

Río de Janeiro, una ciudad conocida por su vibrante cultura y paisajes deslumbrantes, se encuentra atrapada en una guerra urbana que parece no tener fin. Un reciente operativo policial contra el Comando Vermelho (CV), la facción criminal más poderosa de la ciudad, dejó un saldo devastador de 132 muertos, convirtiéndose en la redada más letal en la historia carioca. Este trágico episodio pone en evidencia la compleja red de violencia y crimen que domina gran parte del territorio.
La operación, llevada a cabo en los complejos de Alemão y Penha, involucró a 2.500 agentes, helicópteros y vehículos blindados. Aunque el objetivo era capturar a líderes del CV, los resultados fueron catastróficos: cuatro policías muertos, decenas de detenidos y un saldo humano que ha desatado un intenso debate sobre los límites del uso de la fuerza en áreas densamente pobladas. La violencia desatada refleja la brutalidad con la que operan las facciones criminales y las fuerzas de seguridad en Río.

El Comando Vermelho, fundado en 1979 durante la dictadura militar brasileña, ha evolucionado desde sus orígenes como un grupo organizado dentro de las cárceles hasta convertirse en una estructura criminal que domina el narcotráfico en las favelas. Bajo un código interno rígido, el CV ha mantenido su poder a través del miedo, la disciplina y una expansión territorial constante.
Para los años 90, el Comando Vermelho ya controlaba el 90% de las favelas en Río, consolidándose como el principal actor del narcotráfico. Reclutan principalmente a jóvenes de comunidades pobres, quienes ven en el crimen una salida económica ante la ausencia del Estado. Estos jóvenes, conocidos como «soldados», son los encargados de administrar los puntos de venta de drogas mientras los líderes históricos continúan dirigiendo las operaciones desde la prisión.
A pesar de los esfuerzos policiales por desmantelar al CV, la organización ha demostrado ser resistente. Según un estudio reciente de la Universidade Federal Fluminense (UFF), entre 2022 y 2023 el CV amplió sus territorios controlados en un 8.4%, alcanzando el 51.9% del área dominada por grupos criminales en la región metropolitana de Río. Además, su influencia se extiende a otros estados brasileños y rutas internacionales del narcotráfico.

Mientras el Comando Vermelho domina gran parte del narcotráfico, las milicias paramilitares representan un desafío igualmente peligroso. Integradas por expolicías, militares retirados y agentes corruptos, las milicias surgieron con la promesa de liberar a las comunidades del control narco. Sin embargo, bajo esa fachada de autodefensas comunitarias, se convirtieron en mafias violentas que imponen su dominio mediante el terror.
Hoy, las milicias controlan amplias zonas de Río, especialmente en la Zona Oeste y la Baixada Fluminense. Cobran «tasas» por servicios básicos como agua, gas y transporte informal, además de lucrar con negocios ilegales como la «gatonet», una red pirata de televisión e internet. Según estimaciones, más de dos millones de cariocas viven bajo su control.
La connivencia entre las milicias y sectores políticos ha sido clave para su expansión. En 2008, una investigación parlamentaria reveló que cientos de políticos y funcionarios mantenían vínculos con estos grupos. Este entramado de corrupción dificulta cualquier intento por desarticular a las milicias, que han logrado infiltrarse incluso en las instituciones encargadas de combatirlas.
Río de Janeiro es hoy una ciudad dividida en feudos criminales. Las facciones narco controlan gran parte de las favelas en la zona norte y sur, mientras que las milicias predominan en la zona oeste y los suburbios. Según datos recientes, aproximadamente el 52% del territorio dominado por grupos criminales está bajo influencia del narcotráfico, mientras que el 48% restante está en manos de milicias.
En este contexto, los enfrentamientos entre ambos bandos son constantes. En barrios como Gardenia Azul o Cidade de Deus, se han registrado ofensivas del CV para recuperar territorios dominados por milicias tras la captura o muerte de sus líderes. Estos conflictos perpetúan un ciclo de violencia que afecta directamente a los habitantes de estas comunidades.
En medio de esta lucha entre facciones criminales, el Estado se enfrenta a una doble batalla: combatir al narcotráfico en unas zonas y a las milicias en otras. Sin embargo, la eficacia de las fuerzas de seguridad se ve comprometida por problemas estructurales como la corrupción interna y la falta de recursos adecuados.
Las redadas policiales suelen ser intervenciones puntuales que no logran establecer un control permanente en los territorios disputados. Además, las denuncias sobre colusión entre policías y grupos criminales son frecuentes, lo que agrava aún más la situación.
La masacre ocurrida durante el reciente operativo contra el Comando Vermelho es un recordatorio doloroso de la complejidad del problema que enfrenta Río de Janeiro. La ciudad sigue atrapada entre el poder creciente del narcotráfico y las milicias paramilitares, mientras sus habitantes viven bajo un constante estado de miedo e incertidumbre.
Resolver esta crisis requerirá no solo medidas policiales más efectivas sino también políticas públicas integrales que aborden las causas profundas del crimen: pobreza, desigualdad y ausencia estatal. Sin un enfoque coordinado y sostenible, Río continuará siendo escenario de una guerra urbana que deja cicatrices profundas en su población.
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