Fue la protagonista de Los Ángeles de Charlie y la rubia que los hombres amaban y las mujeres imitaban. Considerada la mujer más sexy del mundo en los años 70, buscó la felicidad hasta el último día.
Pocas estrellas pueden ostentar el logro de haber creado un estilo propio y permanecer en la memoria colectiva de la gente. Farrah Fawcett es una de ellas. Pasan los años, pasan las series, pero su recuerdo sigue intacto. Lo increíble o admirable es que lo consiguió con la participación en apenas 22 capítulos de una serie, más un póster donde lucía una malla ¡enteriza! roja (póster que según cuentan vendió más que el que más vendió con Marilyn Monroe de protagonista).
En la piel de Jill, uno de Los ángeles de Charlie, Farrah corría en auto, andaba sobre un skate sin perder glamour, enseñaba básquet y para el asombro y el escándalo de muchos, rara vez usaba corpiño. Sin quererlo se convirtió en la novia de América, trono que convengamos suele tener una alta rotación de dueñas. Pero para mediados de los 70, la rubia era la patrona indiscutible de ese cetro. Su buena estrella comenzó cuando a los 20 años dejó la universidad de Austin -donde estudiaba Artes- para seguir la oferta de un publicista que le propuso una carrera en Hollywood.
En la universidad todos sabían quién era esa texana, la más linda y carismática de las porristas. Cuando partió para Hollywood y comenzó a triunfar, sus ex ¿compañeras? vaya a saber si por envidia, maldad, realidad o mero chusmerío contaron que Farrah no se marchó de la universidad por motu propio sino que la invitaron a irse. Según la versión de las muchachas, a la rubia la expulsaron las autoridades cuando la pescaron en el vestuario en medio de un fogoso encuentro con un joven y apuesto deportista. Ella refutaba la versión y aseguraba que se había ido porque “no soportaba que las demás, celosas, estuvieran todo el tiempo diciéndome qué hacer y con quién salir”.
Lo que no es envidia o maldad y sí certeza, es que en su época universitaria, Farrah ya era una auténtica rompe corazones. Libre, empoderada, gustaba de salir con los muchachos que le gustaban. Greg Lott era una de las estrellas del fútbol americano de su universidad y en 1965 quedó obnubilado con esa compañera rubia de 18 años. No fue el único. “La primera vez que la invité a salir me dijo que tenía ocupados todos los fines de semana de los siguientes cuatro meses con citas con distintos chicos. Y era cierto”, contaría en medio de la Fawcettmanía que se desataría muchos años después. Lott sin embargo, logró seducirla.
Salieron un tiempo y se convirtieron en los noviecitos más lindos y envidiados del campus. Esos que al verlos -al menos en lo que a belleza física se refiere- uno no puede evitar preguntarse por qué algunos tanto y otros tan poco. Pero, en medio de un partido a Lott le rompieron los ligamentos lo que terminó con su carrera deportiva y con su noviazgo. La novia quería ser actriz y no enfermera.
Farrah llegó a Hollywood y protagonizó un aviso de shampoo, propuesta obvia con semejante pelazo, luego un anuncio de pasta dentífrica, otra propuesta lógica para la chica de la sonrisa perfecta. También fue la cara de una cerveza mexicana que promocionaba el producto con un eslogan que hoy suena algo machirulo: “La rubia que todos quieren”. Entre publicidades consiguió un papelito en una película que nadie recuerda Love is Funny Thing hasta que realizó un casting frente a Aaron Spelling. El poderoso y visionario productor la eligió como Jill Monroe, el ángel rubio y más atrevido de Los ángeles de Charlie.
De esa época y de esa serie quizá pocos recuerden las características de su personaje, pero es inolvidable su cabello que se transformó en el más famoso de esa década y casi casi que de todos los tiempos. “Caracterizado, teñido con claritos, ha sido un fenómeno de artesanía, que lucía siempre como salido del mar y como si hubiese sido acariciado por el viento hasta llegar a un estado de descuidada perfección. El cabello de Farrah -publicaba The New York Times- fue un emblema femenino en la primera dichosa etapa de la liberación, antes que irrumpiera la maternidad sin pareja”. Pasarían casi dos décadas hasta que surgiera otra estrella que lograra un fenómeno similar con su cabellera: Jennifer Aniston, en Friends.
