

En los salones dorados del Renacimiento italiano, cuando las intrigas políticas eran más finas que una hoja de pergamino y el poder se medía tanto por la espada como por la sonrisa, dos hombres muy distintos escribieron las reglas del juego. Uno fue Maquiavelo, que con El Príncipe enseñó cómo conquistar y conservar el poder sin ruborizarse. El otro, Baltasar Castiglione, que con El Cortesano reveló cómo hacerlo con gracia. Dos mentes brillantes, dos estrategias opuestas: el cálculo frente al encanto, la astucia frente a la elegancia. Y lo curioso es que, quinientos años después, ambos siguen entre nosotros, reencarnados en nuestros políticos, ejecutivos y, sobre todo, en esa nueva nobleza digital: los influencers.
Castiglione imaginó su obra como un diálogo entre caballeros en la corte de Urbino, un oasis de refinamiento donde se discutía el arte de agradar al príncipe sin parecer servil. Allí nació su gran invención: la sprezzatura, ese concepto tan exquisitamente italiano que define el arte de hacer todo con aparente facilidad. No se trata de fingir, sino de dominar la forma hasta que el esfuerzo desaparece. En lenguaje actual, podríamos decir que Castiglione inventó el “efecto natural”: el look casual que lleva tres horas de preparación, el tuit ingenioso que se reescribió veinte veces, el discurso que suena improvisado porque fue ensayado al milímetro. La sprezzatura fue el primer filtro de belleza del mundo, solo que aplicado al comportamiento.
Maquiavelo, en cambio, no creía en disimulos estéticos. Su mundo era más áspero: el poder no se conquista con sonrisas, sino con cálculo y oportunidad. Mientras Castiglione buscaba la armonía, Maquiavelo diseccionaba la eficacia. Si el florentino inventó la política moderna, el cortesano de Urbino inventó la comunicación política. Maquiavelo enseñó cómo mandar; Castiglione, cómo gustar. Uno construía el contenido; el otro, la forma. Juntos, sin saberlo, escribieron el manual completo del liderazgo.
Y tal vez por eso siguen siendo tan actuales. En la era digital, la política y las redes sociales se parecen sospechosamente a aquellas cortes italianas donde cada gesto era una jugada. Hoy, el maquiavelismo vive en los algoritmos que miden la influencia y la manipulan; la sprezzatura, en los filtros que la hacen parecer natural. La lógica del poder no ha cambiado tanto: quien controla la atención controla el reino. Solo que ahora el trono está en el feed.
Castiglione describía al perfecto cortesano como un hombre culto, discreto, audaz y, sobre todo, encantador. Su tarea era servir al príncipe, pero también educarlo: ser el espejo en el que el poder se viera más humano. Hoy, los influencers hacen algo parecido con sus audiencias: intermedian entre las marcas y el público, entre el mensaje y la emoción. Ambos viven de una imagen construida y, sin embargo, deben parecer auténticos. En la corte renacentista o en Instagram, el secreto es el mismo: parecer sin parecer que se parece.
Pero Castiglione no defendía la falsedad, sino la armonía. Su elegancia no era un disfraz, sino una ética del equilibrio. “El arte –decía– debe ocultarse en el arte mismo.” En tiempos de histrionismo digital, suena a consejo urgente. La elegancia, entendida como inteligencia emocional, se vuelve un antídoto contra la sobreactuación. Frente al ruido, la medida; frente a la impostura, la naturalidad trabajada. Ser visible no es lo mismo que ser valioso, y ahí el cortesano sigue siendo más moderno que muchos tiktokers.
Maquiavelo, por su parte, no estaría ausente en este escenario. Tal vez trabajaría para alguna consultora de reputación online, diseñando estrategias para ganar elecciones o clics. Su lema de que “el fin justifica los medios” suena hoy en cada campaña agresiva de marketing digital. Castiglione, en cambio, se dedicaría a lo contrario: a enseñar que el medio puede justificar el fin. Que la forma, la cortesía, la palabra justa, son también poderosas armas. Uno representa el control del algoritmo; el otro, la elegancia del algoritmo humano.
La diferencia entre ambos es la que separa la manipulación de la influencia. Maquiavelo quería conquistar; Castiglione, convencer. Uno creía en la eficacia; el otro, en la empatía. Y si algo necesita nuestro presente es justamente ese equilibrio: la estrategia del primero templada por la gracia del segundo. Porque ni la brutalidad convence ni la pose perdura. El futuro pertenece a quien logre combinar el fondo con la forma, la astucia con la elegancia.
Quizá por eso El Cortesano sigue siendo una lectura tan moderna. En un mundo donde todos interpretamos un papel público, Castiglione nos recuerda que la cortesía no es debilidad, sino arte de convivencia. Que el encanto bien entendido no es frivolidad, sino sabiduría social. Y que, al final, los verdaderos influencers — de ayer o de hoy– no son los que gritan más fuerte, sino los que dejan una huella de inteligencia, gracia y equilibrio. E incorporar la inteligencia emocional, pasión e identidad.
Maquiavelo enseñó a conquistar el poder y mantenerlo. Castiglione, a cortejarlo y seducirlo con emoción y estilo.
Sospecho que quinientos años después, ambos nos siguen dictando lecciones en la corte infinita de internet y sus influencers más seguidos.
Fdo.
Javi Pertierra Antón
