

No hace falta experimentar un accidente, una violación o una catástrofe para padecer un trauma. Las psicólogas Begoña Aznárez y Raquel López Pavón coinciden en que cualquier experiencia emocionalmente impactante —y que no puede ser compartida— puede convertirse en una herida traumática. “El silencio y la falta de apoyo son los verdaderos causantes de que una vivencia dolorosa se transforme en trauma,” afirman ambas expertas, advirtiendo que el cuerpo siempre retiene la información, aunque la mente intente ocultarla.
Begoña Aznárez, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia (SEMPyP), así como psicóloga y psicoterapeuta especializada en trauma y apego, acaba de publicar con Vergara ‘Las heridas que no vemos’, un libro que ofrece claves para entender y sanar el trauma.
Ella explica que un evento se identifica como ‘trauma’ cuando es algo que impacta emocionalmente y hay silencio detrás: “el silencio convierte experiencias de alto impacto emocional en heridas traumáticas, ya que no contarle a nadie lo que sucedió puede incrementar el dolor, especialmente si no puedes compartirlo con quienes deberían apoyarte.”
“El trauma psíquico es universal y todos experimentamos sus consecuencias,” añade, reconociendo que todos han vivido situaciones que les han impactado y que no pudieron compartir, lo que ayudaría a validar sus sentimientos. “Todos hemos tenido vivencias que hubiéramos querido compartir con alguien durante el proceso, pero no siempre ha sido posible,” concluye.
Por su parte, Raquel López Pavón, psicóloga especializada en trauma complejo y regulación emocional, quien ha escrito ‘No es un monstruo, es una herida’ (Kitaeru), enfatiza que un trauma puede surgir cuando supera nuestra capacidad de afrontamiento y queda como algo que no logramos integrar.
Llama la atención sobre que los traumas en la infancia pueden dejar una huella más profunda, ya que en ese periodo somos más vulnerables: “No sabemos regularnos, no tenemos capacidad de afrontamiento y estamos formando nuestra identidad.”
SIGNOS DE QUE QUIZÁS TENEMOS UN TRAUMA
Respecto a los signos de un trauma que podríamos arrastrar sin saberlo, Begoña Aznárez menciona la disociación como una respuesta del organismo para manejar el dolor: “La disociación permite apartar el trauma, trasladándolo a un nivel de conciencia menos accesible, pero esto no significa que el cuerpo no esté afectado.”
De hecho, menciona posibles síntomas como dermatitis, cefaleas, problemas menstruales, gastritis, síndrome de intestino irritable, dificultades para dormir y concentrarse, ansiedad y estado de ánimo deprimido, entre otros.
“Es fundamental explorar qué puede haber tras un síntoma, ya que puede haber una experiencia traumática que requiere atención; el síntoma más común es la disociación, que a menudo se manifiesta a través de síntomas somáticos, y también hay formas culturales aceptadas como olvidar cosas fácilmente,” destaca Aznárez.
López Pavón agrega que ciertos síntomas son característicos del trauma, como la evitación y respuestas intensas que no corresponden a la realidad actual, derivadas de experiencias pasadas. Por ejemplo, algunas personas pueden presentarse como válidas y competentes, mientras que interiormente se sienten inseguras o como impostoras.
“Cuando hay un trauma, el cerebro no puede procesar adecuadamente la información y transformar los recuerdos, lo que resulta en que el área de la corteza prefrontal, encargada de gestionar emociones, esté menos activa, mientras que la amígdala, relacionada con el miedo, se hiperactiva,” explica.
Esto lleva a que, sin procesar el trauma, el cerebro crea la sensación de estar en peligro constantemente, activando mecanismos de supervivencia y resultando en sobrecarga mental. “Esto impide la plena capacidad de vivir y disfrutar de la vida, y si se presenta en la infancia, puede afectar el desarrollo de la corteza prefrontal,” añade López Pavón.
SANAR UN TRAUMA, ¿NUNCA ES TARDE?
Al preguntarnos si nunca es tarde para sanar un trauma, Begoña Aznárez afirma que “nunca es tarde” y que no hay que rendirse: “Si estás en busca de respuestas y sientes malestar, trabajar en el dolor de las heridas puede resultar en sanación.”
Aznárez cree en la psicoterapia, con más de 30 años de experiencia en el campo, aunque reconoce que otras opciones también pueden ser efectivas: “Lo que realmente marca la diferencia es la relación con el terapeuta; forjar un vínculo terapéutico es crucial para la sanación. Esto puede incluso suceder con un instructor de yoga empático o un médico de atención primaria.”
Por otro lado, Raquel López Pavón rechaza la idea de que “el tiempo lo cura todo”: “En el caso de un duelo normal, el tiempo facilita la integración, pero con el trauma, el cerebro no reconoce que el evento ha pasado, lo que hace que el tiempo sea irrelevante. Hay personas que llegan a los 50 años con traumas de la infancia.”
Esta psicóloga también recomienda la terapia como medio para reprocesar e integrar experiencias traumáticas. “No todos los traumas son iguales y pueden variar en magnitud. La mayoría de los traumas tienen solución mediante terapia especializada, y en algunos casos puede ser necesaria la intervención farmacológica a corto plazo,” concluye.
Monica García Velazquez
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