cosas más importantes las amamos menos. La infelicidad de nuestras vidas es causada por amores desordenados en nuestros corazones, pues no todos los deseos nos llevan a la felicidad. Agustín podía reconocer que su pecado surgía de un deseo profundo por plenitud y deleite, pero mal dirigido y mal satisfecho.
Sin embargo, cuando nuestros amores están ordenados de acuerdo al propósito por el cual fuimos creados, es decir, cuando Dios es nuestro amor supremo, nuestra alma encuentra su hogar y descanso.
Adán y las falsas promesas de felicidad
Las reflexiones de Agustín estaban nutridas por la enseñanza bíblica.
En el jardín del Edén, Adán y Eva tenían todo para ser felices, pero buscaron la felicidad fuera de Dios y de Su diseño. En eso consiste el pecado, en entregar el corazón a cualquier cosa aparte del Señor. La caída de Adán y Eva introdujo un desorden en el corazón que arrastra a la humanidad a buscar felicidad en las cosas creadas en vez de en el Creador (Ro 1:25).
La historia de Adán es la historia de Agustín y es nuestra historia. La cultura que nos rodea lucha por captar nuestro corazón con valores, convicciones y narrativas de lo que es bueno, deseable y hermoso. Entonces el desorden de nuestro corazón se encuentra con una amplia oferta de placeres, y nos hace creer que la felicidad podría estar fuera de Dios. Pero solo es una trampa que nos lleva a la idolatría, una que nos hace buscar agua en cisternas rotas que no pueden saciar la sed de nuestra alma (Jr 2:13).
El problema no es querer ser feliz, sino buscar la felicidad fuera de Dios
¿Dios puede saciar nuestro corazón? ¿O acaso está en contra de nuestra felicidad? La serpiente hizo dudar a Adán y Eva, y sigue hasta hoy sembrando la idea de que Dios se opone a nuestra felicidad plena. El mundo nos vende la idea de que los cristianos tenemos una vida miserable siguiendo los mandamientos de Dios, mientras que los demás disfrutan de los placeres de este mundo.
No debemos creer esas mentiras. Dios no está en contra de nuestra felicidad. De hecho, no hay nadie más interesado en nuestra felicidad que Él. Por eso nos ordena: «Alégrense en el SEÑOR y regocíjense» (Sal 32:11a). Él es el único camino a la felicidad: «Me darás a conocer la senda de la vida; / En Tu presencia hay plenitud de gozo; / En Tu diestra hay deleites para siempre» (Sal 16:11).
Llegamos a la misma conclusión de Agustín: el problema no es querer ser feliz, sino buscar la felicidad fuera de Dios.
El único camino a la felicidad
La búsqueda de Agustín es la búsqueda de cada cristiano: una historia sobre la transformación del corazón y sus deseos.
Después de una búsqueda insaciable, Agustín se sentía como tierra árida en busca de agua. Finalmente, sentado en un jardín en la ciudad de Milán, fue movido a leer un pasaje de la Escritura. En ese momento entendería que Cristo era la felicidad que estaba buscando y que la misericordia de Dios era más grande que todos sus pecados.
El evangelio no es solo que Cristo nos salva del infierno, sino que Él es nuestro mayor tesoro, el único que satisface nuestros anhelos más profundos
Agustín comprendió que Cristo no era un camino, sino el camino a la felicidad (Jn 14:6). Después de haber probado los placeres, la filosofía y el conocimiento, solo encontró la felicidad en Dios.
¿Qué es lo que amo cuando amo a mi Dios? No es la belleza física, ni la gloria temporal… no es la melodía, ni las flores fragantes, ni maná, ni miel; ni los abrazos corporales…amo una cierta clase de luz, una clase de voz, una clase de fragancia, de alimento y de abrazos, son del tipo que amo en mi interior… cuando mi alma está bañada en luz que no está ligada por el espacio, cuando escucha un sonido que nunca muere, cuando respira fragancia que no se lleva por el viento, cuando sabe a comida que nunca se consume al comer… (X.6)
Agustín comprendió que el mensaje del evangelio no es solo que Cristo nos salva del infierno, sino que Él es nuestro mayor tesoro, el único que satisface nuestros anhelos más profundos.
El Espíritu de Dios reordena nuestros afectos y los orienta hacia Cristo. Dejamos de correr tras el placer individual, para amar a Jesús por encima de todo y encontrar plenitud en Él, porque sincronizamos nuestros corazones con el propósito y diseño para el cual fuimos creados. Allí es cuando nuestros corazones inquietos finalmente descansan.
Camilo Jiménez
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/busqueda-felicidad-agustin/
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