

Los retablos han sido durante siglos el gran telón de fondo de la liturgia y el arte cristiano, auténticas máquinas visuales que combinan arquitectura, escultura y pintura. Más que un simple adorno, son un escenario doctrinal y devocional que guía la mirada, educa y emociona.
Desde la Edad Media hasta bien entrado el Barroco, estos conjuntos dominaron el interior de templos europeos y, de forma muy especial, el mundo ibérico y sus territorios de ultramar. Su evolución responde a cambios teológicos, formales y técnicos, y su estudio abre puertas a la historia del arte, de la liturgia y de las mentalidades.
¿Qué es un retablo?
En sentido estricto, el retablo es la estructura situada detrás o sobre el altar, compuesta por armazón arquitectónico y programas pictórico-escultóricos. El de la capilla mayor se llama retablo mayor; a los dispuestos por naves, girolas y capillas se los conoce como laterales o menores.
Su armazón puede ser de madera, piedra, metal o materiales preciosos y semipreciosos, y alberga pinturas, relieves o esculturas exentas. Muchos ejemplos son mixtos, combinando talla policromada y tabla o lienzo, según la tradición local y los recursos del comitente.
Partes y vocabulario esencial
Para entender su arquitectura conviene dominar su terminología. El banco o predela constituye la franja inferior sobre la que se apoya el cuerpo principal; a veces hay un sotabanco, más pegado al suelo.
Los cuerpos son las franjas horizontales, y las calles, las divisiones verticales. La cuadrícula resultante genera encasamentos donde se disponen escenas o figuras. El conjunto de elementos arquitectónicos recibe el nombre de mazonería.
La parte alta puede rematar en ático, espina o luneta; el perímetro puede protegerse con un guardapolvo. Cuando el retablo es articulado, presenta posición abierta y cerrada, y en cierre se decoran a menudo con grisallas que parecen escultura.
Origen litúrgico y evolución temprana
El retablo nace ligado al altar y su culto. Tras las primeras mesas exentas y móviles del cristianismo, el altar se fija y dignifica. El antependium frontal, con telas, metales y marfiles, fue un paso previo, así como el despliegue de reliquias y edículos o ciborios sobre o tras el altar.
En templos paleocristianos y prerrománicos predomina la decoración mural, iconos y frontales; en el Románico continúan frescos absidiales y frontales de madera o metal, algunos luego reconvertidos en retablos. Desde finales del siglo XIII el retablo gana protagonismo tras el altar, especialmente en Europa septentrional y en los reinos ibéricos.

Materiales, técnicas y oficios
La madera dorada y policromada fue el material más difundido, aunque también hubo alabastro, mármol, plata o piedras diversas. El dorado con bol y el estofado sobre oro fueron técnicas clave, junto al encarnado de rostros y manos.
Intervenían ensambladores, entalladores, escultores, pintores, doradores y estofadores. El aparejo de yesos preparaba la superficie; después se aplicaba el bol, dorado y estofado, y se remataba con policromía y veladuras.
Arquitectura del retablo: cómo se ordena el relato
El diseño suele ser geométrico y jerarquizado: calles y cuerpos organizan ciclos narrativos (vidas de Cristo, la Virgen o un santo) o imágenes titulares en hornacina. El tabernáculo o sagrario fue ganando centralidad desde el siglo XV, llegando a dominar algunos conjuntos o a hacerse exento como baldaquino.
En el Gótico florecen doseletes, pináculos, cresterías y un acusado horror vacui, con heráldica y retratos de comitentes. En el Renacimiento, grutescos, candelieri, roleos, tondos y órdenes clásicos redefinen la mazonería, y en el Barroco se impone la escenografía total con columnas salomónicas, estípites o mármoles policromos según regiones.
Tipologías: forma y función
Hay retablos de mesa alta y retablos murales, pero también dispositivos específicos. Los dípticos, trípticos y polípticos (muy comunes en Flandes y Centroeuropa) se cierran con alas y alternan pintura y talla.
