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La República Dominicana confirmó que Cuba, Nicaragua y Venezuela no formarán parte de la X Cumbre de las Américas, que tendrá lugar el 4 y 5 de diciembre en Punta Cana. La decisión, anunciada oficialmente por la Cancillería dominicana, generó una ola inmediata de reacciones, especialmente desde La Habana, donde el Gobierno cubano acusó a Estados Unidos de estar detrás de la exclusión.
El anuncio sorprendió porque cuando Santo Domingo asumió la presidencia pro tempore del foro en 2023, se comprometió a organizar un encuentro abierto y representativo. Sin embargo, la Cancillería explicó que el actual contexto hemisférico los llevó a optar por una estrategia que prioriza la mayor asistencia posible de países miembros y garantiza la estabilidad del evento. En su comunicado, el Gobierno dominicano señaló que la ausencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela —naciones que no forman parte activa de la Organización de los Estados Americanos y que ya habían estado ausentes en la edición anterior de la Cumbre— era una decisión necesaria “para asegurar la convocatoria más amplia y viable en las circunstancias actuales”.
La medida no está exenta de contradicciones. En escenarios recientes, como la Cumbre Iberoamericana en Santo Domingo en 2023 o la Cumbre de la Celac en 2017, estos tres países participaron de manera plena. Pero la Cumbre de las Américas, nacida en 1994 bajo la iniciativa de Estados Unidos y en estrecha coordinación con la OEA, mantiene criterios de participación diferentes, lo que deja en evidencia las tensiones entre el ideal de una integración regional inclusiva y la realidad de las dinámicas políticas interamericanas.
El Gobierno dominicano subrayó que la decisión no debe interpretarse como un quiebre en las relaciones bilaterales. Con Cuba, recordó que existen vínculos históricos sólidos, con intercambios culturales y económicos que se mantienen en un marco de respeto mutuo. Con Nicaragua, definió las relaciones como cordiales, compartiendo espacios en organismos como la Celac, el SICA y Naciones Unidas. En el caso de Venezuela, el vínculo ha estado marcado por la tensión, especialmente después de que Santo Domingo no reconociera las dos últimas elecciones presidenciales, lo que derivó en la suspensión de relaciones diplomáticas por parte de Caracas.
La reacción más dura llegó desde Cuba. El canciller Bruno Rodríguez calificó la exclusión como una imposición directa de Washington y advirtió que el encuentro, en esas condiciones, “está condenado al fracaso”. A través de un mensaje en la red social X, denunció que la decisión constituye “una claudicación ante las brutales presiones unilaterales del Gobierno estadounidense”. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba fue más allá, al considerar la medida un retroceso histórico que revive la Doctrina Monroe y muestra la continuidad de la política de exclusión impulsada por Estados Unidos en la región.
El recuerdo de la IX Cumbre celebrada en Los Ángeles en 2022, también marcada por la ausencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela, vuelve a la memoria de varios analistas. En aquel entonces, mandatarios de México, Bolivia y Honduras se ausentaron en protesta, debilitando la legitimidad del encuentro. Ahora, el riesgo de una nueva fractura vuelve a rondar sobre un foro que, en teoría, busca estrechar el diálogo político hemisférico.
El propio Gobierno dominicano reconoció que la decisión contradice su promesa inicial de un encuentro inclusivo, pero defendió que el objetivo es asegurar la participación más amplia posible dentro de los parámetros de la Cumbre. Para Santo Domingo, la exclusión evita divisiones que podrían poner en riesgo el desarrollo del foro y garantiza un espacio con el mayor nivel de representatividad política.
Aun así, las repercusiones diplomáticas parecen inevitables. Cuba ya advirtió que el clima de diálogo quedará afectado y que se refuerza la imagen de una Cumbre moldeada bajo los intereses de Washington. La contradicción se hace más evidente al contrastar con otros espacios regionales, como la Celac o el SICA, donde las diferencias ideológicas no han impedido la participación de todos los Estados.
El debate en torno a esta exclusión refleja no solo la compleja arquitectura política interamericana, sino también las tensiones persistentes entre los intentos de fortalecer una diplomacia regional autónoma y las limitaciones impuestas por la influencia estadounidense en foros multilaterales. La Cumbre de las Américas, que nació con la promesa de construir puentes de cooperación, vuelve a quedar atrapada en la lógica de quién puede o no sentarse a la mesa.
carloscastaneda@prensamercosur.org
