

@Fajardila «Fastidiardo»
La descertificación en la “guerra” contra las drogas, una medida por completo injustificada,
irresponsable, desconsiderada, injerencionista y política, demuestra que los EEUU distan mucho de
ser el socio confiable que pretenden ser, que sus decisiones son todo menos que sensatas y técnicas,
más cuando su actual gobierno que ha demostrado ser oportunista y efectista, voluble y variable,
inconstante y falto de firmeza en sus decisiones, caprichoso y manipulador.
La lucha debe continuar y no propiamente porque vayamos a ser la primera aduana para el tráfico
de alcaloides a los EEUU y Europa, sino porque el narcotráfico ha generado un enorme daño a
nuestra sociedad. Ha promovido la nefasta cultura del atajo, ha fomentado la cultura del vivo, ha
corroído el civismo y la ética, ha minado la honestidad y la dignidad como valores fundamentales,
ha opacado las acciones de muchos en diferentes estratos de la sociedad y terriblemente entre
quienes deberían dar ejemplo.
El narcotráfico ha permeado nuestra sociedad, ha estimulado la violencia en todas sus formas, ha
promovido y financiado la guerra fratricida, nos ha convertido en una sociedad paria atravesada por
la inequidad y la injusticia.
Ser colombiano se ha convertido en suspicacia, nos ha generado descrédito y restricciones.
El narcotráfico ha aumentado nuestra dependencia del “amo” del norte, ha desalentado el
desarrollo, el honrado emprendimiento, la sana convivencia, la coincidencia de valores y principios,
el respeto, la inclusión.
Derrotar al narcotráfico debe ser un proyecto de país y se debe hacer apelando, no sólo a modelos
represivos e inmediatistas que han demostrado ser ineficaces y costosos en recursos y valiosas
vidas, sino apuntando a modelos que promuevan la educación, la cultura, el afianzamiento de los
valores, el sano emprendimiento, el respeto, la inclusión y la empatía y, lo que es mejor, sean
desarrollados en nuestro medio del que somos protagonistas, sin ser impuestos por potencias
extranjeras, sin minar nuestra soberanía y nuestra autodeterminación, sin afectar nuestra
independencia y nuestro orgullo y dignidad nacional.
Hay que legalizar y regular, no podemos seguir perdiendo vidas miserablemente. La ilegalidad
aumenta los precios, hace más rentable y tentador el negocio y, de alguna manera, hace aceptable
el riesgo.
Trump, el dictador en ciernes, el racista, homófobo y pedófilo delincuente condenado por la justicia
norteamericana, el tipo que pretende a las malas aplicar su visión de la justicia claramente en
contradicción con lo que estipula la constitución de los EEUU, el que ha abusado sin reato de su
poder y dirigido las armas del estado contra sus propios ciudadanos, el patético perdedor que ha
fracasado una y otra vez en intentar sojuzgar a sus socios comerciales con la aplicación arbitraria y
nada técnica ni ponderada de aranceles, tarifas que impone sin ton ni son y que cancela con la
misma ligereza, el traicionero, el tramposo, el bocón palurdo y vociferante, el que amenaza a todo
el mundo y pretende despojar como si nada de su soberanía a países como Canadá, México y
Noruega, el bandido que habla de paz mientras, por debajo de mesa, envía armas a Ucrania e Israel,
el mentiroso y deshonesto que invita a conversaciones de paz y entrega a sus contertulios al otro
asesino sionista violando de paso la soberanía de un país amigo, se está convirtiendo en el asesino
de humildes pescadores en el mar Caribe.
Su gran operativo contra las drogas ya lleva casi dos decenas de asesinatos de humildes pescadores
a quienes ha catalogado como peligrosísimos narcoterroristas y ha atacado con total desmesura,
violando normativas y derechos en medio del mar.
Ebrio de poder ahora quiere arrodillar a Colombia con el manido infundio de la certificación:
Nosotros ponemos cada día más sangre de hijos del pueblo uniformados y miembros de la policía y
del ejército, funcionarios y activistas de la sustitución de cultivos y él pone más armas en manos de
los narcotraficantes y financiación y apoyo a sus socios de la ultraderecha.
Ninguna miseria de dólares puede pagar por la sangre de uno solo de los colombianos que caen
como moscas fruto de los narcoterroristas y corruptos que nos agobian.
Veamos la descertificación como lo que realmente es: Una oportunidad de corregir el camino, de
abandonar las prioridades que nos dictan desde el norte y asumir y respetar nuestras propias
prioridades, buscar asociarnos con estados que nos brinden más seguridad, solidaridad y confianza.
Los EEUU, por décadas, se han asociado con los sectores más retrógrados y cavernarios de nuestra
sociedad, los vendepatrias que han sometido el interés nacional a las veleidades del codicioso norte.
¿Realmente son tan necesarios esos recursos? ¿Será que no se pueden conseguir de otra manera
que no sea hipotecando nuestra autonomía y nuestra dignidad?
¿Será que el país no tiene como decirle al xenófobo corrupto del norte: ¡Métase sus dólares y sus
visas por donde no le da el sol, señor Trump!?
Nosotros buscaremos nuestro propio camino. Ya sabemos lo poco fiable que significa ser
considerado por los EEUU el mayor aliado, al igual que lo que pasó con Catar sabemos que siempre
estaremos en la mira de sus traiciones, volubilidades, caprichos y desafectos.
Es hora de buscar sociedades que nos respeten y valoren nuestros propósitos y nuestros esfuerzos.
Es hora de convertirnos en parte integrante de los BRICS. Es también hora de cancelar y expulsar las
bases gringas de nuestro país. No hay justificación alguna para su existencia.
CARLOS FAJARDO
PARA PRENSA MERCOSUR
