

Cuando Rusia inició la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, el Instituto Cristiano Tavriski (TCI), con sede en Jersón, quedó atrapado por el avance militar. Profesores, estudiantes y familias tuvieron que huir precipitadamente, dispersándose por distintas regiones del país y del extranjero mientras la zona caía bajo ocupación.
Dos años después, la institución continúa su labor desde la zona oeste de Ucrania. Enfrentando dificultades de todo tipo, Valentyn Siniy y su equipo han trabajado para continuar formando a personas para el ministerio en un contexto de guerra.
Recientemente Siniy ha publicado sus reflexiones y vivencias en un libro, cuyo título original en ucraniano se podría traducir como ‘El hombre al que robaron su hogar’. La versión en inglés lleva el título de ‘Servir a Dios bajo asedio: cómo la guerra transformó una comunidad ucraniana’. El autor explora la experiencia del desgarro en el alma cuando se pierde prácticamente todo. Sin embargo, también es un relato de esperanza.
“Este libro es la confesión de un hombre adulto, una especie de oración ante el altar. Y como la confesión suele ser triste, hablé con el ilustrador sobre la idea de usar imágenes en blanco y negro. Sin embargo, para transmitir esperanza, le pedí que cada ilustración incluyera un elemento de color, que simbolizara un rayo de luz y la fe en lo mejor”, expone en el prólogo.
En el reciente encuentro del Movimiento Lausana en Europa celebrado en Valencia, Valentyn Siniy estuvo presente, junto a otros dos ucranianos. Hubo un momento especial para conocer sus historias y saber más sobre la situación en el país, que continúa sufriendo cada día ataques militares rusos. Allí pidió a los europeos que no dejemos de orar y “no nos olvidemos de Ucrania”. Tras el encuentro, concertamos una entrevista que reproducimos a continuación.
Pregunta. ¿Podrías contarnos algo sobre tu historia personal? ¿Cómo llegaste a liderar el Tavriski Christian Institute y cuál era su misión antes de la guerra?
Valentyn Siniy. Fue casi un milagro. El seminario comenzó en 1997 tras la caída de la Unión Soviética, cuando muchas iglesias nuevas surgieron en Ucrania y la región necesitaba líderes preparados. Pastores locales y socios de Estados Unidos fundaron el instituto para formar pastores, principalmente en el sur del país, entre Crimea y Odesa.
Originalmente, yo era pastor en Jersón. El primer rector, Sergiy Predid, tuvo que dejar el cargo en 2006 para que su hijo recibiera tratamiento médico en Rumanía. La junta me pidió liderar el instituto “temporalmente”. Y ya han pasado casi 20 años. Creo profundamente en la formación pastoral, por eso sigo aquí.
P. ¿Cómo era el seminario justo antes de la invasión en 2022?
R. Teníamos un campus grande, de cinco hectáreas junto al río Dniéper, con cinco edificios y varios proyectos para ser autosuficientes: un invernadero, un centro de retiros, una imprenta y un negocio de equipamiento deportivo. TCI era la primera escuela evangélica con licencia estatal en Ucrania y tenía unos 300 estudiantes dentro y fuera del país.
Dos semanas después del inicio de la guerra, las tropas rusas ocuparon Jersón y nuestro campus. Pudimos salvar solo documentos. En agosto de 2022 el campus fue parcialmente destruido; con el tiempo, los cinco edificios fueron totalmente arrasados. La biblioteca se perdió por la explosión de la presa de Kajovka. Es un vacío enorme.
Hoy estamos en Kyiv, después de haber pasado primero por Ivano-Frankivsk, y seguimos funcionando. Al inicio nos volcamos en ayuda humanitaria y evacuación. Con el tiempo, vimos otra necesidad urgente: muchos pastores huyeron o fueron llamados al ejército. Tuvimos que crear programas acelerados para preparar nuevos líderes en uno o dos años.
P. A nivel personal, uno de tus familiares está en el frente…
R. Sí, mi yerno es médico de combate. Para nuestras familias es muy duro. Como cristianos amamos la paz, y al mismo tiempo entendemos que otros arriesgan su vida para defendernos. Cada día oramos por ellos.
P. ¿Cómo ha cambiado tu percepción de Dios y la fe en este tiempo?
R. Ha sido un proceso muy doloroso. Al principio muchos ucranianos sentimos desorientación espiritual. Parecía que Dios estaba lejos. Pero Él nos habló de nuevas formas, especialmente a través de la oración y las Escrituras.
Recuerdo llevar a una joven refugiada a la frontera con Polonia. Pensé: “No volveré a verla”. Llovía y yo tenía muchas preguntas para Dios. Ella nos contó después que una voluntaria estadounidense la recibió con una taza de té caliente y le dijo: “He venido desde Estados Unidos para ayudarte”. Fue la manera en que Dios nos mostró que estaba con nosotros —a través de otros.
Hemos sentido ese apoyo desde Estados Unidos, España, Polonia, Países Bajos y muchos lugares más. Han sido las manos de Dios sosteniéndonos.
P. En tu libro hablas de cómo la guerra transformó a la comunidad. ¿Qué significa eso?
R. El título original en ucraniano es ‘El hombre a quien le robaron su hogar’. No se trata solo de edificios. En nuestra cultura —como en España— el hogar es familia extendida, iglesia, ciudad, raíces. Yo nací, estudié, fui ordenado y crié a mis hijos en Jersón. En la iglesia estuve desde 1995. Conoces a todos, desde el panadero al vecino.
La guerra no solo destruye casas. Rompe comunidades, hábitos, memorias compartidas. Nos dispersa. Pero también transforma la fe, la solidaridad, la identidad. Por eso el libro trata más del alma que de los muros.
P. ¿Cómo puede ayudar la iglesia europea?
R. Primero, orando constantemente. La oración cambia el futuro. Yo pensé al inicio que Dios nos había olvidado, hasta que recuperé mi vida de oración.
También, no se cansen de ayudar. Sé que Europa está agotada de escuchar sobre Ucrania. Pero la necesidad continúa. A veces se necesitan cosas pequeñas: un pastor de Jersón me dijo que llevaba meses intentando reunir 200 dólares para extintores en su iglesia. Mientras tanto, grandes organizaciones reciben fondos inmensos. A veces, un gesto pequeño salva una vida.
Si pueden cambiar la vida de una persona, háganlo. En Ucrania, Israel o Europa.
P. Una última reflexión para nuestros lectores…
R. Mi abuelo luchó en la Segunda Guerra Mundial. Nosotros siempre queríamos que nos contara alguna historia, pero él solo recordaba dos gestos: una mujer alemana que le dio un vaso de leche, y un piloto británico que le regaló un trozo de chocolate al ser liberado del campo. En la guerra, lo que permanecen son los actos de bondad.
Yo contaré a mis nietos sobre los polacos que acogieron refugiados, sobre los holandeses que enviaron camiones de comida, sobre quienes donaron y oraron. Quizás algunos ucranianos lo olviden, pero nosotros no.
Daniel Hofkamp
Fuente de esta noticia: https://protestantedigital.com/internacional/71028/la-guerra-no-solo-destruye-edificios-tambien-deshizo-nuestro-hogar
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