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Una tormenta de dudas y revelaciones se cierne sobre la figura de Cristina Lombana, magistrada de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, cuya trayectoria vuelve a estar en el centro de la controversia. La reciente investigación del periodista Daniel Coronell ha destapado una serie de irregularidades que, más allá de su impacto personal, golpean la confianza pública en el máximo tribunal del país y en la solidez de los filtros éticos del sistema judicial colombiano.
Según Coronell, Lombana habría omitido información fundamental en su hoja de vida, entre ella su relación profesional con el abogado Jaime Granados, un jurista de alto perfil que ha defendido en múltiples ocasiones al expresidente Álvaro Uribe Vélez. Más grave aún es que Lombana, años atrás, sirvió como subordinada del propio Uribe cuando este se desempeñaba como comandante general de las Fuerzas Armadas, un antecedente que debió ser declarado al asumir funciones judiciales que eventualmente la situarían frente a investigaciones relacionadas con el exmandatario.
Las omisiones no son menores. La magistrada llegó a ocupar el rol de instructora en el proceso penal contra Uribe, una posición que requería la máxima transparencia e independencia. Sin embargo, la Sala de Instrucción de la Corte terminó apartándola del caso por conflicto de intereses, reconociendo la incompatibilidad entre su pasado profesional y la naturaleza del proceso. Ese episodio marcó el inicio de una larga cadena de cuestionamientos sobre su imparcialidad y sobre el modo en que el poder judicial administra sus propios equilibrios.
Coronell también recordó otro episodio inquietante: el matrimonio de Lombana con un oficial del Ejército posteriormente condenado por el asesinato de tres jóvenes en un caso emblemático de falsos positivos. Según el periodista, la actual magistrada incluso actuó como abogada defensora de su entonces esposo, lo que la situó en el centro de uno de los capítulos más oscuros del conflicto colombiano. Pese a ese historial, Lombana ha seguido ascendiendo dentro de la estructura judicial, consolidando una carrera que para muchos resulta difícil de conciliar con los estándares de ética y responsabilidad pública que exige el cargo que hoy ostenta.
La polémica se reavivó recientemente tras el allanamiento a la residencia del exembajador Armando Benedetti, una diligencia ordenada por la misma Lombana. El operativo, más allá de su carácter procesal, generó un intenso debate sobre la legitimidad de las decisiones judiciales cuando son tomadas por funcionarios cuya trayectoria exhibe conflictos no resueltos. Numerosas voces dentro y fuera del ámbito jurídico señalaron la paradoja de que una jueza con semejantes antecedentes mantenga un papel activo en procesos de alta sensibilidad política.
Estas revelaciones no solo afectan la reputación individual de la magistrada, sino que ponen bajo la lupa a la propia Corte Suprema. En un contexto en el que la justicia colombiana intenta recomponer su imagen ante una ciudadanía escéptica, el caso Lombana se convierte en un símbolo de las grietas institucionales que persisten detrás de los despachos revestidos de solemnidad. Cada nueva denuncia o antecedente no aclarado alimenta la percepción de que las altas cortes operan en un terreno donde la meritocracia, la transparencia y la independencia pueden ser vulneradas por intereses o lealtades invisibles.
Para los observadores internacionales, el episodio es especialmente preocupante porque refleja un patrón recurrente en las democracias latinoamericanas: la dificultad de garantizar que quienes imparten justicia lo hagan sin ataduras políticas ni pasados comprometedores. En el caso colombiano, donde las heridas del conflicto armado y la corrupción aún marcan la vida pública, la figura de una magistrada con vínculos tan controversiales refuerza la sensación de que el poder judicial sigue siendo terreno de disputa y no un espacio de equilibrio.
El impacto de estas revelaciones va más allá del nombre de una funcionaria. Lo que está en juego es la confianza en un sistema que, por definición, debería representar la última frontera frente a la impunidad. Cuando los guardianes de la ley son cuestionados por sus propios silencios y omisiones, el daño no se limita a un expediente o a un titular de prensa: se proyecta sobre la legitimidad de todo un Estado.
Cristina Lombana, hasta ahora, ha guardado silencio frente a las denuncias. Pero su historia, tejida entre uniformes militares, expedientes judiciales y decisiones de alto voltaje político, continúa generando preguntas que ninguna hoja de vida corregida podrá responder del todo. El desafío no es solo para ella, sino para una justicia que debe demostrar que su independencia no es un enunciado retórico, sino una práctica real.
carloscastaneda@prensamercosur.org
