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La plenaria del Senado de la República aprobó el proyecto de ley impulsado por el Gobierno del Cambio y radicado por el Ministerio de Educación que busca transformar el modelo de financiamiento de la educación superior pública en Colombia. La decisión, que representa un triunfo para millones de jóvenes en todo el país, es también el fruto de décadas de lucha de los movimientos estudiantiles, que han sostenido con firmeza la idea de que la educación debe ser entendida como un derecho fundamental y no como un privilegio reservado a unos pocos.
El proyecto aprobado no solo significa más recursos, sino un rediseño estructural que garantiza sostenibilidad, equidad y transparencia. Una vez se complete el trámite legislativo —que ahora continúa en la Cámara de Representantes, primero en la Comisión VI y posteriormente en la plenaria—, las universidades públicas y las instituciones técnicas, tecnológicas y profesionales estatales recibirán recursos calculados con base en el Índice de Costos de la Educación Superior (ICES). A ello se sumarán asignaciones adicionales para su funcionamiento, lo que permitirá a las instituciones contar con ingresos automáticos y progresivos que aseguren estabilidad financiera, mejor calidad académica y condiciones más dignas para estudiantes, docentes y trabajadores administrativos.
El avance no se limita únicamente a la inversión. El articulado aprobado también abre la puerta a un mayor control ciudadano: las comunidades educativas tendrán la facultad de conformar veedurías sociales encargadas de vigilar de cerca la destinación de los recursos, con el acompañamiento directo de la Contraloría General de la República. De este modo, se fortalece la transparencia y se consolida la participación social en la defensa de lo público, garantizando que cada peso invertido tenga un impacto real en la vida universitaria.
El ministro de Educación, Daniel Rojas Medellín, destacó que la iniciativa marca un antes y un después en la historia del financiamiento universitario en Colombia: “Con esta reforma empezamos a cerrar la brecha histórica de la educación superior pública: destinaremos progresivamente recursos hasta llegar al 1% del PIB y, por primera vez, incluimos a las instituciones técnicas y tecnológicas que habían sido olvidadas”. Sus palabras reflejan la magnitud del cambio: una política educativa que busca ser incluyente, sostenible y capaz de responder a las necesidades del siglo XXI.

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El camino legislativo aún no concluye. Tras los debates en la Cámara, el proyecto podría requerir conciliación; de no ser así, pasará directamente a sanción presidencial para convertirse en ley. Pero lo conseguido hasta ahora ya constituye una victoria histórica: el reconocimiento, desde el corazón del Congreso, de que la educación superior pública merece más y mejores recursos para garantizar el futuro de Colombia.
La movilización estudiantil, sumada a la voluntad política del gobierno, demostró que el clamor social puede convertirse en política pública. En las calles, las universidades y las aulas, se sembró la convicción de que invertir en educación es invertir en justicia social, en equidad territorial, en desarrollo económico y en democracia. Hoy esa convicción encuentra un cauce normativo que, de completarse, marcará un hito en la historia del país.
El reto que viene será convertir este avance legislativo en transformaciones palpables: aulas mejor dotadas, laboratorios modernos, investigación fortalecida, becas ampliadas, docentes con mejores condiciones y jóvenes que, sin importar su origen económico o geográfico, puedan soñar con un título universitario. Porque el verdadero significado de esta reforma no está en el articulado jurídico, sino en las vidas que cambiará.
carloscastaneda@prensamercosur.org
