

Pocas frases del cine animado han dejado una huella tan profunda como esta que pronuncia Rafiki en El Rey León. Más allá de su contexto en la historia, este mensaje encierra una poderosa lección sobre la naturaleza humana, el dolor, la memoria y la capacidad de resiliencia. Todos, en algún punto de la vida, cargamos con un pasado que duele (errores, pérdidas, traiciones o decisiones que nos marcaron). Sin embargo, lo que define nuestro presente no es lo que ocurrió, sino lo que hacemos con ello.
“El pasado puede doler” reconoce una verdad esencial: recordar implica sentir. Nuestra mente no distingue fácilmente entre lo que vivimos y lo que evocamos; por eso, rememorar puede despertar las mismas emociones de tristeza, culpa o miedo.
Pero Rafiki continúa: “puedes huir de él o aprender.” Aquí se plantea un dilema existencial: huir como negación del dolor, o aprender como camino hacia la sanación y la evolución personal.
Huir del pasado no lo borra; lo encierra en un rincón del inconsciente desde donde sigue actuando. Aprender, en cambio, es mirar hacia atrás con comprensión, extraer sentido del sufrimiento y transformarlo en sabiduría.
Causas de la necesidad de huir o evadir el pasado.
Evadir es una respuesta humana frente al dolor emocional. Cuando algo nos hiere profundamente, el cerebro activa mecanismos de defensa para protegernos de un sufrimiento que no podemos manejar. Entre las principales causas de esta necesidad de huida se encuentran:
- Traumas no elaborados: Experiencias intensas o dolorosas que el sistema emocional no logró procesar.
- Culpa o vergüenza: Cuando el pasado nos enfrenta con versiones de nosotros que no aceptamos.
- Miedo al juicio o rechazo: Preferimos negar antes que exponernos a la vulnerabilidad.
- Desaprendizaje emocional: Muchos crecieron sin modelos de afrontamiento saludables; por eso, la evasión se vuelve la única estrategia conocida.
- Autoexigencia o perfeccionismo: A veces huimos porque creemos que recordar nos hace débiles o imperfectos.
Características de quienes huyen del pasado o de los problemas.
Las personas que tienden a huir del pasado suelen mostrar ciertos patrones comunes:
- Evitación constante de temas emocionales
- Dificultad para perdonarse o perdonar.
- Uso de distracciones o adicciones (trabajo excesivo, redes sociales, comida, etc.) como anestesia emocional.
- Crisis cíclicas: el mismo problema reaparece de diferentes formas.
- Resistencia al cambio: el miedo a sentir se convierte en miedo a vivir plenamente.
Huir puede parecer una solución temporal, pero a largo plazo genera desconexión interna y pérdida de sentido.
Medidas de afrontamiento ante la necesidad de huir.
Aprender del pasado implica valentía y autocompasión. Algunos pasos para lograrlo son:
- Aceptar el dolor como parte del proceso. No se trata de eliminarlo, sino de comprender su mensaje.
- Nombrar lo que se siente. Poner palabras a la experiencia es una forma de liberación.
- Buscar apoyo emocional. Un terapeuta, mentor o amigo empático puede ayudar a resignificar lo vivido.
- Practicar el perdón. No como olvido, sino como liberación del peso que encadena.
- Cultivar la presencia. Mindfulness, respiración y reflexión diaria ayudan a centrar la mente en el aquí y el ahora.
- Transformar el pasado en propósito. Lo que dolió puede convertirse en el motor que impulse a ayudar a otros o a vivir con mayor conciencia.
Hay recuerdos que pesan como piedras húmedas en el pecho. Uno aprende a caminar con ellas, a disimular el cansancio, a sonreír con las manos en los bolsillos para que nadie note el temblor. Pero un día (quizá hoy) te das cuenta de que no viniste a pelear contra tu historia: viniste a ponerla de tu lado.
El pasado duele porque aún te importa lo que fuiste, lo que perdiste, lo que no pudiste nombrar a tiempo. Duele porque habla de tu capacidad de amar y de apostar por algo más grande que el miedo. Y, sin embargo, quedarse a vivir en el dolor es como dormir con la puerta abierta en medio de la tormenta: te empapas, te enfermas, te olvidas de tu propio fuego. Cerrar la puerta no es negar lo ocurrido; es cuidar la llama para que tu casa vuelva a ser habitable.
Aprender no es un gesto grandioso; es una suma de gestos pequeños: respirar hondo antes de responder, pedir perdón sin justificarse, decir “esto me dolió” sin convertirlo en condena, agradecer lo que sí se sostuvo cuando todo parecía caerse. Aprender es ponerle nombre a lo que te atravesó y ponerle límites a lo que no volverá a atravesarte.
Tus cicatrices no son una vergüenza, son oro kintsugi: lugares donde elegiste seguir vivo. Allí donde te rompiste, hoy hay un mapa. Allí donde te perdiste, hoy hay señales nuevas. Allí donde te traicionaron, hoy hay fronteras claras y un corazón más sabio. Nadie vuelve igual después de mirarse de frente; y eso no es una pérdida: es tu renacimiento.
Huimos cuando creemos que el dolor nos define. Aprendemos cuando comprendemos que el dolor solo nos visita para traer un mensaje: “Hay algo tuyo esperando ser reclamado.” Tu voz. Tu ternura. Tu dignidad. Tu alegría sin permiso. Tu capacidad de empezar.
No se trata de borrar capítulos, sino de escribir el siguiente con una caligrafía más consciente. No se trata de ganar la pelea, sino de soltar la guerra para recuperar la paz. No se trata de olvidar, sino de recordar de otro modo: con compasión, con contexto, con propósito.
Si hoy decides dejar de huir, no necesitas prometer eternidades. Basta un paso. Una conversación pendiente. Un perdón posible. Un límite sano. Un abrazo tuyo, para ti. Y mañana, otro paso.
Porque sí: el pasado puede doler. Pero tú no eres ese dolor. Eres la persona que, con el dolor en la mano, elige aprender. Y en esa elección sencilla (repetida, imperfecta, valiente) la vida vuelve a abrirse como una mañana limpia después de la lluvia.
Mantra para cerrar:
“Honro lo que viví. Tomo lo que me sirve. Suelto lo que ya no.
Hoy elijo aprender, para poder amar mejor.”
«Olvídense de las cosas pasadas; no se queden en el pasado. ¡Miren, estoy haciendo algo nuevo!» Isaías 43:18-19. (RRV 1960).
Si necesitas apoyo psicológico o corporativo especializado
Te ofrezco acompañamiento profesional en:
Terapia individual: manejo emocional, ansiedad, autoestima, duelos y crecimiento personal.
Terapia de pareja: fortalecimiento del vínculo, comunicación y resolución de conflictos.
Apoyo corporativo: programas de bienestar laboral, gestión emocional y mejora del clima organizacional.
Capacitación en habilidades blandas: liderazgo empático, comunicación asertiva, inteligencia emocional y trabajo en equipo.
Dra. Elizabeth Rondón. Especialista en bienestar emocional, relaciones humanas y desarrollo organizacional.
Tlf. +583165270022
Correo electrónico: Elizabethrondon1711@gmail.com
