

El panorama de la Escritura
Lo más alto que he estado sobre la superficie de la tierra ha sido en un avión. Una aerolínea comercial vuela a unos 10 000 metros, lo que supone unos 1520 metros más que la montaña más alta del mundo. ¡Solo los pilotos militares, los astronautas y unos pocos temerarios han estado más alto que yo! Por supuesto, innumerables personas —¿millones?— han estado a la misma altura, sentadas cómodamente en cabinas presurizadas, comiendo maníes o pretzels.
Cada año, más y más personas viajan a destinos lejanos en avión. Cuando volamos, ¡normalmente nos elevamos por encima del nivel del mar más alto de lo que nadie había estado hace solo cien años! A lo largo de la historia, el récord de altura alcanzada por un ser humano en la atmósfera habría recaído en algún escalador aventurero y trabajador. Ahora, lo único que tenemos que hacer es llegar al aeropuerto con una hora de antelación, hacer un par de filas y sentarnos en un asiento bien acolchado durante varias horas.
Mi momento favorito es el despegue. El avión avanza lentamente. Se produce una pausa y, a continuación, acelera bruscamente. Segundos después, miras por la ventana y ves que vas más rápido que cualquier coche en la autopista. Entonces las ruedas se levantan del suelo, primero las delanteras y luego las traseras. Antes de que te des cuenta, ¡estás mirando hacia abajo, a los tejados de los edificios que rodean el aeropuerto, las autopistas que conducen a él, el diagrama de la ciudad, las colinas, los ríos y la costa!
Acabo de apartar la vista de la computadora porque estoy escribiendo esto en un tren y acabamos de cruzar un puente alto sobre un río ancho. Al mirar hacia afuera, puedo ver a gran distancia. Este tipo de vistas, desde un avión o un tren, te dan una perspectiva completamente nueva de dónde te encuentras. Puedes situar tu ubicación y comprender mejor a dónde vas y cómo llegar allí.
Si no entiendes lo que enseña el Antiguo Testamento, nunca entenderás a Cristo
En toda la vida, por supuesto, necesitamos comprender mejor hacia dónde vamos, y esto requiere localizar primero dónde estamos. Cuando prediqué sobre el Antiguo Testamento en la Iglesia Bautista Capitol Hill en Washington D. C., intenté hacer precisamente eso elevándome más allá de lo que suelen hacer los sermones. Esperaba que estos «panoramas generales de la Biblia» ayudaran a mi congregación a comprender mejor tanto dónde estamos como hacia dónde vamos.
Ya estaba familiarizado con algunos de los libros del Antiguo Testamento cuando llegó la semana de predicar sobre ellos: Génesis, Deuteronomio, los Salmos, Jonás, Malaquías. ¡Pero pasar a otros libros fue más como mi primer viaje a un país nuevo! Sin embargo, en ambas categorías encontré mucho más de lo que esperaba: riqueza, novedad, una extrañeza saludable y, simultáneamente, una cualidad familiar que me hizo saber que simplemente estaba viendo más del mismo Dios que he llegado a conocer y amar a través de Jesucristo.
Recuerdo haber predicado sobre los profetas mayores en una serie titulada «Grandes esperanzas». Mientras trabajaba en Isaías un domingo, Jeremías el siguiente, luego Ezequiel y finalmente Daniel, me parecía estar escuchando los cuatro movimientos de una gran sinfonía. Isaías comienza la sinfonía con grandiosas y sombrías premoniciones de destrucción, el terrible amor de la expiación y luego el gozo triunfante de la esperanza escatológica. Jeremías toma el relevo en el segundo movimiento con el horrible asedio de Jerusalén, menor en su tono, pero no exento de dulces temas de la liberación y la justicia prometidas. Luego dirigimos nuestros oídos a Babilonia, donde escuchamos las variaciones de Ezequiel sobre Jeremías. Su melodía es familiar, pero menos particularizada, más abstracta. Nos ofrece perspectivas nuevas y fascinantes sobre el amor de Dios por Su pueblo y el rechazo de Su pueblo hacia Él. Por último, Daniel, tomando los grandes temas de los libros anteriores, los reformula en varias viñetas hermosas de personas que confían y esperan en Dios, que se oponen y son rechazadas por Dios, y de algunas que experimentan Su juicio y restauración. Los temas continúan en las visiones de Daniel de un futuro misterioso y maravilloso, mientras la «música» de los profetas mayores se desvanece.
