

Hablar de sanación no es hablar únicamente de un proceso físico, sino de una experiencia integral que involucra el corazón, la mente y el espíritu. Muchas veces las heridas que cargamos no provienen de caídas o accidentes, sino de palabras, acciones o silencios de quienes amamos o en quienes confiamos. Sin embargo, aunque la herida tenga un autor externo, el proceso de sanación siempre dependerá de ti.
Causas de las heridas.
- Las heridas emocionales pueden tener múltiples orígenes:
- Traiciones o rupturas afectivas, cuando alguien rompe la confianza depositada.
- Rechazo o abandono, que dejan una sensación de vacío y de falta de valor propio.
- Violencia física, verbal o psicológica, que degrada la dignidad personal.
- Injusticias o humillaciones, que hieren la autoestima y la percepción de uno mismo.
- Expectativas no cumplidas, que generan resentimiento hacia quienes no actuaron como esperábamos.
Consecuencias de no sanar.
Cuando no tomamos la decisión consciente de sanar, la herida permanece abierta y afecta distintos ámbitos de la vida:
- En ti mismo: resentimiento, ansiedad, depresión, enfermedades psicosomáticas, bloqueo emocional, dificultad para confiar de nuevo y un peso constante que impide avanzar.
- En quien te causó la herida: aunque pueda parecer que no le afecta, la falta de tu sanación perpetúa la cadena del dolor. Puede alimentar la culpa, mantener los lazos de dependencia y dar poder a esa persona sobre tu paz interior.
En otras palabras, no sanar es darle a otro el control sobre tu vida, aún después de la herida.
Estrategias para lograr la sanación.
Sanar no es olvidar, ni justificar lo que pasó, sino liberarte del peso de lo vivido. Algunas estrategias que pueden guiar ese camino son:
- Reconocer la herida: aceptar lo que pasó sin negar el dolor.
- Expresar tus emociones: hablar, escribir, llorar o encontrar un espacio terapéutico para soltar lo reprimido.
- Practicar el perdón: no como un acto de aprobación, sino como una elección de liberación personal.
- Reconstruir la autoestima: recordarte tu valor, sin depender de la validación del otro.
- Enfocar la energía en lo que sí puedes transformar: tus hábitos, tu visión de futuro, tu actitud diaria.
Medidas de afrontamiento.
- Respiración y meditación consciente: técnicas que ayudan a calmar la mente y el cuerpo.
- Apoyo social: rodearte de personas que te impulsen hacia adelante.
- Acompañamiento profesional: psicoterapia, consejería espiritual o espacios de crecimiento personal.
- Reinterpretación de la experiencia: transformar la herida en aprendizaje y no en condena.
Sanar es un camino que comienza en el interior. No depende de que el otro se arrepienta ni de que el tiempo pase, sino de que tú decidas dejar de vivir desde la herida. Es elegir liberarte del peso de aquello que te hirió y reconocer que tu vida vale más que tu dolor.
Sanar no significa olvidar ni justificar lo ocurrido; significa darle un sentido nuevo a lo vivido, dejar que las cicatrices hablen de fortaleza y no de derrota. Sanar es elegir cada día la paz sobre el resentimiento, el amor propio sobre la culpa y la libertad sobre la prisión del pasado.
Y aunque sanar dependa de tu decisión, la sanación más profunda y real solo puede venir de Dios. Tú puedes trabajar en tus heridas, puedes tomar medidas, puedes avanzar; pero solo el contacto con Él toca las fibras más íntimas del alma, esas que ningún ser humano puede restaurar. Él es el único que puede transformar tu dolor en propósito, tu llanto en consuelo, tu vacío en plenitud.
La verdadera sanación no es solo un acto humano, es un regalo divino. Cuando llevas tu herida a Dios, dejas de cargarla en tus fuerzas y permites que sea Su amor el que cure, Su gracia la que renueve y Su paz la que sostenga. Porque en última instancia, sanar siempre es tu decisión, pero la plenitud de esa sanación solo puede venir del Creador que te hizo y que te ama. Recuerda sanar depende de ti, aunque la herida la haya causado otro,
“Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Salmo 147:3).
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Dra. Elizabeth Rondón.
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