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Mantener la mente joven no es un deseo exclusivo de quienes alcanzan edades avanzadas, sino una aspiración universal ligada a la calidad de vida. Aunque el envejecimiento cerebral es un proceso natural e inevitable, la ciencia ha demostrado que la forma en que vivimos puede marcar una diferencia profunda en la manera en que nuestra mente envejece. El neurocirujano João Vitor Fernandes Lima sostiene que el cerebro conserva su capacidad de adaptarse, aprender y reinventarse si se le brinda el estímulo adecuado a través del movimiento, el aprendizaje constante y la construcción de vínculos significativos. Esta extraordinaria facultad, conocida como neuroplasticidad, es la que permite que el sistema nervioso se mantenga dinámico incluso con el paso de los años, generando nuevas conexiones neuronales y preservando habilidades cognitivas esenciales como la memoria, la concentración y la creatividad.
El experto compara el cerebro con un músculo que se fortalece con el uso. Cuando nos movemos, no solo se activan los músculos del cuerpo, sino también los del pensamiento, ya que actividades simples como caminar, bailar, practicar pilates o realizar ejercicios de fuerza ligera estimulan el flujo sanguíneo, mejoran la oxigenación neuronal y favorecen la liberación de sustancias que protegen las células cerebrales. La actividad física ejerce además un notable efecto protector frente al estrés, mejora el control emocional y fortalece áreas clave relacionadas con la toma de decisiones y la autorregulación. No se trata de grandes esfuerzos, sino de constancia: moverse con frecuencia, disfrutar del cuerpo y permitir que esos estímulos lleguen a la mente.
Sin embargo, Lima aclara que el verdadero secreto del cerebro joven no se limita al movimiento, sino al desafío. La mente se mantiene viva cuando se expone a experiencias novedosas, cuando se enfrenta a situaciones que requieren atención, reflexión y creatividad. Aprender un idioma, tocar un instrumento, resolver acertijos, practicar deportes que exijan coordinación como el tenis o el baile, o simplemente adoptar un nuevo pasatiempo, son formas poderosas de mantener activos los circuitos neuronales. Cada nuevo aprendizaje expande el mapa del cerebro, fomenta la creación de rutas neuronales alternativas y mantiene despierta la capacidad de adaptación. La mente envejece cuando deja de ser curiosa, y se mantiene joven cuando explora, pregunta, lee, escucha y crea.
El estilo de vida también determina en gran medida nuestro futuro mental. Dormir bien es mucho más que descansar: durante el sueño profundo, el cerebro elimina toxinas, repara estructuras internas y consolida los recuerdos. Una alimentación equilibrada, con antioxidantes, omega-3, zinc y magnesio -presentes en pescados, frutos secos, bayas y vegetales de hojas verdes- provee los nutrientes que protegen a las neuronas del desgaste oxidativo, uno de los principales responsables del envejecimiento cerebral. Por el contrario, el consumo excesivo de azúcar, grasas saturadas y productos ultraprocesados acelera la inflamación y deteriora las funciones cognitivas. Lo que comemos no solo alimenta el cuerpo: también nutre, o agota, la mente.
Pero hay un componente que la ciencia destaca cada vez más: la conexión humana. Conversar, compartir experiencias, mantener relaciones afectivas y participar en espacios sociales no solo elevan el ánimo, sino que activan áreas del cerebro vinculadas con la empatía, la memoria emocional y la toma de decisiones. El aislamiento, en cambio, es uno de los principales enemigos del bienestar cognitivo, ya que puede derivar en depresión, pérdida de agilidad mental y desconexión emocional. La interacción social no solo es una fuente de alegría, sino también un potente estímulo cerebral.
Mantener el cerebro joven no es una meta que se alcance de una vez, sino un camino que se recorre todos los días. Caminar, aprender, descansar, comer bien, vincularse con otros, respirar con calma, disfrutar de la vida y conservar la capacidad de asombro. Según Lima, cuando estos hábitos se integran en la rutina, el cerebro no solo resiste mejor el paso del tiempo, sino que mantiene viva su esencia: pensar, sentir, crear y conectarse. Porque una mente activa no es la que más sabe, sino la que nunca deja de aprender.
Redacción El País
