

La idea de que nuestro universo sea el interior de un agujero negro suena a ciencia ficción, pero lleva décadas rondando la física teórica y ha resurgido con fuerza tras observaciones del Telescopio Espacial James Webb. ¿Y si nuestra realidad fuese la descendencia de otro cosmos más antiguo, una suerte de cebolla cósmica con capas que se engendran dentro de agujeros negros gigantes?
En paralelo, nuevas mediciones han encontrado un patrón desconcertante: en imágenes del universo temprano, muchas galaxias parecen girar mayoritariamente en la misma dirección. Semejante sesgo desafía un pilar del modelo cosmológico estándar y abre dos caminos explicativos: o el universo nació rotando (tal vez porque emergió dentro de un agujero negro en rotación) o estamos viendo un efecto de selección debido al brillo y al movimiento de nuestra propia galaxia. Aquí desgranamos, con calma y con datos, qué hay detrás de esta sugerente hipótesis.
Del Big Bang a la hipótesis de la ‘semilla de universo’
Hace unos 13.800 millones de años, el espacio-tiempo se expandió de forma abrupta en lo que llamamos Big Bang. Muchos físicos sostienen que no tiene sentido hablar de un antes, porque el tiempo, tal como lo entendemos, arranca en ese mismo instante. Aun así, otros investigadores han explorado si pudo existir una etapa previa, describiendo el origen como la materialización de una semilla cósmica: un paquete finito, minúsculo y densísimo de materia y energía capaz de desencadenar la creación de todas las partículas y estructuras que hoy observamos.
Esta semilla sería inimaginablemente pequeña, miles de millones de veces más diminuta que cualquier partícula detectada en laboratorio, y, sin embargo, lo bastante real como para alumbrar galaxias, estrellas y planetas. La comparación con una semilla vegetal no es casual: un núcleo esencial envuelto por una especie de cubierta protectora que preserva su contenido hasta el momento de germinar.
Qué ocurre dentro de un agujero negro
La naturaleza ofrece un escenario que encaja sorprendentemente bien con esa imagen: el interior de un agujero negro. Cuando una estrella muy masiva colapsa sobre sí misma; la gravedad comprime la materia hasta temperaturas brutalmente altas (del orden de decenas de miles de millones de grados) y rompe átomos y electrones. Si el núcleo aplastado supera un umbral crítico de masa, no hay fuerza conocida que frene su caída: nace un agujero negro.
La frontera que delimita el dentro del fuera se conoce como horizonte de sucesos: a partir de ahí, ni siquiera la luz puede escapar. Existen diferentes escalas de agujeros negros. Los de masa estelar, con entre unas pocas y algunas decenas de masas solares, están repartidos por toda la Vía Láctea. En el otro extremo están los supermasivos, que acumulan desde cientos de miles hasta miles de millones de soles y se asientan en los centros de la mayoría de las galaxias, incluida la nuestra.
Entre medias, la comunidad ha buscado durante años los elusivos agujeros negros de masa intermedia (unos 100 a más de 10.000 soles). En 2019, una fusión detectada por LIGO (GW190521) dio pie al candidato más sólido hasta la fecha, con un remanente de 142 masas solares. Estas piezas observacionales trazan el mapa de un zoológico cósmico cuya física extrema aún estamos aprendiendo a leer.

De la singularidad al ‘gran bote’: la propuesta de Poplawski
Si uno prolonga las ecuaciones de Einstein hacia el interior de un agujero negro, aparece una singularidad: un punto de tamaño cero y densidad infinita. A los físicos no les entusiasman los infinitos, porque suelen indicar que una teoría ha llegado a su límite. Por eso, algunos han propuesto que, en vez de una singularidad, dentro se forma una semilla real, compacta y finita, con una densidad formidable pero acotada.
El físico Nikodem Poplawski, de la Universidad de New Haven, ha defendido que la rotación de los agujeros negros cambia por completo el guion. En su visión, los agujeros negros giran rapidísimo (cerca de la velocidad de la luz), y ese giro imprime torsión al espacio-tiempo. La materia que cae no se comprime indefinidamente: se vuelve compacta y retorcida, como un muelle comprimido a tope. Cuando la compresión ya no puede aumentar, el sistema rebota y genera un nuevo espacio-tiempo en su interior: un gran bote, un Big Bang desde dentro.
En esa lectura, un agujero negro actúa como una puerta de un solo sentido entre dos universos. La analogía de dos árboles que comparten raíz lo ilustra bien: entre los dos troncos (universos) hay un nexo profundo, pero cada uno crece con identidad propia. Así, nuestro cosmos podría haber sido gestado dentro de un agujero negro de un universo madre más antiguo. Y aun hoy, pese a la expansión acelerada, podríamos seguir viviendo dentro del horizonte de ese agujero negro primordial, porque el horizonte es una frontera geométrica que puede englobar un espacio-tiempo interno en crecimiento.
