
En 1800, el deísmo tradicional estaba en declive, sus conceptos se incorporaron a otros movimientos teológicos (principalmente al unitarismo) o fueron reemplazados en la imaginación popular por el resurgimiento tanto del ateísmo como del cristianismo ortodoxo. Sin embargo, como descubrió el sociólogo Christian Smith hace solo unos años, un número significativo de cristianos estadounidenses, especialmente adolescentes, son solo «cristianos débiles en cualquier sentido que esté seriamente relacionado con la tradición cristiana histórica real» y, en cambio, abrazan «el descabellado primo postizo del cristianismo: el deísmo terapéutico moralista cristiano».
Según Smith, el deísmo terapéutico moralista es el conjunto de creencias que incluye:
- Existe un dios que creó y ordenó el mundo y supervisa la vida humana en la tierra.
- Dios quiere que las personas sean buenas, amables y justas unas con otras, como lo enseñan la Biblia y la mayoría de las religiones del mundo.
- El objetivo central de la vida es ser feliz y sentirse bien con uno mismo.
- Dios no necesita estar particularmente involucrado en la vida de una persona, excepto cuando se lo necesite para resolver un problema.
- Las personas buenas van al cielo cuando mueren.
El «deísmo» del deísmo terapéutico moralista solo tiene una conexión muy vaga con el deísmo que fue moderadamente popular entre los siglos XVII y XIX. Aunque ambas versiones del deísmo reconocen la existencia de una deidad suprema y la recompensa por el buen comportamiento, la versión moderna no menciona el castigo para los malvados. Ambas coinciden también en que lo que Dios espera de nosotros es que actuemos moralmente hacia nuestros semejantes. Pero difieren claramente en su actitud hacia nuestra incapacidad para cumplir con nuestros deberes morales. Los deístas tradicionales, como Edward Herbert de Cherbury, seguían estando lo suficientemente influenciados por el cristianismo como para reconocer tanto el concepto del pecado («debemos arrepentirnos de nuestros pecados y lamentarlos») como para expresar la necesidad de contrición y arrepentimiento («la bondad divina dispensa recompensas y castigos tanto en esta vida como en la otra»).
Enseñar las doctrinas básicas de la fe no es una tarea opcional; es un asunto de consecuencias eternas
En contraste, los deístas terapéuticos modernos creen que su principal obligación es su propia felicidad. Si tienen alguna concepción del pecado, es probable que sea individualista, como en una famosa definición: «Estar desalineado con mis valores».
De la era de la Ilustración a la era de lo terapéutico
¿A qué se debe el resurgimiento del deísmo a finales del siglo XX? ¿Cómo se transformó el deísmo tradicional en el deísmo terapéutico moralista? La respuesta se encuentra en el término del medio —terapéutico— y en el hombre que casi por sí solo marcó el comienzo de la era de la terapia: Sigmund Freud.
Como han explicado los teólogos Stanley Grenz y Roger Olson:
El dios de los deístas era una deidad lejana y radicalmente trascendente. Sin embargo, la perspectiva de la Ilustración se esforzó por vincular a Dios estrechamente con la naturaleza y la razón humana, tan estrechamente que la trascendencia de Dios se disolvió en la inmanencia de lo divino dentro del reino ordenado de la creación y la razón. En lugar de mirar más allá del mundo para encontrar a Dios, la Ilustración finalmente se volvió hacia dentro.
Aunque tanto los deístas tradicionales como los modernos (así como los nuevos ateos) disuelven la trascendencia en la inmanencia, incrustándola en la creación y la razón, el efecto y el énfasis difieren considerablemente en cada caso. Los deístas de la era de la Ilustración admiraban a Jesús como un ejemplo moral, pero lo rechazaban como Hijo de Dios. En contraste, los deístas de la era terapéutica no tienen reparos en confesar la deidad de Cristo, siempre y cuando al hacerlo mejore su propio bienestar y felicidad.
Todos hablamos “freudiano”
Aquí es donde Freud entra en escena. El legado perdurable de Freud en la psicología popular tiene dos facetas. La más significativa es su giro hacia los recovecos ocultos del ser interior de una persona, en lugar de las influencias externas de la comunidad y el entorno, con el fin de destapar el verdadero yo y determinar qué se necesita para alcanzar la salud emocional y la felicidad. El segundo es el lenguaje inventado o influido por el psicoanálisis freudiano: negación, proyección, represión, sublimación, ello, ego, fetiche, fijación, introversión, retención anal, neurótico, complejo de Edipo, principio del placer. Estos son los términos que los estadounidenses, un pueblo que se autodiagnostica perpetuamente, usan para comunicarse y entenderse con sus vecinos y con sí mismos.
