La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños no es un organismo internacional, ni una integración de Estados. Es amorfa, de institucionalidad tenue y objetivos difusos.
Finalizada la cumbre de CELAC en Buenos Aires, surgieron las típicas evaluaciones de los éxitos y fracasos, logros y decepciones de la misma; es decir, el balance. Como era de esperar, los organizadores hablan de un “rotundo suceso”, pero lo rotundo en política es improbable, sino imposible. La pregunta clave es ¿logros y fracasos definidos cómo y medidos con qué vara?
En otras palabras, si los logros de CELAC se miden con base en resultados concretos, ello siempre será un fracaso. Ocurre que el bloque toma decisiones por consenso, con lo cual la oposición de tan solo un país alcanza para bloquear cualquier resolución. Por ello, la pretensión de reemplazar a la OEA es irrealizable y, por ende, mera retórica. CELAC no tiene capacidad ejecutiva ni resolutiva, los resultados de sus cumbres son “declaraciones”.
Con las que, además, es casi imposible disentir. La “Declaración de Buenos Aires” del 24 de enero último ilustra el punto; un compendio de buenas intenciones y objetivos deseables, pero nunca realizables todas al mismo tiempo y acerca de las cuales no se define el cómo.
La CELAC se declara en favor de la paz y la estabilidad, el desarrollo, la reducción de la pobreza y la desigualdad, la seguridad alimentaria y energética, la protección del medio ambiente y la equidad de género, entre otros. O sea, una utopía de bienestar y prosperidad para la región; “utopía” por carecer de estrategia alguna para lograr dichos objetivos, así como por la ausencia de un orden jerárquico y una secuencia entre los mismos.
Así, en la segunda página dicha declaración aboga por la promoción, protección y respeto de los Derechos Humanos, y la defensa de la democracia y el Estado de Derecho. Y agrega que ello descansa en el respeto a las facultades constitucionales de los distintos poderes del Estado y la celebración de elecciones libres, periódicas, transparentes, informadas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo.
De acuerdo en todo, pero el diablo siempre está en los detalles. CELAC no especifica que dicho orden constitucional se base en la separación e independencia de poderes, requisito para que exista un Estado de Derecho democrático. Es decir, para que el poder público esté dividido y limitado de antemano, diseño indispensable para garantizar los derechos y libertades de las personas.
De hecho, en Cuba, fundador de CELAC junto a Venezuela, rige el Estado de Derecho, pero el mismo no es democrático. Su objetivo no es fortalecer y expandir derechos sino suprimirlos y limitarlos, ello explica que el Ejecutivo no haya recibido una sola sentencia judicial adversa en 63 años. La democracia solo existe si el gobierno puede perder un juicio.
Tampoco se especifica que la celebración de elecciones libres y periódicas, aún si basadas en el sufragio universal y secreto, deben ser competitivas para ser democráticas. Es decir, la normativa electoral debe garantizar la existencia de un sistema plural de partidos que garantice la libre representación y participación de amplios sectores de la sociedad; de eso trata la noción de soberanía popular. En un sistema de partido único, ya sea de jure como en Cuba o de facto como en Venezuela y Nicaragua, la ciudadanía vota pero no elige. La democracia solo existe si la alternancia en el poder es legal y factible.
CELAC tampoco especifica que la transparencia electoral que se declara no es más que la certeza que el resultado sea reflejo fiel de la voluntad popular; o sea, que no haya fraude. Con el fraude se consolidan los partidos únicos de facto. Muchos partidos son reconocidos por la ley, pero gana siempre el mismo. Ese es el caso de Venezuela y Nicaragua, donde los opositores son perseguidos y encarcelados, y Bolivia, donde la revuelta popular después del fraude de 2019 fue representada por el partido de Evo Morales como un “golpe”.
La democracia solo existe si la sociedad tiene confianza en la efectividad de su voto; es decir, la certidumbre que quien llega al poder es el genuino vencedor.
Un orden político que se reproduce con ausencia de dichos atributos solo puede ser una autocracia; eso son varios países miembros de CELAC. De ahí que no pueda aceptarse la autenticidad de los postulados presentados por un instrumental cálculo político orientado a rehabilitar dictaduras, empezando por la más antigua del continente, la de Cuba.
Por ello es que CELAC no es un organismo internacional, ni una integración de Estados. Es amorfa, de institucionalidad tenue y objetivos difusos. Sus documentos fundantes contienen un conjunto de generalidades discursivas de baja credibilidad.
Pues, en realidad, CELAC es una unidad de propaganda, y la propaganda y la verdad tienden a ser mutuamente excluyentes. Como tal, sin embargo, es muy efectiva, no debe subestimarse.
CELAC está para maquillar dictaduras, vestirlas con elegancia y disfrazarlas de democracia. Está para desempolvar los discursos nostálgicos de un orden político-económico fracasado, el socialismo de Estado; es decir, la economía centralmente planificada y el régimen de partido único. Pero no para restaurar aquel sistema, hoy son muy capitalistas; claro que para beneficio exclusivo de amigos, socios y clientes políticos.
El stalinismo cubano es rector ideológica y políticamente, además de ser dominante por su aparato de represión e inteligencia más allá de sus fronteras. Su mutación en castro-chavismo este siglo le ha permitido fusionarse con los viejos movimientos populistas de América Latina, superando así su viejo elitismo de vanguardia iluminada.
Ha comprendido que la guerra popular prolongada de hoy es discursiva y comunicacional, ya no se libra en el bosque espeso y la selva tropical. Las balas son monopolio del lenguaje, los combatientes son los bots, a su vez financiados con los casi ilimitados recursos provenientes de actividades ilícitas.
No hablan más de proletariado y sociedad sin clases, sino de pueblo. Son los repentinos campeones del progresismo, aun gobernando con profunda pobreza y amplia desigualdad; o sea, sin progreso y, por supuesto, con cuentas de varias cifras en los bancos del imperio. Marx lo dijo muy bien: “no es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”. Tal vez deban releerlo.
Por lo dicho, CELAC no debe subestimarse, cumple su tarea y va ganando la guerra comunicacional. Los demócratas, por su parte, tienen mucho que pensar y mucho terreno para recuperar para que la democracia y la libertad—el auténtico progresismo—sigan siendo viable en este hemisferio. Hoy no parece ser el caso.
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