Mientras la porrista más linda y popular del equipo universitario se convertía en la mujer con el pelo que querían todas las mujeres, la novia de América y la muchacha del póster que estaba en el cuarto de casi todos los adolescentes, un hombre la miraba entre furibundo y desorientado. Era Lee Majors, su esposo desde 1973. Se conocieron casi por casualidad. En medio del éxito del Hombre Nuclear, el actor debía asistir a un evento y necesitaba una acompañante. Su agente, “me dijo que eligiera a la chica más guapa, así que lo hice”, contó Majors. Corría el año 1968 y el actor se decidió por la rubia despampanante.
El representante de la actriz, le hizo llegar la invitación de Majors y ella pensó: “¿Quién se cree que es?”. Sin embargo, aceptó. Presentaciones de rigor, sonrisas y llegada al evento. Entonces el papelón, Fawcett, que supuestamente no bebía, no tuvo mejor idea que pedir un whisky con cola. Resultado: terminó descompuesta en el baño del lugar.
Volvió a su casa, se tiró en una cama. Al día siguiente, se despertó y su dolor de cabeza era apenas más chico que la vergüenza que sentía por el papelón que había protagonizado. Mientras se preparaba un café, llamaron a su puerta. Se sorprendió al descubrir que le enviaban 13 rosas amarillas pero más por el destinatario: Lee Majors.
Los actores acordaron otra cita, pero esta vez Farrah fue previsoria y le dijo que fueran a tomar un café. Un par de salidas más y comenzaron a noviar. Lee era un hombre sin compromisos, desde 1964 estaba divorciado de Kathy Robinson, la madre de su único hijo, Lee Junior y con la que se había casado cuando él tenía 17 años.
El noviazgo duró cinco años. Cuando el actor le propuso matrimonio, Farrah aceptó sin dudar. Se casaron en una ceremonia en el Hotel Bel-Air el 28 de julio de 1973. Se instalaron en una casa de Bel Air y ella solía llamarlo cariñosamente “cabeza gruñona”. Lee vivía uno de sus mejores momentos. No solo se casaba con la mujer que amaba, sino que El hombre nuclear, arrasaba. Nadie se sorprendió cuando pidió y logró incluir a su esposa en algunos capítulos. Sin embargo, si ella le decía sus deseos de trabajar con mayor continuidad en la televisión, él expresaba sus reparos por “las personas con las que tendrás que lidiar”.
Tres años después de la boda, la fama de Farrah estalló. No solo su peinado era imitado, su imagen se replicaba en posters, revistas, muñecas, cosméticos y hasta loncheras. La actriz que de rubia tonta no tenía nada decidió capitalizar su imagen. Se asoció con una marca de productos capilares y lanzó su propia línea. Negoció una comisión del 10% por la venta de un póster suyo. Fue su esposo el que eligió la imagen final para imprimir. Intuya el lector de qué póster se trataba. Sí, el icónico con la malla roja, el mismo del que se vendieron 12 millones de copia. Lo dicho, de rubia tonta, Farrah no tenía nada. Y un detalle más. Eligió una malla enteriza y no una roja para que en tiempos sin Photoshop no se viera una cicatriz de infancia que tenía su estómago.
Además de facturar, Farrah también actuaba bien. Después de su primera temporada en Los ángeles de Charlie ganó un premio People’s Choice Award y fue nominada a un Globo de Oro. En su pico de fama y con el mundo rendido a sus pies, Farrah decidió decir que no a lo que miles hubieran dicho que sí. Renunció a Los ángeles de Charlie. Nunca estuvieron del todo claros los motivos. Se dijo que fue por una pelea con el productor, que hubo una disputa salarial, que su personaje le parecía muy tonto y fundamental, que Lee Majors estaba enojado con esta esposa que lo opacaba.
Lo último no eran solo rumores. Se sabía que, cuando la fama de su mujer comenzó a eclipsarlo, no lo soportó. De nada sirvió que Farrah hubiera estipulado por contrato terminar a las 19 horas “para llegar a preparar la cena”, al finalizar la primera temporada, su marido presionaba para que renunciara. Lo logró.
