

Ayer cumplí 55 años.
Y mientras apagaba las velas, no celebré un número: celebré una vida.
En esta nueva etapa he descubierto que la edad no se mide en años, sino en hábitos, decisiones y actitud.
La vida me ha puesto pruebas, como los 14 clavos que llevo en la columna, marcas visibles de una historia de resistencia y superación. Pero en lugar de resignarme, decidí transformar la narrativa. Así como convertí la menopausia en plenopausia, también transformé cada dolor en oportunidad, cada reto en impulso y cada día en un nuevo comienzo.
Un cuerpo que se honra.
Hoy vivo de forma activa. El ejercicio ya no es obligación: es un acto de amor propio. Me gusta correr, sentir el aire en mi rostro, recordar que mis piernas (estas que Dios me dio) pueden llevarme lejos, siempre que mi mente y mi espíritu las acompañen.
Cuido mi cuerpo con lo más simple y sagrado:
-Agua pura
-Alimentos naturales
-Risas honestas
-Canciones entonadas “no tan bonito”, pero profundamente auténticas
-Descanso consciente
-Movimiento con alegría
-Buena lectura
-Con la palabra de Dios
-He comprendido que cuando el cuerpo es amado, responde con gratitud.
Un alma que aprende y enseña.
A los 55 sigo aprendiendo… sigo enseñando…sigo dando lo mejor de mí.
Me conmueve profundamente ver cómo mis pacientes, mis amigos y las personas que pasan por mi camino logran transformar sus vidas con una palabra, una guía, un abrazo, una chispa de conciencia. En esos momentos entiendo que mi propósito tiene sentido, que aquello que entrego desde el corazón vuelve multiplicado.
También sigo trabajando en mí:
en vencer al ego, en ser cada día un mejor ser humano,
en disfrutar la magia de las pequeñas cosas:
una flor, un amanecer, una conversación honesta, una carcajada, un silencio que abraza.
Relaciones que nutren el alma
Disfruto del compartir con personas vitamina, esas que iluminan, que construyen, que abrazan desde el alma.
Disfruto de la naturaleza que me recuerda que Dios aún pinta atardeceres para mí. Recuerdo a mi madre sus consejos sabios y su presencia constante.
Soy afortunada.
Tengo todo cuanto necesito:
Un aliento de vida cada mañana,
aire para respirar,
ojos para ver,
piernas para correr,
un corazón que palpita por las cosas simples,
aprendizajes adquiridos de la buena lectura y de personas suman a mi intelecto,
amigos sinceros,
y la mejor familia,
un regalo eterno de Dios.
La clave de la plenitud.
He comprendido que la felicidad y el éxito no se miden en logros, sino en la capacidad de amar y servir.
Cuando sirvo, me encuentro.
Cuando amo, me expando.
Cuando agradezco, vivo en plenitud.
A mis 55 años, soy más feliz que nunca.
Porque ya no soy criatura…
soy hija de Dios.
Y esa certeza lo cambia todo.
Le da sentido a cada paso, a cada respiración, a cada amanecer.
Hoy agradezco profundamente:
-mi vida,
-mi historia,
-mis batallas,
-mi cuerpo,
-mi risa,
-mis aprendizajes,
-las vidas que he podido tocar,
-y todo lo que Dios me ha permitido ser.
-Sigo caminando con fe,
-con gratitud,
-con amor,
-con la alegría de estar viva,
-y con la convicción de que lo mejor aún está por venir…
«No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias». Filipenses 4:6 (RVR1960)
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