

En los últimos años se ha instalado la idea de que un brindis ocasional es inofensivo, e incluso saludable, pero la mejor evidencia disponible apunta en otra dirección: beber, aunque sea poco, se asocia con más riesgo de demencia. Un nuevo trabajo, el más amplio que combina datos observacionales con análisis genéticos, reabre el debate con cifras que no conviene pasar por alto.
La investigación, publicada en BMJ Evidence-Based Medicine y liderada por la Universidad de Oxford, cuestiona la vieja hipótesis de una “dosis óptima” de alcohol para el cerebro. En lugar de protección, los autores describen un patrón claro: a medida que sube la ingesta, también lo hace la probabilidad de deterioro cognitivo.
Qué aporta el nuevo análisis

Este trabajo integra dos fuentes de referencia: el Programa del Millón de Veteranos (EE. UU.) y el Biobanco del Reino Unido. En conjunto, se evaluó a 559.559 personas de entre 56 y 72 años, seguidas durante una media de 4 años en Estados Unidos y 12 en Reino Unido. Más del 90% declaró consumir alcohol, lo que permitió examinar desde hábitos ligeros hasta patrones de alto riesgo.
Durante el seguimiento, 14.540 participantes fueron diagnosticados de algún tipo de demencia. Además, se registraron 48.034 fallecimientos. La riqueza de estos datos, junto con la diversidad étnica del MVP y la gran escala del UK Biobank, ofrece una panorámica robusta para explorar el vínculo entre consumo de alcohol y salud cerebral.
El objetivo fue doble: contrastar lo que muestran las cohortes (observacional) y lo que sugiere la genética mediante aleatorización mendeliana, una técnica que ayuda a aproximar relaciones causales minimizando factores de confusión.
Metodología: observación y genética

En la parte observacional, el consumo se obtuvo con cuestionarios y el cribado AUDIT-C, que detecta patrones peligrosos, incluidos episodios de atracón. Este enfoque permitió comparar a abstemios, bebedores ligeros, moderados y grandes consumidores.
El componente genético se nutrió de datos de GWAS a gran escala que, en total, involucraron a unos 2,4 millones de individuos para estimar el riesgo “predicho genéticamente” de consumo de alcohol a lo largo de la vida. En lugar de medir lo que la gente dice que bebe, se utiliza la propensión genética como variable instrumental para inferir efectos sobre demencia.
Se analizaron tres exposiciones genéticas: cantidad semanal promedio, consumo de riesgo y dependencia del alcohol. Este abanico permite distinguir entre beber más, hacerlo de forma problemática y el componente adictivo, y su relación con la probabilidad de desarrollar demencia.
Resultados principales

En los datos observacionales apareció la conocida curva en U: los grandes bebedores y los abstemios tenían más riesgo que quienes bebían poco. Sin embargo, al incorporar la genética, ese efecto desapareció: no se observó protección en consumos bajos o moderados, sino un aumento progresivo del riesgo conforme crecía la ingesta predicha genéticamente.
Las cifras son ilustrativas: sumar de una a tres copas por semana se asoció con un 15% más de riesgo de demencia. Además, duplicar la predisposición genética a la dependencia del alcohol se vinculó con un 16% más de probabilidad de desarrollar la enfermedad.
Los autores también detectaron que las personas que acabarían con un diagnóstico de demencia tendían a reducir su consumo en los años previos. Este patrón sugiere causalidad inversa: el deterioro cognitivo temprano empuja a beber menos, lo que puede haber generado la falsa impresión de que la moderación protege.
¿Qué pasa con la “curva en U” y el consumo moderado?

La literatura clásica, como un estudio de 2003 en JAMA Network, llegó a asociar 1-6 bebidas semanales con menor riesgo de demencia en mayores. Pero muchos trabajos no distinguieron entre exbebedores y abstemios de por vida, ni controlaron bien la reducción del consumo por problemas de memoria incipientes.
Al corregir esos sesgos con genética, no aparece un umbral “seguro”. El riesgo crece de forma sostenida a medida que aumenta la ingesta. Los nuevos análisis, por tanto, debilitan la tesis de una dosis óptima para la salud cerebral.
La explicación es sencilla: si alguien empieza a tener fallos de memoria puede dejar de beber, y eso hace que los bebedores “ligeros” parezcan más sanos cuando, en realidad, ocultan exbebedores que ya estaban empeorando sin diagnóstico.
Voces expertas y limitaciones

Hay matices importantes. El estadístico Sir David Spiegelhalter (Cambridge) advierte que la parte genética se basa en ingesta predicha, no en consumo real, y descansa en supuestos no verificables, algo que los autores reconocen. Sus críticas subrayan la necesidad de prudencia al comunicar los resultados.
En la misma línea, la profesora Tara Spires-Jones (Universidad de Edimburgo) recuerda que el autorreporte de alcohol puede ser impreciso y que los marcadores genéticos no capturan a la perfección ni el consumo ni la demencia. Aun así, señala que la evidencia acumulada relaciona el alcohol con mayor riesgo y que, a nivel neurobiológico, el alcohol es tóxico para las neuronas.
Otra limitación: las asociaciones más sólidas se observaron en participantes de ascendencia europea, sobrerrepresentados en los biobancos analizados. Esto no invalida los hallazgos, pero sí aconseja evitar generalizaciones automáticas a todas las poblaciones, como en casos de demencia digital en Japón.
Implicaciones para políticas y para tu día a día

Desde la salud pública, los autores sugieren que reducir el trastorno por consumo de alcohol en la población podría traducirse en menos casos de demencia. Algunas estimaciones del propio análisis plantean que recortar a la mitad la prevalencia de este trastorno ayudaría a disminuir la carga de la enfermedad en torno al 16%.
Para las personas y familias, el mensaje es pragmático: no hay señales sólidas de un beneficio cerebral con cantidades bajas. Cualquier disminución de la ingesta es un paso en la dirección de menos riesgo, especialmente si existen otros factores que suman (edad avanzada, antecedentes familiares o cardiovasculares).
Conviene, además, diferenciar celebraciones puntuales de patrones de consumo sostenidos y de riesgo. Herramientas como el AUDIT-C o consultar con profesionales pueden ayudar a identificar cuándo el consumo ya no es inocuo.
El balance de pruebas inclina la balanza hacia la prudencia: no se respalda un efecto protector del alcohol en ningún nivel y el riesgo de demencia aumenta conforme crece la cantidad consumida, algo coherente con lo que sabemos sobre su impacto en el cerebro.
Postposmo
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/beber-alcohol-aumenta-el-riesgo-de-demencia-lo-que-revela-el-mayor-analisis/
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