Las pistas del James Webb: una rotación galáctica que desconcierta
El empujón observacional reciente ha venido del James Webb. Un análisis de 263 galaxias muy lejanas, obtenido dentro del programa JADES (Estudio Extragaláctico Profundo Avanzado), halló que alrededor del 60% parecían girar en el sentido de las agujas del reloj, frente a un 40% en sentido antihorario. La diferencia es tan clara que, en palabras de los investigadores, salta a la vista incluso sin formación técnica cuando se inspeccionan las imágenes.
Otro equipo, en el programa ADES (Advanced Deep Extragalactic Survey), publicó el 9 de febrero de 2025 un resultado todavía más llamativo: en su muestra, más de dos tercios de las galaxias analizadas mostraban el mismo sentido de giro. Ambos hallazgos tensan una premisa del modelo cosmológico estándar (ΛCDM), que asume que el universo es homogéneo e isótropo a gran escala, es decir, que no debería existir una dirección preferente.
Estos trabajos, difundidos en foros como Monthly Notices of the Royal Astronomical Society y comentados en medios especializados, vuelven a colocar la idea del universo en rotación sobre la mesa. Si el cosmos tiene un eje preferido, quizá lo heredó de un agujero negro progenitor. Investigadores como Lior Shamir, de la Universidad Estatal de Kansas, han puesto voz a esta posibilidad en artículos y entrevistas con medios como Space.com o Newsweek.
Dos explicaciones en liza: cosmos girando o sesgo de brillo
La primera hipótesis plantea que el universo nació con giro. Esta noción entronca con la llamada cosmología de agujeros negros (o cosmología de Schwarzschild), planteada originalmente en los años 70 por Raj Kumar Pathria y refinada después. En un esquema así, un universo que emerge en el interior de un agujero negro en rotación podría conservar un eje preferente; ese eje fósil influiría en la dinámica de la materia y, por extensión, en la rotación estadística de las galaxias.

La segunda explicación apela a la observación en movimiento: nuestro sistema no está quieto. La Tierra gira alrededor del centro de la Vía Láctea, y ese desplazamiento introduce un efecto Doppler sutil. Las galaxias cuyo giro, visto desde aquí, se opone al movimiento galáctico podrían parecer ligeramente más brillantes, por lo que quedarían sobrerrepresentadas en la muestra cuando miramos muy lejos. Si este sesgo ha sido subestimado, tocaría recalibrar algunas métricas fundamentales.
Esa recalibración no sería menor. Afectaría a la manera en que inferimos distancias cósmicas a partir del brillo y podría aliviar otras tensiones abiertas de la cosmología, como las discrepancias en la tasa de expansión del universo (la famosa tensión de Hubble) o el hallazgo de galaxias tan desarrolladas a edades tan tempranas que parecen desafiar la cronología estándar. Corregir el brillo esperado, si procede, podría mover la aguja en varios frentes.
Muñecas rusas cósmicas: agujeros negros como matrices de universos
Si aceptamos el escenario de Poplawski y compañía, los agujeros negros no serían tumbas estelares sino, en cierto sentido, paridoras cósmicas. Lo que nuestra intuición interpreta como el final de la materia sería el inicio de otro espacio-tiempo. Por eso se ha descrito la idea como un juego de muñecas rusas: cada agujero negro contendría un universo completo en su interior, y a su vez en ese universo nacerían más agujeros negros con potencial para engendrar otros cosmos.
En esta visión, las llamadas singularidades se reinterpretan como puentes de transición entre un cosmos que colapsa y otro que nace. Las propuestas basadas en gravedad con torsión o en rebotes cuánticos esquivan el infinito y ofrecen un mecanismo físico para ese gran bote. Como resumía Poplawski en entrevistas a medios de divulgación, los agujeros negros no aniquilan la materia: la reciclan en un nuevo comienzo.
Las implicaciones filosóficas son intensas. Dentro de un agujero negro el espacio y el tiempo no se comportan como fuera del horizonte; nuestro pasado y futuro serían conceptos relativos al marco interno. Y la estructura del conjunto sería jerárquica: una red posiblemente infinita de universos conectados por estos partos gravitacionales. Todo ello sin derogar el modelo estándar, sino complementándolo allí donde flaquea: el origen del tiempo, la singularidad inicial, la materia oscura o la tan buscada conexión entre relatividad general y mecánica cuántica.
Agujeros negros, del laboratorio cósmico a la foto histórica
El despliegue observacional de la última década ha sido espectacular. En 2015, LIGO detectó por primera vez ondas gravitacionales: arrugas en el tejido del espacio-tiempo predichas por Einstein un siglo antes. El evento GW150914 mostró dos agujeros negros en espiral que acababan fusionándose. Desde entonces, los catálogos se han multiplicado con decenas de detecciones adicionales.