Existen retablos hornacina de planta ochavada, bifrontes para coro y fieles, fingidos pintados en muro cuando faltan recursos, y baldaquinos exentos sobre columnas. Por su función, destacan el retablo eucarístico con manifestador, los de Cristo Yacente en urna, los tramoya que descubren reliquias con mecanismo, los del Rosario, los relicarios con armarios accesibles por detrás, los tipo vitrina o los de gran lienzo único.
Retablos articulados: el flügelaltar centroeuropeo
En el ámbito germánico y flamenco se impusieron los retablos de alas, con posición abierta y cerrada. Al cerrarse, las grisallas simulan escultura en piedra, y al abrirse estallan el color y la talla dorada. Este sistema favorecía protección, limpieza y cambios a lo largo del calendario litúrgico.
Reforma, Contrarreforma y cambios de gusto
En territorios protestantes se promovió el aniconismo e incluso la iconoclasia, con pérdidas severas. El anglicanismo autorizó el uso de retablos y en el ámbito luterano pervivieron piezas de Cranach.
Europa gótica: focos y maestros
En Bohemia sobresalen el retablo de Vyšší Brod y el de Třeboň, mientras que el Rin y el Danubio verán más tarde grandes conjuntos mixtos de pintura y talla. Estos modelos influyeron también en Italia y España, integrándose a tradiciones locales.
La Península Ibérica en los siglos XIV y XV
La retablística ibérica del Gótico alcanzó una riqueza extraordinaria, con madera dorada y policromada, y en Aragón abundó el alabastro. Destacan el retablo mayor de Gerona en plata, el antiguo mayor de Barcelona, y piezas como el de San Cristóbal (Prado) o el de Santo Domingo de Tamarite.

Figuras clave son el Maestro de Estimariu, Andrés Marzal de Sax, Pere Serra, Gherardo Starnina o el retablo de Quejana. En el XV brillan Sancho de Rojas, el mayor de la catedral Vieja de Salamanca, el desmantelado mayor de León de Nicolás Francés, la Seo de Zaragoza en alabastro (Pere Johan y Hans de Suabia) y la extensa producción de Bernat Martorell.
Otros hitos: la Virgen dels Consellers (Lluis Dalmau), Peralta de la Sal (Jaume Ferrer II y Pedro García de Benavarre), los paneles de Nuno Gonçalves, la tabla de Bartolomé Bermejo en Daroca, la obra de Fernando Gallego, el monumental mayor de la catedral de Sevilla o el políptico devocional de Isabel la Católica. La Cartuja de Miraflores culmina el periodo con Gil de Siloé, ya hacia el umbral del Renacimiento.
Italia y Flandes en el tránsito al Renacimiento
En Italia, la pala mantuvo formatos contenidos por la fortísima tradición del fresco, aunque Giotto, Simone Martini o Duccio realizaron polípticos notables. El retablo de plata del baptisterio de Florencia es un hito orfebre, y con Fra Angelico se ve la transición estructural hacia un Renacimiento arquitectónico.
Los Della Robbia difundieron la terracota vidriada; pilastras, órdenes, frisos y grutescos poblaron las nuevas mazonerías. En Flandes, los polípticos pictóricos de Van Eyck, Van der Weyden o Van der Goes y los retablos escultóricos exportados desde Amberes inundaron Europa con devoción e innovación técnica.
Renacimiento español: plateresco, manierismo y romanismo
En España, las formas italianas penetran paso a paso, coexistiendo con el sustrato hispano-flamenco. El plateresco aúna balaustres, grutescos y relatos en relieve o pintura, con ejemplos como el mayor de Palencia, el de la Capilla Real de Granada, San Pelayo de Olivares de Duero, San Pablo de Palencia, San Miguel de Oñate o Calzadilla de los Barros.
En la Corona de Aragón destaca Damián Forment: el Pilar de Zaragoza y Huesca en alabastro, Poblet y Santo Domingo de la Calzada en madera policromada. Le siguen Juan de Moreto, Juan de Salas, Gabriel Yoly y más tarde Cosme Damián Bas, incluso con madera sin policromar en algunos casos.
El manierismo alcanza cimas con Alonso Berruguete (retablo mayor de San Benito de Valladolid) y Juan de Juni, de vehemente expresividad. El romanismo se afirma con Gaspar Becerra en Astorga, Pedro López de Gámiz, los Haya y Juan de Ancheta, abriendo el camino al clasicismo escurialense.