No podemos permitirnos el lujo de ignorar nuestra responsabilidad de proveer la instrucción doctrinal tan desesperadamente necesaria
Esta jerga terapéutica constituye la base conceptual sobre la que se interpretan otras jergas técnicas, como los términos teológicos. Consideremos el término «cerrar ciclos», la idea de que, después de un trauma o una pérdida, las personas tienen una necesidad innata de una solución firme en lugar de soportar la ambigüedad. El cerrar ciclos es un concepto derivado de la terapia Gestalt que no tiene paralelo en las Escrituras, pero que a menudo se considera una condición previa necesaria para el perdón, en particular el perdón relacionado con una injusticia grave. La idea de que Dios esperaría que perdonáramos sin antes experimentar el cerrar ciclos es para el deísta terapéutico similar al nihilismo emocional.
Estos conceptos terapéuticos también influyen en nuestra comprensión de la revelación de Dios. En Isaías 48:11, Dios afirma que busca Su propia gloria: «Por amor Mío, por amor Mío, lo haré, / Porque ¿cómo podría ser profanado Mi nombre? / Mi gloria, pues, no la daré a otro». Pasajes como este confunden al deísta moderno, ya que hacen que Dios parezca —por usar otro término acuñado por Freud— un «narcisista».
Sin embargo, lo más frecuente es que el lenguaje terapéutico sustituya por completo a los conceptos teológicos. En su estudio, Smith señala que los adolescentes utilizaron la expresión «sentirse feliz» más de 2000 veces en las entrevistas. Ninguno de ellos utilizó los términos «justificación» o «ser justificado», «santificación» o «ser santificado». La «gracia de Dios» solo se mencionó explícitamente tres veces.
O comenzamos a hacer discípulos cristianos o nuestra cultura seguirá produciendo deístas que sienten cariño por Jesús
Según Smith, «el lenguaje y, por lo tanto, la experiencia de la Trinidad, la santidad, el pecado, la gracia, la justificación, la santificación, la iglesia, la Eucaristía y el cielo y el infierno parecen, al menos entre la mayoría de los adolescentes cristianos de Estados Unidos, haber sido suplantados por el lenguaje de la felicidad, la amabilidad y la recompensa celestial ganada». Smith no ve esto como una señal de que el cristianismo se esté secularizando, sino de que está degenerando en una versión patética de sí mismo o siendo reemplazado por una fe religiosa muy diferente.
Cómo hacemos deístas en lugar de discípulos
Esta nueva forma de deísmo es especialmente preocupante porque las iglesias han ayudado a su propagación. Como señaló recientemente Ed Stetzer, presidente de LifeWay Research:
El elefante en la iglesia cristiana hoy en día es que no estamos viendo que se esté llevando a cabo un discipulado robusto. Es más probable que hoy en día encuentres evangélicos que afirman que hay más de una forma de llegar al cielo que hace quince o veinte años. ¿Por qué? Hemos hecho un gran trabajo atrayéndolos y satisfaciendo sus apetitos espirituales, pero hemos hecho un pésimo trabajo a la hora de hacerlos crecer y afianzarlos en la fe.
Aunque ninguna tradición está completamente libre de culpa, el evangelicalismo tiene una gran parte de la responsabilidad. Muchas de nuestras iglesias han adoptado por completo el lenguaje y los conceptos terapéuticos, a la vez que han abandonado casi por completo el rol de la catequesis.
Casi todas las congregaciones no confesionales tienen un líder de adoración, pero solo unas pocas tienen un catequista. Las clases de la escuela dominical pueden enseñar a los jóvenes las historias de la Biblia, pero pocas ofrecen una enseñanza teológica profunda. Los nuevos creyentes adultos están aún peor. Es posible que se les pida que asistan a una clase breve, pero la doctrina se trata de forma superficial, si es que se la presenta. Si preguntan sobre el contenido de su fe, lo que se espera que crean, es posible que se les dé un folleto o una recomendación de un libro y un mapa para llegar a la librería cristiana más cercana.
Aunque hemos dominado la tarea de hacer conversos, en general estamos fallando, como afirma Stetzer, en nuestro deber de hacer discípulos. Enseñar las doctrinas básicas de la fe no es una tarea opcional ni un proyecto que podamos emprender si nos sobra tiempo después de nuestros desayunos de oración y reuniones de grupos pequeños; es un asunto de consecuencias eternas. Ya no podemos permitirnos el lujo de ignorar nuestra responsabilidad de proveer esta instrucción doctrinal tan desesperadamente necesaria. O comenzamos a hacer discípulos cristianos o nuestra cultura seguirá produciendo deístas que sienten cariño por Jesús.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por María del Carmen Atiaga.
Joe Carter
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/deistas-aman-jesus-hablan-freud/
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