En 2019 llegó otra cota simbólica: el Telescopio del Horizonte de Sucesos (EHT) publicó la primera imagen de un agujero negro, el coloso M87*, con más de seis mil millones de masas solares y a unos 55 millones de años luz. La silueta oscura rodeada por un anillo caliente de materia en órbita se convirtió en icono de nuestra era científica.
La radiación que vemos alrededor de estos objetos procede del gas que los rodea: las enormes fuerzas cercanas al horizonte calientan la materia hasta millones de grados, emitiendo desde ondas de radio a rayos X y gamma. Parte de ese gas es eyectado en forma de chorros relativistas que pueden extenderse cientos de miles de años luz y moldear la evolución de sus galaxias anfitrionas.
Por su parte, los telescopios espaciales Hubble, Chandra, Swift, NuSTAR o NICER, entre otros instrumentos, siguen monitorizando agujeros negros y sus entornos en múltiples longitudes de onda para profundizar en su papel en la arquitectura del universo. Todo ese arsenal técnico es el que, en tándem con el James Webb, nos está abriendo la ventana a épocas remotas en las que se fraguaron las primeras galaxias.
¿Estamos dentro? Evidencias, límites y lo que falta por saber
La pregunta del millón es inevitable: ¿vivimos dentro de un agujero negro? Por el momento, la respuesta honesta es que no tenemos pruebas concluyentes. Las observaciones del sentido de giro sugieren un patrón intrigante, pero los propios autores insisten en que hacen falta muestras mayores, metodologías independientes y controles exquisitos de sesgos y selección. La asimetría puede apuntar a un eje cósmico, o bien reflejar efectos instrumentales y cinemáticos.
En paralelo, la teoría debe afinar sus predicciones. Las ecuaciones de la relatividad general en regímenes extremos siguen siendo terreno resbaladizo, y las extensiones con torsión o rebotes cuánticos tendrán que pasar por el filtro de la observación. Si la cosmología de agujeros negros es parte de la respuesta, debería dejar huellas medibles en la radiación de fondo, en la distribución de grandes estructuras o en la estadística de rotaciones galácticas que podamos falsar con datos futuros.
También conviene recordar que la cosmología de agujeros negros no pretende sustituir el modelo estándar, sino rellenar huecos. El marco ΛCDM ha demostrado una capacidad predictiva sobresaliente, y cualquier teoría que compita o complemente debe reproducir sus éxitos mientras explica mejor sus puntos débiles. De momento, la idea de un universo que nace dentro de un agujero negro funciona como hipótesis de trabajo fértil, que motiva observaciones y cálculos más precisos.

Fechas clave y piezas del rompecabezas
Para poner todo en contexto, es útil tener presentes algunos hitos. En 2014 ya circulaban explicaciones divulgativas que describían cómo un agujero negro en rotación podría gestar la semilla de un nuevo universo y cómo, bajo ciertas condiciones, nuestro cosmos sería descendiente de otro. Luego en el 2020 se publicaron repasos completos a la física de agujeros negros y sus clases, con énfasis en descubrimientos de LIGO y en la imagen del EHT de M87*.
En 2025, los equipos que trabajan con el James Webb pusieron sobre la mesa la controversia del giro preferente en muestras de galaxias lejanas (JADES y ADES), con porcentajes que iban del 60/40 a más de dos tercios en la misma dirección. Las publicaciones en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society y las notas de la Universidad Estatal de Kansas consolidaron el debate, amplificado por medios como Space.com, Newsweek o Interesting Engineering.
El diálogo entre teoría y observación, como es habitual en ciencia, marcará los próximos años. Si la asimetría del giro resiste los análisis y no se explica solo por sesgos de brillo o selección, estaremos ante una pista potente a favor de un universo que, de algún modo, recuerda el giro de su progenitor. Si no, habremos afinado nuestras herramientas y calibraciones, que no es poca cosa en un campo donde cada mínima corrección cambia el mapa cósmico.
La gracia de esta hipótesis está en cómo nos obliga a mirar más hondo. Quizá los agujeros negros no sean el fin del camino, sino cunas cósmicas. Tal vez nuestro universo tenga una madre y, a su vez, esté gestando descendencia en los núcleos de sus agujeros negros. Y aunque todavía no podamos levantar el telón del todo, los hallazgos del James Webb, las ondas gravitacionales y las imágenes del horizonte de sucesos nos van dejando migas de pan que apuntan a un cosmos más raro, más audaz y más interconectado de lo que sospechábamos.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/vivimos-en-un-agujero-negro/
También estamos en Telegram como @prensamercosur, únete aquí: https://t.me/prensamercosur Mercosur