El retablo del monasterio de San Lorenzo de El Escorial marca un antes y un después: traza de Herrera, esculturas de Leone y Pompeo Leoni, y pintura de Tibaldi y Zuccaro. Deja canonizados materiales nobles, órdenes superpuestos y centralidad del sagrario, influyendo en obras como Villagarcía de Campos o San Miguel y San Julián en Valladolid.
El Barroco: edad de oro del retablo
En los siglos XVII y XVIII el retablo se convierte en protagonista absoluto del interior de las iglesias de la arquitectura barroca. Se generalizan cabeceras planas y transparencias de luz, retablos con camarín, exentos, transparentes o relicarios; todo el templo participa en una decoración integradora.
Italia privilegia mármol y materiales semipreciosos, concentrando iconografía en una gran pala o grupo escultórico. En los Países Bajos del Sur se suman grandes lienzos de la escuela de Rubens y complejos púlpitos o pilas ornamentadas, como extensión del fervor católico.
En Centroeuropa, tanto en zonas católicas como luteranas, el retablo se funde con estucos, esculturas y arquitectura en conjuntos que desdibujan la caja mural. En Francia, la retablística dialoga con una espiritualidad barroca particular, documentada por estudios modernos.
En España, la variedad regional es enorme. Salamanca afianza el churrigueresco, en Toledo Narciso Tomé culmina el transparente, y la fachada del Obradoiro en Santiago dialoga con retablos como el de San Martín Pinario. Arquitectos como Gómez de Mora o Churriguera, escultores como Fernández, Mena, Montañés o Salzillo, y pintores como Murillo, Valdés Leal o Zurbarán pueblan retablos de todo el país.
Se distingue una secuencia: prolongación del clasicismo en el primer tercio del XVII, retablo castizo con columna salomónica y después estípite en la segunda mitad, y una fase rococó en el primer XVIII. Portugal desarrolla el trono eucarístico con fuerte simbolismo, y el mundo luso e hispano exporta un barroco riquísimo a Goa, Bahía, Filipinas y toda América española.
Del Rococó al siglo XX

El Rococó introduce ornatos Luis XV; el Neoclasicismo reacciona con sobriedad, sustituyendo madera dorada por piedra y portadas de inspiración grecorromana. En el XIX persisten retablos eclécticos e historicistas, y en el XX se abren las iglesias a vanguardias, con casos singulares como Aránzazu.
El retablo como teatro e imagen
La palabra retablo designa también el escenario del teatro de títeres y una idea teatral presente en Cervantes (Retablo de las maravillas) y en Falla (El retablo de Maese Pedro). Ese fingimiento verdadero del teatro traslada su lógica a las máquinas ilusorias del retablo eclesiástico como herramienta de persuasión y control sensible.
Textos, cartelas e inscripciones
Además de imágenes, muchos retablos incorporan palabras: identificación de santos, lemas, antífonas marianas, fórmulas doctrinales o indulgencias. Un uso técnico clave es la fórmula de la consagración en el centro del banco, facilitando al celebrante el texto durante la misa.
Otras inscripciones consignan patronos, fechas, costes o milagros locales, junto a heráldica y emblemas. A veces aparecen notas ocultas de los artífices en la estructura, útiles para atribuciones, cronologías y logística del montaje.
Cómo se encarga y se hace un retablo
El proceso comienza con la traza y el contrato entre comitente y artistas, detallando medidas, iconografía, materiales, plazos y pagos. En ocasiones la ejecución se subasta a la baja, y el taller vencedor asume ensamblaje y coordinación de oficios.
Se levantan las piezas en taller propio o provisional junto a la iglesia; luego se transportan y ensamblan en seco. El dorado y policromado exige desmontar por elementos, aplicar yesos, bol, oro, estofar y encarnar. Tras concluir, se tasa la obra y no faltan pleitos por sobrecostes.
Con el tiempo se acometen reparaciones, repintes o redorados según necesidades y recursos. La conservación se ve condicionada por limpiezas inadecuadas, condiciones ambientales y conflictos bélicos, lo que explica pérdidas, dispersiones y restauraciones complejas.