Entender cada libro por separado es una cosa. Verlos uno al lado del otro, cómo cada uno complementa, compensa y amplía los demás, aporta un nuevo brillo para cada uno y para el conjunto.
La cerradura y la llave
Nos centramos especialmente en el Antiguo Testamento. Para algunos cristianos, el Nuevo Testamento puede sentirse como los estados densamente poblados de la costa este de Estados Unidos. Los libros del Nuevo Testamento son generalmente más pequeños, más transitados, más familiares. Los libros del Antiguo Testamento, por otro lado, pueden sentirse como las tierras desconocidas y legendarias del oeste estadounidense probablemente se sentían para los pioneros del siglo XIX.
Las grandes llanuras abiertas de la historia patriarcal, las impenetrables Montañas Rocosas de la ley levítica y los densos bosques y profundos cañones de los profetas ahuyentan a muchos posibles viajeros. Todo el mundo conoce una o dos historias favoritas traídas por las almas valientes que se han aventurado en lo desconocido, pero muchos cristianos se contentan con pasar sus momentos de tranquilidad entre los paisajes más conocidos y aparentemente más habitables de los evangelios o las epístolas. Los libros del Antiguo Testamento son extensos. No los conocemos muy bien. Requieren que conozcamos todo tipo de historia que hemos olvidado o que nunca hemos aprendido. ¡Además, están todos esos nombres impronunciables! La sola idea de recorrer el Antiguo Testamento comienza a sonar abrumadora, consumidora de tiempo, poco provechosa y tal vez incluso peligrosa.
Para adquirir una idea de la grandiosidad de la obra de Dios, de Su plan y de Su amor, no hay nada que pueda reemplazar al Antiguo Testamento
Por razones como estas, la mayoría de nosotros ha abandonado el Antiguo Testamento por el Nuevo. ¡Dejemos que se ocupen de él los eruditos, los arqueólogos, los cazadores de profecías y los maestros de la escuela dominical para niños!
Sin embargo, al abandonar estos libros, abandonamos la revelación de Dios. Más que eso, obstaculizamos nuestra capacidad de comprender la revelación de Jesucristo en el Nuevo Testamento.
Si Cristo es la llave de la historia humana, el Antiguo Testamento describe cuidadosamente la cerradura. Si Cristo es el clímax de la historia, el Antiguo Testamento prepara el escenario y comienza la trama. ¿Solo lees los finales de los libros?
Si el Nuevo Testamento presenta las promesas cumplidas de Dios, el Antiguo Testamento nos habla de las promesas hechas por Dios.
En otras palabras, si no entiendes lo que enseña el Antiguo Testamento, nunca entenderás a Cristo. Nuestro Dios no desperdicia palabras. Cada Testamento necesita al otro. Podrás comprender mejor la cruz de Cristo si primero entiendes la pregunta que el Antiguo Testamento deja sin respuesta. La cruz es la respuesta. ¿Qué tan bien conoces la pregunta?
Para adquirir una idea de la grandiosidad de la obra de Dios, la majestuosidad de Su plan y la tenacidad de Su amor, no hay nada que pueda reemplazar al Antiguo Testamento. Si te privas de esta parte de la revelación de Dios, Dios te parecerá más pequeño, menos santo y menos amoroso de lo que realmente es.
Publicado originalmente en Crossway. Traducido por María del Carmen Atiaga.
Mark Dever
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/cruz-respuesta-conoces-pregunta/
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