Farrah abandonó la serie, pero Lee siguió siendo El hombre nuclear. Por trabajo debía viajar a Canadá y le pidió a su entonces amigo Ryan O’Neal que llevara a cenar a su esposa para que no se sintiera sola. La leyenda cuenta que en ese primer encuentro la atracción entre el protagonista de Love Story y la rubia más linda de su tiempo fue tal que se besaron hasta que les sangraron los labios.
La atracción tuvo poco de traición. Hacía tiempo que el matrimonio de Majors y Fawcett daba señales de naufragio. Sus horarios laborales eran incompatibles. “Un año la vi no más de dos semanas. Recuerdo que ella estaba haciendo una película en Londres en Navidad y yo estaba filmando en Los Ángeles, así que volé a Inglaterra, pasé el día de Navidad con ella y luego volé de regreso para comenzar a filmar de nuevo. No es manera de mantener una relación juntos”, le dijo Majors al Daily Mail y agregó “Era muy difícil con carreras como las nuestra. Este negocio es difícil. Trabajando 14 horas al día los dos”.
Pero además había otra cuestión imposible de resolver. Cada vez que estaban juntos “era difícil moverse. No era tan difícil como lo es hoy en día, ya que todos tienen un teléfono celular y las redes sociales son tan rápidas. En ese entonces, solo había que lidiar con los paparazzi en general. Podías evadirlos, pero no todo el tiempo”.
Más allá del acoso de los reporteros, de la fama desmesurada de su mujer, hubo algo de la mentalidad de Majors, que la actriz no soportó. Durante los casi 12 años en los que estuvieron casados, pese a ser una estrella con luz propia, la actriz figuraba en los créditos de TV como Farrah Fawcet- Majors. “;Cuando Lee se casó conmigo, se casó con una persona muy complaciente que solo quería cocinar, limpiar su casa y ser dependiente”, contaría ella en una entrevista de 1979 y finalizaría con una frase lapidaria: “Todavía me gusta cocinar sus comidas y limpiar su casa, pero ya no soy dependiente”.
Intentaron remontar su relación. Ella propuso separarse un tiempo, él aceptó. Un día voló desde Atlanta hasta Los Ángeles para pasar solo una noche con ella. Le llevó un champagne y una rosa amarilla para recordarle las trece de su primera cita. “Amo a Farrah y siempre lo haré”, declaraba Lee cuando le preguntaban sobre la crisis de su matrimonio. “No hay nada que me gustaría más que resolver nuestros problemas”.
El esfuerzo no sirvió ni los problemas se resolvieron. En la vida de ella ya había entrado el huracán Ryan. Se separaron en 1979, el divorcio llegó en 1982. Farrah blanqueó su relación con O´Neal, con quien en 1985 tuvo Redmond, su único hijo. Sin embargo, lejos de lograr un “ideal de familia ideal” vivió tiempos turbulentos entre infidelidades de su marido, rumores de violencia doméstica y la adicción a las drogas con detenciones incluidas de su hijo. El matrimonio se rompió cuando en 1997, Farrah encontró a su marido teniendo sexo con la actriz Leslie Stefanson, varios años menor.
Después de Farrah, Majors se casó con Karen Vélez, una modelo de Playboy 20 años menor que él. La relación duró seis años, pero fue fructífera. Entre 1988 y 1994 nacieron sus hijos Nikki y los gemelos Dane y Trey. En 2002 encontró al fin la estabilidad con su cuarta mujer Faith Cross, 35 años menor y está con ella hasta el día de hoy. Farrah murió a los 62 años, el 25 de junio de 2009, un voraz cáncer de colon con metástasis en el hígado terminaron con su vida muy joven. Con su hijo preso, sus dos ex esposos la acompañaron en ese difícil tramo final. Farrah solía repetir que su único objetivo en la vida era amar. Lo consiguió, lástima que le haya costado tantas lágrimas.
Por Susana Ceballos / INFOBAE
- La nieta de Elvis Presley presentó una demanda para paralizar la subasta de la mansión Graceland - 21 de mayo de 2024
- Abinader insta a gran pacto nacional en República Dominicana - 21 de mayo de 2024
- Asamblea General reconoce mayor participación de Palestina en la ONU - 10 de mayo de 2024