Casos y ejemplos destacados por ámbitos
Ámbito hispano medieval y tardogótico: Gerona en plata, Barcelona, San Cristóbal del Prado, Santo Domingo de Tamarite, Maestro de Estimariu, Marzal de Sax, Pere Serra, Quejana, Starnina, Sancho de Rojas, Salamanca Vieja, León de Nicolás Francés, Seo de Zaragoza en alabastro, Martorell, Virgen dels Consellers, Peralta de la Sal, Nuno Gonçalves, Daroca, Fernando Gallego, catedral de Sevilla, políptico de Isabel y Miraflores. Todos jalonan la madurez gótica peninsular.
Centroeuropa y Flandes: flügelaltäre tardogóticos con Pacher, Dürer, Grünewald, Altdorfer, Ratgeb, Baldung, los Cranach y los Holbein; escultores como Veit Stoss, Gerhaert, Riemenschneider o Haguenau. El Isenheim, Kefermarkt o los altares de Riemenschneider son jalones imprescindibles.
Italia quattrocentista y cinquecentista: Giotto, Simone Martini, Duccio, Fra Angelico, los Della Robbia y la orfebrería florentina se suman a la gran tradición de la pala. La gramática clásica impregna pilastras, frontones y entablamentos, integrándose a veces con efectos de trampantojo.
España renacentista a barroca: Palencia, Granada, Zaragoza, Huesca, Poblet, Santo Domingo de la Calzada, Berruguete, Juni, Becerra y El Escorial; después, Churrigueras, Cano, Fernández, Mena, Montañés, Salzillo, Murillo, Valdés Leal y Zurbarán. Se añaden el transparente de Toledo, el churrigueresco salmantino o San Martín Pinario como cimas.
El caso madrileño: talleres, trazas y tipologías
En Madrid, la herencia escurialense marcó el primer tercio del XVII con retablos clasicistas de varios cuerpos y calles, derivados de Herrera, con grandes lienzos en damero. El círculo de Giovanni Battista Crescenzi dejó huella en arquitectos y ensambladores cortesanos.
Alonso Cano aportó un modelo más limpio y legible, con retablos de un solo cuerpo y hornacinas mayores, influenciando a Herrera Barnuevo y a Pedro de la Torre. Pedro de la Torre difundió la salomónica y áticos con machones, y Sebastián de Benavente consolidó un estilo cortesano propio.
Obras señaladas: Buen Suceso (perdido, conocido por estampa), el mayor de San Pedro el Viejo (Benavente), el retablo de la Virgen de Guadalupe en las Descalzas Reales (Herrera Barnuevo) y el conjunto de San Plácido (hermanos de la Torre, con Claudio Coello y Rizi). Son hitos del barroco madrileño.
Pamplona: serie de retablos renacentistas y barrocos
La catedral de Pamplona ofrece una secuencia modélica entre 1597 y 1713: mayor, Piedad, San Juan Bautista, San Benito, los tres de la Barbazana, San Jerónimo y San Gregorio, San José, Santa Catalina, San Martín, San Juan Evangelista, Santa Cristina, Santa Bárbara, San Fermín y Trinidad. Intervienen obispos, cabildo, dignidades, gremios y patronos laicos.
Estilos: del romanismo al barroco clasicista y, finalmente, al castizo con salomónicas. Autores locales y foráneos se alternan: Pedro González de San Pedro y Domingo de Bidarte en lo bajo renacentista; Zabalía en la Barbazana; José de San Juan aporta salomónicas; Miguel de Bengoechea firma Santa Catalina. En el XVIII, la mentalidad académica propicia reemplazos neoclásicos y reordenaciones.
Mirado en conjunto, el retablo es historia viva de la Iglesia y sus pueblos: lenguaje, técnica, devoción y poder se cruzan en estas máquinas de fe. Entender su origen, partes, tipologías, focos y grandes nombres permite leer mejor templos enteros, y apreciar una tradición que, con cambios de gusto y función, sigue siendo una de las señas de identidad más potentes del arte hispánico y europeo.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/retablo-significado-historia-partes-y-autores-destacados/
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